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DOS PINCELADAS SOBRE HERVÁS


(S. G. I., Madrid, 13 de octubre de 2011)

EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.


Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.

Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.

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La importancia de sentarse a contemplar cómo crece la hierba


La política, noble arte —cuando quiere ser noble— sienta las bases de nuestra convivencia en comunidad, funda polis —con todo lo que ello implica: debate, consenso, acuerdo… En definitiva, diálogo y, por ello, progreso—. La política que persigue el bien común, la grata convivencia, es o debería ser una de las actividades generosas por excelencia y, por ende, una de las principales actividades vocacionales. Vocación de servicio, no vocación del medrar y manipular, ejerciendo un poder que emana del pueblo y detentándolo torticeramente en contra de su propio patrón.

La política desligada de la Filosofía se convierte en un arma tremendamente peligrosa, y de ello hemos tenido sobradas pruebas ya desde la más remota antigüedad. Cuando la política se desvincula de la ética y la moral todos vivimos bajo permanente amenaza.

Cuando una sociedad llega a un extremo tal que la crítica política hacia un contrincante consiste en echarle en cara a su condición de filósofo —Según determinadas mentes, incompatible con el desempeño digno de un cargo público—, cuando se le recrimina que su única experiencia como gestor haya consistido en dirigir una universidad pública —y no pequeña—…, significa —Además de manifestar que la ignorancia, siempre tan atrevida e imprudente, campa a sus anchas sin mostrar pudor alguno— que hemos tocado fondo.

Pero, no nos equivoquemos, los políticos que discurren de ese modo no son distintos de los ciudadanos de a pie que los votan, del ciudadano medio en general: sus posicionamientos éticos y morales no difieren gran cosa de los que cada uno de nosotros adopta en su vida privada. La vida pública no deja de ser un reflejo de lo que sucede de las puertas de nuestras casas hacia dentro. Por eso toleramos y consentimos, porque, en el fondo, en nuestro fuero interno, aunque no tengamos el valor de reconocerlo públicamente —cuando sabemos que el discurso o el acto es a todas luces reprobable—, nos identificamos y compartimos. «Y quién no lo haría de poder», sostienen algunos en círculos de confianza.

Da igual a quién votes, si no lo haces de forma consciente y razonada tu voto carece de valor alguno.

Cuando en una sociedad la frase «a mí no me interesa la política» se hace del uso común entre jóvenes y adultos, significa que hemos tirado la toalla: hemos mandado a la basura un patrimonio de siglos y hemos renunciado, libre e insensatamente, a lo que hacía la condición humana más humana.

Así que emplazo a los ciudadanos, y mucho más especialmente a los políticos y cargos públicos, a repasar la historia del pensamiento desde la antigua Grecia hasta nuestros días, centrándose sobre todo en la aplicación práctica del hecho filosófico al ámbito político y la «cosa pública». Encontrarán múltiples ejemplos de grandes filósofos que dedicaron sus esfuerzos y sus vidas a pensar cómo mejorar la existencia de las personas. Justo los ejemplos que, por el bien común, debemos seguir.


La escuela de Atenas, Rafael Sanzio


Dead Can Dance, How Fortunate the Man with None



El Madrid de Martínez-Almeida también está contra la "basuraleza"

Concentración vecinal contra el cantón de limpieza en Sangenjo 35 (Madrid)
 

Pues, sí, esto es lo que entienden determinados gestores —que confunden cargo público con feudo privado— por mantener limpia la ciudad. Concretamente, mediante los nuevos cantones de limpieza previstos en zonas urbanas, como el que tienen intención de construir en calle Sangenjo 35, que se encontrará bajo las terrazas de dos bloques de vecinos, literalmente debajo —las vistas y el aroma cuando salgan a fumarse un piti van a ser impagables—, con un pequeño pinar detrás —que, sospecho, a la larga arrasarán o cuanto menos degradarán— y no sólo en mitad de casco urbano, sino en plena zona residencial: con una biblioteca pública —y una parada de autobús, cabecera de línea para mayores señas. Tela el gustito que va a dar esperar el transporte público allí... — en frente, y un colegio, mejor dicho, dos, a cortísima distancia. Eso por no hablar de los bares concentrados en la pequeña plaza que hay justamente donde está ubicada la central térmica San Enrique, a las mismísimas espaldas de este proyecto prodigioso…

Brillante plan que contribuirá al desarrollo del barrio y al bienestar de los vecinos. ¿Pues no decía determinada gente que lo que quieren es ayudar a los pequeños empresarios y emprendedores? Sospecho que esos emprendedores están contentísimos en el barrio.

Esta es la concentración del sábado pasado. Y no será la única. Ni la única medida a tomar en contra de este despropósito.

Uno ha de hacerse oír en las calles, efectivamente. Y la principal herramienta del ciudadano consiste, también, en hacerse oír en las urnas. Entre urna y urna, por supuesto, la única opción no es bajar la cerviz y acatar cualquier orden, razonable o no, que parta del poder. Porque ciertas instituciones, mejor dicho, ciertos individuos —para citar a Serrat, los que se manejan bien con todo el mundo— que, más que representarlas, las ocupan y parasitan, no han entendido que éste, el poder, emana directamente del pueblo, del ciudadano, del cual son o deberían ser escrupuloso representantes. De paso, sensatos gestores a su servicio… Ahí es na.

Los toros no son lo mío, salvo pastando en el campo. No obstante, creo que viene al caso: Manolete, Manolete… Si uno no sabe ni gobernar rectamente según la razón y la moral, ni gestionar de forma cabal, conviene que se dedique a otros menesteres o se quede en su casa. Pero para eso, por supuesto, hay que invitar con educación a desalojar ordenadamente.

Ay, por favor, qué buen vasallo si tuviese buen señor.



COSECHAS DE OTOÑO

Salamandra Hervas Salome Guadalupe Ingelmo
 


La vida del escritor arraiga en una sana y equilibrada mezcla entre la disciplina, la pasión y la resistencia al dolor. Porque, sí, escribir —escribir exponiéndose— duele, como duele vivir. ¿Que cuál es el truco entonces? El truco, queridos niños, consiste en que no te importe que te duela.


 

Muerte de Hércules, Francisco de Zurbarán (1634)

Muerte de Hércules, Francisco de Zurbarán (1634)


 Lawrence de Arabia (El truco)


Jethro Tull, Salamander y Taxi Grab (1976)

CON EL SUDOR DE QUÉ FRENTE


7:30 de la mañana, un hombre de Cro-Magnon avanza aún somnoliento por la tundra en busca de caza. Entre tanto, su parienta y los niños recogen bayas y lagartijas. No muy lejos de allí, apenas cuarenta mil años después, el mismo Homo sapiens, trajeado y afeitado, se dirige hacia la oficina. Deducción: sólo se puede llenar la cesta de la compra trabajando. Al menos desde que el Señor nos expulsó del Paraíso, condenándonos a ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Y es que, aunque el trabajo dignifica a la persona, también puede convertirse en una maldición.
Corríamos tras un filete en el Paleolítico y lo seguimos haciendo ahora, aunque el de ahora te lo den en bandeja termoformada y en nada recuerde al animal del que –quiero seguir creyendo, porque dados los últimos experimentos para obtener carne a partir de células madre…– ha sido extraído. Ciertamente entonces la empresa se revelaba difícil, pues el mamut se resistía. No obstante no me parece que tras la subida del IVA el acceso a la ansiada supervivencia vaya a ser tarea fácil.
Pero volvamos a los grupos de cazadores de la Prehistoria. Una cosa les aseguraba el éxito: la colaboración, actuaban en bandas y por ello lograban su objetivo. Hoy el “cazador” se me antoja mucho más solitario. Y sospecho que el mundo en el que vive y trabaja fomenta de modo voluntario y nada inocente ese aislamiento. El grupo ya raramente está presente en el ocio, pero tampoco lo está demasiado en el trabajo. Pocos son los que saben trabajar realmente con los demás; la colaboración perece a manos de ese mal entendido individualismo que hemos ido sobrealimentando en las últimas décadas.
Nuestros antepasados no estaban especializados; cada miembro del grupo era capaz de desempeñar todos los trabajos necesarios para sobrevivir. En una economía de supervivencia, donde no hay excedentes y es imposible acumular riquezas, sólo cabe la igualdad social. El salto cualitativo en el mundo laboral comienza con la división del trabajo y culmina cuando aparecen intermediarios: cuando a alguien se le ocurre vivir del trabajo de los demás. El usufructuario del propio esfuerzo no es ya uno mismo sino otra persona que nos paga en dinero por ello. Introducimos por tanto un concepto nuevo, el de dinero, que comienza a disociarnos de nuestro propio trabajo. El sistema se perfecciona con la Revolución Industrial y el modo de producción capitalista: el trabajo se compra, se ejecuta a cambio de un salario, y unos pocos, los capitalistas, se convierten en inversores y obtienen beneficios de ese trabajo que no realizan en primera persona. Es aquí donde entra en juego el concepto de plusvalía al que tantas vueltas le dio Marx.
Curiosamente la crisis podría tener el efecto positivo de devolver a los trabajadores la conciencia de clase, de recordarles su naturaleza gregaria. La desesperada circunstancia podría servir como revulsivo para potenciar la solidaridad entre sectores laborales, incluso entre aquellos por tradición –o pernicioso vicio– más gremiales. Porque la situación actual a todos –o casi– nos afecta, y en buena medida nos iguala.
Trabajar nos permite subsistir y por tanto el valor del trabajo es incalculable: tenerlo o no tenerlo puede significar la diferencia entre una vida más o menos holgada y la indigencia e incluso la muerte. Ahora bien, el trabajo también debería enriquecernos de otros modos; también debería servir para realizarnos. Y es aquí donde nuestra sociedad falla, dado que sólo una pequeña parte de afortunados parecen sentirse bien y crecer personalmente mientras lo desarrollan, de modo que al final el trabajo se convierte sólo en un trámite necesario para obtener dinero: en una verdadera maldición bíblica. La felicidad queda relegada al tiempo de ocio. Pero curiosamente un sistema que prima la competitividad y nos llena de falsos espejismos de éxito –habría que discutir en qué reside el éxito realmente– o de expectativas materiales que sólo se alcanzan comprándolas, nos deja cada vez menos tiempo para el asueto.
Los pequeños grupo de cazadores-recolectores del Paleolítico trabajaban lo estrictamente necesario para subsistir. Una vez alcanzadas las necesidades se daba paso al ocio. La tribu se reunía y escuchaba historias a la luz del fuego, se jugaba con los niños. Hoy la gente permanece aislada frente a la TV, y cuando comparte con sus semejantes espacios, a menudo se aísla igualmente: mediante la oscuridad y el silencio en los cines o mediante las cegadoras luces y el ensordecedor ruido en las discotecas. Como apuntábamos antes, el hombre parece haber olvidado que es un ser gregario, dentro y fuera del trabajo.
Cuando salimos a buscar el pan ya no es posible topar con tigres dientes de sable; los únicos colmillos son los del jefe o los del banquero que nos ofreció la hipoteca. Sigue siendo un paisaje hostil e insidioso, aunque sospecho que la lucha entonces no era más desigual sino más leal. Los paleontólogos, basándose en el estudio de los restos óseos, no albergan ninguna duda: nuestros antepasados vivían mucho menos. No seré yo quien lo rebata. No obstante a veces me pregunto si no lo harían más felices. Al menos ellos sabían qué posición ocupaba en sus vidas el trabajo: sabían delimitarlo y usarlo en su propio beneficio, no se dejaban fagocitar por él.
Algunos grupos étnicos minoritarios, por ejemplo en el Amazonas, siguen manteniendo sistemas económicos muy similares a los de nuestros antepasados; no optan por el crecimiento y acumulación constante que están llevando al agotamiento de los recursos naturales del planeta, sino por la respetuosa convivencia con el medio. Nosotros reducimos sus espacios vitales, esos que ellos explotan de forma sostenible desde hace siglos, y los denominamos salvajes. Es cuestión de opiniones. A mi me parece más bien un caso muy similar al de la zorra y las uvas. Sentirnos superiores nos reconforta de camino al trabajo en el pequeño utilitario del que aún nos quedan letras por pagar o en los transportes públicos abarrotados. Mientras, las insaciables fauces se abren un día más…
                                                                  S. G. I., Hervás, 20 de septiembre de 2012 


Expulsión del Paraíso, Cosme Proenza Almaguer

Para escuchar la versión de Van Diemen's Land incluída en Celtic Spirit

Para escuchar Van Diemen's Land por The dubliners


Para escuchar a U2 interpretando Van Diemen's Land

LA CHORRERA: DESHACIENDO ENTUERTOS


A la vista de los grupos de personas que una va encontrando a su regreso de La Chorrera a lo largo de todo el año, he decidido introducir esta entrada con el fin de deshacer algunos mitos e ideas erróneas que se han venido creando y alimentando en los últimos tiempos sobre el conocido paraje y sobre el modo de acceder a él. Ideas que, en algunos casos, podrían colocar en un apuro al visitante menos avezado.

Intentaré ser lo más breve, clara y didáctica posible. No obstante, aquí estoy para cuanto podáis necesitar. Y por supuesto se agradecerán todas las puntualizaciones que tengáis a bien proponer.



¿Puedo llegar a La Chorrera en coche?

No. Te haya dicho lo que te haya dicho quien te lo haya dicho, la respuesta es taxativamente no. Siguiendo la ruta tradicional, si has salido de donde estés hospedado con el coche (cosa que yo os rogaría que no hicieseis), habrás de dejarlo frente a la Casa (o Fábrica, como decían antiguamente) de la Luz, unos veinte metros antes. Entonces verás las marcas en las piedras que indican la subida por el monte de roble, el inicio de las Vueltas de la Luz (o las treinta y dos vueltas).

Por supuesto hay más formas de llegar a La Chorrera, aunque no sean las habituales y no mucha gente recurra a ellas. No obstante, tampoco ninguna de las otras os permitiría llegar hasta allí con coche. Es un paraje afortunadamente inaccesible para las carreteras, lo que la ha salvado del deterioro que han sufrido progresivamente lugares como La Tejea, que sigue siendo muy hermosa pero se muestra cada vez más sucia.



¿Qué es la Casa de La Luz?

En contra de lo que algunos de vosotros pensáis, no vais a encontrar allí torres eléctricas particularmente llamativas o cosas por el estilo. Veréis sencillamente un caserón antiguo (que no es visitable). En efecto antiguamente La Fábrica de la Luz abastecía de electricidad al pueblo, y por eso se le dio tal nombre.



¿Cuándo se acaban las vueltas?

Está pregunta es quizá la más recurrente y te la suelen proponer con la lengua fuera y entre resoplidos. El tramo de las vueltas en realidad no es largo, pero en efecto resulta empinado y deduzco que quienes no están acostumbrados a hacer ejercicio o fuman lo deben de sufrir bastante. Yo siempre digo lo mismo: el canal os anuncia cuándo estáis llegando. Cuando el camino se bifurca entre el que sube a La Chorrera y el que sigue de frente hasta llegar a las Charcas Verdes, vosotros veis claramente la gran tubería por la que baja el agua del canal. Luego la vegetación os la oculta. Pues bien, cuando comience a hacerse claramente visible de nuevo, quiere decir que ya estáis llegando a lo alto.



¿Cuánto se tarda en llegar desde la Casa de la Luz hasta La Chorrera?

Esta es otra de las preguntas que más se escuchan y que más gracia hacen. Como os digo siempre, todo depende del ritmo al que andes. Yo puedo decir lo que tardo yo, pero también puedo asegurar que muy pocos subirá las vueltas en el tiempo que suelo emplear en verano. En los planos que encontraréis en la Oficina de Turismo os marcan el tiempo calculado para cada ruta. Me parecen estimaciones exageradísimas que resultan ser en algunos casos, fundamentalmente los trayectos más largos, el doble del tiempo que yo suelo emplear. No obstante quizá quien los realizó tiene más idea de la velocidad a la que suele avanzar alguien que no esté habituado a andar en absoluto.

En cualquier caso, ese tramo no se realiza, como me ha llegado a decir un visitante que le había explicado un amigo (o el amigo era Superman o no había estado en su vida o, como supongo más probable, se tiraba el pisto indecentemente), en un cuarto de hora. En un cuarto de hora, si no te vas parando a cada momento y caminas con un cierto garbo, subiréis las Vueltas de la Luz. En verano, cuando el equipo pesa menos y permite mejor movilidad, yo he llegado a subirlo en siete minutos; pero os digo ya que eso no es humano y supongo que lo aguantan sólo quienes están acostumbrados a correr por montaña. Una vez que estáis arriba, el canal se recorre bien, en algo menos de diez minutos. Si optáis por la vía más segura que os proponía hace unos días, ese tramo os llevará unos cinco minutos más (siempre a buen paso). Si seguís por el canal, el trepar en el último tramo os llevará algo menos de diez minutos para hacerlo con mucha prudencia, como corresponde.



¿Durante el otoño, invierno y primera parte de la primavera, he de mojarme los pies para acceder a La Chorrera?

Obligatoriamente. Si calculáis bien por dónde cruzar el arroyo que atraviesa el canal, serán sólo veinte segundos de dolor cuando el agua está más crecida, y muchos menos cuando el caudal es más moderado. Como os he recomendado en múltiples ocasiones, no intentéis pasar corriendo: podríais resbalar y ser arrastrados. Si lleváis buenas botas de montaña, lo podréis atravesar sin descalzaros. Si existe el riesgo de que se os moje el calzado por dentro, deberéis descalzados y secaros al llegar a otro lado. Aunque aquí estáis a baja cota, en invierno llevar los pies mojados puede resultar muy arriesgado, sobre todo en recorridos largos a mayor altitud.



¿Puedo vestirme de cualquier forma para visitar La Chorrera?

Hombre, si te da por ahí, puedes ir hasta vestido de lagarterana: aquí somos muy respetuosos con las costumbres y libertades del prójimo. Otra cosa es que quizá no sea lo más apropiado. He llegado a encontrar en ese recorrido personas vestidas de calle, como te los encontrarías en la Gran Vía de Madrid, por ejemplo. Incluidos los zapatos. Personas a las que evidentemente nadie se había molestado en explicarles que La Chorrera no es un parque público. Porque un error frecuente es dar por sentado cosas que un visitante no tiene por qué saber.

Resumiendo: el calzado y la ropa han de ser deportivos. NO ROPA DE SPORT PARA CIUDAD, SINO ROPA DE MOTAÑA. Esto implica zapato o mejor aún bota de montaña, y ropa preferentemente técnica. En entradas anteriores hemos hablado ya de la bondad de estas prendas. En el caso de La Chorrera, dado que es una ruta sin complicaciones, a pesar de que sigo aconsejando la bota de trekking, sería posible llevar zapatillas deportivas para correr por montaña (nunca zapatillas deportivas de tenis u otras sin apenas suela y sin suficiente agarre), aunque con la piedra suelta el pie os sufrirá más que con las botas.

Calzar y caminar correctamente no sólo os evitará sufrimiento, sino que evitará también que remováis el terreno suelto innecesariamente. Y esto no deja de ser un gesto de solidaridad para con quienes accederán al mismo paraje después que vosotros. Como hemos repetido en más de una ocasión, la montaña, incluso si habitualmente viajas solo, ha de servir también para aprender a pensar en los demás.



¿Me puedo bañar en La Chorrera?

Pues mira, todo depende de los redaños que le eches al asunto. A ver, en invierno no creo que haya nadie con la suficiente moral, pero en verano es posible. De todas formas yo he visto entrar en el agua con aire de suficiencia a personas que segundos después salían gritando y con partes del cuerpo de un exótico color. Por supuesto por las pistas el agua está aún más fría. En realidad meterse es una cuestión de control mental: si superas esos momentos en los que te parece que los ojos se te van a salir de cráneo y que perderás las partes del cuerpo sumergidas, cuando ya no se siente que el frío del agua quema, la barrera del dolor se ha hecho añicos. Lo traumático son los primeros minutos.

No obstante, La Chorrera no es un lugar para ir a bañarse. Para eso tenéis otras zonas más apropiadas y cercanas.

¿Puedo ir a La Chorrera con niños?

Nunca os lo agradecerán lo bastante. Yo fui la primera vez con cinco años y resultó toda una experiencia. Debéis recordar, eso sí, que la montaña, incluso los recorridos sencillos como éste, no es un juego. Se puede y se debe disfrutar, pero siempre tomándola en serio. Es la mejor forma de evitar disgustos. Especialmente en las zonas más peligrosas del canal, los niños siempre entre dos adultos.


Acabaré con dos ruegos. El primero es que visitéis La Chorrera caminando. No está lejos del pueblo y no es necesario llevar el coche hasta la Casa de la Luz. El coche contamina, incapacita al ser humano (el individuo medio suele gozar de un estado físico que va de lo mediocre a lo lamentable) y ocasiona la muerte de muchísimos animales. No tenéis idea de la cantidad de bellísimas salamandras que perecen aplastadas por los coches desde que se asfaltó el trayecto hasta la Casa de la Luz.

La otra petición es que no dejéis residuos de ningún tipo a vuestro paso. Todo lo que habéis llevado en vuestra mochila hasta allí, en vuestra mochila debe volver al pueblo. Los papeles, latas, envases vacíos, bolsas, pilas y demás no deben quedar esparcidos por la montaña. No es un bonito regalo: afean el entorno y casi todos ellos resultan peligrosos de una forma o de otra para los animales que allí habitan. Recordad que ésa es su casa, y allí nosotros somos sólo invitados. Nos recibe hospitalariamente, así que hay que aprender a ser huéspedes respetuosos.

CÓMO INTERPRETAR LAS MARCAS SOBRE EL TERRENO QUE SEÑALAN LAS RUTAS DE HERVÁS


Como nunca te acostarás sin saber una cosa más, hoy descubro que hay personas que no saben interpretar las marcas en el terreno con las que se han señalado diversas rutas clásicas de Hervás. Así que vamos a ello. En realidad es una tontería, pero como os explicaré yo tengo mis objeciones. Luego cada uno…

Los senderos de Hervás aparecen marcados en blanco y amarillo (si se os queda pequeña esta montaña y visitáis la de otros pueblos cercanos, como por ejemplo mi querida Gargantilla, comprobaréis que tienen otros colores). En principio las líneas paralelas indican que el camino es transitable, y la equis que no lo es. Sin embargo en nuestra última entrada sobre La Chorrera aconsejábamos tomar un sendero marcado con una equis… De hecho, una buena parte de los senderos marcados con equis sí son perfectamente transitables y a veces conducen a lugares muy interesantes.

¿Es que acaso los habitantes de Hervás pretenden quedarse con los turistas? ¿Colocan marcas falsas para que los visitantes se pierdan? ¡Pero qué mala uva que tiene esta gente! Pues no, y hay quien todavía hace buenas pitarras, aunque vecinos con una cierta edad afirmen que no alcanzan a las de mi bisabuelo.

Entonces habría que interpretar más bien que las líneas paralelas indican que el camino es el correcto y la equis que no lo es. Y aquí está el meollo de la cuestión porque el camino es el correcto para ir a donde quien lo ha marcado se ha metido en la cabeza que vosotros querréis ir si lo habéis tomado. Según su lógica, por ejemplo, si yo estoy en Marinejo he de querer ir por fuerza a La Chorrera, y por ello me marcarán con equis caminos que podría tomar para llegar a la Heidi y de allí al Pinajarro, por ejemplo. De locos. Y qué sabe nadie a dónde se me mete a mí en la cabeza ir cada día. ¿Veis por qué de vez en cuando me da por abandonar pistas y caminos e ir monte través? Resistencia activa, señores, resistencia activa.

Diría que el sistema nace de la costumbre de decirle a la gente lo que tiene que hacer y cómo. En fin. Personalmente prefiero decidir cómo llegar a donde quiero llegar. Como le decía hoy a un caminante que me pedía indicaciones, desde cualquier punto se puede llegar a cualquier lugar interesante que uno quiera visitar: sólo hace falta conocer lo suficiente la montaña. Otra cosa es que ir a la Tejea pasando por el Pinajarro en lugar de llegar directamente desde el pueblo pueda alargar un “poquito” el trayecto innecesariamente. Pero como sigo pensando que más importante que el objetivo es el camino…

Comprendo que algún sistema tenía que adoptar para facilitare las cosas a quienes no conocen la zona, pero con todos los respetos a veces tengo la sensación de que así se les trata un poco como a ratoncillos de laboratorio. Y según observo, con ese sistema ni siquiera se evita siempre que los turistas se líen. Si quienes optaron por ponerlo en práctica de verdad caminasen a diario por la montaña, se darían cuenta por sí mismos de la confusión que a veces llega a crear y de las decisiones tan arbitrarias que a veces implica sobre las rutas marcadas. A lo mejor se podría haber optado por marcar cada ruta con colores diversos, de forma que en algunos puntos clave, como las Tabladillas o Marinejo, podría haber confluido más de un color.

Se me dirá que es fácil criticar viendo los toros desde la barrera, pero es que esto es como diseñar zapatos de señora: si quienes se obcecan últimamente en colocarles a todos esos tacones imposibles y antiestéticos (sigo diciendo que, al forzar la posición de la pierna, exageran los gemelos: piernas de jugador de fútbol profesional) tuviesen que caminar con ellos, dejarían de hacerlo. Como la vida no es blanca o negra, entre los tacones de veinte centímetros y las manoletinas planas ha de haber todo un mundo por descubrir o recuperar.

CÓMO ACCEDER A LA CHORRERA DE LA FORMA MÁS SEGURA DURANTE LOS MESES DE MAYOR CAUDAL DE LOS RÍOS



Hoy, regresando de un paseito por La Chorrera, encuentro en el canal a un matrimonio con niños muy pequeños que me preguntan si les queda mucho. Me preocupo y decido escribir esta entrada atendiendo a la necesidad de velar por la seguridad de los visitantes, no sólo de los que viajan con niños. Os daré aquí las mismas explicaciones que les he ofrecido a ellos, como a los caminantes que he encontrado poco después e incluso más abajo, ya a la altura del embalse del Horcajo.
Nuestro objetivo hoy es aprender cómo llegar a La Chorrera de la forma más segura, lo que en la práctica quiere decir evitando el canal en el tramo final. Recordaréis quizá que ya en el pasado os expliqué cómo evitar las zonas del canal que habitualmente se desbordan en los períodos de más lluvias o deshielo en las cotas altas, esos tramos viejos del canal que se vuelven particularmente peligrosos por la acción de la erosión hídrica. Entonces os aconsejaba regresar al canal apenas superados estos tramos. Me movía a ello el temor de que perdieseis la senda y os dieseis un susto. Cierto es que si uno sabe dónde queda La Chorrera, aunque sea trepando por el monte (que de todas formas no es especialmente aconsejable en este periodo del año, sobre todo con la resbaladiza hierba seca, las retamas muertas a las que nunca debéis agarraros porque se quebrarán, el rocío semicongelado...) sabrá encontrarla, pero si uno no ha estado nunca antes... No obstante, lo más seguro sería no abandonar la senda hasta bajar al salto de agua, porque ello nos evitaría la etapa del trayecto que resulta más conflictiva: trepar una vez se abandona definitivamente el canal. Además os ahorrará tiempo. Hoy analizaremos las calves que hay que recordar para transitar esta senda sin pérdida posible. Veréis que en realidad es muy sencillo.

Nosotros vamos a partir desde el punto del canal en el que, como veíamos en la entrada sobre la visita del 25 de diciembre, se hace necesario meter los pies en el agua (encontraréis fotos muy elocuentes en entradas aún más antiguas). Para saber cómo llegar hasta aquí podéis dirigiros a las primeras entradas de este blog, en las que se hablaba del emblemático salto de agua.

Una vez hemos atravesado el arroyo, no continuamos por el canal, sino que tomamos la senda que se abre a nuestra derecha, justamente la que aparece marcada en una piedra como no transitable mediante una cruz blanca y amarilla. Es muy estrecha y ahora aparece cubierta por las hojas de los robles, pero en realidad no tiene pérdida porque algunos la seguimos usando incluso en el periodo más frío del año. Deberéis estar más atentos al terreno, eso sí, si subís con nieve, cuando ya no se percibe el rastro de la misma bajo el manto blanco. Al principio iréis tranquilos porque desde la senda seguís viendo el canal, pero como vosotros vais subiendo progresivamente, al final lo perderéis de vista. Nada de pánico. Lo único que hay que recordar es que debéis seguir mirando a vuestra izquierda. Cuando veáis aparecer los restos de unas casillas en piedra, os paráis y os colocáis de espaldas a los mismos. Ahora tenéis a vuestra derecha la senda por la que habéis llegado hasta allí, y de frente veis un muro muy bajo cubierto por el musgo. Si prestáis atención, a la izquierda del muro encontraréis un viejo cierre de alambre de espino. Debéis caminar pegados al muro, siguiéndolo hasta el final. Sencillísimo, ¿no?















Esta senda confluye con la subida desde el canal en una enorme roca marcada con las dos rayas paralelas que indican camino transitable. Desde allí podéis descender tranquilamente para ver de cerca el salto de agua. Al regresar, evidentemente, cuando os encontréis sobre la gran roca, debéis recordar tomar el camino de vuestra izquierda, que es la senda por la que habéis llegado, ya que el de la derecha es el que os obliga a bajar por el terreno suelto y removido hasta el canal.




En cualquier caso, hay que añadir que en este momento el canal es perfectamente transitable en su totalidad; lo he inspeccionado hoy mismo. Si decidís tomar este camino, lo encontraréis cerrado con unos troncos. Pasáis por debajo sin problemas. Recordad que cuando encontréis en medio del canal una piedra triangular de buen tamaño marcada por las dos rayas paralelas, como ya veíamos en si día al explicar pormenorizadamente esta ruta, querrá decir que debéis comenzar a trepar por el terreno removido que queda a vuestra derecha.

PARA QUIENES SALÍS AL MONTE CON VUESTROS COMPAÑEROS DE CUATRO PATAS, EXTREMAD LAS PRECAUCIONES CONTRA LAS SALAMANDRAS

Para empezar desearía puntualizar que las salamandras son seres adorables y muy atractivos. No hay por qué temerlas; son animalitos inofensivos que evitan al ser humano y demasiado a menudo perecen aplastados bajo los neumáticos de los coches. No son agresivas, pero tienen la desgracia (o fortuna para ellos, pues en realidad carecen de otra defensa contra los depredadores) de poseer glándulas venenosas. La secreción lechosa que rezuma la piel de la salamandra es irritante si se pone en contacto con ojos o boca, aunque no resulta peligroso para el hombre.
Es un privilegio verlas, pues se suelen esconden bajo la hojarasca húmeda. Pero esto no quiere decir que no descansen en el sotobosque que nosotros recorremos durante nuestras caminatas. Nuestros perros, que conservan aún una parte de sus instintos s pesar de la domesticación a la que han sido sometidos durante milenios por el hombre, muy a menudo son capaces de detectar su presencia incluso sin verlas. No es raro que entonces efectúen movimientos anómalos alrededor de la hojarasca en la que se esconden, una especie de danza circular entre curiosa y frenética. Quizá pretenden marcar su presencia, pero el problema es que algunos perros no se conforman con eso y deciden degustar uno de estos animalitos. Las consecuencias pueden ser fatales: conozco algunos casos de perros de pequeñas dimensiones muertos en estas circunstancias. Conviene indicar que algunos de ellos eran perros de Hervás, perros de pueblo. Esto demuestra claramente que esa teoría según la cual sólo los perros de ciudad han perdido una buena parte de sus instintos y son incapaces de discernir los peligros, no es correcta.
De aquí en adelante hasta que se acerquen los calores del verano y la sequía impida la presencia de las salamandras, mi consejo es que a la menor actitud extraña por parte de vuestros perros, os aseguréis de apartarlos de la zona en la que es probable que haya una escondida. No obstante, al mismo tiempo os rogaría que procuraseis proteger a estos bellos animales que además de ser una joya de la naturaleza ayudan a reducir la población de insectos molestos.

ABIERTA LA VEDA: CONSEJOS ÚTILES PARA NO ACABAR COLGANDO COMO UN TROFEO EN ALGÚN SALÓN


El desenlace de mi salida de hoy me lleva a abordar un tema que hasta ahora no se me había ocurrido tratar por considerarlo más bien obvio: interacción entre caza y senderismo. Cae por su propio peso que, aunque los aficionados a ambas actividades intenten respetarse mutuamente y convivir pacíficamente, el senderista se verá obligado a evitar a los cazadores por razones de seguridad. Ni que decir tiene que los cazadores, comprendamos o no su afición, no salen a cazar montañeros. Quiero pensar que la mayor parte (por razones obvias excluyo a los furtivos) son no sólo buena gente sino además personas responsables y diestras. Yo misma, a pesar de ser una apasionada amante de los animales, tengo algún amigo cazador, personas equilibradas y bondadosas en el día a día que se demuestran además buenos conocedores de la naturaleza y que, de alguna forma, logran hacer compatible esa afición suya con el amor hacia los seres vivos. Aunque yo no lo pueda entender, siempre he dicho que todos estamos hechos de contradicciones. Seguramente a mí me resultan tan extrañas las de los demás como a ellos las mías. ¿Que si me gustaría que nadie sintiese el impulso de tirarse al monte con una escopeta al hombro? Por supuesto. Pero también soy consciente de que algunos de los animales que criamos para alimentarnos mueren e incluso viven con dolor. Como soy consciente de que para que yo pueda comprar un filete en el mercado, alguien me tiene que estar haciendo el trabajo sucio. Y a ese alguien le debo una gratitud inmensa, porque a mí me resultaría extremadamente difícil matar cuanto me como.
Vaya por delante, por tanto, que esto no pretende ser en ningún momento un alegato contra la caza y mucho menos contra los cazadores No obstante, como todos sabemos bien, inconscientes los hay en todos los lugares (también, es de suponer, entre los senderistas). Eso por no mencionar los accidentes que se pueden producir por el cansancio, la reducida visibilidad en según qué terrenos, la variable imprevisible que introduce el estar tratando con animales, etc. Todo ello exige que el senderista se aleje de las zonas en las que usualmente se practica la caza, cualquier persona razonable lo sabe sien sin necesidad de que yo venga a decírselo. Sin embargo hoy, que me he visto inmersa de forma involuntaria en una batida a la bajada del Pinajarro, me he dicho “y si el senderista no está en disposición de alejarse de los cazadores, si se encuentra en una situación de este tipo, rodeado de decenas de personas armadas, de perros que ladran insistentemente y, en el peor de los casos, si uno tiene la pésima suerte de toparse con algún animal herido dispuesto a vengarse sobre el primero que encuentre, ¿sabrá qué hacer para minimizar los riesgos? Por si no es así, aquí os dejo alguna sugerencia.
1.Si observáis carteles que os hagan pensar que estáis transitando un lugar en el que podría haber cazadores u oís disparos, no hagáis caso omiso y abandonad la zona inmediatamente. Ya sé que fastidia muchísimo cuando las circunstancias te impiden finalizar el recorrido que tenías previsto y que quizá os toque volver sobre vuestros pasos después de haber recorrido muchos kilómetros “para nada” (lo que molesta aún más cuando observas que los cazadores llegan en coche totalmente frescos y sin ningún esfuerzo), pero naturales mosqueos aparte, lo realmente importante es regresar a casa de una pieza.
2.Si, como me ha sucedido hoy a mí, ya os encontráis en medio del fregado:
2.1. Evitad el pánico pero alejaos cuanto antes. No corráis, pero tampoco perdáis el tiempo.
2.2. Transitad a ser posible siempre las pistas o caminos. El objetivo principal es moverse en zona despejada para que nos puedan ver bien. Si nos convertimos sólo en un ruido entre la maleza, podría resultar muy peligroso.
2.3. Si tenéis la costumbre, como es mi caso, de usar en vuestras salidas ropa de colores poco llamativos o que se mimeticen con el paisaje (lo que normalmente, si nos movemos con cautela, nos permite observar más fácilmente la fauna), no estará de más que llevéis durante la estación de caza algo de colores vivos con lo que llamar la atención. Un pañuelo rojo puede ser una buena opción, os ocupará poco espacio en la mochila y os lo podréis colocar fácilmente en cualquier momento.
2.4. Haced notar vuestra presencia a los cazadores apenas os sea posible. Seguramente ellos harán correr la voz entre sus compañeros de que hay alguien ajeno a la montería transitando por la zona, de forma que se aumentará la prudencia a la hora de disparar.
2.5. Si tuvieseis la pésima suerte de encontraros con un jabalí herido, la única opción es evitarlo como se pueda. Los animales salvajes que normalmente podréis encontrar no atacan si no es para defenderse, porque se sienten agredidos de alguna forma (lo que ocurre es que nosotros a veces no somos conscientes de haberles hecho sentir acorralados). De hecho, normalmente el impulso natural de una animal herido será el de huir. Sin embargo, en el transcurso de la cacería al jabalí no se le permite hacer esto, se le hostiga insistentemente. Obviamente el resultado es que el animal se enfurece cada vez más y arremete contra quienes le rodean, ya sean perros u hombres. Convendría tener claro que un jabalí adulto, a pesar de su enorme envergadura, es muchísimo más veloz de lo que uno podría imaginar y que sus colmillos son como cuchillas: si envisten, no es infrecuente que el desgraciado al que pille por medio acabe con una pierna abierta. Para que el lector se haga una idea, mi bisabuelo paterno, cazador profesional especializado en el jabalí, aconsejaba siempre a los neófitos que si erraban el disparo o éste rebotaba contra el animal (porque además hay que saber a qué parte conviene disparar y más entonces, que no se mataban moscas a cañonazos precisamente), no intentasen suerte una segunda vez, sino que soltasen la escopeta y se subiesen rápidamente a un árbol. Eso sí, hay que escoger un árbol lo suficientemente robusto, porque si un adulto de buen tamaño y enfurecido (lo que sucede también frecuentemente con las hembras acompañada por sus rayones, que sencillamente intentan proteger a los pequeños) echa a correr monte abajo, es perfectamente capaz de llevarse por delante árboles jóvenes
Para quien piense que tanta precaución resulta superflua, que al fin y al cabo quienes participan en estas monterías seguramente serán experimentados aficionados a cuyo control nada puede escapar, diré que la de hoy (que se ha desarrollado en la pista de la Tejea, pista Heidi y la pista superior que nos conduce al Pinajarro. Como veis, zonas que nosotros transitamos constantemente) se ha saldado con dos perros muertos, algunos más lesionado, y un cazador herido en una pierna por el ataque de un jabalí. Como os repito a menudo, la seguridad en la montaña debe ser nuestro primer objetivo, más importante aún que disfrutar al máximo, y la seguridad pasa siempre por no confiarse jamás. La mayor parte de los accidentes se producen en terreno fácil, por despistes, porque bajamos la guardia. Jamás hay que salir con miedo, pero sí con humildad y prudencia.

LA MONTAÑA COMO ESCUELA DE SOLIDARIDAD

En múltiples ocasiones hemos mencionado que las largas caminatas refuerzan nuestro carácter y nos hacen conocernos mejor y confiar más en nosotros mismos. Esto podría hacer pensar que el senderismo es una actividad que alimenta el individualismo. Nada más lejos de la realidad. Los recorridos por la montaña tienen la virtud de recordarnos que el hombre es un ser gregario, que ningún individuo es una isla. Los aficionados al trekking saben que una vez emprendemos una marcha, dejamos de pensar en singular para pasar a pensar en el grupo. Dejamos de ser yo para convertirnos en nosotros. Un buen compañero de caminatas está siempre pendiente del resto de miembros que componen su grupo.

Esto en la práctica implica:

1. No dejar jamás atrás a ningún compañero. Debemos saber en todo momento dónde está cada uno de los miembros del grupo.
2. En terreno especialmente difícil (por ejemplo si estamos atravesando un río y es necesario saltar de piedra en piedra, con la consecuente dificultad para mantener el equilibrio), esperar al compañero que nos sigue y mantenernos alerta para echarle una mano si fuese necesario.
3. Si nos acompañan personas que tienen vértigo y nos vemos obligados a caminar al borde de un barranco o por cualquier camino que pueda desencadenar el miedo a las alturas, siempre que sea posible, procuraremos colocarnos entre nuestro compañero y el vacío. Si no es posible evitarle la visión del vacío, para infundir tranquilidad en quien padece este problema a veces puede ser suficiente cogerle de la mano o simplemente hacerle notar que estamos cerca de él.
4. Si estamos atravesando un bosque denso y es necesario abrirse paso entre ramas o maleza, no soltaremos la vegetación hasta que estemos seguros de que quien nos sigue haya tomado las medidas necesarias para que ésta no pueda herirle.
5. Si avanzamos por un terreno bastante removido, debemos caminar correctamente para evitar que los compañeros que nos siguen encuentren mayores dificultades aún.
La lista es infinita y variará según la travesía que estemos abordando y sus particulares condiciones. En realidad no será necesario que nadie nos explique lo que debemos hacer en cada caso para facilitarle la travesía a nuestros compañeros. Bastará con que aprendamos a pensar en todo momento en sus necesidades, que básicamente serán las nuestras, y hagamos cuanto esté en nuestra mano para satisfacerlas.

CÓMO ACTUAR EN PRESENCIA DE ABEJAS


No es extraño que los senderistas encuentren durante sus salidas por la montaña panales de abejas colocados cerca del camino que deben transitar. Normalmente las colonias de abejas son acotadas convenientemente. Y si su propietario es una persona responsable, señalizará correctamente las colonias con carteles lo suficientemente grandes como para que nos percatemos desde lejos de su presencia.
En general, lo más juicioso es evitar circular cerca de los panales. No obstante, en algunas ocasiones puede resultar irremediable. Por eso hoy daremos unos cuantos consejos prácticos sobre cómo comportarnos entonces.
Para empezar deberíamos tener claro que las abejas no son animales agresivos. La abeja no clavará su aguijón a menos que se sienta agredida. Es lógico que este animal use su única arma sólo para defenderse, ya que le costará la vida. El aguijón de la abeja es un ovipositor modificado, por lo que cuando lo clava con él pierde también una parte de sus órganos abdominales.
Las abejas son insectos laboriosos, ordenados y abnegados. Las distinguen cualidades admirables a las que además se une un considerable atractivo. Si os fijáis detenidamente, descubriréis que su abundante vellosidad las convierte en el insecto más similar a los mamíferos, por los que el hombre suele sentir una especial debilidad. Si perdéis un poco de tiempo en observarlas detalladamente, descubriréis que producen una especial ternura, que son casi como peluches en miniatura.
Las abejas son animales utilísimos que nos abastecen de la miel, jalea, polen y propóleo, productos con múltiples propiedades beneficiosas. Estos insectos han convivido con nosotros desde tiempos inmemoriales. Utilizamos su cera para hacer velas y en los últimos años incluso sus picaduras están siendo usadas con fines medicinales (para curar por ejemplo reuma, lumbago o ciática). Por todo ello deberían merecernos un respeto. No tienen que ser temidas y tanto menos odiadas. No obstante, hay que ser prudentes en su presencia para evitar que puedan llegar a malinterpretar nuestras intenciones.
Si una abeja nos pica, el pequeño saquito con veneno que va unido a su aguijón hará que sintamos un dolor considerable. Si somos alérgicos a él, la situación puede volverse peligrosa. Quien sufre de anafilaxia podría arriesgar incluso la vida si fuese picado. Por tanto, quienes son conscientes de sufrir este problema deberían llevar siempre encima un kit con su tratamiento y sus correspondientes instrucciones médicas para inyectarse llegado el caso.
Los riesgos que corremos al tratar con ellas aumentan considerablemente si circulamos cerca de sus panales y por ello deberemos extremar las precauciones. Debemos tener en cuenta que si las abejas interpretan que amenazamos la seguridad de sus panales, no nos picará una, sino muchas al mismo tiempo.
La medida más básica si nos vemos obligados a pasar cerca de uno o varios panales es caminar con mucha calma, sin hacer aspavientos ni movimientos bruscos. Debéis mantener la tranquilidad incluso si las abejas se os acercan. Si deciden posarse sobre vosotros, no opongáis resistencia. En definitiva, dejadlas hacer todo lo que quieran sin reaccionar. Sobre todo nada de manotazos para intentar espantarlas, pues eso podría desencadenar el ataque.
Ayudará también a evitar un exceso de atenciones por su parte el no hacer uso de perfumes demasiado intensos ni llevar ropa de colores muy vivos.
Si por algún motivo comenzasen a picaros, alejaos lo antes posible de la zona, pero siempre sin aspavientos. Al picar, la abeja libera una feromona que incita al resto de miembros de la comunidad a picar también.
Evitad abrir la boca para gritar; las picaduras en la lengua y laringe pueden cuasar la asfixia.
Si habéis sido picados ya por una baja, podréis evitar el dolor si lográis detectar el punto en el que se encuentra el aguijón y lo desprendéis delicadamente (si no lo manipuláis correctamente, podéis colaborar a que el veneno actúe aún más rápido) antes de que el veneno de su saquito pase a vuestro organismo.
Si eso no es posible, podréis reducir el dolor aplicando barro en la zona afectada. Si tenéis a mano hielo, puede actuar como anestésico y reducir la hinchazón. Contra el dolor también es útil el vinagre o el amoniaco

LA IMPORTANCIA DEL LENGUAJE

Hoy, en previsión de las rutas que os propondré en los próximos días —rutas recias que discurrirán por las montañas de Gargantilla y que probablemente tendréis que realizar sin llevar un plano en el bolsillo—, vamos a abordar un argumento que considero fundamental: usar con corrección el lenguaje puede ayudarnos a mantener la calma y la estabilidad emocional cuando nos desorientamos. Demasiadas veces oigo cómo se emplea el verbo “perderse” a la ligera. Y eso es totalmente contraproducente, uno de los peores errores que podéis cometer cuando os encontráis en dificultades.
Jamás debéis considerar que os habéis perdido hasta que la evidencia sea irrefutable.
Perder la senda que estamos recorriendo, o incluso llegar al punto de no saber dónde nos encontramos exactamente, no significa en absoluto que nos hayamos perdido. Perderse no consiste en no saber con total seguridad en qué dirección debemos caminar para alcanzar nuestro objetivo, sino en no ser capaces de desandar el camino andado, de regresar por donde llegamos al lugar en el que nos encontramos. Mientras que eso no suceda (y no pasará si habéis seguido mis consejos sobre la forma de tomar una bifurcación correctamente), no estaremos perdidos. Como mucho, podremos decir que andamos algo despistadillos.
La diferencia es muy importante, porque cuando el excursionista poco experimentado empieza a repetirse que se ha perdido, la calma le abandona y a menudo entra en un estado de pánico que le impide razonar con claridad. Es probable que su mente se bloquee, que no logre recordar los lugares por los que ha pasado ni consiga orientarse usando la lógica. Es entonces cuando se corre el riesgo de pasar de estar simplemente despistadillo a estar realmente perdido.
Debemos recordar en todo momento que, si resulta necesario, una persona puede llegar a orientarse incluso en una ruta que no ha afrontado antes y que no conoce en absoluto. Evidentemente, si pierdes el camino y te ves obligado a avanzar monte a través, sin contar ni siquiera con una senda estrecha o poco pisada, la marcha se hará más lenta y probablemente acabes arañándote las piernas, pero eso no significa que no consigas alcanzar tu objetivo. O, en el peor de los casos, que no logres regresar sin ayuda al punto de partida ileso, aunque un poco frustrado por no haber completado la ruta.
Por supuesto, lo óptimo sería no perder nunca el camino. Pero lo importante es que aprendamos a confiar en nuestra capacidad de subsanar este problema. Ésta es la mejor forma de mantener la cabeza fría. Recordad que el miedo y la desconfianza serán vuestros peores enemigos.
Esto nos lleva a abordar otro argumento importante: en la montaña jamás se debería dejar la mente en blanco. Ya sé que en las marchas muy largas, cuando estamos agotados, resulta tentador intentar evadirse del cansancio, y quizá incluso del dolor, apagando el interruptor del cerebro y encendiendo el piloto automático, caminando mecánicamente. No obstante, tenéis que aprender a evitarlo. La desatención implica riesgos, una distracción de segundos podría costaros caro incluso si no media ningún percance grave. Imaginemos, por ejemplo, que caminamos pensando en nuestras cosas y no tomamos el desvío que corresponde sino el sucesivo o el anterior, que podrían desembocar a muchos kilómetros de distancia del punto hacia el que nos dirigimos.
Una vez que uno se acostumbra, es perfectamente posible ir pensado todo el tiempo, analizando cada detalle del camino y grabándolo en la mente, planteándonos si la dirección que estamos tomando es la apropiada, y disfrutar de la travesía a un tiempo. Se trata de aprender a gozar de lo que estamos haciendo y relajarnos con ello pero manteniéndonos permanentemente alerta. Lo que no quiere decir en absoluto que debáis estar constantemente en tensión. Quizá os preguntéis cómo se consiguen conciliar ambas cosas. Pues muy sencillo: teniendo la total seguridad de que, en el momento en el que surja un imprevisto, sabremos resolverlo.
Para afrontar con naturalidad los imprevistos cuando llegan, para no vivirlos de forma traumática y encontrarnos en las mejores condiciones psicológicas para resolverlos, resulta muy útil aceptar que son el pan nuestro de cada día. Porque, en efecto, debemos ser conscientes de que cuando subimos a la montaña hay una infinidad de factores que escapan a nuestro control. Lo importante es prever todos aquellos que resulten previsibles y estar preparados para afrontar con entusiasmo y confianza los demás cuando se presenten. Que a buen seguro se presentarán antes o después.

CONSEJOS PARA LOS RECORRIDOS LARGOS

Muchos de los consejos que aquí propondré en realidad son aplicables a cualquier salida, pero tenerlos en cuenta resulta vital en trayectos largos.
Hemos hablado ya de la importancia de usar un buen calzado, pero usar la ropa apropiada también puede llegar a ser muy importante. Así que haremos algunas aclaraciones al respecto. Por razones obvias, buena parte de lo que aquí se diga resultará especialmente útil para las chicas.
1. Usad siempre sujetadores deportivos. Cumplen con su misión mucho mejor que los normales y difícilmente os provocarán rozaduras.
2. No empleéis tanga si no habéis comprobado personalmente que no os crea problemas en las marchas largas. En general lo más cómodo son los boxer de señora. Deberían estar ajustados pero no apretar.
3. Usad camisetas de algodón. Hay fibras que se ajustan más al cuerpo y resultan más atractivas, pero no hay nada tan sano para la piel como el algodón.
4. Si usáis pantalones cortos, aseguraos de que sean lo suficientemente largos como para que al caminar mucho no se produzcan abrasiones en la cara interna de los muslos (especialmente frecuentes en las mujeres, por constitución y por nuestra forma de andar).
5. Procurad llevar camiseta y calcetines de repuesto. Cuando os sintáis muy cansados, la ropa limpia puede ayudaros a recuperar los ánimos.
6. Es frecuente que en las largas caminatas se produzcan abrasiones en la cara interna de los brazos, cerca de las axilas. En general se debe al rozamiento de esta piel, muy fina, con la sisa de la camiseta. No obstante es cierto que la situación puede empeorar si no vamos bien depiladas, por lo que conviene asegurarse de estarlo la noche antes.
7. Llevad siempre en la mochila un botecito pequeño de crema (no quiero mencionar marcas, pero la que probablemente todos tenemos en la cabeza saca al mercado un tamaño minúsculo que no pesa ni ocupa apenas espacio) para combatir las irritaciones o abrasiones que puedan aparecer en los muslos o brazos.
8. Evitad las cremas para la cara en las horas precedentes a la marcha. No os permitirán transpirar bien y os harán sudar muchísimo.
9. Por el mismo motivo, evitad el maquillaje.
10. Evitad los geles o perfumes dulces (especialmente a la fruta). Si las moscas resultan siempre fastidiosas, en los recorridos largos pueden llegar a enloquecer a una persona. A pesar de que sigáis este consejo, acudirán en cuanto empecéis a sudar, pero al menos lo harán en menor número. Cuanto más temprano salgáis, menos moscas tendréis que soportar. Además, estos molestos insectos desaparecerán si la ruta se efectúa a una cierta altura.

EL FACTOR DETERMINANTE EN LAS MARCHAS MÁS DURAS

Hace unos días recordábamos la importancia de cuidar nuestros pies usando el calzado más apropiado, pues de su salud depende en gran medida que nuestra empresa llegue a buen puerto. No obstante, habría que subrayar ese “en gran medida”, ya que, como anunciábamos entonces, existe un factor aún más importante, uno que ocupa exactamente el extremo contrario de nuestro cuerpo: la cabeza.
Quienes no se han enfrentado nunca a esfuerzos físicos considerables probablemente no sepan que la resistencia depende en primer lugar de la voluntad, de la fuerza de nuestra mente. Cuando tenemos la sensación de que ya no podemos más, de que hemos llegado a nuestro límite, conviene recordar que un individuo medio, si se lo propone, es capaz de cosas que jamás habría sospechado. Quizá el cuerpo nos grite que no puede seguir adelante, pero nuestra mente está preparada para persuadirle de que lo haga.
Para ello se pueden aplicar técnicas muy sencillas. La primera consiste en repetirse que cualquier meta llega y, por lo tanto, aunque el camino pueda parecer infinito, antes o después estaremos de nuevo en casa y podremos descansar y tomar una ducha reparadora. En este sentido es aún más útil recurrir a las imágenes mentales que asociamos con ese regreso al lugar que identificamos con el descanso. Yo, por ejemplo, cuando resulta necesario, echo mano de una imagen archivada en mi mente, siempre la misma: mi mano abriendo de un empujón la puerta del jardín de mi casa (el mismo gesto que repito tras cada caminata y que se plasma en una imagen mental muy similar a la escena de El Gladiador en la que el protagonista abre la puerta de los Campos Elíseos).
A veces puede resultar esencial repetirse mentalmente “yo puedo”, pues el desaliento es el principal enemigo en las rutas complicadas.
Si padecéis dolores al caminar, el buen uso de vuestra mente también ayudará a paliar sus efectos. Recordad que todo tiene un límite y acaba antes o después, incluido el sufrimiento. El autocontrol es fundamental cuando el cansancio es extremo y, sobre todo, cuando acarreamos algún dolor ya sea por sobrecarga muscular o de cualquier otro origen.
Por último hay que indicar que la música puede hacer más llevadero el esfuerzo. Cuando el agotamiento es extremo, aconsejo en especial Ronin y Red warrior, de Hans Zimmer, y Main title y Promentory, de Trevor Jones (aunque las bandas sonoras de El último samurai y El último mohicano resultan muy útiles en su totalidad. No por casualidad he incluido varias de sus piezas en la sección La voz de la montaña). No obstante, cada uno de vosotros acabará encontrando la música que más le motive a continuar adelante.

En cualquier caso, hay que tomar la precaución de dejar siempre un oído libre y llevar la música lo suficientemente baja como para poder escuchar todo lo que sucede a nuestro alrededor. Para empezar, si no, nos perderíamos los sonidos de la naturaleza, y sin ellos el paisaje que se abre ante nosotros no sería lo mismo. Además, se trata también de una cuestión de seguridad. Evidentemente, jamás tendremos que enfrentarnos a una situación realmente peligrosa, pero, por poner un ejemplo claro y extremo, imaginemos que un cazador desaprensivo (una de esas personas poco serias que se compran una escopeta y salen el fin de semana a disparar a todo lo que se mueve) deja un jabalí herido por el monte. Siempre repito que no hay que temer a los animales salvajes por el mero hecho de serlo, pues suelen rehuir la presencia humana y no atacan si no media provocación o agresión previa (otra cosa es que los humanos a menudo no nos molestemos en aprender sus códigos y por ello se creen malentendidos), pero es que una posta alojada en alguna parte de su cuerpo es ya agresión más que suficiente, aunque no la hayáis provocado vosotros. Así que si un bicho como éste, que puede llegar a tener dimensiones más que respetables, viene monte abajo de un humor de perros (totalmente justificado), prefiero oírlo antes de llegar a verlo. Más que nada para poder tomar todas las precauciones que estén a mi alcance.
Para concluir, reiteraré que las largas caminatas refuerzan vuestro carácter. Os descubren el verdadero límite de vuestras fuerzas, demostrándoos que sois más resistentes física y mentalmente de lo que pensáis y, por tanto, aumentando vuestra autoestima y la confianza en vosotros mismos. Os hacen valorar el esfuerzo que cuesta lograr los propios objetivos. Os enseñan a tener tesón y paciencia. Y también a ser prudentes, a no correr riesgos innecesarios
Incluso las experiencias difíciles son utilísimas, pues agudizan vuestro ingenio y os enseñan a mantener la mente despejada y fría. No dejarse invadir por el pánico resulta fundamental para salir del atolladero.
En resumidas cuentas, aunque es mejor no obligar ocasionalmente a un cuerpo a realizar esfuerzos extremos para los que no está preparado (y por ello es aconsejable mantenerse en buena forma constantemente), un buen uso de vuestra mente os permitirá obtener de él incluso lo que aparentemente no puede dar.
Como veis, la montaña os ofrece mucho más de lo que exige de vosotros. Al menos si la sabéis tratar. A ella no hay que acercarse con miedo, pero sí con humildad y prudencia.

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