Abel fue pastor de ovejas y Caín, agricultor. Al cabo de un tiempo, Caín presentó como ofrenda al Señor algunos frutos del suelo, mientras que Abel le ofreció las primicias y lo mejor de su rebaño. El Señor miró con agrado a Abel y su ofrenda, pero no miró a Caín ni su ofrenda.
Caín se mostró muy resentido y agachó la cabeza. El Señor le dijo: "¿Por qué estás resentido y tienes la cabeza baja? Si obras bien podrás mantenerla erguida; si obras mal, el pecado está agazapado a la puerta y te acecha, pero tú debes dominarlo".
Caín dijo a su hermano Abel: "Vamos afuera". Y cuando estuvieron en el campo, se abalanzó sobre su hermano y lo mató. Entonces el Señor preguntó a Caín: "¿Dónde está tu hermano Abel?". "No lo sé", respondió Caín. "¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?". Pero el Señor le replicó: "¿Qué has hecho? ¡Escucha! La sangre de tu hermano grita hacia mí desde el suelo. (Gen 4: 2-11)
RECONCILIACIÓN
No se cierra ese agujero.
Si clamo al cielo,
en lo alto,
la boca desdentada engulle mis ruegos.
Silencio.
Mastica lento y escupe voces a destiempo:
exabruptos, sonidos corporales,
proyectiles o meteoritos.
Vomita,
devuelve compromisos no digeridos.
Se extiende el aliento viciado:
tufo a traición,
a malas acciones disfrazadas
de sanos principios.
Éxodo.
A la conciencia bajan refugiados
hastiados de tanto cinismo:
ciempiés prófugos en busca
de cálido asilo,
de oquedades acogedoras,
de cuerpos desprevenidos.
.
Tregua.
Erosiona el resentimiento,
desgasta:
en lugar de curvas,
aristas.
No hay plazas en el Paraíso,
que están ya todas vendidas.
(S. G. I. Madrid, 13 de octubre de 2011)