.

.

DOS PINCELADAS SOBRE HERVÁS


(S. G. I., Madrid, 13 de octubre de 2011)

EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.


Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.

Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.

CON EL SUDOR DE QUÉ FRENTE


7:30 de la mañana, un hombre de Cro-Magnon avanza aún somnoliento por la tundra en busca de caza. Entre tanto, su parienta y los niños recogen bayas y lagartijas. No muy lejos de allí, apenas cuarenta mil años después, el mismo Homo sapiens, trajeado y afeitado, se dirige hacia la oficina. Deducción: sólo se puede llenar la cesta de la compra trabajando. Al menos desde que el Señor nos expulsó del Paraíso, condenándonos a ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Y es que, aunque el trabajo dignifica a la persona, también puede convertirse en una maldición.
Corríamos tras un filete en el Paleolítico y lo seguimos haciendo ahora, aunque el de ahora te lo den en bandeja termoformada y en nada recuerde al animal del que –quiero seguir creyendo, porque dados los últimos experimentos para obtener carne a partir de células madre…– ha sido extraído. Ciertamente entonces la empresa se revelaba difícil, pues el mamut se resistía. No obstante no me parece que tras la subida del IVA el acceso a la ansiada supervivencia vaya a ser tarea fácil.
Pero volvamos a los grupos de cazadores de la Prehistoria. Una cosa les aseguraba el éxito: la colaboración, actuaban en bandas y por ello lograban su objetivo. Hoy el “cazador” se me antoja mucho más solitario. Y sospecho que el mundo en el que vive y trabaja fomenta de modo voluntario y nada inocente ese aislamiento. El grupo ya raramente está presente en el ocio, pero tampoco lo está demasiado en el trabajo. Pocos son los que saben trabajar realmente con los demás; la colaboración perece a manos de ese mal entendido individualismo que hemos ido sobrealimentando en las últimas décadas.
Nuestros antepasados no estaban especializados; cada miembro del grupo era capaz de desempeñar todos los trabajos necesarios para sobrevivir. En una economía de supervivencia, donde no hay excedentes y es imposible acumular riquezas, sólo cabe la igualdad social. El salto cualitativo en el mundo laboral comienza con la división del trabajo y culmina cuando aparecen intermediarios: cuando a alguien se le ocurre vivir del trabajo de los demás. El usufructuario del propio esfuerzo no es ya uno mismo sino otra persona que nos paga en dinero por ello. Introducimos por tanto un concepto nuevo, el de dinero, que comienza a disociarnos de nuestro propio trabajo. El sistema se perfecciona con la Revolución Industrial y el modo de producción capitalista: el trabajo se compra, se ejecuta a cambio de un salario, y unos pocos, los capitalistas, se convierten en inversores y obtienen beneficios de ese trabajo que no realizan en primera persona. Es aquí donde entra en juego el concepto de plusvalía al que tantas vueltas le dio Marx.
Curiosamente la crisis podría tener el efecto positivo de devolver a los trabajadores la conciencia de clase, de recordarles su naturaleza gregaria. La desesperada circunstancia podría servir como revulsivo para potenciar la solidaridad entre sectores laborales, incluso entre aquellos por tradición –o pernicioso vicio– más gremiales. Porque la situación actual a todos –o casi– nos afecta, y en buena medida nos iguala.
Trabajar nos permite subsistir y por tanto el valor del trabajo es incalculable: tenerlo o no tenerlo puede significar la diferencia entre una vida más o menos holgada y la indigencia e incluso la muerte. Ahora bien, el trabajo también debería enriquecernos de otros modos; también debería servir para realizarnos. Y es aquí donde nuestra sociedad falla, dado que sólo una pequeña parte de afortunados parecen sentirse bien y crecer personalmente mientras lo desarrollan, de modo que al final el trabajo se convierte sólo en un trámite necesario para obtener dinero: en una verdadera maldición bíblica. La felicidad queda relegada al tiempo de ocio. Pero curiosamente un sistema que prima la competitividad y nos llena de falsos espejismos de éxito –habría que discutir en qué reside el éxito realmente– o de expectativas materiales que sólo se alcanzan comprándolas, nos deja cada vez menos tiempo para el asueto.
Los pequeños grupo de cazadores-recolectores del Paleolítico trabajaban lo estrictamente necesario para subsistir. Una vez alcanzadas las necesidades se daba paso al ocio. La tribu se reunía y escuchaba historias a la luz del fuego, se jugaba con los niños. Hoy la gente permanece aislada frente a la TV, y cuando comparte con sus semejantes espacios, a menudo se aísla igualmente: mediante la oscuridad y el silencio en los cines o mediante las cegadoras luces y el ensordecedor ruido en las discotecas. Como apuntábamos antes, el hombre parece haber olvidado que es un ser gregario, dentro y fuera del trabajo.
Cuando salimos a buscar el pan ya no es posible topar con tigres dientes de sable; los únicos colmillos son los del jefe o los del banquero que nos ofreció la hipoteca. Sigue siendo un paisaje hostil e insidioso, aunque sospecho que la lucha entonces no era más desigual sino más leal. Los paleontólogos, basándose en el estudio de los restos óseos, no albergan ninguna duda: nuestros antepasados vivían mucho menos. No seré yo quien lo rebata. No obstante a veces me pregunto si no lo harían más felices. Al menos ellos sabían qué posición ocupaba en sus vidas el trabajo: sabían delimitarlo y usarlo en su propio beneficio, no se dejaban fagocitar por él.
Algunos grupos étnicos minoritarios, por ejemplo en el Amazonas, siguen manteniendo sistemas económicos muy similares a los de nuestros antepasados; no optan por el crecimiento y acumulación constante que están llevando al agotamiento de los recursos naturales del planeta, sino por la respetuosa convivencia con el medio. Nosotros reducimos sus espacios vitales, esos que ellos explotan de forma sostenible desde hace siglos, y los denominamos salvajes. Es cuestión de opiniones. A mi me parece más bien un caso muy similar al de la zorra y las uvas. Sentirnos superiores nos reconforta de camino al trabajo en el pequeño utilitario del que aún nos quedan letras por pagar o en los transportes públicos abarrotados. Mientras, las insaciables fauces se abren un día más…
                                                                  S. G. I., Hervás, 20 de septiembre de 2012 


Expulsión del Paraíso, Cosme Proenza Almaguer

Para escuchar la versión de Van Diemen's Land incluída en Celtic Spirit

Para escuchar Van Diemen's Land por The dubliners


Para escuchar a U2 interpretando Van Diemen's Land

25 comentarios:

  1. Después de leerte y, reconociendo que llevas buena parte de razón, se puede añadir que debemos seguir pugnando por extender la idea de que otro mundo es posible, que la conservación, la sostenibilidad, no tienen porqué ser solamente unas quimeras inalcanzables, una utopía que anida en la mente de unos cuantos ecologistas a los que se nos ve desde el otro lado como una partida de talibanes radicales que no dejan de molestar. Sé que yo no estaré aquí el día en que ese mundo llegue, pero vivo más feliz si al menos lo creo.
    Un saludo
    W.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En efecto se duerme mejor sabiendo que uno ha hecho su parte del trabajo. Se llegue a tiempo para la cosecha o no. Abrazos.

      Eliminar
  2. Lo de los parásitos intermediarios es insoportable pero, en la naturaleza global nada ha cambiado, en la humana... a peor.

    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Puede ser. Pero como una vez tocado fondo ya sólo se puede iniciar el ascenso... Besos.

      Eliminar
  3. Hola Salomé. Sea lo que sea.., No lo estamos haciendo bien . A la vista está... Solo hay que mirar alrededor y ver lo feliz que es todo el mundo.. Ojo!!!.. teniendo y sin tener. Un cordial saludo..

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muy acertada tu puntualización, Ana: son tantos los verbos (ser, estar, tener...) que, yo diría, a veces los confundimos. Besos.

      Eliminar
  4. Con la lectura de tu texto, te mando mando la buena amistad de tu compañero en letras.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Afortunadamente la solidaridad, el sentimiento de fraternidad y pertenencia, no se pueden arrebatar. Besos.

      Eliminar
  5. Excelente y breve teoría de la evolución del trabajo. Se ha educado en la ignorancia, la docilidad y el desapego. Gracias a esto a las multinacionales les sobran trabajadores y clientes. Sigamos llenando la vida de años.
    Un saludo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mejor saboteemos la conspiración: llenemos los años de vida. Abrazos.

      Eliminar
  6. Hola Salomé.
    Estoy de acuerdo contigo en tu reflexión.
    Como siempre el texto maravilloso; me encanta leerte.
    Buen trabajo.
    Un abrazo desde un rincón de Andalucía.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tranquilizador saber que no estamos solos. Aunque intenten hacernos creer lo contrario, sigo convencida de que somos mayoría. Besos.

      Eliminar
  7. Lo que nos diferencia de los animales y seguramente de aquellos cazadores del Neolítico es nuestro pánico al futuro. Hacemos lo que sea por miedo a no pasarlo mal en un futuro, vivimos un presente de insatisfacción en beneficio de un futuro que no tenemos garantizado. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo creo que nuestros miedos no han cambiado demasiado, en el fondo. Pero sí, nuestras expectativas. Las que otros nos han creado. Besos.

      Eliminar
  8. Impresionante salomé de lo mejor que he tenido el placer de leerte. Sublime. Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me gustaría tanto volver a hablar, al menos alguna vez, sólo de naturaleza... Nada más. Nada menos. Pero mientras la realidad se imponga... Creo que me debo a mis deberes por encima de todo. Quizá un día... Aunque puede que nunca lo haya abandonado del todo. Besos.

      Eliminar
  9. "las cadenas de la humanidad torturada están hechas con papel de ministerio" Franz Kafka
    .
    uno ya no sabe si habrá un final feliz en todo esto
    mi solidaridad

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es el tesoro que más cuenta. Y sí, antes o después, tiene que haberlo. Besos.

      Eliminar
  10. Una exposición lúcida y amena llena de buenas reflexiones sobre la especie más depredadora y devastadora del planeta.
    Desengañémonos, la iniquidad escarba debajo del árbol que se seca y la tierra se agrieta impunemente.
    Salud!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No te lo negaré, no somos hermanitas de la caridad. Pero y yo que quiero seguir creyendo... Besos.

      Eliminar
  11. Gracias, Salomé. Los humanos tenemos una fuerza indestructible: la voluntad. Pero hay que saber para qué emplearla.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Supongo que determinado estado de consciencia sólo lo da la experiencia, y por tanto, normalmente, la edad. Confío en que sepamos seguir creciendo. Abrazos.

      Eliminar
  12. Una reflexión muy adecuada para estos tiempos que corren, donde el egoismo y la ambición nos llevan a preocuparnos cada vez más solo por nosotros mismos sin importarnos el projimo. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En toda escalada hay siempre un punto más allá del cual en imposible llegar. A partir de ahí sólo queda tomar una nueva vía... Besos.

      Eliminar
  13. Muy buena reflexión, opino como Jeronimo, es de lo mejor que has escrito.
    Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar

Los verdaderos protagonistas estan aquí