7:30 de la
mañana, un hombre de Cro-Magnon avanza aún somnoliento por la tundra en busca
de caza. Entre tanto, su parienta y los niños recogen bayas y lagartijas. No
muy lejos de allí, apenas cuarenta mil años después, el mismo Homo sapiens, trajeado y afeitado, se
dirige hacia la oficina. Deducción: sólo se puede llenar la cesta de la compra trabajando.
Al menos desde que el Señor nos expulsó del Paraíso, condenándonos a ganarnos
el pan con el sudor de nuestra frente. Y es que, aunque el trabajo dignifica a
la persona, también puede convertirse en una maldición.
Corríamos
tras un filete en el Paleolítico y lo seguimos haciendo ahora, aunque el de
ahora te lo den en bandeja termoformada y en nada recuerde al animal del que
–quiero seguir creyendo, porque dados los últimos experimentos para obtener carne
a partir de células madre…– ha sido extraído. Ciertamente entonces la empresa se
revelaba difícil, pues el mamut se resistía. No obstante no me parece que tras
la subida del IVA el acceso a la ansiada supervivencia vaya a ser tarea fácil.
Pero volvamos
a los grupos de cazadores de la Prehistoria.
Una cosa les aseguraba el éxito: la colaboración, actuaban en
bandas y por ello lograban su objetivo. Hoy el “cazador” se me antoja mucho más
solitario. Y sospecho que el mundo en el que vive y trabaja fomenta de modo
voluntario y nada inocente ese aislamiento. El grupo ya raramente está presente
en el ocio, pero tampoco lo está demasiado en el trabajo. Pocos son los que
saben trabajar realmente con los demás; la colaboración perece a manos de ese
mal entendido individualismo que hemos ido sobrealimentando en las últimas
décadas.
Nuestros
antepasados no estaban especializados; cada miembro del grupo era capaz de desempeñar
todos los trabajos necesarios para sobrevivir. En una economía de
supervivencia, donde no hay excedentes y es imposible acumular riquezas, sólo
cabe la igualdad social. El salto cualitativo en el mundo laboral comienza con
la división del trabajo y culmina cuando aparecen intermediarios: cuando a
alguien se le ocurre vivir del trabajo de los demás. El usufructuario del
propio esfuerzo no es ya uno mismo sino otra persona que nos paga en dinero por
ello. Introducimos por tanto un concepto nuevo, el de dinero, que comienza a
disociarnos de nuestro propio trabajo. El sistema se perfecciona con la Revolución Industrial
y el modo de producción capitalista: el trabajo se compra, se ejecuta a cambio
de un salario, y unos pocos, los capitalistas, se convierten en inversores y
obtienen beneficios de ese trabajo que no realizan en primera persona. Es aquí
donde entra en juego el concepto de plusvalía al que tantas vueltas le dio Marx.
Curiosamente
la crisis podría tener el efecto positivo de devolver a los trabajadores la
conciencia de clase, de recordarles su naturaleza gregaria. La desesperada
circunstancia podría servir como revulsivo para potenciar la solidaridad entre
sectores laborales, incluso entre aquellos por tradición –o pernicioso vicio–
más gremiales. Porque la situación actual a todos –o casi– nos afecta, y en
buena medida nos iguala.
Trabajar nos
permite subsistir y por tanto el valor del trabajo es incalculable: tenerlo o
no tenerlo puede significar la diferencia entre una vida más o menos holgada y
la indigencia e incluso la muerte. Ahora bien, el trabajo también debería
enriquecernos de otros modos; también debería servir para realizarnos. Y es
aquí donde nuestra sociedad falla, dado que sólo una pequeña parte de
afortunados parecen sentirse bien y crecer personalmente mientras lo
desarrollan, de modo que al final el trabajo se convierte sólo en un trámite
necesario para obtener dinero: en una verdadera maldición bíblica. La felicidad
queda relegada al tiempo de ocio. Pero curiosamente un sistema que prima la
competitividad y nos llena de falsos espejismos de éxito –habría que discutir
en qué reside el éxito realmente– o de expectativas materiales que sólo se
alcanzan comprándolas, nos deja cada vez menos tiempo para el asueto.
Los pequeños
grupo de cazadores-recolectores del Paleolítico trabajaban lo estrictamente
necesario para subsistir. Una vez alcanzadas las necesidades se daba paso al
ocio. La tribu se reunía y escuchaba historias a la luz del fuego, se jugaba
con los niños. Hoy la gente permanece aislada frente a la TV, y cuando comparte con sus
semejantes espacios, a menudo se aísla igualmente: mediante la oscuridad y el
silencio en los cines o mediante las cegadoras luces y el ensordecedor ruido en
las discotecas. Como apuntábamos antes, el hombre parece haber olvidado que es
un ser gregario, dentro y fuera del trabajo.
Cuando
salimos a buscar el pan ya no es posible topar con tigres dientes de sable; los
únicos colmillos son los del jefe o los del banquero que nos ofreció la
hipoteca. Sigue siendo un paisaje hostil e insidioso, aunque sospecho que la
lucha entonces no era más desigual sino más leal. Los paleontólogos, basándose
en el estudio de los restos óseos, no albergan ninguna duda: nuestros
antepasados vivían mucho menos. No seré yo quien lo rebata. No obstante a veces
me pregunto si no lo harían más felices. Al menos ellos sabían qué posición
ocupaba en sus vidas el trabajo: sabían delimitarlo y usarlo en su propio
beneficio, no se dejaban fagocitar por él.
Algunos
grupos étnicos minoritarios, por ejemplo en el Amazonas, siguen manteniendo
sistemas económicos muy similares a los de nuestros antepasados; no optan por
el crecimiento y acumulación constante que están llevando al agotamiento de los
recursos naturales del planeta, sino por la respetuosa convivencia con el medio.
Nosotros reducimos sus espacios vitales, esos que ellos explotan de forma
sostenible desde hace siglos, y los denominamos salvajes. Es cuestión de
opiniones. A mi me parece más bien un caso muy similar al de la zorra y las
uvas. Sentirnos superiores nos reconforta de camino al trabajo en el pequeño
utilitario del que aún nos quedan letras por pagar o en los transportes
públicos abarrotados. Mientras, las insaciables fauces se abren un día más…
Para escuchar la versión de Van Diemen's Land incluída en Celtic Spirit
Para escuchar Van Diemen's Land por The dubliners
Para escuchar a U2 interpretando Van Diemen's Land
Después de leerte y, reconociendo que llevas buena parte de razón, se puede añadir que debemos seguir pugnando por extender la idea de que otro mundo es posible, que la conservación, la sostenibilidad, no tienen porqué ser solamente unas quimeras inalcanzables, una utopía que anida en la mente de unos cuantos ecologistas a los que se nos ve desde el otro lado como una partida de talibanes radicales que no dejan de molestar. Sé que yo no estaré aquí el día en que ese mundo llegue, pero vivo más feliz si al menos lo creo.
ResponderEliminarUn saludo
W.
En efecto se duerme mejor sabiendo que uno ha hecho su parte del trabajo. Se llegue a tiempo para la cosecha o no. Abrazos.
EliminarLo de los parásitos intermediarios es insoportable pero, en la naturaleza global nada ha cambiado, en la humana... a peor.
ResponderEliminarSaludos.
Puede ser. Pero como una vez tocado fondo ya sólo se puede iniciar el ascenso... Besos.
EliminarHola Salomé. Sea lo que sea.., No lo estamos haciendo bien . A la vista está... Solo hay que mirar alrededor y ver lo feliz que es todo el mundo.. Ojo!!!.. teniendo y sin tener. Un cordial saludo..
ResponderEliminarMuy acertada tu puntualización, Ana: son tantos los verbos (ser, estar, tener...) que, yo diría, a veces los confundimos. Besos.
EliminarCon la lectura de tu texto, te mando mando la buena amistad de tu compañero en letras.
ResponderEliminarAfortunadamente la solidaridad, el sentimiento de fraternidad y pertenencia, no se pueden arrebatar. Besos.
EliminarExcelente y breve teoría de la evolución del trabajo. Se ha educado en la ignorancia, la docilidad y el desapego. Gracias a esto a las multinacionales les sobran trabajadores y clientes. Sigamos llenando la vida de años.
ResponderEliminarUn saludo
Mejor saboteemos la conspiración: llenemos los años de vida. Abrazos.
EliminarHola Salomé.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo en tu reflexión.
Como siempre el texto maravilloso; me encanta leerte.
Buen trabajo.
Un abrazo desde un rincón de Andalucía.
Tranquilizador saber que no estamos solos. Aunque intenten hacernos creer lo contrario, sigo convencida de que somos mayoría. Besos.
EliminarLo que nos diferencia de los animales y seguramente de aquellos cazadores del Neolítico es nuestro pánico al futuro. Hacemos lo que sea por miedo a no pasarlo mal en un futuro, vivimos un presente de insatisfacción en beneficio de un futuro que no tenemos garantizado. Un abrazo.
ResponderEliminarYo creo que nuestros miedos no han cambiado demasiado, en el fondo. Pero sí, nuestras expectativas. Las que otros nos han creado. Besos.
EliminarImpresionante salomé de lo mejor que he tenido el placer de leerte. Sublime. Saludos.
ResponderEliminarMe gustaría tanto volver a hablar, al menos alguna vez, sólo de naturaleza... Nada más. Nada menos. Pero mientras la realidad se imponga... Creo que me debo a mis deberes por encima de todo. Quizá un día... Aunque puede que nunca lo haya abandonado del todo. Besos.
Eliminar"las cadenas de la humanidad torturada están hechas con papel de ministerio" Franz Kafka
ResponderEliminar.
uno ya no sabe si habrá un final feliz en todo esto
mi solidaridad
Es el tesoro que más cuenta. Y sí, antes o después, tiene que haberlo. Besos.
EliminarUna exposición lúcida y amena llena de buenas reflexiones sobre la especie más depredadora y devastadora del planeta.
ResponderEliminarDesengañémonos, la iniquidad escarba debajo del árbol que se seca y la tierra se agrieta impunemente.
Salud!
No te lo negaré, no somos hermanitas de la caridad. Pero y yo que quiero seguir creyendo... Besos.
EliminarGracias, Salomé. Los humanos tenemos una fuerza indestructible: la voluntad. Pero hay que saber para qué emplearla.
ResponderEliminarSupongo que determinado estado de consciencia sólo lo da la experiencia, y por tanto, normalmente, la edad. Confío en que sepamos seguir creciendo. Abrazos.
EliminarUna reflexión muy adecuada para estos tiempos que corren, donde el egoismo y la ambición nos llevan a preocuparnos cada vez más solo por nosotros mismos sin importarnos el projimo. Un abrazo.
ResponderEliminarEn toda escalada hay siempre un punto más allá del cual en imposible llegar. A partir de ahí sólo queda tomar una nueva vía... Besos.
EliminarMuy buena reflexión, opino como Jeronimo, es de lo mejor que has escrito.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.