Con mis mejores deseos.
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DOS PINCELADAS SOBRE HERVÁS
(S. G. I., Madrid, 13 de octubre de 2011)
EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.
Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.
Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.
La importancia de sentarse a contemplar cómo crece la hierba
La
política, noble arte —cuando quiere ser noble— sienta las bases de nuestra
convivencia en comunidad, funda polis —con todo lo que ello implica:
debate, consenso, acuerdo… En definitiva, diálogo y, por ello, progreso—. La
política que persigue el bien común, la grata convivencia, es o debería ser una
de las actividades generosas por excelencia y, por ende, una de las principales
actividades vocacionales. Vocación de servicio, no vocación del medrar y
manipular, ejerciendo un poder que emana del pueblo y detentándolo
torticeramente en contra de su propio patrón.
La política
desligada de la Filosofía se convierte en un arma tremendamente peligrosa, y de
ello hemos tenido sobradas pruebas ya desde la más remota antigüedad. Cuando la
política se desvincula de la ética y la moral todos vivimos bajo permanente
amenaza.
Cuando una
sociedad llega a un extremo tal que la crítica política hacia un contrincante consiste
en echarle en cara a su condición de filósofo —Según determinadas mentes, incompatible con el desempeño digno de un cargo público—, cuando se le
recrimina que su única experiencia como gestor haya consistido en dirigir una
universidad pública —y no pequeña—…, significa —Además de manifestar que la
ignorancia, siempre tan atrevida e imprudente, campa a sus anchas sin mostrar
pudor alguno— que hemos tocado fondo.
Pero, no nos
equivoquemos, los políticos que discurren de ese modo no son distintos de los
ciudadanos de a pie que los votan, del ciudadano medio en general: sus posicionamientos
éticos y morales no difieren gran cosa de los que cada uno de nosotros adopta
en su vida privada. La vida pública no deja de ser un reflejo de lo que sucede
de las puertas de nuestras casas hacia dentro. Por eso toleramos y consentimos,
porque, en el fondo, en nuestro fuero interno, aunque no tengamos el valor de
reconocerlo públicamente —cuando sabemos que el discurso o el acto es a todas
luces reprobable—, nos identificamos y compartimos. «Y quién no lo haría de
poder», sostienen algunos en círculos de confianza.
Da igual a quién
votes, si no lo haces de forma consciente y razonada tu voto carece de valor alguno.
Cuando en una
sociedad la frase «a mí no me interesa la política» se hace del uso común entre
jóvenes y adultos, significa que hemos tirado la toalla: hemos mandado a la
basura un patrimonio de siglos y hemos renunciado, libre e insensatamente, a lo
que hacía la condición humana más humana.
Así que emplazo a los
ciudadanos, y mucho más especialmente a los políticos y cargos públicos, a
repasar la historia del pensamiento desde la antigua Grecia hasta nuestros
días, centrándose sobre todo en la aplicación práctica del hecho filosófico al
ámbito político y la «cosa pública». Encontrarán múltiples ejemplos de grandes
filósofos que dedicaron sus esfuerzos y sus vidas a pensar cómo mejorar la
existencia de las personas. Justo los ejemplos que, por el bien común, debemos
seguir.
La escuela de Atenas, Rafael Sanzio |
Dead Can Dance, How Fortunate the Man with None
El Madrid de Martínez-Almeida también está contra la "basuraleza"
Concentración vecinal contra el cantón de limpieza en Sangenjo 35 (Madrid) |
Pues, sí, esto es lo que entienden determinados
gestores —que confunden cargo público con feudo privado— por mantener limpia la
ciudad. Concretamente, mediante los nuevos cantones de limpieza previstos en
zonas urbanas, como el que tienen intención de construir en calle Sangenjo 35,
que se encontrará bajo las terrazas de dos bloques de vecinos, literalmente
debajo —las vistas y el aroma cuando salgan a fumarse un piti van a ser
impagables—, con un pequeño pinar detrás —que, sospecho, a la larga arrasarán o
cuanto menos degradarán— y no sólo en mitad de casco urbano, sino en plena zona
residencial: con una biblioteca pública —y una parada de autobús, cabecera de
línea para mayores señas. Tela el gustito que va a dar esperar el transporte
público allí... — en frente, y un colegio, mejor dicho, dos, a cortísima
distancia. Eso por no hablar de los bares concentrados en la pequeña plaza que
hay justamente donde está ubicada la central térmica San Enrique, a las
mismísimas espaldas de este proyecto prodigioso…
Brillante plan que contribuirá al
desarrollo del barrio y al bienestar de los vecinos. ¿Pues no decía determinada
gente que lo que quieren es ayudar a los pequeños empresarios y emprendedores? Sospecho
que esos emprendedores están contentísimos en el barrio.
Esta es la concentración del sábado
pasado. Y no será la única. Ni la única medida a tomar en contra de este
despropósito.
Uno ha de hacerse oír en las calles,
efectivamente. Y la principal herramienta del ciudadano consiste, también, en hacerse
oír en las urnas. Entre urna y urna, por supuesto, la única opción no es bajar
la cerviz y acatar cualquier orden, razonable o no, que parta del poder. Porque
ciertas instituciones, mejor dicho, ciertos individuos —para citar a Serrat,
los que se manejan bien con todo el mundo— que, más que representarlas, las ocupan
y parasitan, no han entendido que éste, el poder, emana directamente del pueblo,
del ciudadano, del cual son o deberían ser escrupuloso representantes. De paso,
sensatos gestores a su servicio… Ahí es na.
Los toros no son lo mío, salvo pastando en
el campo. No obstante, creo que viene al caso: Manolete, Manolete… Si uno no
sabe ni gobernar rectamente según la razón y la moral, ni gestionar de forma
cabal, conviene que se dedique a otros menesteres o se quede en su casa. Pero
para eso, por supuesto, hay que invitar con educación a desalojar ordenadamente.
Ay, por favor, qué buen vasallo si tuviese
buen señor.
La imperfección del círculo
Efectivamente, la historia es una noria que gira en un pernicioso círculo vicioso. El otro día, escuchando hablar sobre los crematorios portátiles que parece ser se están utilizando para hacer desaparecer los cuerpos de los civiles ucranianos ejecutados y también de algunos soldados rusos caídos —un número demasiado elevado de bajas no sería bien acogido en casa—, no pude por menos que pensar, amén de en los hornos crematorios utilizados por los nazis, en el molino portátil para machacar huesos que se empleó en el campo de Majdanek.
El fragmento que sigue pertenece a mi relato La imperfección del círculo, premiado allá por el lejano 2008 y que podréis leer en su totalidad desde el apartado “Textos en línea” de mi página.
[...]En Lublin sentía que me secaba. Tenía la sensación de que mi trabajo como periodista me robaba la inspiración. A menudo, tras haber redactado prosaicos artículos sobre temas que no me interesaban en absoluto, advertía que ya no me quedaban ganas de escribir mis propias obras. Tenía la dolorosa sospecha de que el periodista que era estaba asesinando poco a poco al escritor en el que estaba convencido que podía convertirme. Tenía muchas cosas que contar y compartir, pero no conseguía que cobrasen forma definitiva. Y eso me frustraba terriblemente.
Un día decidí que había llegado el momento de hacer algo al respecto y, tras consultar con mi esposa, tomé una decisión drástica. Ella era una mujer maravillosa que siempre me apoyaba en todo. Me ayudó a encontrar el valor suficiente para cambiar totalmente de vida. Cuando en el periódico se enteraron de que me despedía para trasladarme a las afueras y que mi intención era convertirme en molinero, me tomaron por loco. Y la verdad es que no puedo reprochárselo.
En Polonia hay hermosos molinos antiguos. A Rachel, mi esposa, le habría gustado tener un molino de agua para vivir al lado de un río, pero yo me empeñé en que comprásemos un molino de viento. Para mí no era un capricho y mucho menos, un detalle baladí. Lo consideraba un acto simbólico: finalmente me enfrentaría a mis monstruos como Don Quijote. Pero además esperaba que se convirtiese en un pretexto para cultivar mi espíritu, para rebuscar en mi interior el ruah, el viento que Yahweh insufló en Adán y gracias al cual éste adquirió alma y dejó de ser un simple pedazo de arcilla.
Si bien soy creyente y practicante, no me he considerado nunca un hombre especialmente devoto. Mis anhelos eran algo más, algo que iba mucho más allá de lo puramente religioso. Necesitaba encontrarme a mí mismo, y estaba convencido de que una vida sencilla podía ayudarme a ello.
Pese a nuestra torpeza inicial en el uso del molino, nuestros nuevos vecinos nos acogieron con entusiasmo e infinita paciencia. Rachel se encargaba de un pequeño huerto y algunos animales para uso doméstico. El trabajo cotidiano nos permitía satisfacer nuestras pocas necesidades materiales. Éramos muy felices. Finalmente conseguía escribir y sentirme orgulloso de lo que escribía.
Pero un día toda esa felicidad desapareció para siempre.
–Lo siento. Un incendio, supongo ―interrumpe el joven, que hasta ese momento ha mantenido un respetuoso silencio–. Ese tipo de accidentes no son tan raros en los molinos, dada la facilidad con la que arden los sacos de grano que en ellos se acumulan.
–No, no fue un incendio. El molino sigue en pie aún hoy, aunque ya no es mío. Nos fue confiscado hace mucho tiempo. Ahora, afortunadamente, se ha convertido en parte de un museo etnográfico al aire libre.
–Y entonces, ¿qué pasó? –indaga impaciente.
–Pasó el Nazismo, muchacho.
El anciano mira los ojos del joven desconocido y se decide a contar finalmente el resto de su historia. No se advierte rencor en sus palabras, sino sólo melancolía. Un tibio sentimiento que contrasta con las atrocidades que se dispone a narrar. Habla despacio, con una calma casi irreal. Como si estuviese contando la historia de otro o, más bien, el argumento de una novela. Sólo se le quiebra la voz cuando menciona a su esposa. El joven sospecha que es precisamente ése el motivo por el que apenas habla de ella. Hace mucho tiempo decidió no permitir que controlasen sus emociones, y ni siquiera quitándole lo que más quería han logrado quebrantar su decisión.
El Tercer Reich invadió Polonia. Sus tropas entraron en Lublin el 18 de septiembre de 1939, e inmediatamente empezaron a imponer medidas raciales. Los intelectuales fueron los primeros eliminados. A los que presuntamente éramos trabajadores manuales se nos imponían trabajos forzados. Sin embargo no les bastaba con que trabajásemos para ellos. Un día, en 1941, un grupo de soldados vino a por nosotros. Nos enviaron al gueto de Lublin. Volvíamos a la vida de la ciudad, ésa de la que habíamos huido para encontrarnos a nosotros mismos; pero ahora en peores condiciones que nunca. Aunque parece que en los guetos de Varsovia y Lodz se estaba mucho peor aún. Me concedieron un permiso de trabajo para una de sus fábricas, y gracias al mercado negro no pasamos demasiadas penurias. En 1942 nos trasladaron al nuevo gueto de Majdan Tatarski, en los suburbios de Lublin. En noviembre de ese año nos deportaron al campo de Majdanek, nuestro destino final.
La vida allí era extremadamente dura. Yo logré soportarla. Rachel no.
Los hornos crematorios no conseguían consumir del todo los cuerpos de las víctimas extraídas de las tres cámaras de gas del campo. Era frecuente que algunos huesos resistiesen al fuego, y entonces había que reducirlos a polvo de otra forma. Probablemente lo que quedaba de mi pobre Rachel acabó en el molino de huesos. Aquel era totalmente distinto del que nos había dado la felicidad por un breve espacio de tiempo. Se trataba de una pequeña máquina de frío metal, fácil de transportar. Funcionaba con sucio gasóleo, no con viento puro como el que se había convertido en nuestro hogar. El nuestro había sido un molino de vida, mientras que éste era un mecanismo de muerte. Aunque, paradójicamente, las cenizas de hombres, mujeres, niños y acianos se vendían como fertilizante, por el fosfato de los huesos.
Si dejabas de ser útil como mano de obra, pasabas a serlo como materia prima. Las pobres ropas y calzado de las víctimas, las gafas e incluso sus prótesis se aprovechaban. Arrancaban las piezas dentales de oro y las mandaban a Berlín para que fuesen fundidas. El cabello también se vendía a las industrias textiles. Dicen que incluso la grasa de algunos cuerpos era usada para fabricar jabón.
El sistema era como un gran aparato digestivo capaz de nutrirse de casi todo. No le hacía ascos a nada. Todo era reabsorbido y reutilizado. Casi nada terminaba excretado.
Fuimos pocos los que sobrevivimos a la masacre del 3 de noviembre de 1943. Decidieron cerrar el campo y mandaron una unidad especial de SS para fusilar a los que aún vivíamos. Lo llamaron “Festival de la cosecha”. Los disparos casi lograban acallar la música de Wagner que los altavoces difundían a todo volumen. Afortunadamente estábamos demasiado cerca de Ucrania y no les dio tiempo a llevar a término sus planes.
[...]
La humanidad, con insensato entusiasmo, parece siempre dispuesta a volver a su casilla de salida.
Jan Komski, Quemando los cuerpos de la cámara de gas |
Remembrances (La lista de Schindler)
El Grito
Nina Marchenko, El ultimo viaje (Holodomor) |
Folknery, Vyplyvalo utenia / Фолькнери, Випливало утєня
NO SÓLO UNA YOYA ES VIOLENCIA. DE CÓMO NO TODO VALE NI ES ORO TODO LO QUE RELUCE
La Extracción de la piedra de la locura, El Bosco |
EL DÍA MÁS OSCURO
Ivan Alexeyevich Vladimirov, “Soldados quemando el retrato del zar” |
La Varsoviana
Blue Monday
Armand Point, Apolo y Dafne |
¿SOMOS LEGIÓN?
A simple vista, mirados en su conjunto,
parecieran iguales. Sólo parecieran. Los que amáis la naturaleza y la conocéis
bien sabéis que no es cierto: cada uno de ellos encierra —su historia marcada
en los recovecos de corteza— su propia personalidad y circunstancias. No obstante,
en un mundo duro, la piel convertida en coraza sólo puede ceder ante el mérito
de una mano cálida. No es orgullo, sino mera supervivencia. Como hay Ella que
es cierto, así que no permitas que el bosque te tape el árbol. Lo mismo sucede
con los seres (in)humanos: no conviene generalizar, porque en la especificidad
reside la esperanza cuando, mirando el conjunto, no parece haber ninguna.
Bosque al atardecer con caza de corzo, Rubens |
A Small Measure of Peace (The Last Samurai), Hans Zimmer
MALAFEMMENA
Que un político —sí, político, a
secas; si barajo la posibilidad de atribuirle el apelativo de líder a cualquiera
que ocupe un cargo público desde hace mucho tiempo, me viene la risa floja, se
me saltan las lágrimas o corro el riesgo de implosionar del puro cabreo
mientras pienso lo que este país debió haber sido y no fue— se permita
denominar “aquelarre” a un encuentro de contrincantes femeninas, de mujeres en
general, sólo puede demostrar lo mal que andamos en materia de género. Que lo
haga un político de un partido en cuyas filas militan individuos de ambos sexos
que han negado reiteradamente la existencia de una violencia machista, sólo puede
provocar sonrojo.
Y se hace públicamente —nutrimos la
sospecha, creyéndose, en lugar de un patán, incluso graciosete— porque es tal
la ignorancia en materia de género —como de tantas otras cosas— que ni se
entiende la gravedad del acto. Lo que el hecho revela.
A nadie se le ocurriría dirigir tal afrenta
gratuita contra un rival masculino. Como mucho, en tiempos se tendía la sombra
del temido contubernio judeo-masónico-marxista —chimpón— sobre los desafectos,
pero no se los acusaba de practicar magia negra[1]. Han superado a los
maestros. Dejando al descubierto, además, cuán poca cultura democrática se
atesora y cómo ese rencor a largo macerado, ese odio visceral e insalvable entre
las dos Españas que de forma sobrecogedora plasmase La trinchera infinita,
sigue todavía irracionalmente vivo entre los abanderados de la “reconciliación”,
como ellos prefieren llamar a la desmemoria: el oponente sólo puede ser objeto
de vilipendio y aniquilación; al enemigo, ni agua.
No pensaba reaccionar de ningún modo porque
no suelo prestar oído a las sandeces y, por lo tanto, procuro no escuchar
declaraciones de según qué fuentes: si por casualidad me alcanzan, por uno me
entran y por otro me salen; orificio limpio de arma blanca, no hay peligro de
que las esquirlas de la escoria generen infección alguna. Además, si una perdiese
el tiempo con cada ocurrencia de los estultos, habida cuenta de su número y de
lo prolíficos que son, jamás quedaría un segundo para las cosas serias.
No obstante, después me he dicho que
era mi obligación cívica manifestarme al respecto, porque, lejos de constituir
una necedad más en un amplio y variado repertorio, el incidente ilustra a la
perfección esa realidad que, con infundada autocomplacencia, independientemente
de nuestro color político —pues el machismo anida a izquierda y a derecha— o
nuestro género —más aberrantes, si cabe, me resultan ciertas afirmaciones en
boca de mujeres que de hombres, pero ahí siguen—, nos negamos a reconocer.
Muchos dirán que el muchacho no tiene
la culpa, que es quien le escribe los discursos el verdadero responsable y, dada
su capacidad dialéctica, la formación que ha demostrado hasta el momento y su
nivel intelectual, naturalmente, me lo creo. No obstante, uno esperaría de un
cargo público que, amén de saber leer en voz alta, fuese capaz de entender lo
que recita como un papagayo —al menos un mínimo de comprensión lectora— y el
término espíritu crítico no le resultase del todo ajeno.
Otros dirán que no debemos magnificar
lo que podría calificarse de mero micromachismo. Políticamente incorrecto, sí,
pero sin grandes consecuencias. Y ahí, de nuevo, disiento. Y es que ese término
recientemente acuñado no me ofrece ninguna confianza; se me antoja un modo de
restar importancia a lo que en realidad la tiene toda. Cuanto amontonamos en
desorden bajo el epígrafe “micromachismo” no deja de ser la más palpable evidencia
de lo que se oculta bajo la superficie. Denominamos micromachismos a aquellas
manifestaciones del machismo que, por comparación, nos parecen menos graves. Hacer
constante uso de chistes misóginos y degradantes, por ejemplo, me parece menos
grave que acuchillar a la propia esposa, a priori más radical y definitivo. Así
que considerémonos afortunados y satisfechos, a medio camino de la utopía, si
el humor más casposo sigue generando un venenoso sustrato para futuras
generaciones. Porque normalizar los micros, a la larga genera macros. Al
aumento de la violencia de género entre los más jóvenes me remito.
¿Que qué correspondería hacer ahora?
¿Pedir perdón? Personalmente no lo creo. Todos sabemos que el político en
cuestión no lo ha dicho por error. Donde se ha equivocado es al calcular las
consecuencias. Porque cree el ladrón que todos son de su condición. Lo ha dicho,
sencillamente, porque son esos estereotipos sobre la mujer los que ha mamado y,
por tanto, los cree ciertos. Y un poco, también, porque está seguro de que haciéndolo
saber a su público, una buena parte del cual ha mamado lo mismo que él,
obtendrá beneficio electoral. Así tranquilizará a las hordas: pueden estar
seguros de que él sabrá colocar de nuevo a la mujer en el lugar que le
corresponde cuando llegue al gobierno… Si llega al gobierno. Porque, no
olvidemos, en sus propias filas milita otra bruja —cada uno se gana sus títulos
por méritos propios, no por su sexo. Entended esto como sarcasmo o no, a gusto
del consumidor— de potente sortilegio a cuyo vudú aún no está claro que el
prometedor estadista consiga sobrevivir.
Y, no os quepa duda, continuará…
Era más feliz cuando los culebrones
venezolanos —ahora turcos, a lo que parece— sólo los daba la tele y yo podía apagarla.
Vivir inmersa en uno del cual no puedes apearte tiene mucha menos gracia.
[1] Aunque, ciertamente, no faltó quien sostenía, bendita fantasía, que los rojos tenían rabo y comían niños.
Orfeo y las Bacantes, Gregorio Lazzarini
Song of the Witch Kingdom, Victoria Carbol
Witch’s promise, Jethro Tull
TÚ PIENSA EN LA SALUD
Estoy viendo una vez más V de
vendetta —todas parecen pocas— y una estrofa ronda mi mente cual insecto pertinaz:
«E il mondo che ti dice / “tu pensa alla salute” / che c'è chi pensa a quello a
cui non pensi tu».
Como casi
siempre, Ligabue tiene más razón que un santo. A falta de un hervor, totalmente
en Babia.
Hemos pensado sólo
en la salud demasiados años y muy poco en ella durante la pandemia, cuando reclamábamos
nuestro sacrosanto derecho a tomarnos una cañita a la madrileña; oscuros
intereses estaban aprovechando la crisis sanitaria para arrebatarnos nuestra libertad…
Intentaban controlarnos mediante Dios sabe qué diabólica tecnología oculta en
las vacunas… Pero, me pregunto, ¿qué necesidad hay de controlar un cerebro
habituado a no reflexionar? ¿Qué amenaza puede constituir una mente sometida y
satisfecha con su cautiverio? Out of reach.
Si hubiésemos
pensado menos en la salud durante décadas, otro gallo nos hubiera cantado.
Por mucho que
algunos estén empeñados en hacérnoslo creer, el último centímetro, de seguro,
no se ubica en un bar.
Quizá un día,
como el viejo Rip Van Winkle, despertemos de nuestro largo y profundo letargo, oportunamente
acunado al son de «veinte años no son nada». Para descubrir, entonces, que no
era cierto.
El retorno de Rip Van Winkle, John Quidor (1849) |
Cosa vuoi che sia, Luciano Ligabue
AMORES CERVEROS
Seguramente más perniciosos que el
desamor, hay (malos) amores —pasiones quizá— que sólo son capaces de hundirnos
en el averno, en el más degradado fango. No saben hacer otra cosa, no dan para más. Y, conscientes de
ello, ignorando remordimiento, se/nos lanzan a una caída sin freno.
Medea, por Victor Louis Mottez |
Malamuri, Olivia Sellerio
Os dejo una traducción del siciliano
a cargo de Riccardo Gullotta,
que me parece especialmente escrupulosa.
EL MAUSOLEO DE MANUEL, QUE NACIÓ EN ESPAÑA
BELCHITE
Un
día tuvo rostro.
Hoy,
son miles...
que
pesan sobre quienes aún saben
lo
que es la conciencia.
No
se trata de memoria,
sino
de decencia.
Con
flores silvestres
tapiza
la primavera vuestra espera,
pero
eso no basta.
En
cada casa de este país,
el
peso de la sangrienta historia cuece
habas.
Un
puchero que ya,
cuarenta
años atrás muerto el perro,
aún
produce rabia.
(S.
G. I., Madrid 28/10/20211)
Entre
esos cuerpos torturados y maniatados, encontrados en las fosas comunes de
Belchite, pudieran estar los de varios familiares de Joan Manuel Serrat. Sólo
por dar un nombre. Porque en este país, tristemente, casi cada familia se vio
salpicada por la atrocidad de la guerra y los crímenes perpetrados a posteriori
sobre el vencido. Un genocidio en toda regla.
Parece
que ascienden a 125.000 euros los gastados por el Estado en la nueva tumba de
Francisco Franco en el cementerio de Mingorrubio-El Pardo (Madrid). Pongan sus
descendientes reconocidos y legales el grito en el cielo o no, no es un
mausoleo faraónico construido con la sangre y el sudor de presos políticos ni
regado con los rezos diarios, pero nadie dudaría que se trata de un
enterramiento muy digno.
Entre
tanto, incluso décadas después de la muerte del dictador, muchos otros no
descansan. Y para sus familiares el lecho se vuelve de abrojos y llagas.
No es piedad o revancha lo que se pide, sino justicia. Mientras una parte de este país siga sin entenderlo y la otra parte esté dispuesta a aceptar las bastardas reglas del juego impuestas a la muerte del carnicero, mientras sigamos prisioneros de aquel antiguo miedo a que la incipiente democracia se fuese al garete, no seremos una sociedad libre ni digna de respeto.
Manuel,
Joan Manuel Serrat
COSECHAS DE OTOÑO
La vida del escritor arraiga en una sana y equilibrada mezcla entre la
disciplina, la pasión y la resistencia al dolor. Porque, sí, escribir —escribir
exponiéndose— duele, como duele vivir. ¿Que cuál es el truco entonces? El truco,
queridos niños, consiste en que no te importe que te duela.
Muerte de Hércules,
Francisco de Zurbarán (1634) |
Jethro Tull, Salamander y Taxi Grab (1976)