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DOS PINCELADAS SOBRE HERVÁS


(S. G. I., Madrid, 13 de octubre de 2011)

EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.


Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.

Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.

LA HEIDI A 16 DE FEBRERO. FRÍO FUERA; FRÍO DENTRO.



El cielo gris llora una lluvia densa, recia. Como la de quien no está acostumbrado a concederse las lágrimas a menudo y las vierte con rabia. O con desesperación. Las fronteras son tan permeables y los paisajes, tan cambiantes... Un frío monstruoso, inhumano. Tan gélido que las enormes gotas se congelan: cerca de la cota mil doscientos, el llanto se cristaliza en nieve, pero no disminuye su intensidad. Lluvia fuera; lluvia dentro. Frío fuera; frío dentro. Un frío imposible de aplacar.


Ni rastro de luz en el cielo. ¿Hubo una vez un sol? Ahora la magnífica bola redonda que iluminaba, que calentaba, podría ser sólo un fruto de la imaginación. Sólo la fe se obstina en no considerarlo un espejismo. Sigue queriendo creer que existió una vez, aunque haya decidido esconder su rostro.

El estrato de nieve es tan insidioso, o tan aleccionador, que resulta muy difícil no caer en algún momento. Varias veces he estado apunto, pero no he tocado el suelo: mi equilibrio, a pesar de todo, es proverbial. Sin embargo no me regocijo; los huesos me duelen exactamente igual que si hubiese dado con ellos en la dura roca. Y me siento como si en efecto hubiese caído. Porque, en efecto, he caído. Presuntamente lo importante no es mantenerse siempre en pie, sino estar dispuesto a levantarse. Me parece una frase cierta sólo a mitad. Inventada por alguien desterrado del aire para consolarse. Sería mucho mejor no probar la caída. Aunque eso, temo, es imposible. Antes o después a todo Ícaro se le deshace la cera bajo ese sol que después, indefectiblemente, le volverá la espalda para completar la lección. Hay que aprender a ser humildes y reflexivos, a ser cautos en todo momento, a guardarse las espaldas. Quizá. Aunque yo sigo escogiendo la confianza y la fe. Al menos en algunos casos. Cada uno ha de ser libre para elegir de qué exceso morir.

El estrato de nieve es tan grueso que resulta muy difícil avanzar, muy difícil. Y los músculos de las piernas sufren, y se contraen por el frío y el esfuerzo, y duelen. Pero ese dolor, entre los otros dolores, se vuelve apenas perceptible. Dolerá más cuando haya bajado. Y mañana. Dolerá mucho más mañana. Pero mañana será otro día, y en él recorreré otra ruta duela más o menos. Para eso se sube: para mirar fuera y ver así lo que hay dentro, para rebuscar en los escondrijos más oscuros, oscuros cuanto el cielo. Se sube para hacer introspección. Y también retrospección.

Mientras camino, especialmente cuando lo hago sobre la nieve, la más sincera de las anfitrionas, me vuelvo muy a menudo. Me vuelvo y yo, que siempre avanzo tan deprisa para lograr recorrer todos los kilómetros previstos en el tiempo autoimpuesto, me paro. Me paro y miro el camino recorrido. Miro muy especialmente la huella de mis pies. Y reflexiono. Ése no es nunca tiempo perdido. Hoy me he vuelto muchas, muchas veces, a mirar las pequeñas heridas sobre la nieve. Es cuestión de disciplina. Y hace falta mucha; no es fácil mirar a la cara a los propios errores. No es fácil perdonarse.






AÚN TENGO LA VIDA

Aún tengo la vida
El majestuoso sauce escucha silbar el aire en el hueco que le ha ido creciendo dentro a lo largo de los años, ése que apenas le ha dejado la corteza. Cuando la tarde cae, se siente vacío. Porque ese hueco es enorme, insondable. Y cree que nunca nada logrará llenarlo. Pero en ese hueco, en lugar de vacío, podría anidar un día, mañana mismo, una familia de gaviotas con el norte perdido. Sus raíces siguen siendo firmes, y reverdece cada primavera como cuando la savia era joven.


Compañero

Un poco más allá, el compañero. De menor edad, pero con el tronco ya marcado, surcado por las cicatrices dejadas por los insectos y las inclemencias, por los sinsabores de la vida.

Ya no se sabe si es el árbol de más edad quien se apoya en la visión del compañero o el joven quien soporta las envestidas gracias a al ejemplo de la determinación inquebrantable. Las simbiosis son a veces muy complejas. Lo importante es que ambos continúan aún en pie, apoyados quizá sólo en una mirada que el paseante ni siquiera consigue advertir. Porque no todo lo que no se ve no existe. Y a veces lo invisible es mucho más consistente que el mundo que transitamos cada día.

Son dos árboles del parque público de Hervás, pero podrían haber sido dos árboles de cualquier parte.

DESGARRÓN EN EL CIELO



DESGARRÓN EN EL CIELO

El cielo se está cerrando o el cielo se está abriendo.

Yo aún no lo sé;

sólo alcanzo a ver un enorme agujero en el cielo.

Por él podría colarse cualquier cosa.

Por él podrían caer las nubes negras.

Podrían caer directamente sobre mi cabeza.

O por él,

volando,

podrían ascender las esperanzas más aventureras.

El cielo se está cerrando o abriendo.

Es el cielo el que,

sepa hacia dónde o no,

se está moviendo.

Yo,

entre tanto,

sólo espero.
                                                         
                                                                            (S. G. I. Madrid, 13 de febrero de 2011)

EN LA ESTACIÓN

¿Olvido?
Recuerdo los viajes de niña, de Madrid a Hervás y viceversa: el calor sofocante en Empalme, donde alguien decía siempre que en los peores veranos los gorriones caían fritos del cielo; las prisas con las maletas a cuestas en el trasbordo; el mareo de tanto mirar las vacas “rubias” desde la ventanilla…


El tren: el mejor medio de transporte según mi abuelo, interventor de RENFE. Años más tarde, cuando yo me marché a vivir a Italia y sólo regresaba en vacaciones, aún me discutía que de no ser el viaje tan largo… Porque el avión nunca habría podido competir con los raíles.

El tren ya no está; dejó de pasar por Hervás hace muchos años. Mi abuelo tampoco está ya: se marchó hace años también. Pero vivió lo suficiente para ver cómo los raíles criaban hierba. Y no perdió la esperanza de que el tren volviese, hasta el último día. Estaba seguro de que antes o después alguien habría reparado el imperdonable error.

Nunca he sido una apasionada del tren, lo reconozco. Sin embargo, ahora que sé lo que es esperar un regreso que no se va a producir, si volviese a pasar por Hervás, de seguro lo cogería.

CAMINOS SEPARADOS

El tren dejó de visitar Hervás hace ya muchos años.


De su paso quedó sólo una cicatriz en la tierra, una huella dura hoy desgastada por las inclemencias del tiempo. Los raíles, paralelos, dormitan arropados por la maleza. Soñando, quizá, un romántico encuentro que no habrá de producirse.

De vez en cuando me gusta mirarlos. Me coloco en el centro, entre ambos, y recuerdo la emoción que sentía de niña cuando había que atravesarlos para llegar a determinados paraísos. Cuando sabía que el animal de hierro aún podía llegar de improviso. Me coloco en el centro y miro a lo lejos, al horizonte. Miro hacia el punto en el que ambas líneas se unen finalmente: en el que, metal contra metal, se funden en un cálido abrazo. Ahora soy una adulta, y sé que se trata sólo de una ilusión: sólo un efecto óptico. Ahora soy una adulta y sé que las líneas paralelas no pueden juntarse jamás; lo prohíben las reglas de la geometría. Lo he comprobado ya personalmente; lo sé por experiencia. Y aun así, me gusta colocarme en el centro y fingir, aunque sea sólo durante unos segundos, que el espejismo en ocasiones puede hacerse realidad.

A NINGUNA PARTE

PARA WARLOCK: LA VIDA, DE COLOR DE CROCOS


Es de hace algo más de un año, tomada cerca de los pilones del Pinajarro, pero la recupero ahora por arte de magia para dedicársela a Don Warlock, a ver si se le pasa el nublao que gasta. ¿Observa, caballero? Como le decía, el mundo, que por supuesto no es o blanco o negro, tampoco es gris, sino de colores. Quizá a partir de mañana empieces a ver la vida de color de… crocos. Una idea: ¿por qué no colocar la foto como salvapantallas?
Recuerdo que, al poco de sacarla, se la mandé a un amigo con debilidad por el gris. Entonces le aconsejaba también a él el truco del salvapantallas, que permite la cómoda meditación sobre imágenes placenteras capaces de hacer nacer sentimientos positivos, como ésta. No obstante, por si lo suyo era un rollo un poco menos zen y algo más hard, también le sugería la posibilidad de recurrir al salvapantallas móvil, que parece combinar muy bien con el colorido psicodélico que nos ocupa. Temo que él debe de ser bastante desastre para la informática (entre otras cosas), por lo que (presumiendo que esto del salvapantallas móvil le superaría) le sugería la posibilidad usarlo como salvapantallas fijo pero de liarse a dar vueltas, a vertiginosa velocidad, sobre su silla giratoria ante el ordenador. Colocando al tiempo, por supuesto, un disco (riguroso vinilo) de Genesis, The Moody Blues o Pink Floyd. Como si estuvieses en plenos sesenta o principios de los gloriosos setenta. Y sin necesidad de recurrir al LSD. Porque las neuronas son siempre sagradas. Y los viajes, mucho mejor caminando que “volando”.
Si esto no funciona para introducir el color en tu vida, yo ya no sé qué hacer. Pero lo sigo pensando y fijo que se me ocurren más ideas… Y yo siempre cumplo mis amenazas.

IRONÍA


Qué cruel presa per i fondelli (“tomadura de pelo”), me digo. Pero luego recapacito: no, nadie tiene tan mala baba. ¿Qué satisfacción o beneficio reportaría? Concluyo que, sencillamente, quien colocó la botella de agua vacía en esa posición no reparó siquiera en la siniestra composición a la que daba vida. Porque, sí, el árbol está definitiva e irremediablemente seco; ni siquiera las abundantes lluvias lograrán revivirlo. La cuestión es cómo pudo pasarle desapercibido al desconocido algo tan evidente, algo que hirió la retina de un semejante de inmediato. Por qué caminamos la mayor parte del tiempo como si el mundo que nos rodea fuese algo consabido y banal. Hay aventura y sorpresa y emoción y otros tesoros a cientos, a miles, ahí fuera: fuera de cada uno de nosotros. Nuestro universo personal es un universo, y es fascinante y único, cierto. Pero es un universo muy pequeño si lo comparamos con el milagro del cosmos. Hay cientos, miles de tesoros ahí fuera. Pero jamás lograremos verlos si no aprendemos a mirar. No se abrirán para nosotros si no nos interesamos por ellos, si no aprendemos a implicarnos. Esa recompensa exige un compromiso por nuestra parte.

Los verdaderos protagonistas estan aquí