Las fotos fueron tomadas en Collao de Enmedio, en Gargantilla, el veinte de este mes. ¿Recordáis aquella salida en la que se me concedió, como casi siempre, absolutamente todo?
A pesar de la lluvia torrencial e ininterrumpida, aún puedo tocar la nieve al llegar a lo alto. Los últimos bastiones helados ceden: se deshacen bajo la caricia paciente de la lluvia. Que, a fuerza de gotear con tesón, a pesar de no resultar particularmente cálida, logra derretir la última resistencia. La respiración confundida, entrelazada, fundida en indisolubles nupcias con los vapores. Aliento de la montaña mezclado con aliento del caminante en un batallado beso.
No hay nada tan acogedor, tan protector, como la niebla. Solas Ella y yo: fingiendo ser las únicas, las últimas (o las primeras) pobladoras de nuestro particular Paraíso.
Descubrí los efectos que la niebla tiene sobre mí por primera vez de camino al Pinajarro. Pero a veces se vive por primera vez en un lugar y sin embargo se descubre en otro. O quizá se descubra cada vez. Y sin embargo hay veces más reveladoras que otras. La niebla, para mí, permanece ligada al trayecto que conduce a Collao de Enmedio. Y allí la busco, y hasta allí la persigo cada vez que intuyo su visita. Es galante y solícita: nunca me hace esperar. Al menos no más de lo estrictamente necesario para avivar el deseo. Esta vez es particularmente densa, como si hubiese entendido. La más densa que me haya abrazado jamás. La más intensa.
La niebla no embota los sentidos, antes bien los agudiza. En ella suele reinar el total silencio. Tal es su embrujo que hasta las aves más indiscretas callan aturdidas, fascinadas por el misterio.
La niebla impone sus propias reglas. Es un aprendizaje emocional que enseña, sobre todo, a hacer uso de la confianza. Confianza en uno mismo: para avanzar a ciegas, palpando sólo la etérea gasa. Confianza en lo que habita fuera: porque no es fácil quedar, voluntariamente, a merced de otras manos.
Y así se camina, tras un cierto entrenamiento, seguro: haciendo uso de la memoria, recordando dónde estuvo cada piedra del camino antes de ser cubierta. Se avanza sabiendo que algo podría haber cambiado de lugar inadvertidamente, que podríamos tropezar y caer. Pero confiando a un tiempo en que el amor, capaz de hacer echar raíces a las más duras rocas, nos sostenga.
En la niebla se busca. Se busca permanentemente. Y siempre se encuentra.
Para escuchar I will find you (parte de la banda sonora de El último mohicano), interpretada por los Clannad