¿Olvido? |
El tren: el mejor medio de transporte según mi abuelo, interventor de RENFE. Años más tarde, cuando yo me marché a vivir a Italia y sólo regresaba en vacaciones, aún me discutía que de no ser el viaje tan largo… Porque el avión nunca habría podido competir con los raíles.
El tren ya no está; dejó de pasar por Hervás hace muchos años. Mi abuelo tampoco está ya: se marchó hace años también. Pero vivió lo suficiente para ver cómo los raíles criaban hierba. Y no perdió la esperanza de que el tren volviese, hasta el último día. Estaba seguro de que antes o después alguien habría reparado el imperdonable error.
Nunca he sido una apasionada del tren, lo reconozco. Sin embargo, ahora que sé lo que es esperar un regreso que no se va a producir, si volviese a pasar por Hervás, de seguro lo cogería.
Hola Salomé. Te felicito por esos recuerdos tan bonitos. Alguien dijo que recordar es volver a vivir, pues eso, revive tu ninez y disfruta. Un abrazo desde Doña Mencía.
ResponderEliminarHermosas palabras Salome, siento mucha nostalgia en ellas por el tren que ya no pasa y por tu abuelo. Bueno por lo menos ahora (a juzgar por la foto) se a quedado un hermoso paraje para pasear por allí. Saludos
ResponderEliminarGracias infinitas. Bueno, ya sabéis por experiencia, porque hay mil formas de sufrir una pérdida y lamentablemente de esto no se libra nadie, que a días se lleva algo mejor y a días, algo peor. Personalmente nunca he creído que el tiempo lo cure todo. Me parece más bien que a veces llega a anestesiarte temporalmente, nada más. Pueden haber pasado veinte años (en mi caso algo menos, aunque algo más de la mitad) y de repente un día estás peor que el resto por un motivo serio, por un motivo peregrino o, aparentemente, por ningún motivo. Sencillamente hay carencias y dolor, aunque no te pares a mirar el agujero que te han dejado dentro todos los días. Pero tienes razón, José Manuel, hay al tiempo recuerdos muy tiernos que pasado un primer estadio del luto se pueden recuperar, a pesar de todo. Besos.
ResponderEliminarRecuerdo esos viajes de Cáceres a Salamanca por esa misma vía, descubriendo un mundo diferente al que se contemplaba desde la carretera (ésta sí, afortunadamente, mejorada).
ResponderEliminarGracias! porque escribir es recordar, pero leer también es recordar.
Un saludo
Y además creo que recordar es un ejercicio muy sano; no necesariamente se convierte en sinónimo de aferrarse al pasado, y éste no tiene por qué fagocitar o condicionar nuestra existencia. Recordar el pasado sirve, aderezado con una justa mezcla de sensibilidad e inteligencia, para construir el futuro. Sí, creo que el pasado ha de ser tenido siempre en consideración, aunque lo readaptemos de vez en cuando a nuestro paisaje interior actual. Justo lo suficiente para sentirnos siempre confortables en él, en cada momento. Cuando nuestra casa comienza a no hacernos sentir como antes, no nos mudamos: es nuestro hogar y está habitado por muchas más cosas que lo visible, cosas que se han ido acumulando a lo largo del tiempo, pedazos de nosotros y de nuestra vida en ella. Lo que hacemos es redecorarla. A veces podrá llegar a parecer otra, pero en realidad no lo es. Lo importante, los cimientos, la viguería, los muros y demás siguen siendo los mismos. Apenas cuatro cosas habrán cambiado de lugar o aparecido como por arte de magia. Unas cortinas nuevas, un jarrón… cosas que sólo cambian su apariencia externa, pero no afectan a la esencia. Me alegro de haberte recordado el pasado, de que ese pasado se ligue a tierras extremeñas y, más aún, de que ése sea un pasado compartido. Abrazos.
ResponderEliminarMe ha encantado esta entrada, y sus posteriores comentarios ;especialmente la composición de la fotografía, has sabido transmitirnos esa nostalgia: las hojas caídas que se acumulan,los arbustos y la niebla que avanzan ocultando el paisaje que otro día fue. Como esos malos momentos y sentimientos que intentamos borrar en nuestra vida, y que solamente el avance de los años se llevarán.
ResponderEliminarAunque nuestra casa,..nuestro pueblo, sus alrederores estén cuajados de esos rincones que nos evocan vivencias, debemos ser capaces de ir quedándonos solamente con lo positivo.
Y de esa forma, cada día, intentar hacer de esos viejos simientos un nuevo hogar,disfrutando de los pequeños grandes momentos presentes y teniendo toda una larga vida con la que soñar.
Un abrazo,
Muchas gracias, Bibiano. Estamos en gran medida de acuerdo. Intentar borrar es un enorme error; sólo se puede reconstruir a partir de, no al margen de. Y se puede. Es difícil, pero se puede si se tiene determinación, férrea voluntad y disciplina. Sin embargo no quiero, aunque duela, renunciar sin más a lo negativo. El dolor ha de haber servido para algo, ha de cobrar algún sentido. Habrá que extraer, en la medida de lo posible, conclusiones de él. Racionalizarlo y digerirlo, metabolizarlo, siempre que las circunstancias lo permitan (a veces, lamentablemente, no existe lógica en el dolor). Porque aunque intentemos volverle la espalda, es ya parte de nosotros. Y si lo encerramos en un cajón sin más, acabará pudriéndose allí dentro. Mejor dejarlo al aire, contemplarlo, sin hacer de él objeto de culto, sin construirle alrededor un santuario, sólo serenamente. Porque sólo así, aceptándolo, tendremos la posibilidad de perderle el miedo y aprenderemos a moldearlo. Hasta darle, quizá, una forma nueva. Y lo que hoy fue un desencanto y un terrible dolor puede que mañana, con esfuerzo y paciencia, se convierta en una mariposa de colores o en una gaviota voladora. Y sí, hay que soñar, soñar mucho. Hay que tener sueños que vuelen libres, tan alto como esas mismas gaviotas. Besos.
ResponderEliminarMe acuerdo mucho del tren Expreso o correo. Tenía los vagones vetustos, descoloridos, divididos en compartimentos. Sus viajes eran eternos, con infinidad de estaciones en las que el tren paraba en todas. Siempre hacías amigos dentro de sus habitáculos. La gente sacaba la maza de jamón, la longaniza, el chorizo, en fin, todos los productos inimaginables del pueblo, por supuesto, con la correspondiente cortesía de entonces, donde no faltaba el detalle de ofrecer un bocado a los presentes.
ResponderEliminarRecuerdo las cajas de galletas María con alguna gallina dentro, las maletas de refuerzos y cartón, atadas por apuradas, con cuerda de cáñamo; cuánta magia a pesar de la carestía de aquellos años tan difíciles. Me quedo desde luego, con estas anécdotas para recordar. Un tesoro de mi memoria.
En el tren se vivieron muchas historias, amables historias, y me imagino que también amargas. Sólo deseo que el milagro te devuelva la ilusión y el paso del tren que dejó huérfano a Hervás.
Si lo coges, buen viaje.
Saludos.
Gracias, Javier. Me has emocionado mucho. Me has emocionado más. Yo también espero poder cogerlo otra vez. Quienes me conocen desde hace algún tiempo saben que la potencia de mis piernas es proverbial; me subo sin pensarlo de un brinco. “Sólo” hace falta que vuelva a pasar. Besos.
ResponderEliminarPreciosa foto, con la vía del tren metiéndose en la niebla, hacia un futuro incierto, los tonos fríos y los árboles desporvistos de hojas destacan la sensación de soledad, de nostalgia, una gran foto para unas bellas palabras.
ResponderEliminarFelicidades Salomé
Gracias, Javier. Sucede que, siempre, el paisaje exterior coincide con mi paisaje interior. Por eso, sobre todo, siento tal compenetración con la naturaleza, con esta naturaleza. Y más especialmente con la montaña. Es ella quien me acoge siempre en los peores momentos, y los pasa conmigo: llueve o nieva o hace salir el sol exactamente cuando en mí llueve o nieva o la llama interior ilumina. Y la niebla arropa si estoy perdida. Por eso presumo que habrá tormentas a partir de mediados de semana. O quizá niebla. Como es siempre muy generosa conmigo, la más fiel y generosa, probablemente tenga preparadas lágrimas y gasas, ambas cosas y por ese orden. Como tú habrás advertido, las lágrimas no se pierden igual bajo la lluvia en un bosque lejos del mundo que en Gran Vía. Aunque a veces haya que conformarse. Y aunque algunos buenos fotógrafos sepan sacarle partido a la magia que, aun escondida, en el fondo sigue quedando en Madrid. Que la capital te trate como mereces, y que tú le correspondas. Abrazos.
ResponderEliminarBonita historia Salomé. Has resumido en pocas palabras lo que todos sentimos, ya sea el viejo tren que nunca volverá a pasar por esas vías abandonadas, ya sea el antiguo molino que nunca verá las mulas cargando los sacos de harina, o esa vía pecuaria que antaño alimentaba a centenares de merinas en su discurrir a las tierras de Castilla y que hoy solo transitan todoterrenos, quads o algún caminante romántico. Las cosas ya no son lo que eran. Ni mejor ni peor, simplemente ya no lo son.
ResponderEliminarBesos
No sé, Warlock: nutro muy pocas seguridades en mi vida y, a pesar de todo, intento seguir alimentando la fe. Repito a menudo a los más jóvenes que no se debe tirar la toalla hasta que la vida te demuestra que estás totalmente vencido. Quizá ni siquiera entonces. A veces sabes con casi total certeza que no puedes ganar la batalla, que apenas tienes posibilidades. Y sin embargo yo quiero, incluso entonces, dejar la puerta abierta al milagro, que a veces es hijo de la fe (incluso de la más desesperada) y otras, de la confianza (especialmente de la ciega). Ciertamente las cosas cambian, porque estamos en evolución continua. No espero que el tren sea exactamente como el de mi infancia, ni lo necesito. De hecho, como de milagros se trata, no tendría siquiera que viajar sobre raíles. Besos.
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