EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.
Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.
Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.
Con el patrocinio de la Dirección General de Turismo de la Junta de
Extremadura, se celebrará de nuevo en breve, el próximo 24 de noviembre en
el Convento de la Coria (Fundación
Xavier de Salas), en Trujillo, el tradicional Encuentro de Blogueros de Extremadura, durante el cual se
presentará también el libro colectivo Extremadura, Naturaleza Urbana, en el que he
tenido el privilegio de participar un año más con una de mis aportaciones.
Ciertas
tardes, a la caída del sol, uno sufre la puesta de corazón. Los antiguos
sostenían que el astro, al ocultarse cada día, realizaba un peligroso viaje
nocturno por el reino oscuro del inframundo, donde le acechaban numerosos
peligros de los que, finalmente, salía ileso. Que moría y resucitaba con cada
jornada, héroe imprevisiblemente reforzado.
Quizá, tras
haber transitado la más honda ignominia institucionalizada, nosotros también
resurjamos victoriosos. Quizá. Pero hoy, a la caída del sol, cuando uno sufre
la puesta de corazón, esta sombría mazmorra, reservada sólo para una mayoría no
privilegiada, parece carecer de fondo.
S. G. I., Madrid, 8 de octubre de 2018
Interior de una prisión, por Francisco de Goya
Fantasia on a Theme by
Thomas Tallis, por
Ralph Vaughan Williams
Que obtengas
un título en una universidad pública sin reunir ninguno de los requisitos que
al resto de ciudadanos se les exige sólo por pertenecer a un partido concreto,
ostentar un determinado cargo u ofrecer prebendas o peculio, violando así las
reglas del juego limpio y corrompiendo una institución respetable ‒que a veces
alberga individuos merecedores de bien poco respeto‒, despreciando y
perjudicando al resto de estudiantes ‒los que sí lo son y no reciben trato de
favor‒, no se puede considerar prevaricación ‒y una sinvergonzonería
inconmensurable que, con cara de cemento típica de quien no conoce qué es el
pudor ni el honor, se proclama, mediante argumentos falaces y estúpidos, la
norma‒, sino un hecho “anecdótico”. Todo lo anterior no es bochornoso ni
constitutivo de delito ni motivo de dimisión para un cargo público, aunque
resulta escandaloso e intolerable un hurto menor más triste que indignante. Por
supuesto, siempre que uno se haya revelado tan torpe de abandonar tras de sí pruebas
grabadas que las mentes más mezquinas usarán llegado el momento de la carnicería,
una vez se abra la veda. El trastorno o enfermedad, si es que la hubiera, no
merece piedad por parte de los fariseos defensores de la doble moral ‒los que
aplaudían y jaleaban nuestros peores vicios: aquellos meramente anecdóticos‒;
sino áspero reproche e incluso escarnio público. Porque la hipocresía es
gratuita, y cada uno atesora toda la que puede.
Entre tanto,
quienes no nutren un mínimo respeto por la cultura ni la educación pública
siguen mirando desde el tendido, esperando que quiten a uno para poner a otro.
Tanto da cuando no se sabe lo que es la ética ni se tiene integridad. Porque
hay líderes, políticos en general, que recuerdan sospechosamente a Marx. Por
supuesto, no a Karl sino a Groucho: “estos son mis principios; si no les
gustan, tengo otros”.
Así, suma y
sigue, vender un curso de cuatro días en Aravaca como un posgrado en Harvard no
es mentir, sino desplegar tal habilidad maquillando la realidad que bien merece
ser celebrada con un título de máster en Marketing para añadir al currículum.
Querer
recuperar los restos de los propios antepasados asesinados para darles digna
sepultura no responde a amor y respeto, sino ‒puro revanchismo e interés‒ al
deseo de mantener vivas las aburridas batallas del abuelito para alimentar el
rencor entre compatriotas y para embolsarse subvenciones públicas. Pretender
exhumar los huesos secuestrados y retenidos obedece no a justicia, sino a la
retorcida voluntad de turbar la paz en un lugar de rezo ‒por el alma del
dictador, digo yo, ya que se le hace una ofrenda floral diaria‒ y de destruir
un monumento ‒al fascismo‒ patrimonio de todos los españoles ‒que sobrevivieron
al régimen‒.
Que te
acorralen entre cinco en un portal a altas horas de la madrugada, te
aterroricen y te usen a voluntad contra la tuya como si fueses una muñeca hinchable
no es violación, sino abuso.
Y así, como
decía, suma y sigue.
En
este país, a mí modesto juicio, tenemos serios problemas con las definiciones.
Y con la escala de valores.
“El pueblo de mi padre dice que cuando nacieron el Sol y su hermana la
Luna, su madre murió. El Sol le ofreció a la Tierra el cuerpo de su madre, del
cual surgió la vida. Y de su pecho extrajo las estrellas y las lanzó hacia el
cielo nocturno en memoria de su espíritu. Ahí tiene el monumento a los Cameron.
Y también a mis padres”[1].
Por fortuna vive en uno de esos
pocos sitios donde la contaminación lumínica aún no impide contemplar las
estrellas. Mira hacia arriba y sonríe inconscientemente.
Cree haber descifrado el mensaje uniendo los puntos luminosos. “When the real mountain men are Kings…”[2], confirma la voz del MP3.Se dice que, en efecto, sin
duda, ése es el cielo de nuestros padres. Antes de emprender el
camino se concede unos segundos para admirar el prodigioso espectáculo. Apenas unos
segundos; el trayecto es largo y las cumbres esperan. Aún reina la noche cuando
abandona definitivamente el jardín y cierra tras de sí la cancela.
Transcurrida casi una hora de
marcha, súbitamente el cielo se incendia. Amanece. Ante ella se despliega en
todo su esplendor una nueva creación. Una cada nuevo día. Se detiene a presenciar,
en reverente silencio, el milagro que se renueva una y otra vez con cada
amanecer. Cada día el mismo. Y cada día único y diferente. Lo que hasta hace
unos instantes eran sólo sombras confusas se perfilan como enormes montañas de
contornos rotundos y nítidos, cuya majestuosidad el ojo no abarca.
Mira hacia lo alto, hacia donde
su voluntad aspira. Desde aquí abajo, llegar a ellas parece casi imposible. Ansiosa,
dirige su vista hacia las cumbres: enormes y lejanas. Inalcanzables e
inaccesibles… sólo en apariencia. Porque ella sabe –la experiencia se lo dice–
que en pocas horas habrá tocado el cielo. Con la práctica ha aprendido que cada
cosa requiere su tiempo, que la disciplina todo lo puede. En unas horas, ni
siquiera tantas, estará allí arriba, en esa meta que hace apenas un suspiro parecía
remota. Y ya no importará nada de lo dejará abajo. Porque es el ahora lo único
que cuenta. Quedarán atrás amarguras, desencantos y traiciones. Arriba, lejos
del mezquino mundo, mecida por el viento y protegida por las ramas, será ingrávida
e intocable. En el camino, habrá aprendido a conocerse a sí misma. En el camino,
se habrá vuelto recia como lo pinos que coronan las cumbres y generosa como los
castaños que cobijan audaces vuelos. Pues Ella
–el mejor ejemplo–, con níveo traje nupcial en invierno o vestida de invicto verde
en verano, siempre acoge maternal al peregrino.
Mientras, abajo quedará el
hombre. El hombre, que siempre defrauda. El hombre que, en su torpeza, sólo
sabe construir efímeros paraísos artificiales. Por eso las chispas iluminan el
cielo nocturno imitando burdamente el cielo estrellado. Es el resultado del devastador
fuego que avanza sobre las cabezas de los bomberos y agentes forestales. El
descomunal esfuerzo físico ya no conduce por las fértiles sendas del
conocimiento interior, sino por las áridas veredas de difícil acceso en las que
han sido encendidas las llamas para que su extinción resulte más compleja. Tal
vez, incluso, para poner en peligro las vidas de semejantes que en nada se
parecen. La recompensa de esos rostros curtidos y tiznados, de esos individuos
esforzados, devastados por el agotamiento y el desconsuelo, en el mejor de los
casos, consistirá en salvar el resto del monte y regresar a casa enteros.
Ante la infamia, ante la traición
perpetrada una y otra vez por unos pocos y la indiferencia de la mayoría, sólo
impotencia. También rabia. En respuesta, tras el extraordinario resplandor, el estremecedor
alarido hiende el cielo y retumba entre las paredes rocosas, ahora desnudas y
carbonizadas. Sus compuertas se abren y, de lo alto, deja caer el agua para
refrescar la reciente herida. Un nuevo diluvio. Tal vez una noble advertencia
que el hombre, sordo como siempre a todo lo trascendente, no sabe interpretar.
Igual que hormigas, allá abajo, corren a refugiarse. Y como las hormigas, bajo
la inmensidad del cielo, podrían ser aplastados un día. Aunque, en su inconsciente
arrogancia, siguen abusando de la paciencia infinita.
Contra el cielo, contra el mismo
cielo de nuestros padres, se recortan las montañas.
Ellas se alzaban aquí mucho antes de nuestra llegada. Y aquí seguirán –incluso
a pesar nuestro– cuando nosotros ya no estemos. Son las mismas que
vieron los romanos al pisar estas extrañas tierra. Muchos, los mismos árboles
–en pié aun viejos– que daban sombra a mi bisabuelo cuando se dirigía a la
Chorrera por una senda hoy intransitable. Porque el hombre, en su estupidez e
ignorancia, se va confinando entre estrechas fronteras. En lugar de derruirlos,
construye muros. Y en vez de abrir caminos, se los cierra.
Hacia el cielo se alzan
voluntades y aspiraciones; pero también humo y pavesas. Pues el hombre, en su recalcitrante
mezquindad, busca obstinado el suelo: la satisfacción fácil, inmediata y
pasajera. Se deja deslumbrar por el ilusorio fulgor del espejismo, del vil metal
o la complaciente soberbia.
Y cuando, a fuerza de tropezar obstinadamente
sobre la misma piedra, ya no quede nada, será un fundido en negro.
***
Este verano los incendios se han
sucedido uno tras otro por toda la geografía española. El territorio extremeño
no ha constituido una excepción. En concreto, en el término municipal de
Hervás, sólo a finales de agosto, tres incendios en días consecutivos: la noche
del 24, en fincas privadas de La Solanilla; la tarde del 25, entre Hervás y
Aldeanuela del Camino y, finalmente, la noche del 26, en lo alto de la sierra
–un fuego aparentemente con varios focos que se inició hacia media noche sin la
intervención de rayos, y en cuya extinción seguramente no colaboró el fuerte
viento–. Veníamos, ya, de otro incendio declarado el 9 de agosto en las
proximidades del Pinajarro. Aciago recuento del que no podemos sentirnos
orgullosos.
***
Contra el cielo de nuestros
padres se recortan las llamas y sobre los montes de nuestros hijos se acumula la
estéril ceniza negra. Ésta, si no hacemos algo, seguirá siendo nuestra sombría herencia.
[1]De la película El último mohicano, adaptación
cinematográfica de la homónima novela de James Fenimore Cooper rodada en 1992
por Michel Mann.
Salomé Guadalupe
Ingelmo, “Cielos de Hervás: Amanece en la noche oscura del
alma”, en Cielos de Extremadura.
Extremadura en la red: blogs y fotografía de naturaleza, José Manuel López
Caballero y Atanasio Fernández García coords., Dirección General de Turismo Junta de Extremadura – Fundación Xavier de
Salas eds., 2017, pp. 226-231.
Sí, es cierto:
“Certe notti, se sei fortunato, buissi
alla porta di chi è come te”. Ya lo decía Ligabue allá por el 1995. Y lo
sigue sosteniendo. Porque los viejos roqueros, como los viejos poetas, nunca
mueren.
Qal’at
Sim’an o Iglesia de san Simón Estilita. Complejo cristiano del siglo V, Patrimonio
de la Humanidad desde 2011. Siria 1996.
Simón el
estilita pasó treinta y siete años subido a una columna en medio del desierto
sirio. Como llegado un cierto punto la distancia del suelo no le pareció
suficiente, decidió hacerse construir otra aún más alta. Y así sucesivamente.
Según dicen, la
penitencia del santo era signo de humildad. Algunos, inocentemente, creen que su
existencia debió de resultar muy dura, pues sólo disponía de una superficie de apenas cuatro pies para dormir y pasar el
día procurando no caerse. Pero lo cierto es que Simón había encontrado el
retiro perfecto, su remanso de paz. Y allí, aislado del panorama que contemplaba
sólo ocasionalmente desde lo alto, estaba a salvo. Porque hasta allí no
llegaban los cantos de sirena del maligno. Aunque tampoco los del hombre,
claro. No podían alcanzarle las voces del mundo: ni los gritos de los niños hambrientos
ni los sollozos de los ancianos desprotegidos ni las súplicas desesperadas de
los padres impotentes. Allí, en su torre de orgullo o su parapeto de cobardía,
estaba a salvo de todo. Sobre todo de sus propias debilidades y miedos. De sus
compromisos. De sus semejantes y las cotidianas miserias: de su propia humanidad,
De hecho, si
Jesús, salvando tiempo y distancia, hubiese acertado a pasar por allí, en efecto
habría clamado en el árido desierto lanzando una semilla estéril. Pues, desde
su posición, el impasible santo no habría escuchado las fraternales enseñanzas.
Simón, turbado
por los vulgares asuntos humanos, decidió retirarse al desierto para vivir en
continua penitencia. O lo que es lo mismo, en continua ausencia. Allí, después
de morar en una cisterna seca y una cueva, importunado por las voces de la
numerable gente que por admiración le visitaba ‒apartándole de la vida
contemplativa y la oración y acercándole a la tentación‒, decidió que le
construyeran una columna de tres metros de altura, luego una de siete y por
último otra de diecisiete.
Pero ahora,
hermanos, no es tiempo de ascetas, sino de santos más humanos sin los oídos
llenos de cera.
Presagio,
por Raquel Forner
David Bowie, Cat people (Putting Out Fire). Video de Bruno Aveillan
El fascismo hace uso del chantaje sin pudor. El fascismo toma rehenes. El fascismo pretende siempre imponer sus reglas por la fuerza y no por la razón. El fascismo no entiende de bandos ni partidos. El fascismo no es honra ni siquiera para los suyos, si es que realmente lo fueron. El fascismo no le hace ascos a nada y, cual Cronos sin escrúpulos, acaba alimentándose sin empacho de sus propios hijos. Pero junto con ese abominable banquete, consume también su propio tiempo. Y en esa loca carrera sin vuelta atrás, se precipita hacia el despeñadero.
A lo mejor es que no hemos evolucionado
tanto como queremos creen. A lo mejor es que las trincheras siguen abiertas.
Texto Finalista del IV Premio Internacional de Poesía Jovellanos 2017 (“Sullo stesso vagone”, El mejor poema del mundo 2017, Ediciones Nobel, Oviedo: 2017, pp. 98-102)
Ignacio González, ex presidente
de la Comunidad de Madrid: "El
principal riesgo que tienen los niños en la Comunidad de Madrid de malnutrición
es la obesidad infantil".
En debate parlamentario a mediados
de diciembre de 2014, Ignacio González, asegurando que la crisis ya era cosa
del pasado y el verdadero problema de los niños madrileños consistía en que
estaban demasiado gordos, se negaba a aceptar la propuesta realizada en la
Asamblea de Madrid por el líder del PSM, Tomás Gómez, de abrir los comedores escolares
en Navidad para todos aquellos niños y niñas en riesgo de pobreza infantil y
carencias severas.
Me pregunto cuándo
nos extraviamos
En qué desvío nos perdimos
y nunca más nos encontramos.
Cuándo renunciamos a los valores,
los principios, la conciencia…
Y además
comenzó a resbalarnos.
Cuándo toda esta podredumbre
dejó de agredirnos al olfato.
Cuándo se nos olvido definitivamente
en qué consiste un ser humano.
(S.G.I, Madrid, 24 abril 2017)
Léon Bonnat, Adán y Eva llorando la muerte de Abel
Templo de Baal-Shamin, Palmira (Tadmor), Siria 1996
Alguna vez he
dicho que yo descubrí a Dios en el teatro de Palmira. Apenas amanecía, corría
la primavera de 1996. Hoy las fotografías capturadas por los drones nos
confirman que el teatro de Palmira ‒como tantos otros bienes culturales
irrecuperables‒ ha sido destruido. Destruido por quienes debieran sentirse
orgullosos herederos de su grandeza. Einstein tenía razón, la estupidez humana
carece de límites.
Yo descubrí a
Dios en un teatro de Palmira que ya no existe. ¿Significará eso que Dios
tampoco existe?
―No te preocupes, rey. Le quito dos ballenas y te queda bien ceñidito
―dice su abuela.
La pensión no da para mucho y su nieto tiene buen gusto para los corpiños
y ligueros, así que intenta hacerlos durar. Al menos los luce, pues los lleva
por fuera de la ropa.
―La paga semanal ―interviene su abuelo, tendiéndole los billetes
cuidadosamente doblados―. Hay un poco más para que no compres el maquillaje en
el bazar, no se te vaya a estropear el cutis. Y pasa por la pelu, que
terminarán confundiéndote con un emo.
¿Qué se dice?
―El sexo, siempre seguuuuro ―repite un poco hastiado la contraseña
convenida para que le dejen salir de casa.
Ella mira a su marido y recuerda los gritos el día que él encontró un
preservativo en la mochila de su hija, muerta a causa de la maldita plaga del
siglo ―azote de espíritus libres y deleite para sádicos falsos profetas― antes
de que el niño aprendiese a hablar. Sonríe con orgullo mientras le peina los
cabellos con sus sarmentosos dedos. Se dice que ese hijo-nieto visual kei les ha hecho mucho bien.
Con la última uva aún en la boca, el muchacho se dispone a salir. 31 de
diciembre. Un año más, es Navidad.