Que obtengas
un título en una universidad pública sin reunir ninguno de los requisitos que
al resto de ciudadanos se les exige sólo por pertenecer a un partido concreto,
ostentar un determinado cargo u ofrecer prebendas o peculio, violando así las
reglas del juego limpio y corrompiendo una institución respetable ‒que a veces
alberga individuos merecedores de bien poco respeto‒, despreciando y
perjudicando al resto de estudiantes ‒los que sí lo son y no reciben trato de
favor‒, no se puede considerar prevaricación ‒y una sinvergonzonería
inconmensurable que, con cara de cemento típica de quien no conoce qué es el
pudor ni el honor, se proclama, mediante argumentos falaces y estúpidos, la
norma‒, sino un hecho “anecdótico”. Todo lo anterior no es bochornoso ni
constitutivo de delito ni motivo de dimisión para un cargo público, aunque
resulta escandaloso e intolerable un hurto menor más triste que indignante. Por
supuesto, siempre que uno se haya revelado tan torpe de abandonar tras de sí pruebas
grabadas que las mentes más mezquinas usarán llegado el momento de la carnicería,
una vez se abra la veda. El trastorno o enfermedad, si es que la hubiera, no
merece piedad por parte de los fariseos defensores de la doble moral ‒los que
aplaudían y jaleaban nuestros peores vicios: aquellos meramente anecdóticos‒;
sino áspero reproche e incluso escarnio público. Porque la hipocresía es
gratuita, y cada uno atesora toda la que puede.
Entre tanto,
quienes no nutren un mínimo respeto por la cultura ni la educación pública
siguen mirando desde el tendido, esperando que quiten a uno para poner a otro.
Tanto da cuando no se sabe lo que es la ética ni se tiene integridad. Porque
hay líderes, políticos en general, que recuerdan sospechosamente a Marx. Por
supuesto, no a Karl sino a Groucho: “estos son mis principios; si no les
gustan, tengo otros”.
Así, suma y
sigue, vender un curso de cuatro días en Aravaca como un posgrado en Harvard no
es mentir, sino desplegar tal habilidad maquillando la realidad que bien merece
ser celebrada con un título de máster en Marketing para añadir al currículum.
Querer
recuperar los restos de los propios antepasados asesinados para darles digna
sepultura no responde a amor y respeto, sino ‒puro revanchismo e interés‒ al
deseo de mantener vivas las aburridas batallas del abuelito para alimentar el
rencor entre compatriotas y para embolsarse subvenciones públicas. Pretender
exhumar los huesos secuestrados y retenidos obedece no a justicia, sino a la
retorcida voluntad de turbar la paz en un lugar de rezo ‒por el alma del
dictador, digo yo, ya que se le hace una ofrenda floral diaria‒ y de destruir
un monumento ‒al fascismo‒ patrimonio de todos los españoles ‒que sobrevivieron
al régimen‒.
Que te
acorralen entre cinco en un portal a altas horas de la madrugada, te
aterroricen y te usen a voluntad contra la tuya como si fueses una muñeca hinchable
no es violación, sino abuso.
Y así, como
decía, suma y sigue.
En
este país, a mí modesto juicio, tenemos serios problemas con las definiciones.
Y con la escala de valores.
La muerte de Séneca, Manuel Domínguez y Sánchez |
Billy Joel, Honesty
Todo es puro maquillaje linguístico.
ResponderEliminarBesos.