Me encantan los “análisis” maniqueos, simplistas y cargados de moralina de bajo coste que escucho en la Cuatro, pero que se reproducen un poco aquí y allá. Cuando los carroñeros huelen a carne fresca no parecen dispuestos a desperdiciar la presa. Así que, donde otros sólo metieron un meco, hagamos nosotros sangre.
Por supuesto, pasemos por alto todas las circunstancias y quedémonos, como tenemos hábito, en lo superficial. Que, al fin y al cabo, de eso hemos hecho nuestra profesión, la de tertuliano. Cosa que no maravilla, pues resultaría harto exigente hasta para un sabio del Renacimiento —tanto más para un limitado contemporáneo— desarrollar una postura erudita y bien fundamentada sobre cada uno de los temas que uno, como “experto”, tiene a bien ilustrar durante las horas de programa en las que intercambiamos cacareos: la guerra en Ucrania, las aventuras extramatrimoniales de Urdangarín, la COVID-19, las desavenencias familiares de los Pantoja… Así, sin solución de continuidad ni sedante alguno para el espectador ——.
Se necesita una cultura tan vasta —o quizá tan basta— que, natural, hay quien ha considerado necesario contratar a Tamara Falcó para iluminarnos ——.
Nos olvidamos de que la violencia adopta muchas formas y se ejerce de otras tantas, algunas mucho más insidiosas y preocupantes que una hostia. ¿Significa esto que justifico yo la violencia? No, por supuesto; pocas personas conozco más pacíficas y dialogantes que yo. Sencillamente, no justifico ningún género de violencia o crueldad. Y violencia es también —una mucho más cobarde y mezquina si se quiere— infligir dolor aprovechando las debilidades ajenas para hacer mofa de ellas gratuitamente, con mero afán crematístico, para cubrir un espacio en una gala que no sé rellenar con mi propio talento.
El humor consiste en reír con, no en reírse de. Si todos los implicados no ríen no es humor sino otra cosa, y no tiene ni puta gracia ——.
El “simpaticón” se escuda en la presencia del público, pensando que así no recibirá reproche alguno y es, por tanto, un abusón. Un abusón que, a su modo, ejerce la fuerza y la violencia sobre el vulnerable sin siquiera exponerse, seguro de salir impune. Un abusón que hace daño intencionadamente y sin remordimiento alguno, sin pensar en las consecuencias sobre la víctima —independientemente de su género—, que presuntamente ha de reírle la “gracia” cuando se burla de un trastorno diagnosticado, un trauma que aun así la persona ha tenido la valentía de afrontar en público, pero que quizá le siga generando inseguridad e incluso complejo.
Tengo mis dudas sobre cómo percibiría las cosas el “graciosete” si, habiéndose corrido la voz de lo exiguo de su miembro, en la misma gala una presentadora se pusiese a hacer chistes sobre su cacahuetillo ——.
Es fantástico que uno logre reírse de sus penas —y de su pene—, pero ese privilegio pertenece sólo al interesado, no al primer payaso —no profesional, además— que pase y decida sacar provecho. Si uno no sabe hacer humor, conviene que se dedique a otra profesión. Lo mismo si uno no es capaz de dar una opinión crítica, documentada y razonada sobre un argumento o si, en lugar de moderar una tertulia, parece más dispuesto a juzgar desde un púlpito sobre quién debe recibir los castigos del infierno ——.
Las cuestiones complejas nunca tienen explicaciones sencillas. Las cosas difícilmente son blancas o negras; en medio se despliega una interminable escala de grises.
Conclusión: quien tan alegremente hacía espectáculo con el dolor ajeno, ha probado, a su vez, lo que significa el dolor. Quiero esperar que de todo este bochorno al menos alguien saque alguna lección sincera sobre la empatía.
Dedicado, cómo no, a esos tuttologos empeñados en hablar de fontanería cuando, si acaso, cursaron la carrera de Periodismo o la de Publicidad. En especial, a todos esos imprescindibles garantes de la moral, pájaros de mal agüero vocacionales. A pesar de su dudosa ética.
La Extracción de la piedra de la locura, El Bosco |
El buen humor empieza en reírse de uno mismo, y con y no de alguien.
ResponderEliminarSaludos.
Añadiría que el buen humor empieza y acaba en el respeto. Besotes.
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