Tiempo de lluvia; tiempo duro. Puede ser, si se sabe aprovechar, tiempo de catarsis. En cualquier caso, tiempo para la introspección. Tiempo para reflexionar sobre las metas no alcanzadas que se recortan contra ese cielo gris que corona una vida no menos gris, ese cielo que todo lo ve. Porque quizá, en efecto, cada iniquidad acabe pagándose….
Mediocridad, vileza, cobardía… Se reduce todo a la incapacidad de aceptar las propias responsabilidades, de reconocer que el origen de nuestras desdichas se encuentra, en buena medida, en nuestros malos actos. También, de reconocer nuestras limitaciones. Es mucho más cómodo culpar sistemáticamente con lengua de trapo, como alguien aquejado de puerilidad o como un borracho incapaz de afrontar sobrio la realidad, a los demás de nuestros fracasos. Sólo un adulto maduro sabe digerir con elegancia la frustración. No es que no tengamos talento, no. Es, sencillamente, que los demás no nos entienden; no están a la altura. El mundo es duro, despiadado, con nosotros. Qué cómoda resulta la lenitiva letanía “pobrecito yo”.
Pero lo cierto es que esos pobrecitos que se deleitan con sus pocas desgracias, que se rebozan en la autocompasión como animales en la cochiquera, no suelen sentir la menor empatía hacia su prójimo. Es más, si pueden lo machacan. Porque gozan de tan poca autoestima que sólo haciendo creer a los demás que son mediocres, se sienten finalmente alguien. Les amenaza la seguridad, el talento y la felicidad ajena. Porque su existencia les recuerda todo lo que ellos han perdido o jamás tuvieron. Yo siempre he creído que nadie se conoce tan bien como uno mismo ‒aunque la mayoría prefieran cerrar los ojos ante sus propias carencias‒, así que han de tener razón: si en nada se estiman, probablemente es porque carecen de cualidad decente alguna, ninguna mínimamente aprovechable. Y eso, el ser una mala persona, convertirse voluntaria y tercamente en un ser mezquino y despreciable ‒amén de mediocre y cobarde, por incapaz de aceptar las propias responsabilidades‒, lamentablemente no se cura con cirugía.
Te conozco; no puedes engañarme. Mis ojos, además de grandes, son penetrantes. Reconozco tus mentiras y tus bravuconadas. Huelo tu miedo por lo que se avecina. Conozco también tus puntos débiles. Te vi, tanto tiempo atrás –ya en otra vida–, en una pesadilla muy real, y decidí desalojarte para siempre de mi sueño. Ahora allí cabe sólo un vergel compartido, un paraíso original para dos en el que, lo siento, no hay espacio para las serpientes (mucho menos, para las víboras). Así que no te molestes en tender una manzana marchita, envenenada: aquí sólo comemos jugosas fresas recogidas en el bosque con el frescor de la mañana. No nos queda tiempo para perder con nimiedades; todo el tiempo es nuestro y sólo nuestro. Con nosotros la creación comienza de nuevo.
Existe un equilibrio cósmico, llámese cómo se quiera. No albergo dudas: he sentido intensas señales, señales inequívocas en las alturas. La montaña me ha hablado demasiadas veces. Por eso sé que, a corto o a largo plazo, quien mordeduras siembra, veneno letal recoge. Como dicen los italianos, chi cerca, trova. Luego, cuando te pillas los dedos, no puedes lamentarte.
Tiempo duro. Tiempo para reflexionar por la noche, una vez apagada la luz y arrebujados en nuestra sábana, ésa que nos queda tan ancha por no compartida, sobre el camino que nos ha conducido a la soledad y a la insatisfacción, sobre ese mal –que poco tiene de físico– que nos corroe por dentro, el que nos va pudriendo lentamente y nos aleja cada día más del ser humano.
Como soy mujer de fe, creo que nunca es tarde para desandar el camino andado: la monstruosidad tiene, siempre que se desee, vuelta atrás. Ahí fuera el mundo de los vivos, el mundo de otros vivos, está esperando. Sólo se necesita el valor para enmendar, la humildad para reconocer que se ha errado. Antes de que sea demasiado tarde para escapar de la condena eterna.
Tiempo de lluvia. Entre tanto, el anuncio de un nuevo premio literario, uno que me honra muchísimo. Aunque mi mayor premio es haber encontrado un compañero, “el compañero”, con el que andar el resto del camino. Cuando dos almas complementarias se encuentran, se reinaugura el milagro. Entonces todo lo anterior, por nefasto que sea, parece haber merecido la pena, y cae súbitamente en el olvido.
Como casi siempre, te lo dedico a ti. Por estar invariablemente a mi lado y no fallarme jamás. Entre las muchas cosas buenas con las que la vida me ha premiado, eres lo mejor que me ha sucedido.
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La pubertad, Edvard Munch |
Para escuchar a Phil Collins interpretando en concierto (imprescindible) In The Air Tonight