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Hematófagos apareándose |
Últimamente he
escuchado en los medios de comunicación un mensaje más veces de lo que mi
paciencia resiste: “por qué a lo mineros sí y a otros trabajadores no”. Para
empezar indicar que si yo, que apenas pongo la televisión, he escuchado la
frase en no pocas ocasiones durante estos días, repetida hasta la saciedad en
varios programas y cadenas, ha de querer decir que quien se ha dedicado a
difundirla machaconamente carece de cualquier otro argumento inteligente con el
que intentar llevar el agua a su molino. Por otro lado desearía recordar que
repetir insistentemente una idea no la convierte en una genialidad, ni nos
avala automáticamente con la razón. Ni siquiera nos vuelve más convincentes.
Declaraciones como
la que comentamos hoy únicamente buscan minar la cohesión social. Algo que, afortunadamente,
una buena parte de los ciudadanos parecen tener aún claro a pesar de los ímprobos
esfuerzos que otros realizan por embrollarles la cabeza. Ayer, sin ir más
lejos, mientras la marcha entraba en Madrid, escuchaba yo decir a su paso a un
bombero, ante las preguntas de la reportera que cubría el acontecimiento,
“mineros o bomberos, es lo mismo; todos somos trabajadores”. Bien, yo no voy a
poder resumirlo mejor que este caballero.
No me agradan ‒diría casi me
ofenden‒ las afirmaciones verbalmente o/y socialmente excluyentes en general.
Pero es que además el planteamiento se revela sencillamente falaz. No se trata de que
a los mineros sí y a otros colectivos, como por ejemplo… los periodistas, no.
Porque que se ayude a la minería no excluye que se respalde también a otros
sectores o colectivos desfavorecidos. Ambos hechos no son incompatibles, sino
más bien lo contrario. La ayuda a la minería es un ariete que abre, pacífica y
legítimamente, una brecha en un inflexible muro impuesto a una sociedad que
debería ser solidaria. Últimamente Francesc Cornadó (http://francesccornado.blogspot.com.es/)
reflexionaba sobre lo que es progreso. Pues bien, para mí progreso es
solidaridad y conciencia. Si no existe eso, no hay nada. El hombre es un ser
gregario que forma parte de un tejido social, un tejido delicado que todos
hemos de proteger. Ante las necesidades de nuestros semejantes, deberíamos
reaccionar por solidaridad. Pero si nos han hecho perder este noble sentimiento
bajo amenaza velada o directa, deberíamos hacerlo también por previsión e
inteligencia, por temor al futuro: porque si veo las barbas de mi vecino cortar…
Os recordaré una vez más las palabras de Niemöller: “Cuando los nazis vinieron
a llevarse a los comunistas, / guardé silencio, / porque yo no era comunista, /
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, / guardé silencio, / porque yo no
era socialdemócrata, / Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, / no
protesté, / porque yo no era sindicalista, / Cuando vinieron a llevarse a los
judíos, / no protesté, / porque yo no era judío, / Cuando vinieron a buscarme,
/ no había nadie más que pudiera protestar”.
Además
convendría no olvidar que un ser humano no es un objeto para usar y tirar, algo
de lo que nos podemos deshacer sin remordimiento una vez que lo hemos exprimido
a conciencia y ya no tiene ningún provecho que ofrecernos. Aunque supongo que
esto resultará muy difícil de entender para ciertas personas, tan empapadas en
teorías económicas, o lo que es lo mismo visiones socio-políticas, que se
encuentran en las antípodas de sistemas basados en la reciprocidad o la
solidaridad, conceptos que han de resultarles de todo punto ajenos.
El ciudadano
habría de sentir que el Estado está ahí para velar por él. Porque si no es ésa
su función, para qué sirve entonces. Si el Estado está ahí sólo para recaudar y
luego “apáñatelas como puedas”: ¿Redistribución? ¿Qué dice usted que es eso?… La
pregunta podría abrir paso a inquietantes hipótesis, de modo que convendría
despejar las dudas haciendo que la gente de a pie se sienta realmente
comprendida, tenida en cuenta y atendida. ¿Qué decir sobre las modificaciones a
la Ley de Dependencia?
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El coloso, Goya |
¿Por qué ahora
la minería? La minería tuvo un papel fundamental en la revolución industrial,
que a su vez permitió el ascenso de un sistema económico al que ahora
determinadas personas tan desesperadamente se aferran. Los tiempos han cambiado
y se prefieren ahora fuentes de energía alternativa, renovables y cada vez menos
contaminantes ‒por fijarnos en la cara amable del asunto; por no mencionar que
importar el carbón de otros lugares sale más barato que producirlo en nuestro
país‒: el sector necesitaba una reconversión, nadie lo duda. Aunque esta
noticia no es nueva, y quizá no se hayan ido tomando las medidas necesarias al
ritmo deseables. Entonces habrá que ofrecer alternativas de diversificación
socioeconómica a todas esas personas que de él viven y que en él viven; que se
han formado en una cultura minera con todo lo que ello implica, una cultura
llena de tradiciones que forman parte de nuestro país e historia y que no
deberían caer en el olvido. Un modo de conservación es, por ejemplo, la
creación de parques temáticos mineros en los que se pueda comprender la forma
de vida en estas comarcas, no sólo las formas de producción en las mismas. Ello
potenciaría el turismo y permitiría conservar y transmitir esas tradiciones.
Evidentemente esto no basta para solucionar el enorme problema. Y el estado no
puede pretender que sean los propios afectados quienes lo resuelvan por su
cuenta. En pocas palabras, que emigren de sus hogares sin más en busca de un
futuro incierto y desarraigado. ¿Es esto modernidad y progreso?
¿Por qué ahora
la minería? Podríamos hablar de todos los problemas médicos que el ejercicio de
su profesión ocasiona a los mineros en mayor o menos grado según su puesto de
trabajo. No lo vamos a hacer porque de todos es sabido, por mucho que se
empeñen los de siempre en hacer creer lo contrario, que trabajar como picador
no es trabajar como reportero. Por mucho que ambas profesiones sean igualmente
dignas y merezcan el mismo respeto. Hay multitud de informes elaborados por
profesionales médicos al respecto; basta dirigirse a ellos para obtener
información detallada. Información que, por mucho que en este país nos
empeñemos a menudo en ser lo mismo médicos que abogados que entrenadores de
fútbol, no cualquiera, espero, tendrá la desfachatez de pretender desacreditar
o rebatir en público… Aunque pudiera ser, porque hace escasos días, en una de
esas contadas ocasiones en las que enciendo la televisión para enterarme de lo
que pasa por el mundo, veía yo como un joven periodista (licenciado en
Periodismo y creo, pues no conozco en profundidad su curriculum si bien he
leído algunas noticias sobre él en la red…, diplomado en Economía) pretendía no
ya rebatir, sino “poner contra la pared” a un profesor titular de economía de
una reputada universidad española. Hombre, no sé, si se hubiese hablado de otra
cosa en lugar de hacerlo de cuentas, lo mismo… Se me viene a la cabeza una
lapidaria y acertadísima frase de Domingo Faustino Sarmiento, pedagogo, escritor,
docente, periodista y presidente de Argentina entre 1868 y 1874 ‒que destacó
por su labor a favor de la educación pública, que consideraba esencial para el
progreso científico y cultural de su país‒, sobre el atrevimiento… Y en esto
tiene que ver la pérdida de autoridad de los docentes. Y me refiero a la
autoridad que concede el saber y la razón, no la obtusa imposición. Algo de lo
que hablaba últimamente Laura Uve (http://u-topia1.blogspot.com.es/). Una
equivocación de la que hay que culpar, de nuevo, a inquietantes
intereses. Porque si bien somos todos iguales, no sabemos todos lo mismo. Y
precisamente para eso estamos los docentes, para legar todo lo que poseemos a
nuestros semejantes, para que nuestros alumnos lleguen mucho más allá que
nosotros mismos: para que el género humano se enriquezca. Pero si se convence a
todo el mundo de que ya sabe más que nadie, las personas no se preocuparán de
formarse, de adquirir no sólo conocimientos sino actitudes y aptitudes críticas,
de pensar y poner(se) en duda… Se acabaron las inquietudes de golpe. Evidentemente
puede resultar muy cómodo según a quien.
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El sueño de la razón, Goya |
Basta ya de
demonizar, diría yo, desde los medios de comunicación o de determinados medios
de comunicación, a los ciudadanos que libremente ejercen su derecho ‒su
obligación quizá‒ a razonar y a expresar sus opiniones, necesidades y
exigencias. No me parece que esta noche en Madrid se hayan dado muestras de
violencia. Más bien, la cada día más deshumanizada capital ha dado rienda
suelta a los sanos sentimientos que aún la habitan, que laten debajo del
cemento. De algún modo ha despertado también gracias a estos peregrinos que
intentan, con razones, convencer en lugar de vencer. Aunque esto resultará
difícil de entender para quienes acostumbran a imponerse por la fuerza, para
quienes no han aprendido a escuchar a su interlocutor, a respetar a quien
tienen en frente ‒que no necesariamente al “contrario”‒. El respeto y la
disposición democrática no nacen espontáneamente como una seta en el campo; se
semillan y cultivan.
Los mineros estorban,
por supuesto. Estorban porque son la punta de un iceberg, porque ponen de manifiesto
un vacío. También, una brecha, una ancha y profunda que quienes están del lado “correcto”
no desean en absoluto ver cicatrizada. ¿Acaso molesta tanto que los trabajadores
no mendiguen sino que reivindiquen dignamente sus derechos?
No diré más
porque creo haber resumido con bastante claridad mi punto de vista. No
obstante, por si aún quedase alguna duda al respecto y dado que a este tema no
le veo ninguna poesía, os dejo un microrrelato mío que quizá conozcáis ya, pues
fue publicado no hace mucho en la revista miNatura.
A buen entendedor…
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Modos de volar, Goya |
GOD SAVE THE QUEEN
CAPRICCIO STEAMPUNK
Salomé Guadalupe Ingelmo
En
el vigésimo aniversario de la publicación de Anno Dracula, bajo la
amenaza hecha realidad, como humilde homenaje al visionario Kim Newman
Bajo la luz artificial del
inflexible farol, la muchacha ofrece mecánicamente el gesto lascivo tantas
veces ensayado. Está tan desmejorada que no parece una cálida.
La respiración afanosa de la
desventurada acaba en un gemido sofocado. El sonido del impasible metal marca
el final del acto, íntimo y sórdido al tiempo: las escasas monedas rebotan
contra el empedrado. Ruedan aquí y allá, produciendo un sumiso tintineo. Yace
tendida en el suelo, ojerosa, demacrada: tan débil que apenas puede arrastrarse
para recogerlas. A medida que él penetraba la carne, su menudo cuerpo iba
resbalando sobre la pared del patio en el que desempeña con discreción su
oficio. La mente se ha deslizado también: ahora reposa en una indulgente
inconsciencia, un lugar en el que no debe preocuparse por el alquiler del
cuarto compartido, ni por los chulos para los que son obediente rebaño. Ni
siquiera, por los clientes que las ordeñan a su antojo. Los caballeros se
adentran en el East End sólo para saciar su apetito.
El cielo del gueto hierve de
rudimentarios ingenios voladores, de alas membranosas. Únicamente las gafas de
visión nocturna evitan las colisiones. Funesta bandada eclipsa la pálida luna.
Su sombra se proyecta amenazadora, avanza imparable. Aunque la clase humilde es
prolífica, en pocos años esas criaturas desnutridas no podrán alimentar a los
aristócratas y burgueses que viven de ellas, a los miles de devotos neonatos y
a los pocos fríos antiguos ‒las ávidas sanguijuelas de rancio linaje‒.
Cuando la epidemia comenzó a
extenderse, aceptó convertirse en hagiógrafo de los Padres Oscuros. Así logró
eludir los campos para no bautizados. El escritor acelera el paso. Procura no
mirar al cielo. Ni al suelo. Pero la tentación vence a la prudencia: los
orificios en el cuello de la muchacha, unos ojos que se clavan en él
acusadores, lo hipnotizan. Recuerda su Irlanda natal ‒abusada por los corsarios
ingleses‒, los siniestros cuentos durante la eterna convalecencia infantil…
Ahora los monstruos de su madre parecen seres inocentes. Es la era del hombre:
¡Dios salve a la reina!
God save the queen: capriccio steampunk, fue publicado en la revista digital miNatura. Revista
de lo breve y lo fantástico 116, enero-febrero 2012, p. 40-41.
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Las resultas, Goya |
Para
escuchar a Víctor Jara interpretando Canción del minero
Para
escuchar a los Quilapayún interpretando A la mina no voy
Para
escuchar a los Víctor Manuel interpretando Carta de un minero a Manuel Llaneza