Catedral Vieja de Plasencia |
En estos
últimos días, por motivos que no vienen al caso aunque existen –nada sucede
porque sí, aunque algunos se empeñen en hacernos creer lo contrario– he releído
una novela descubierta hace muchos años, cuando aún vivía en Italia. No soy
aficionada al género policíaco, pero aprecio la buena literatura más allá de
los géneros y los argumentos. Por eso recomiendo El silencio de Dios, de Gilbert Sinoué, a los
amantes de la novela policiaca. Pero también, en general, a todos aquellos
seres dispuestos a no dejarse aniquilar por la ciega y sorda ortodoxia; a
quienes cultivan la duda constructiva, la reflexión esclarecedora y
enriquecedora –si bien no exenta de dolor–. Jamás, el devastador escepticismo.
Son tiempos
para reflexionar sobre el libre albedrío. Porque en lo más íntimo cada uno de
nosotros sabe lo que está bien y lo que no. Por eso es necesario aprender a
despojarse de miedos o intereses; hacerse responsable de los propios actos y
sus consecuencias. Es necesario no cerrar la puerta a la propia conciencia.
Atravesará un
camello el ojo de una aguja antes de que la ausencia de escrúpulos pise el
reino de los cielos. Estoy segura. Es estrecha la ranura para quienes no aman
ni respetan a sus semejantes. Da igual en lo que digan creer, porque resulta
demasiado fácil leer en sus corazones… de piedra.
Ángel de la Revelación, William Blake |
Para escuchar a Florence and the Machine interpretando No Light, no light