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DOS PINCELADAS SOBRE HERVÁS


(S. G. I., Madrid, 13 de octubre de 2011)

EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.


Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.

Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.

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CON OÍDOS Y OJOS ABIERTOS



Qal’at Sim’an o Iglesia de san Simón Estilita. Complejo cristiano del siglo V, Patrimonio de la Humanidad desde 2011. Siria 1996.

 
Simón el estilita pasó treinta y siete años subido a una columna en medio del desierto sirio. Como llegado un cierto punto la distancia del suelo no le pareció suficiente, decidió hacerse construir otra aún más alta. Y así sucesivamente.
Según dicen, la penitencia del santo era signo de humildad. Algunos, inocentemente, creen que su existencia debió de resultar muy dura, pues sólo disponía de una superficie de apenas cuatro pies para dormir y pasar el día procurando no caerse. Pero lo cierto es que Simón había encontrado el retiro perfecto, su remanso de paz. Y allí, aislado del panorama que contemplaba sólo ocasionalmente desde lo alto, estaba a salvo. Porque hasta allí no llegaban los cantos de sirena del maligno. Aunque tampoco los del hombre, claro. No podían alcanzarle las voces del mundo: ni los gritos de los niños hambrientos ni los sollozos de los ancianos desprotegidos ni las súplicas desesperadas de los padres impotentes. Allí, en su torre de orgullo o su parapeto de cobardía, estaba a salvo de todo. Sobre todo de sus propias debilidades y miedos. De sus compromisos. De sus semejantes y las cotidianas miserias: de su propia humanidad,
De hecho, si Jesús, salvando tiempo y distancia, hubiese acertado a pasar por allí, en efecto habría clamado en el árido desierto lanzando una semilla estéril. Pues, desde su posición, el impasible santo no habría escuchado las fraternales enseñanzas.
Simón, turbado por los vulgares asuntos humanos, decidió retirarse al desierto para vivir en continua penitencia. O lo que es lo mismo, en continua ausencia. Allí, después de morar en una cisterna seca y una cueva, importunado por las voces de la numerable gente que por admiración le visitaba ‒apartándole de la vida contemplativa y la oración y acercándole a la tentación‒, decidió que le construyeran una columna de tres metros de altura, luego una de siete y por último otra de diecisiete.

Pero ahora, hermanos, no es tiempo de ascetas, sino de santos más humanos sin los oídos llenos de cera.


 Raquel Forner
Presagio, por Raquel Forner

 
David Bowie, Cat people (Putting Out Fire). Video de Bruno Aveillan

SIEG HEIL



El fascismo hace uso del chantaje sin pudor. El fascismo toma rehenes. El fascismo pretende siempre imponer sus reglas por la fuerza y no por la razón. El fascismo no entiende de bandos ni partidos. El fascismo no es honra ni siquiera para los suyos, si es que realmente lo fueron. El fascismo no le hace ascos a nada y, cual Cronos sin escrúpulos, acaba alimentándose sin empacho de sus propios hijos. Pero junto con ese abominable banquete, consume también su propio tiempo. Y en esa loca carrera sin vuelta atrás, se precipita hacia el despeñadero.


A lo mejor es que no hemos evolucionado tanto como queremos creen. A lo mejor es que las trincheras siguen abiertas.
 


David Olère_El ogro de las SS
David Olère, El ogro de las SS


Ismael Serrano, Al Bando Vencido


Ismael Serrano, Papa cuentame otra vez

SULLO STESSO VAGONE



           Texto Finalista del IV Premio Internacional de Poesía Jovellanos 2017 (“Sullo stesso vagone”, El mejor poema del mundo 2017, Ediciones Nobel, Oviedo: 2017, pp. 98-102)





Salvador Dalí, El escritorio antropomórfico




Kaleo, Way Down We Go


CIAO, CIAO, BAMBINA





En un Madrid melancólico y lluvioso, recuerdo las palabras de Domenico Modugno:

Ciao, ciao, bambina, un bacio ancora
E poi per sempre ti perderò
Come una fiaba, l'amore passa:
C'era una volta poi non c'è più

Cos'è che trema sul tuo visino
È pioggia o pianto dimmi cos'è
Vorrei trovare parole nuove
Ma piove, piove sul nostro amor

Puede que a algunos se les haya roto el amor… de tanto usarlo.



Cabeza cortada de la Górgona Medusa, atribuida a Leonardo Davinci
Cabeza cortada de la Górgona Medusa, atribuida a Leonardo Davinci



Domenico Modugno, Piove
 

BAJO EL SIGNO DE LA BESTIA

Templo de Baal-Shamin, Palmira, Salomé Guadalupe Ingelmo, Ángel Ganivet, Concurso Literario Internacional Ángel Ganivet, Concurso Literario Ángel Ganivet, Concurso Ángel Ganivet, Premio Ángel Ganivet, Certamen Ángel Ganivet

Templo de Baal-Shamin, Palmira (Tadmor‎), Siria 1996


Alguna vez he dicho que yo descubrí a Dios en el teatro de Palmira. Apenas amanecía, corría la primavera de 1996. Hoy las fotografías capturadas por los drones nos confirman que el teatro de Palmira ‒como tantos otros bienes culturales irrecuperables‒ ha sido destruido. Destruido por quienes debieran sentirse orgullosos herederos de su grandeza. Einstein tenía razón, la estupidez humana carece de límites.
Yo descubrí a Dios en un teatro de Palmira que ya no existe. ¿Significará eso que Dios tampoco existe?


El número de la Bestia es 666, William Blake
El número de la Bestia es 666, William Blake



Francesco Guccini, Dio è morto


DÍA DE DIFUNTOS




Será porque nos aproximamos al Día de Todos los Santos que tanto fantasma anda suelto. Que, colonizados como estamos por este nuevo género de neoimperialismo chabacano e impúdico, los muertos se reaniman y los cadáveres que ya hedían cantan ahora, muy aliviados, de otra forma.
No creo que finalmente los difuntos salgan de sus tumbas, ni siquiera ahora que se aproxima su día; pero no me cabe duda de que algunos han de estar revolviéndose en ellas. Que en paz descansen todos aquellos que, cumpliendo con honor en el pasado, se lo pueden permitir y lo merecen. Y los demás, a nuestra propia cruz y nuestro particular Gólgota.


Darío de Regoyos, Noche de difuntos
Darío de Regoyos, Noche de difuntos


Scala & Kolacny Brothers, Nothing Else Matters


Manuales de supervivencia infantil: de cuando se nos perdió por el camino la utopía

Ventanal del Colegio Santísimo Cristo de la Salud de Hervás
Ventanal del Colegio Santísimo Cristo de la Salud de Hervás


En los últimos tiempos, el revuelo causado por la publicación ‒bajo el sello de una reputada editorial‒ de un presunto manual para la supervivencia en la escuela, me ha traído a la mente lo delicado que resulta escribir para la infancia. Cómo nuestra responsabilidad hacia la comunidad en tanto escritores se multiplica cuando nos dirigimos a un público aún no del todo formado y fácilmente influenciable. Lo he sostenido otras veces públicamente.
Su autora, que ofrece consejos sexistas y discriminatorios, ante la avalancha de críticas de padres, educadores y cerebros sencillamente cabales, se defiende afirmando que ella se limita a ofrecer pautas para eludir un problema ya existente. Es decir que promueve el conformismo, la aquiescencia e incluso la adhesión desvergonzada ante actitudes reprobables porque, según ella, adaptarte a lo que hay nos asegura no convertirnos en víctimas. Así, secundar al verdugo cuando acosa a otros compañeros, practicar nosotros mismos la discriminación, nos permite mimetizarnos con los individuos dominantes, evitando su atención y escapando de sus iras.
La tesis esencial de la autora es, por tanto, que cuanto antes los niños y niñas aprendan a aceptar las situaciones de violencia y desarrollen mecanismos para derivar esa violencia hacia otros inocentes, mucho mejor.
No se me antoja muy pedagógico.
Y yo me pregunto: ¿dónde queda la rebeldía, las ganas de luchar por un mundo mejor, la defensa de los valores y el honor?
¿Por qué molestarse en arremeter contra las normas o hábitos injustos?, imagino que se preguntará la pragmática autora. Para que la sociedad pueda seguir mirándose al espejo quizá, digo yo. Quizá, para permitir que nuestras comunidades progresen y se vuelvan, a ser posible, cada día más ecuánimes y solidarias.
Si a lo largo de la historia el ser humano se hubiese limitado a acatar las normas vigentes sin razonar sobre ellas, sin cuestionarse las consecuencias éticas, como la autora postula, sólo por poner dos ejemplos de los tantos que se pueden esgrimir, seguiría habiendo esclavos negros y la mujer continuaría sin derecho al voto. Los abolicionistas y las sufragistas deberían haberse adaptado a sus sociedades para evitarse problemas, para no llamar la atención. Y sin embargo optaron por el riesgo que suponía intentar cambiar lo que consideraban injusto, el segregacionismo racial y el sometimiento femenino. Y sin embargo, porque en toda época, a pesar de los riesgos, han existido personas consecuentes con sus principios y solidarias con sus semejantes, se organizó clandestinamente el Ferrocarril Subterráneo, y no pocas mujeres, tristemente, fueron encarceladas  únicamente por exigir sus derechos civiles.
Si nos hubiésemos conformado, si otros antes que nosotros se hubiesen “adaptado”, aceptado “razonablemente” su realidad, si hubiesen escuchado únicamente a su instinto de supervivencia y se hubiesen guiado exclusivamente por sus propios intereses o comodidad, la autora del polémico manual no habría podido firmar un contrato de edición sin el consentimiento de su marido. Ni viajar, trabajar por cuenta ajena o ejerciendo profesiones liberales u otras tantas actividades ahora consideradas habituales, sin el permiso de su tutor masculino ‒que sería siempre su representante legal‒. Porque ésta era la realidad que hasta hace bien poco vivían las mujeres en España. Yo aconsejaría que reflexionásemos todos seriamente sobre ello.
La autora se declara alarmada por las amenazas que presuntamente ha recibido. Me cuesta creer que precisamente quienes criticar el sesgo de su obra por machista, discriminatoria y otras cuantas cualidades escasamente edificantes, a quienes preocupa su influencia sobre la tierna personalidad de niños y adolescentes, postura aparentemente bastante responsable, se dediquen a reproducir comportamientos propios de la mafia ‒entiéndasemé bien, tampoco ella ha manifestado haberse despertado con una cabeza equina sobre su almohada‒. Pero, teniendo en cuenta cómo anda el mundo, inmerso en una espiral de violencia que amenaza con sumirnos en la peor visceralidad, le concedo el beneficio de la duda e incluso estoy dispuesta a creerla.
No obstante, me gustaría recordar que existen muchas formas de ejercer la violencia, y a menudo la más solapada se revela la más peligrosa. Me refiero esencialmente a esa institucionalizada, la que impone determinadas normas de conducta si se quiere ser aceptado; qué hacer, decir o cómo vestirse si queremos formar parte del grupo; cómo “cazar” y conservar a un ejemplar del sexo masculino... Qué mayor violencia que seguir reproduciendo un patrón que ha mantenido esclava a la mitad de la población durante siglos, que sólo ahora tímidamente comienza a desterrarse. Qué mayor violencia que alimentar con esos prejuicios a quienes no tiene aún experiencia vital suficiente para revelarse, ni tan siquiera para ponerlos en duda. Si un adulto, por demás un adulto con la suficiente autoridad para escribir un libro, dice que las cosas son así y así han de seguir siendo, seguramente ha de tener razón.
Hace poco descubríamos que el Ayuntamiento de Málaga estimó apropiado que los perros locales hiciesen sus necesidades sobre los restos de represaliados de la Guerra Civil, la segunda mayor fosa común de Europa ‒dudoso orgullo en el que sólo quedamos por detrás de Yugoeslavia‒, sobre la que se colocó un “pipicán” a sabiendas. Se me antoja muy revelador, esclarecedor sobre lo que determinadas instituciones, o para ser más exactos los cargos públicos que circunstancialmente las representan, piensan sobre la Memoria Histórica. Y establezco una asociación entre ambos casos porque lo de la mencionada obra dirigida a la infancia se asemeja peligrosamente a ciscarse en la memoria de quienes arriesgaron o dieron su vida por defender los derechos humanos en sentido amplio y también, más concretamente, los de la mujer ‒además, cómo no, en el dolor de quienes fueron víctimas de acoso infantil de niños‒. Ciscarse en ambos casos, en el del “pipicán” y en el del libro, en las víctimas, lo que me parece especialmente despreciable y mezquino, amén de cobarde.
Demonizar no es lo mío, pero sigo pensando que resulta indispensable reflexionar antes de hablar o escribir. Y si ello es así siempre, mucho más cuando nos dirigimos a niños o adolescentes. El escritor ha de ser consciente de su responsabilidad, pues posee un arma poderosa si se sabe usar con nobles fines y de modo juicioso; devastadora si se esgrime de forma insensata. Escudarse en la libertad de expresión, como se está poniendo tan de moda, para justificar cualquier atropello, no es propio de personas maduras. Lo mismo hacen quienes insultan y vilipendian públicamente, y no parece razonable ni decoroso. Para exigir respeto hay que aprender a respetar. Para obtener una sociedad respetuosa es condición indispensable educar en el respeto. Porque si no, estaremos incitando a que nuestros niños actuales continúen reproduciendo patrones violentos en el futuro ‒incluido insultar y amenazar a los escritores cuando sus obras nos parecen improcedentes‒. Y todo ¿por qué? Porque adaptarse a un mundo violento en lugar de combatirlo es lo más razonable si queremos sobrevivir, o al menos eso nos dijo un libro que leímos en nuestra infancia…
El problema, quizá, es que estamos hablando de un presunto manual de supervivencia, y no deberíamos enseñarles a nuestros niños a sobrevivir, sino a vivir. A ser posible, dignamente.
Y por cierto, respecto a esta teoría de hacer oídos sordos ante la ignominia y perseguir a las víctimas para comprar el favor y la protección de los verdugos, querría recordar los famosos versos de Martin Niemöller:

Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.

                                                                                                                                  (Artículo originalmente publicado en Luz Cultural 11 de agosto de 2016, http://www.luzcultural.com/?p=4274 )



Julio Romero de Torres, “Conciencia tranquila”
Julio Romero de Torres, “Conciencia tranquila”


Demi Lovato, "Skyscraper"

DEMOCRACIAS OFFSHORE



Las actuales circunstancias me empujan a una reflexión muchas veces hecha, quizá de forma menos directa: las modernas democracias, que tanto se han jactado de ser escrupulosamente solidarias y respetuosas con la igualdad de oportunidades, se han seguido alimentando durante décadas del sudor y la sangre de los de siempre. Dónde el patrimonio que la familia Franco expolió a este país y que ha permitido a sus descendientes seguir siendo unos privilegiados, sólo por poner un ejemplo de la tolerancia que el sistema prodiga a abominables dictaduras.
El mismo perro con otro collar. El mismo perro dominado por las garrapatas de siempre.
Lo triste es que nos quisimos creer el espejismo. Y muchos, convencidos, incluso defendieron fieramente su dudosa honorabilidad. No habrían faltado quienes, generosamente, hubiesen dado la vida por esa quimera. Por un sistema pútrido y corrupto que, fiel heredero de otros de infausto recuerdo, ha prosperado cual parásito a costa ajena.
Tras el baile de máscaras, sólo queda el cadáver de la ingenuidad. Rígido y frío, irremediablemente yerto.



Duelo después del baile de máscaras, Jean-Léon Gérôme
Duelo después del baile de máscaras, Jean-Léon Gérôme



Brother Dege (AKA Dege Legg), Too Old To Die Young



UNA VEZ MÁS, AUNQUE PARA NADA SIRVA

Monasterio de Las Huelgas (Burgos)
Monasterio de Las Huelgas (Burgos)




Tristemente se vuelve a hablar del intento terrorista de subvertir nuestras reglas de convivencia, de la necesidad de defender nuestros valores occidentales. Si esos valores son los que estamos mostrando a los refugiados sirios, que no cuenten conmigo. No me identifico con ese género de “cultura”; no es ése mi proyecto de vida, no coincide con los principios que siempre he cultivado. Me he dejado guiar, cuarenta años largos, por la tolerancia: me repugna cualquier tipo de xenofobia, de incitación al odio por motivos étnicos o de discriminación por motivos económicos. Perteneciendo a lo más íntimo del ser humano, respeto profundamente los sentimientos religiosos ajenos, cualesquiera que sean. Me repugna la islamofobia cuanto me repugna el antisemitismo que asoló Europa no hace tanto tiempo. No advierto las diferencias. Nada justifica la violencia. Ninguna. Ni la aplicada mediante acción, ni la consentida mediante omisión. Lo repito una vez más; pero como el hombre es un animal torpe y obstinado, guiado por las orejeras de sus particulares intereses, de seguro no será la última. Y la próxima ocasión también será sangrienta y sangrante como ésta: la violencia sólo engendra más violencia.



Khalil Gibran, El profeta
Khalil Gibran, El profeta


The Rolling Stones, Paint it Black


PARA JOSÉ MARÍA ROJO MONFORTE, JUAN JOSÉ BARRIOS SÁNCHEZ Y TODOS LOS VECINOS DE GUIJO DE GRANADILLA

Casa Museo Gabriel y Galán de Guijo de Granadilla
Casa Museo Gabriel y Galán de Guijo de Granadilla



A LA SOMBRA DEL ABUELO
Salomé Guadalupe Ingelmo

Dedicado a todos los protagonistas, a los que aún nos acompañan y a los que no. Muy especialmente, a la memoria de la incansable tía Chon.
           


−Bebe algo entre tanto.
Su padre parece radiante; raras veces que se reúnen para comer en familia. La vida se ha vuelto tan frenética… Aunque esa casa aún parce un remanso de paz, un refugio.
Mientras se sirve un licor de hierbas, contempla las manos huesudas de su bisabuelo, en apariencia hábiles a pesar de la edad.

***
Los dedos ásperos ejecutan el familiar rito con insospechada delicadeza. Ni un poco de pólvora se pierde.
−La munición es muy cara; no puede desperdiciarse. −explica a su nieto−. Esos bichos tienen la frente dura; a veces los proyectiles rebotan. Pero si aguantas la embestida, si resistes inmóvil hasta que el animal haya llegado a tu altura, tienes unos segundos para dispararle tras la oreja. Es infalible.
El pequeño asiente con la boca abierta.
Por eso Juan “Chaparro”, con su pequeña estatura y su aire sosegado, es el cazador más respetado de Guadalupe. A él acuden los ricachones en busca de monterías como la del día siguiente. Aunque ésa será distinta: por primera vez le acompañará su nieto favorito.
−Ya sabes, Juanito. Si el guarro saliese vivo, no intentes usar la escopeta; no tendrías tiempo. Tírala al suelo y súbete a un árbol recio. Enfurecidos, se llevan cualquier cosa por delante. Ante todo, prudencia. Recuerda la pierna de tu primo, abierta de arriba abajo. Jamás persigas a uno herido, ni intentes rematarlo con el cuchillo. Cuando te tiente hacer una tontería, piensa en esa cicatriz; la llevará toda la vida. La caza no es un juego. En ella hombre y animal miden sus fuerzas, y han de hacerlo con honor, limpiamente –instruye al muchacho.
Las caballerías resoplan asustadas. Como tantas veces, ha instalado a los forasteros dentro del castaño Abuelo; pero ha decidido pasar la noche al descubierto junto a su nieto. Quiere que el chiquillo pueda ver las estrellas. Además algo le empuja a alejarlo de esos hombres.
−Juanito, no te asustes −susurra−. Los lobos van a pasar. No te harán nada, hijo. Cúbrete con las mantas: la manada saltará sobre el bulto y seguirá su camino. No traen hambre.
Y en efecto todo sucede exactamente como pronostica el abuelo. Igual que en un sueño, los animales saltan ágilmente, sin hacer ruido. Con el corazón acelerado, el muchacho comprende que jamás volverá a vivir una experiencia igual.
A la mañana siguiente sólo unas huellas entre las hojas caídas delatan la inesperada visita. Los forasteros ni siquiera se percatan. Abuelo y nieto sonríen cómplices y guardan su secreto: ellos no pueden entender.
Emprenden el regreso. La caza ha sido buena, pero ellos no se muestran satisfechos; nunca parecen tener suficiente. Si salen liebres, querían conejos; si perdices, palomas… Incluso los dos jabalíes que al principio alabaron, ahora suscitan indiferencia. Juan “Chaparro” dirige una melancólica mirada a los trofeos. No se merecen nada, se dice. Cuando un disparo interrumpe su pensamiento. Uno de ellos ha abatido un águila real; el animal yace muerto en el suelo.
−¿Qué les dije antes de salir? No se tira a nada que no se coma. No conmigo. La próxima vez, búsquense a otro –zanja decidido; él tiene sus normas.
El resto del camino se recorre en silencio.

***
−¡Máxima! –llama en el humilde zaguán.
−Es inútil que grite, padre –responde su hija desde la cocina, donde se hace vida familiar−. Una vecina vino de buena mañana: tenía una culebra en casa y pensaba deshacerse de ella. Ya sabe usted cómo es madre: “no la mates, pobrecita. Ya la convenzo yo de que se vaya”, dijo. Y para allá que marchó con un cuenco lleno de leche. Luego mandaron a buscarla para que recompusiese los huesos a un chiquillo; una caída. Y aún no ha vuelto. Por el camino habrá encontrado a alguien más… Acércate al fuego, Juanito, que traerás frío. ¿Te has divertido?
El pequeño asiente con vehemencia.
−Pero, padre, un águila… Madre se enfadará; le costó tanto preparar aquella que encontró usted malherida y hubo de rematar por piedad...
−Qué quieres que haga. Así son los señoritos. Ya no tenía remedio; no quise desperdiciarla. En esta casa todo lo que se mata, se come –afirma inquebrantable.

***
El noticiario salta de los incendios provocados por la estupidez humana a los provocados por la maldad humana. Rapaces envenenadas, caza furtiva… Les quitamos lo que era suyo y ni siquiera nos basta, se dice.
La voz del presentador se convierte en un ruido confuso: súbitamente el retrato de su bisabuelo se le antoja el único mensaje razonable. “Ya no hay reglas del juego”, murmura mientras lo acaricia ensimismada. El hombre, un anciano sencillo de pueblo, mira al frente: ni orgulloso ni avergonzado; simplemente, sereno. Nunca debió nada a nadie, jamás hizo daño a sabiendas. No tomó más de lo que necesitaba ni dio menos de cuanto pudo; en su casa, aunque sólo hubiese sopa, la puerta siempre estuvo abierta. Se fue como vino al mundo: pobre pero honesto.
–Ya acabo –anuncia su padre desde la cocina–. Mucho trabajo, verdad, hija. Seguramente tienes prisa.
–No mucha –miente. Quizá haya descubierto de golpe sus prioridades–. Papá, cuéntame otra vez…
Ha oído esa historia cientos de veces. Tantas que ahora teme no haber escuchado con suficiente atención desde hace algún tiempo. Y ella no quiere olvidar. Es Día de Todos los Santos, día para el recuerdo.
Su padre, portando una bandeja de embutidos y queso, precede al seductor aroma de la caldereta de cordero que aún canturrea bajito al fuego.
–Pues verás, cuando yo era pequeño…


***

José María Gabriel y Galán por Alejandro Cabeza / Colección Casa Museo Gabriel y Galán de Guijo de Granadilla, Salomé Guadalupe Ingelmo, Ángel Ganivet, Joaquín Sorolla, Ignacio Pinazo, Julio Peris Brell, Jose Mongrell, Eugenio Hermoso, Adelardo Covarsi, Cecilio Pla, Antonio Muñoz Degrain, Emilio Sala, Francisco Domingo, José Benlliure, Ramón Casas, Santiago Rusiñol, Ignacio zuloaga
José María Gabriel y Galán por Alejandro Cabeza / Colección Casa Museo Gabriel y Galán de Guijo de Granadilla


El presente retrato forma parte de la colección de la Casa Museo Gabriel y Galán de Guijo de Granadilla. Otro retrato del poeta obra de Alejandro Cabeza, una interpretación radicalmente distinta del personaje, pertenece a los fondos permanentes del Museo Provincial de Cáceres. Además del busto presente en la plaza donde se encuentra la Casa Museo, sendas esculturas del escritor fueron realizadas por Juan Cristóbal (ubica en la Plaza Gabriel y Galán de Salamanca) y Enrique Pérez Comendador (la emplazada en el Paseo de Cánovas en Cáceres). Alejandro Cabeza es autor también de un retrato del escultor de Hervás Enrique Pérez Comendador, obra integrada en la colección del Museo Provincial de Bellas Artes de Badajoz.


Pepe Extremadura, El embargo 


NO EN MI NOMBRE

Casa Mudéjar, Cáceres (Monumento Histórico-Artístico)
Casa Mudéjar, Cáceres (Monumento Histórico-Artístico)

     Ahora, tras un tiempo prudencial para la reflexión, porque nunca conviene manifestarse con las vísceras aún humeantes y revueltas sino atemperadas por el uso de la razón, puedo decir.
     Puedo decir que estos días he escuchado palabras alarmantes. Verbos como exterminar, erradicar y otros semejantes en labios de comunes ciudadanos.
     Puedo decir que se me han ofrecido, repetidos hasta la saciedad por quienes dirigen nuestros destinos ‒es para tener mucho miedo‒, conceptos a duras penas inteligibles cuando no manifiestamente improbables. Tales como el repetidamente enarbolado de “cultura occidental”, por ejemplo. Cultura occidental… Sin duda existen las culturas occidentales, pero la cultura occidental… No, decididamente no me suena.
     Y escuchar, además, esa entelequia de labios de quienes mantienen un IVA cultural desmedido, reducen las exiguas becas de los estudiantes, desmantelan la enseñanza de las Humanidades ‒y ya de paso, el resto‒, asfixian a nuestros jóvenes científicos… Digamos que me resulta, cuanto menos, difícil de digerir. Que se erijan en paladines de esa presunta cultura occidental quienes, por poner sólo un ejemplo, confunden a Saramago con una famosa pintora, se me antoja, por ser generosa, esperpéntico. Cuando no bochornoso.
     Y qué es esa presunta cultura occidental si no una afortunada heredera del patrimonio clásico que los musulmanes conservaron e incrementaron para Europa cuando ésta pasaba por sus años más oscuros. Y también de tanta razón y humanidad que los propios musulmanes, civilización floreciente y tolerante por aquel entonces, tuvieron a bien legarnos. Figuras tan brillantes como Averroes, Ibn Hazm, Maimónides y tantos otros eran, aunque algunos parezcan no recordarlo ni estén mínimamente a la altura de su legado, tan musulmanes como españoles.
     He asistido repetidamente estos días al uso de un lenguaje polarizado y agresivo, incluso desafiante y provocador. Cuántas veces en las últimas horas no habré escuchado oponer el “nosotros” al “ellos”. Quiénes son ellos, me pregunto. Mientras tengo claro que, visto quien hace uso del término y cómo, ese “nosotros” que se esgrime ‒por otro lado, como tantas otras veces, sin mi consentimiento‒ no existe en absoluto. Ante determinadas manifestaciones sólo puedo repetir lo que decía Groucho Marx: “que paren el mundo, que yo me bajo”.
     Ahora, personas sin ninguna autoridad moral e incluso de dudosa integridad deciden que “estamos en guerra”. Ahora descubren que estamos en guerra… Ahora, justamente ahora: cuando la violencia que nosotros mismos alimentamos con nuestras intervenciones en suelo ajeno finalmente llama a la puerta. Hombre, ya es casualidad. Igual que descubrimos a los refugiados y concluimos que requieren una respuesta justo en el exacto momento en que se presentan en casa como visitas molestas. Entre tanto, lejos, bien lejos, podían agonizar y morir en el anonimato. En silencio y sin molestar, sin turbar las conciencias. Que es la hora de la cena y las escenas desagradables en el telediario molestan. Pues bien, la violencia genera sólo violencia. Es justamente haciendo uso de ella, por acción u omisión, como hemos llegado hasta aquí.
      No dudo que el pueblo francés, que tantas veces antes ha sabido mantener la dignidad y convertirse en defensor resistente de los derechos y las libertades en situaciones extremas, sabrá estar a la altura de las circunstancias. La pregunta es si sabrán estarlo también sus representantes políticos ‒y ya de paso, los nuestros‒. Y por el momento la situación no parece precisamente alentadora. Porque está claro que el poder crea dependencia. Y con tal de asegurarse su permanencia en él, uno hace y dice cualquier cosa.
     Lo que nos jugamos, en contra de lo que algunos personajillos ‒Curioso el uso de las alzas por parte de tantos “grandes” hombres de la Historia de toda nacionalidad. Se ve que los complejos no conocen fronteras‒ sostienen, no es nuestra propia seguridad, sino pilares fundamentales de la naturaleza humana. Porque reproducir patrones violentos únicamente deshumaniza y degrada. Y no caben alegaciones ni excepciones a esa regla básica.
                                                                                                                                                                                         S. G. I. Madrid, 19 de noviembre de 2015


David Alfaro Siqueiros, Eco de un grito
David Alfaro Siqueiros, Eco de un grito


Civil War - Slash y Myles Kennedy



DIOS LE DA PAN A QUIEN NO TIENE DIENTES

Retiro_Salomé Guadalupe Ingelmo
El Retiro, Madrid




Imposible saber la realidad que se abre cuando se cierra la puerta.





CORAZÓN DE CRISTAL

A la memoria de Asunta


Había una vez una pareja que deseaba mucho una hija. Tenían de todo; sólo eso les faltaba. Entonces decidieron comprarse una. La escogieron de metal, para que resistiese las palabras duras sin abollarse y apenas tuviese exigencias. La autómata era la hija perfecta, la que cualquiera habría deseado. A diferencia del resto de niños, hablaba cuando debía y callaba cuando sus padres no tenían ganas de escucharla. Jamás protestaba ni correteaba por la casa, ni gritaba ni jugaba ni dejaba el brécol en el plato. De las malas costumbres habituales entre los niños de carne sólo tenía la de no bañarse ni lavarse los dientes, porque no lo necesitaba. Era la hija perfecta, la que todos los padres habrían deseado.
Hasta que, mirando alrededor, sintió nostalgia. Procuraba introducir alguna palabra en las conversaciones. “Qué raro, se habrá estropeado”, decían sus padres. Y la apagaban por la fuerza con el mando a distancia.
“Será un cortocircuito”, supusieron un día al ver una lágrima en su mejilla de metal. Decidieron llevarla a la chatarrería y comprarse una hija nueva, último modelo.
Nunca más volvió a sentirse sola: la fundieron y con ella fabricaron un columpio. Aún enseña a volar a otros niños.

                                              Salomé Guadalupe Ingelmo, Corazón de cristal, Papeles de la Mancuspia 68, diciembre 2013, p. 3


Mientras, hoy cientos de padres se manifiestan para reivindicar su derecho y el derecho de sus hijos a la custodia compartida... 


Antonio Fillol Granell, La Bestia Humana
Antonio Fillol Granell, La Bestia Humana

Javier Álvarez, La madre de Fabián

POR EL MEJOR AÑO DE VUESTRAS VIDAS



Sólo está perdida la batalla que no se libra. Luchad por ser felices.


Salomé Guadalupe Ingelmo, escritora española, ensayista, crítica literaria, escritora para la infancia, autora de literatura infantil, Alejandro Cabeza




Joe Cocker, With A Little Help Of My Friends



HOMENAJE


 
Nos despertamos, en vísperas del aniversario del fallecimiento de Fernando Fernán Gómez, con la noticia de que el Teatro Fernán Gómez de la plaza de Colón, en Madrid, ha pasado a llamarse Centro Cultural de la Villa. Casi tan miserable como negarle a una víctima inocente de la avaricia empresarial y la dejadez o connivencia política el nombre de una calle, por poner un ejemplo.
Superado el primer impacto propinado por la elegancia y sensibilidad de la medida, uno se dice que en realidad no ha de asombrarse: quizá nada distinto se deba esperar de quienes pretenden mantener al ciudadano secuestrado en su casa, víctima de un silencio artificial e impuesto a golpe de multa, tribunal y porra. Demasiado libre e íntegro, Fernán Gómez, demasiado sincero, para convertirse en santo de según qué devociones. No importa que fuese un creador polifacético, un verdadero hombre de cultura; uno de esos que jamás confundirían al escritor Saramago con la pintora Sara Mago, por ejemplo. No importa porque cada uno busca a sus afines, y en ese espejo se mira y reconoce. Y entonces uno se dice que, seguramente, el teatro de Colón pasará a llevar un nombre más acorde con las circunstancias; que estará dedicado a otro intelectual más merecedor del honor, más a la medida de quienes mandan. Quizá... Alfred Rosenberg, se me ocurre.
Ah, no, perdón, craso error: éste no habría impuesto multas de seiscientos mil euros por entorpecer la misa. Tanto trabajo, Jesús, tanta fatiga para distinguir las dos caras de la moneda; tanto manifestarse, públicamente expuesto a las iras del tirano ‒propio y extranjero‒; tanto sacrificio... para acabar así, para llegar a "esto".
La decisión se puso en práctica este miércoles. Sin embargo el todo poderoso político de turno, con su imagen herida de muerte y recién salida de su enésima ‒es un decir: en Madrid ya hemos perdido la cuenta‒ torpeza, visto lo impopular de la medida, intenta sacar partido de la desafortunada coyuntura ordenando la restitución del nombre de Fernán Gómez a su lugar el jueves, de emergencia. Ahora el edificio, en un nuevo refrito, pasará a llamarse Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa.
La Damnatio memoriae era una práctica muy difundida en la Antigüedad: Egipto, Mesopotamia, Grecia, Roma... El hombre ha manifestado su salvajismo más o menos por igual en todas las partes del mundo. Entonces ‒y no sólo: ejemplos contemporáneos los encontramos bajo el estalinismo y otros regímenes de diverso signo‒ era costumbre suprimir de todos los monumentos e inscripciones el nombre del enemigo caído ‒la abolitio nominis romana‒, o incluso del gobernador precedente. Borrando su nombre, se pretendía borrar también su memoria. Aniquilar definitivamente al oponente: condenarlo al ostracismo eterno.
Pues bien, los mezquinos y mediocres no pueden deshacerse tan fácilmente de la imagen que tanto les incomoda: la profesionalidad, la integridad, la dedicación, la vocación de servicio, el saber hacer y el amor al trabajo y al prójimo; el respeto por el hombre y sus cosas, en definitiva, no se olvida fácilmente. Porque hay comportamientos que se convierten, por derecho propio, en ejemplo de vida. Y otros que, por execrables, sólo sirven para demostrarnos que, por oposición, vamos por el buen camino.
Una pena que haya carnes con tan poca alma.

Lo que hay
Hay el alma
y hay la carne
(¿hay el alma y hay la carne?)
¡Qué pena, amor, esto sólo!
(¡Qué pena, amor, esto solo!)
¡Tanta carne
ensuciando mi alma!
(O tanta alma
ensuciando nuestra carne.)
Dudoso porvenir,
segura belleza,
tengo, amor mío,
para subir al cielo al contemplarte,
dos ojos en la cabeza.
                                                                                                            Fernando Fernán Gómez, antología El canto es vuelo

El ángel del hogar, Max Ernst

Para escuchar a Sting interpretando The shape of my heart

Los verdaderos protagonistas estan aquí