Museo Arqueológico de Estambul, Campaña asiria contra los enemigos |
Yo
daría un consejo al Parlamento de Dinamarca: ¿por qué permanecer prisioneros de
los falsos prejuicios o de la doble moral, maniatados por el qué dirán? Si
total, por lo que parece, nadie tiene nada que decir al respecto. ¿Por qué no
comenzar a extraer, entonces, las piezas dentales de metal? ¿Por qué no rapar
el cabello?
No
hay como una mente práctica para amortizar la miseria, para saber sacar partido
hasta en el infierno.
Quizá consista en esto la tan cacareada esencia occidental.
Salomé Guadalupe Ingelmo, Dos testimonios de Sonderkommando en
Auschwitz
(FRAGMENTO), en Revista Destiempos (México) n. 42, Estudios y Ensayos,
Diciembre 2014-Enero 2015, p. 50-86, http://www.destiempos.com/n42/Ingelmo.pdf
Los Sonderkommando,
como su propio nombre indica, fueron equipos especiales de prisioneros, casi
siempre judíos. A ellos se les obligó, bajo amenaza de muerte, a desempeñar
actividades relacionadas con la aplicación de la “Solución final”. Su función
consistió en ayudar a desvestirse y entrar en las cámaras de gas a las víctimas, seleccionar sus pertenencias, extraer las
piezas dentales de oro de los ejecutados y cortar el cabello ‒que se
vendía a la industria textil‒ de los cadáveres femeninos[1], vaciar y limpiar las cámaras de gas después de cada
sesión, acarrear e incinerar los cuerpos y deshacerse de esas
cenizas.
La organización en los crematorios se asemejaba a una cadena de montaje.
Así lo advirtió precozmente el corresponsal de guerra Vasili Grossman: “El cadalso de Treblinka no era un cadalso
sencillo: era un lugar de ejecución en cadena, método adoptado para la
producción industrial contemporánea. Y de igual manera que un verdadero
conglomerado industrial, Treblinka no surgió de pronto tal y como ahora la
describimos. Creció paulatinamente, se desarrolló, creó nuevos «talleres»”.
(Grossman, “El infierno de
Treblinka”,538).
[1] Un grupo de Sonderkommando
sacaban, con mucha dificultad, pues los cadáveres estaban rígidos y enmarañados
entre sí ‒amén
de resbaladizos por los abundantes restos de fluidos‒, los cuerpos de la cámara y los llevaban a un
atrio contiguo. Allí estaban los “barberos” y “dentistas” (Venezia, Sonderkommando,
80-81, 178). Éstos debían ejecutar sus labores velozmente para que, una vez
extraído todo lo de valor, los cuerpos fuesen transportados por otros Sonderkommando
hasta los hornos.
Salomé Guadalupe Ingelmo, El horror pasó por Treblinka (FRAGMENTO), https://drive.google.com/file/d/0B6PMmRFcYuRbQjRBTkYzY0lITE0/view
Era
una vez extraídos los cuerpos de las cámaras, que antes habían de airearse
mediante un potente sistema de ventilación mecánica que se ponía en marcha
durante unos veinte minutos, pues el efecto de gas Zyklon B se prolongaba en el
tiempo, cuando a los cadáveres de las mujeres se les cortaba el pelo. Así lo
aseguran todos los testimonios de los Sonderkommando
sobrevividos, especialmente de los “barberos”. Pero además ahora contamos con
pruebas forenses concluyentes: piezas textiles fabricadas con pelo humano y
encontradas en Auschwitz, donde además aparecieron toneladas de cabello aún sin
manipular, una vez analizadas, han revelado que en efecto el pelo con el que se
manufacturaron contenía restos de Zyklon B, el veneno empleado en las cámaras
de gas[1].
En ese momento se rescataba también todo lo que de valor pudiese tener el
cuerpo: piezas dentales de oro, pendientes y anillos que hubiesen podido quedar
puestos en la víctima a pesar de que se les había ordenado precedentemente que
se despojasen de todo… Y entonces, sí, finalmente los cadáveres estaban listos
para ser quemados en los hornos crematorios. Aunque, dado que el sistema no
desaprovechaba nada, aún sus cenizas serían, en algunos casos, empleadas como
abono[2].
Ciertamente no se trata más que
“pequeños detalles”, aclaraciones que en nada afectan a la verdadera naturaleza
del horror. Pues finalmente tanto el cabello de los reclusos que vivirían por
el momento como el de aquellos que ya habían sido cremados, se almacenaba y
vendía a las fábricas textiles igualmente.
El sistema no estaba dispuesto a
dejar cabos sueltos: no podían quedar con vida prisioneros que hubiesen
acumulado demasiada información sobre los métodos de exterminio. Por eso los Sonderkommando,
casi siempre prisioneros judíos, eran a su vez
regularmente exterminados. Muy pocos de ellos sobrevivieron, y de esos
pocos la mayoría eligieron el silencio. No obstante los testimonios de algunos
de esos hombres nos han ayudado a conocer los procedimientos aplicados en las
cámaras de gas y los crematorios. Así Shlomo Venezia, judío sefardita nacido en
Salónica y con nacionalidad italiana, Sonderkommando de
Auschwitz-Birkenau durante ocho meses y medio
interminables, proporciona detalles espantosos con una sinceridad
admirable.
Shlomo, que
precisamente desempeñó las funciones de “barbero”, explica
cómo los cadáveres extraídos de las cámaras de gas por algunos Sonderkommando, pasaban después por las manos
de los “barberos” y “dentistas”. Ambos trabajaban en el mismo espacio, en un atrio adyacente a la sala donde las víctimas se
desvestían antes de entrar en la cámara de gas[3].
Shlomo cortaba el cabello de las mujeres,
especialmente si lo tenían largo, con unas tijeras grandes similares a las de
poda y lo metía en sacos, Una vez “barberos” y “dentistas” habían
acabado su trabajo, que debía realizarse a gran
velocidad porque muchos cuerpos habían de ser revisados y eliminados cada día,
los cadáveres estaban definitivamente en condiciones de ser trasladados a los
hornos crematorios por otros Sonderkommando.
El cabello de
los difuntos era usado para fabricar textiles: ropa ‒como calcetines para los soldados‒, mantas, rellenos de los colchones suministrados a las
tropas alemanas, tapicerías para distintos tipos de vehículos[4], sogas de uso naval e incluso juntas estancas para buques y
submarinos, así como mecanismos de ignición para bombas[5]. El pelo de los prisioneros de los campos de concentración y
de los exterminados en ellos pasó a sustituir al de caballo por resultar una
materia prima aún más barata. Ciertamente el régimen apuraba bien a sus
víctimas. Tras usar su fuerza de trabajo como mano de obrar esclava[6], los propios cuerpos eran exprimidos[7]: la grasa se
empleaba para hacer jabón, los huesos para conseguir fertilizante… En el campo
de Madjanek se usaba un molino mecánico para moler los huesos que aún salían
enteros de los hornos crematorios. Según Shlomo Venezia en Auschwitz se usaba
un gran martillo pilón con el mismo fin. Martillo que, por cierto, Otto Moll, a
cargo de este campo, empleó para abrir el cráneo a uno de los presos de un
grupo que se negaba a bajar al crematorio[8]. Chil Rajchman
cuenta que en Treblinka se usaban unas mazas de madera; pero los prisioneros
procuraban dejar, sin ser vistos, huesos enteros junto a las cenizas que
enterraban: tenían la esperanza de que los verdugos no lograsen hacer
desaparecer todas las pruebas del genocidio[9].
[2] Sabemos por el Sonderkommando de
Auschwitz Shlomo Venezia que las cenizas de los no judíos resultaban
especialmente rentables: parece ser que las SS anunciaban a la familia del
fallecido que éste había muerto de una enfermedad y les ofrecían la posibilidad
de comprar sus cenizas por doscientos marcos. Por eso la primera vez que Shlomo
entró en el dormitorio de los Sonderkommando del
crematorio en el que permaneció destinado en Auschwitz, encontró al lado de las
camas nichos con casi doscientas urnas que contenían cenizas ‒que habían de ser
de varis personas mezcladas, a pesar de lo que se decía a los familiares‒ y una placa de
identificación en cada una (Shlomo Venezia, Op. Cit.,
p. 115).
[3] Shlomo Venezia, Op. Cit, p.
80-81, 178.
[4] Gracias a los testimonios de trabajadores de
aquella época, empresas que siguen existiendo y que bajo el nazismo se vieron
favorecidas por la venta de este tipo de material ‒que se les podía
suministrar en grandes cantidades y acabó moviendo una enorme suma de dinero‒ siguen hoy en el
punto de mira. Un ejemplo es la Schaeffler ‒que curiosamente
en origen fue de un empresario judío obligado a la huida por la represión nazi‒, fabricante
alemana de componentes para coches (http://www.europapress.es/internacional/noticia-empresa-alemana-uso-pelo-victimas-auschwitz-fabricar-material-textil-20090304120820.html ). Otra empresa especialmente favorecida por este
mercado fue la Firma Alex Zink, que producía fieltros.
[5] Se pueden consultar, por ejemplo, fuentes del
centro de recursos para la educación sobre el genocidio perpetrado sobre los
judíos, el Birmingham Holocaust Education Committee: http://www.bhamholocausteducation.org/powerpoint/notes-the-holocaust.pdf
, p. 173. También Vasili Grossman, Op. Cit., p. 528.
[6] Que, como en el caso de los campos franquistas,
se alquilaba a las empresas afines al régimen. De entre las muchas familias y
empresas que se aprovecharon de esa práctica para enriquecerse podemos citar
algunas muy conocidas: IG-Farben, Thyssen, Krupp, AEG, Siemens, Daimler-Benz,
Photo AGFA, Banco de Dresde, Volkswagen, Bayer, BMW, Heinkel, Telefunken…
[7] Qué mejor ejemplo de ese “espíritu de ahorro
mezquino” que según Vasili Grossman habría caracterizado a los alemanes (Vasili
Grossman, Op. Cit.,
p. 510).
[8] Shlomo Venezia, Op. Cit, p. 97.[9] Chil Rajchman, Op. Cit., p. 94-95.
Primo Levi, Si esto es un hombre
En un instante, con
intuición casi profética, se nos ha revelado la realidad: hemos llegado al
fondo. Más bajo no puede llegarse: una condición humana más miserable no
existe, y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro: nos han quitado las
ropas, los zapatos, hasta los cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos
escuchasen no nos entenderían. Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos
conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera
que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca
(Levi, Si esto es un hombre, 13).
La esperanza (B.S.O de La lista de Shindler), John Williams y Itzhak Perlman
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