EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.
Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.
Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.
Judíos
húngaros bajando del tren en Auschwitz (1944)
Carne de
trascendencia negada; carne a la que oídos sordos obligan a ser sólo carne. Cuerpos
hacinados en trenes con destinos inciertos, mercancías sobre las que otros
deciden sin pudor ni remordimiento. Olvidado el pasado reciente, ejecuta a la víctima
la víctima del exterminio más abyecto. Tan similares las imágenes a las de otro
tiempo… Tanto que me pregunto si estamos todos ciegos para no verlo. Tan
similares las imágenes a las de otro tiempo… Sospecho que son más frágiles las
memorias que los cuerpos. (S. G. I., Madrid, 4 de septiembre
de 2015)
Nota:
En marzo de 1944, bajo la dirección de Adolf Eichmann, comienzan las
deportaciones de judíos desde Hungría. Hacia mediados de junio partían cuatro
trenes de la muerte diarios hacia los campos de exterminio. Se calcula que en
la Segunda Guerra Mundial, por efecto directo de la Shoah, fueron asesinados más
de seiscientos mil judíos de origen húngaro.
[…] Al cabo de
tantos y tantos años de ilusiones estériles había empezado a vislumbrar que no
se vive, qué carajo, se sobrevive, se aprende demasiado tarde que hasta las
vidas más dilatadas y útiles no alcanzan para nada más que para aprender a
vivir, había conocido su incapacidad de amor en el enigma de la palma de sus
manos mudas y en las cifras invisibles de las barajas y había tratado de
compensar aquel destino infame con el culto abrasador del vicio solitario del
poder […], se había cebado en la falacia y el crimen, había medrado en la
impiedad y el oprobio y se había sobrepuesto a su avaricia febril y al miedo
congénito sólo por conservar hasta el fin de los tiempos su bolita de vidrio en
el puño sin saber que era un vicio sin término cuya saciedad generaba su propio
apetito hasta el fin de todos los tiempos mi general, había sabido desde sus
orígenes que lo engañaban para complacerlo, que le cobraban por adularlo, que
reclutaban por la fuerza de las armas a las muchedumbres concentradas a su paso
con gritos de júbilo y letreros venales de vida eterna al magnífico que es más
antiguo que su edad, pero aprendió a vivir con esas y con todas las miserias de
la gloria a medida que descubría en el transcurso de sus años incontables que
la mentira es más cómoda que la duda, más útil que el amor, más perdurable que
la verdad, había llegado sin asombro a la ficción de ignominia de mandar sin
poder, de ser exaltado sin gloria y de ser obedecido sin autoridad cuando se
convenció en el reguero de hojas amarillas de su otoño que nunca había de ser
el dueño de todo su poder, que estaba condenado a no conocer la vida sino por
el revés […], porque nosotros sabíamos quiénes éramos mientras él se quedó sin
saberlo para siempre con el dulce silbido de su potra de muerto viejo tronchado
de raíz por el trancazo de la muerte, volando entre el rumor oscuro de las
últimas hojas heladas de su otoño hacia la patria de tinieblas de la verdad del
olvido, agarrado de miedo a los trapos de hilachas podridas del balandrán de la
muerte y ajeno a los clamores de las muchedumbres frenéticas que se echaban a
las calles cantando los himnos de júbilo de la noticia jubilosa de su muerte y
ajeno para siempre jamás a las músicas de liberación y los cohetes de gozo y
las campanas de gloria que anunciaron al mundo la buena nueva de que el tiempo
incontable de la eternidad había por fin terminado.
Durante el fin
de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial,
destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con
sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la
ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto
grande y de podrida grandeza. Sólo entonces nos atrevimos a entrar sin embestir
los carcomidos muros de piedra fortificada, como querían los más resueltos, ni
desquiciar con yuntas de bueyes la entrada principal, como otros proponían,
pues bastó con que alguien los empujara para que cedieran en sus goznes los
portones blindados...
Gabriel García Márquez, El otoño
del patriarca
El calabozo
número tres era una cuadra con altas luces enrejadas, mal oliente de alcohol,
sudor y tabaco. Colgaban en calle, a uno y otro lateral, las hamacas de los
presos, reos políticos en su mayor cuento, sin que faltasen en aquel rancho el
ladrón encanecido, ni el idiota sanguinario, ni el rufo valiente, ni el
hipócrita desalmado. Por hacerles a los políticos más atribulada la cárcel, les
befaba con estas compañías. […]
Medida la
mañana, habían iniciado el fuego de cañón las partidas rebeldes, y en poco
tiempo abrieron brecha para el asalto. Tirano Banderas intentó cubrir el
portillo, pero las tropas se le desertaban, y tuvo que volver a encerrarse en
sus cuarteles. […]
Tirano
Banderas salió a la ventana, blandiendo el puñal, y cayó acribillado. Su
cabeza, befada por sentencia, estuvo tres días puesta sobre un cadalso con
hopas amarillas, en la Plaza de Armas: El mismo auto mandaba hacer cuartos el
tronco y repartirlos de frontera a frontera, de mar a mar.
Ramon del Valle-Inclan, Tirano
Banderas
SU JUEGO FAVORITO
Salomé Guadalupe Ingelmo
En medio del escenario, un trilero impecablemente trajeado
espera, acechante cual tarántula venenosa, tras su mesita plegable. Sobre ésta
destacan, incitantes como hongos tóxicos, tres cubiletes de brillantes colores:
atractivos, irresistibles para cualquier ojo. Otro individuo, un transeúnte de
paso, aminora la marcha. Titubea… Parece dispuesto a pararse y probar suerte. El
trilero finge no reparar en él; pero en realidad lo vigila, observando
atentamente de soslayo. Quizá haya caído en la red otro mirlo al que desplumar.
TRILERO:
(Simulando indiferencia) Ah, ahí veo un caballero que quiere probar suerte.
(Comienza maquinalmente, con cadencia
monótona pero persuasiva, su retahíla bien aprendida.) Sólo por un
papelito, toda una ronda. Un papelito: tres intentos. Un voto: tres intentos.
Vamos, que lo estamos dando. Lo estamos regalando. Nos lo quitan de las manos. (Dirigiéndose directamente a él. Dando el
golpe de gracia a su incauta presa.) Anímese, hombre, que hoy lleva la
suerte escrita en su cara.
El individuo común de mediana edad, un hombre cualquiera
vestido con ropas bastante usadas y con el cansancio vital tatuado en el
rostro, decide reconstruir esa fe que perdió a fuerza de ver cómo otros se
limpiaban los zapatos sobre ella. Porque a veces incluso suceden milagros,
tiende sin mucho convencimiento la papeleta electoral. Ésa que el trilero hace
desaparecer inmediatamente, visto y no visto, en el bolsillo de su chaqueta de
marca.
(Con sonrisa bobalicona y el mismo tono ridículo que emplean
para dirigirse a los bebés quienes creen que estos son estúpidos. Incluso
moviendo las manos en el aire como si se dispusiese a hacerle los “cinco
lobitos”.)
¿Dónde está la ayuda a la dependencia? ¿Dónde está la bolita ganadora? (Canturrea entusiasta igual que si le
hablase a un perro al que estuviese a punto de lanzar un palo; sólo por
entretener su atención.) ¡Sigue la bolita, sigue la bolita!
Comienza a mover los cubiletes cada vez más rápido. Hasta
alcanzar una velocidad vertiginosa que nada tiene que ver con los movimientos
casi torpes de que hacía gala al comienzo de su exhibición. Una velocidad
imposible de seguir para ojo humano alguno. El hombre, impertérrito,
aparentemente seguro de sí aunque aún sin traza alguna de entusiasmo, indica con
su índice un cubilete. Entonces para en seco la frenética danza.
(Fingiendo un pesar que no siente sólo con las palabras; pero
demostrando al tiempo, mediante su tono de voz, una alegría despiadada e
impúdica. Con evidente recochineo.) ¡Ooooh… Cuánto lo siento! Aquí sólo hay un recorte
(Levanta el cubilete únicamente por unos
segundos, para dejarlo caer inmediatamente sobre un contenido que en realidad
nadie ha tenido tiempo de comprobar. Un ligero desconcierto se pinta en el
rostro del desconocido. Hay algo que no logra entender: algún detalle ha
escapado a su atención. Ese final no estaba previsto. Parece intentar
reflexionar, volver mentalmente sobre sus pasos para descubrir el error
cometido. Pero el trilero no le da tregua. Apenas observa un destello de
lucidez en el rostro del mirlo, comienza de nuevo su hipnótico espectáculo.) ¿Dónde
están las subvenciones a la educación y la cultura? Y sigue la bolita, sigue la
bolita… (El hombre, esta vez, titubea.
Extiende una mano ligeramente temblorosa y señala lentamente el cubilete
central. Se apresura a anunciar el trilero, incluso antes de levantar muy
fugazmente el cubilete.) ¡Qué peeena! … (Con
desvergonzada sonrisa.) Falló de nuevo. (Sin
abandonar la sonrisa, pero en tono de abierta amenaza.) Tercer y último
intento. (El hombre, visiblemente
nervioso, suda copiosamente y se retuerce las manos. Sabe lo que se juega. Saca
un pañuelo del pantalón y se seca la frente. Mira de un cubilete a otro
desesperado. Y se retuerce de nuevo las manos. Se lleva los dedos a la sien
confuso, como intentando aferrar sus pensamientos. Pero el trilero no le
concede tiempo para reflexionar; en eso consiste su talento. Ahí reside, precisamente,
el secreto de su éxito.) Vamos, vamos. Que esta vez es la buena. ¿Dónde
están las prestaciones sanitarias públicas?
(El hombre, obviamente, yerra.) Perdió de nuevo. Mala suerte, amigo, habrá
de esperar a la próxima.
El hombre común, con las mandíbulas desencajadas por el estupor
y el desconsuelo, eleva tímidamente un dedo como pidiendo un turno de palabra
que el guión no contempla. Y así se queda: con el índice ridículamente
levantado, señalando a un cielo que se diría ausente.
(De repente el trilero decide ignorar al perdedor, que ya no
tiene nada más que ofrecer, como si éste ya no existiese; como si hubiese
desaparecido por arte de magia. “Si te he visto, no me acuerdo”. Con la voz
odiosa de quien desea manifestar sin pudor su tedio. Más o menos con la misma
voz con la que ciertas enfermeras llaman a los pacientes a la consulta del
médico.)
Siguiente. (De nuevo, súbitamente
obsequioso, Mr. Hyde da paso al Dr. Jekyll ante la promesa de un nuevo cliente.
Se dirige sonriendo a una futura presa sin rostro, alguien que el público aún
no puede ver sobre el escenario, pero que se imagina dolorosamente familiar. Y
sigue vendiendo con entusiasmo su humo.) Puede usted probar suerte por el
módico precio de… un voto, caballero. (Y,
así, el espectáculo comienza de nuevo.) Un papelito: tres intentos… ¿Dónde
está la justicia gratuita? ¿Dónde se esconden los subsidios de desempleo?
¿Dónde, la subida de pensiones? Vamos, vamos, que el que lo encuentre, se lo
queda. (Su sonrisa se desparrama como
miel sobre tostada que observa golosa la mosca) Pruebe suerte, señor, que
hoy puede ser su día. Nos lo quitan de las manos. Lo estamos dando. Lo estamos
regalando.
De fondo, a lo lejos y con un volumen muy discreto, casi
tímido, con aire cansado pero no vencido, comienzan a sonar las estrofas
finales de Hey you, de Pink Floyd.
Interpretado preferentemente por David Gilmour, más que por Roger Waters (a
pesar de su autoría). Hasta llegar al desenlace: “Together we stand. Divided we fall. We fall… we fall… we fall”.
Afirmaba William Drummond: “Aquel que no quiere razonar es un
fanático, el que no sabe razonar es un tonto y quien no se atreve a razonar es
un esclavo”. Buero Vallejo persiguió siempre la luz de la razón,
indisolublemente unida al bálsamo de la mesura y la tolerancia. Fue esencial
para una sociedad herida y maltrecha. Desde la disciplina teatral, trabajó para
liberar al hombre de las tinieblas que lo atan y ofuscan, tan a menudo
alimentadas por un poder corruptor, ni legítimo ni noble. Si hacemos un recorrido
por su fecunda obra, si observamos a sus personajes, ya sean héroes o
antihéroes, el eco de una reconfortante reflexión de Henry George resuena en
nuestros oídos: “Quien quiera que sea y dónde sea que esté, el hombre que
piensa se convierte en luz y potencia”. Pues Bien, Buero iluminó y sigue
iluminando hoy en día: él aportó luz y potencia a un mundo que sin su figura y
su obra hubiese seguido siendo infinitamente más oscuro.
Salomé Guadalupe Ingelmo, Sobre Antonio Buero Vallejo
ESCAPAR DE LA CAVERNA
Salomé Guadalupe
Ingelmo
A Antonio Buero Vallejo, paladín de
la luz
En el cuarto oscuro de las fotos dejo una postal con un ciruelo en flor. Niji Fuyuno
Mantén tu rostro hacia la luz del sol y no verás la sombra. Helen Adams Keller
Se va haciendo una luz
tenue. En primer plano, las paredes de un túnel excavado en una roca de cartón
piedra inconfundiblemente negra: estamos en una mina de carbón. Al fondo del
escenario, un cuerpo aovillado da la espalda al espectador. Se alza y avanza
encorvado, torpemente, como si casi hubiese perdido el hábito de vivir de pie,
hacia el patio de butacas. Se para más o menos en el centro del escenario. Sus
ropas están hechas jirones y, como todo él, tiznadas de negro. La barba
entrecana, larga y descuidada. Los ojos, hundidos y ojerosos. Está demacrado;
pero su cuerpo fibroso, lejos de parecer quebradizo, se diría correoso e
indestructible. Arrastra pesadamente algo, unos grilletes con una bola que
entorpece su avance. Al aproximarse al público, éste puede ver que dicha bola
es un globo terráqueo.
Sobre la noble cabeza
lleva un casco de minero encendido. En una de sus manos sujeta un pico muy
desgastado. Ha de ser un esclavo de Roma, condenado por el Imperio a vivir en
la oscuridad. Probablemente habrá sido enviado a trabajos forzados por
discrepar, por rebelarse y no aceptar sumisamente el destino impuesto por
otros. O simplemente, por no haber nacido en el seno de la casta privilegiada.
ESCLAVO:
¿Qué veo al final del túnel? (Ilusionado por unos segundos.) A lo lejos, una luz se enciende. (Súbitamente suspicaz.) Pero podría
tratarse de una trampa: son astutas sus artimañas… (Acariciando agradecido la linterna de su casco.) No, debo confiar sólo
en la luz de mi cabeza.
¡Yo soy Espartaco! Esclavo me llaman porque de esclavo nací...
Eso dicen ellos. Se empeñan en creer que encerrando a un hombre, encerrarán
también su pensamiento. Que tratándolo como una bestia, se convertirá
finalmente en eso. No entienden que con estas manos, con estas mismas dos manos,
sólo con estas manos, un hombre puede cavar su fosa o construirse sus alas. Y
salir volando del laberinto. (Mira hacia
arriba, hacia un cielo que ni siquiera se adivina, melancólico pero aún
esperanzado.) Con las mismas manos. (Con
aire soñador, mientras agita la mano en la que no sujeta el pico.) Sus
insensibles corazones no quieren aceptar que mi pensamiento es como un pájaro:
siempre libre. Sus grilletes no pueden encadenarlo. (Repentinamente combativo.) Se obstinan en tenerlo prisionero de
esta caverna oscura: quieren que sus alas se atrofien y su voz clara se
quiebre; que deje de volar y cantar para que nadie pueda verlo ni oírlo. (Ahora, melancólico.) Y entonces,
piensan, tendrán definitivamente la razón de su parte. (Persuasivamente, como intentando convencerse de sus razones: como si
hubiese pasado tanto tiempo allí preso, que empezase a dudar incluso de ellas.)
Pero no es razón la razón de la fuerza, sino argumento perverso. Y porque yo
aún lo sé y lo digo, me tienen aquí encerrado, cautivo. (Gritando.) ¡No soy un animal! (En
sobrecogedores susurros, con la mirada perdida y aterrada: quizá, sopesando la
posibilidad contraria.) No lograrán convertirme en una bestia. Son rencorosos;
no perdonan. No perdonan porque yo poseo lo único que ellos no pueden comprar
con dinero. No me lo arrebatarán: soy dueño de un alma y un intelecto. (Irguiéndose,reconquistando un orgullo casi olvidado.) Y la oscuridad no puede
confundirlos; ven con total claridad incluso en estas galerías, enterrados en
vida. Ellos dos, sirviéndose de la persuasiva voz de la conciencia, me dictan
lo que está bien y lo que está mal, lo que es justo y lo que resulta
abominable. (Encendiendo el casco.) No,
no he de fiarme de las apariencias: lo único cierto es la luz de mi propia
cabeza.
(Soltando el pico y
mirando las palmas encallecidas por el duro trabajo y, ahora, crispadas.) Si
pudiese excavar en la conciencia ajena, lo haría con mis manos desnudas. (Apretando los puños, con decisión y
entusiasmo.) Dejaría las uñas y la vida en ese intento. (Definitivamente desalentado.) Pero temo
descubrir lo qué hay debajo: en algunas conciencias cuanto más excavas, más
suciedad encuentras. Las hay negras como la pez. Hondas como un pozo sin fondo,
por cuyas altas paredes ni la lucidez ni la piedad trepan.
(Apoyando la mano sobre
una de las paredes de la gruta.) Hasta esta roca firme, que parece eterna,
ha de quebrantarse un día bajo el peso de mi acometida. Si no es hoy, será
mañana. Si no es mañana, será otro día. (El
volumen de su voz ha ido aumentando, recobrando convicción.) Si he excavado
hasta aquí, puedo excavar también hasta alcanzar la huida. La manumisión es
sólo cuestión de tiempo, obra de perseverancia.
Del techo se descuelga
una reja lentamente, mientras el personaje avanza. Para cuando llega al borde
del escenario, ésta se encuentra ya a la altura de su cara. Se aferra
fuertemente a los barrotes y mira a lo lejos, hacia lo alto.
(Serenamente.) Pido
la voz por derecho. Porque aún me queda, quieran ellos reconocerlo o no, la
palabra.
Entonces abre la boca y
de ella sale una mariposa blanca de gasa que, enganchada a hilos trasparentes
lo suficientemente gruesos como para que resulten bien visibles, revolotea
artificialmente en la misma dirección de la mirada. Un foco la sigue en su
vuelo mientras se aleja, al tiempo que la luz en el escenario disminuye. Hasta
que la mariposa está tan lejos que la oscuridad se vuelve total.
Paso de las Termópilas,
480 a.C,
un puñado de griegos, a pesar de la traición y aun sabiéndose sin esperanzas, resistían
heroicamente impidiendo el ingreso en Grecia. Dos días enteros de batalla,
librada tras cinco de dura resistencia contra la poderosa maquinaria del
imperio persa. Doscientos setenta mil hombres contra apenas mil quinientos.
Cualquier cosa con tal de salvaguardar la dignidad y la libertad de las polis,
la cuna de la democracia extendida después por todo el mundo que había de tenerse
por civilizado. Leónidas y sus trescientos, así como la mayor parte del resto
de soldados griegos, murieron; pero su sacrificio ofreció tiempo y sirvió de
ejemplo, infundió valor en su pueblo, que reorganizó sus fuerzas y logró vencer
al soberbio Jerjes en Salaminas. Dicen que la historia es un círculo que se
repite tercamente. Hoy, más que nunca, me gustaría creerlo.
Nota:
El bushidō o "camino del
guerrero" es un código ético que exige honor y lealtad hasta la muerte y
rige la conducta del guerrero japonés para hacer de él un hombre o una mujer
noble, alguien capacitado para comandar y guerrear sin perder la humanidad ni
sus valores. Las siete virtudes del bushidō
son la justicia, el coraje, la benevolencia, la cortesía, la sinceridad, el
honor y la lealtad.
Durmió. Más
por hastío que por verdadero sueño. Más por evadirse que por perseguir el
inalcanzable descanso. Estaba rendido; se dijo que esconder la cabeza bajo la
cobija, abandonarse en brazos de la indolencia, de la absorbente blandura del olvido,
sería delicioso y reparador. Reconfortante pausa de la diaria contienda.
Parecía tan buena idea… Un día cerró los ojos sin más y cortó los puentes con
la realidad. La lucidez apagó la luz y se deslizó plácidamente hacia el lugar
más oscuro de la conciencia. Se replegó al bastión inexpugnable de la
indiferencia, donde ‒pensaba‒ ya nada podría alcanzarle. Durmió con una
contumacia cercana a la muerte. Durmió de un tirón un sueño opresor y adulterado.
Un sueño inducido y artificial: un sueño inoculado y dirigido. Un sueño
incalculable y de incalculables consecuencias. Durmió, lo suficiente para
perder la noción del tiempo, un sueño sin sueños. Durmió, hasta olvidarse de sí
mismo, un sueño pegajoso y asfixiante. Un sueño parasitario que le desgastó en
lugar de repararle. Y un día, sin más, despertó. Volvió exactamente como se
había ido. Abrió los ojos sin saber muy bien por qué, sin causa aparente. Despertó
y se descubrió en un paisaje desconocido. De familiar, sólo la profunda huella
que su cabeza había dejado en el suelo: un enorme hueco vacío, sima
insoslayable, insalvable abismo, único testigo de los años perdidos en un letargo
estéril. Alrededor, oscuridad y silencio. Y pudo ver fosa pero vio
seno: matriz expectante y prometedora. Se dijo que la nada es también
oportunidad para otro comienzo. Y proyectó llenar ese pozo con un mundo distinto
al que había conocido, uno mejor concebido y más proporcionado, donde cada
elemento tuviese su lugar y éste fuese respetado; donde todo cupiese en armonía.
Se desperezó y miró hacia lo alto, pero ya no había sol ni cielo. “He dormido
demasiado”, dijo. “Ahora es necesario construir de nuevo”.
(S. G. I., Madrid, 26 de mayor de 2015)
Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar, Salvador Dalí
Freedom, interpretado por Anthony Hamilton & Elayna Boynton
Se despertó sobresaltado: en el sueño se ahogaba en un río
de palabras contenidas que no alcanzaba a seguir tragando. Abrió los ojos y no vio. Ninguna luz se filtraba por las
estrechas rendijas; los días habían ido volviéndose paulatinamente grises. El
otoño avanzaba sin remisión sobre los cuerpos, despojándolos como a los
árboles. Al otro lado del cristal –tan cerca pero tan lejos– bandadas de plumas
blancas emprendían el vuelo. El sudor se le antojó mortaja y añoró el frío de
los neveros. Dudó. Sólo por un instante. Miró hacia atrás y no reconoció la
tierra. Vio que ya no merecía el esfuerzo. Definitivamente comprendió: estaba a
tiempo de migrar en sentido inverso.
¡Pero sí! ¡El “idolum” es la imagen del espejo! Venancio pensaba en griego, y en esa lengua, todavía más que en la nuestra, “eidolon” es tanto imagen como espectro, y el espejo nos devuelve nuestra imagen deformada, que nosotros mismos, la otra noche, confundimos con un espectro.
Aquí va, con un poco de retraso pero
también con mucho amor, mi participación en la publicación Turismo cultural y patrimonio natural en Extremadura.
Extremadura en la red: blogs y fotografía de naturaleza, coordinada por nuestros compañeros José Manuel López
Caballero y Atanasio Fernández y editada gracias a la Dirección General de
Turismo de la Junta de Extremadura y a la Fundación Xavier de Salas.
Ha sido un privilegio verse rodeada de autores tan especiales.
Gracias a todos vosotros por vuestro esfuerzo y entusiasmo. La nuestra es una
tierra hospitalaria, siempre dispuesta a acoger al peregrino, y creo que así la hemos
pintado.
GRANADILLA
VESTIGIOS DE UN NAUFRAGIO
Salomé Guadalupe Ingelmo
Granadilla: A un mar interior
En
las casas abandonadas,
o
restauradas,
se
adivinan murmullos sin cuerpo,
sonidos
amortiguados,
como
ahogados por el líquido elemento.
Dicen,
de quienes reconstruyen el pueblo.
Pero
yo intuyo, sé,
que
llegan de otro tiempo.
(S. G. I., Hervás, 11 de agosto de 2011)
La muralla que
separa ambos mundos, pasado y presente, domina sus ruinas: laberinto de
callejuelas donde perderse. Pareciera víctima de una sigilosa guerra que todo
lo hubiera arrasado sin consideración. Y sin embargo no está vencida; un pueblo
se levanta de sus cenizas por voluntad, con trabajo y esfuerzo. Por orgullo y
dignidad, se levanta. Quizá agonice, pero nunca muere a manos de otros. O se
suicida o anda. Y ella no se ha rendido del todo. Ni a pesar de todo. El hombre
es animal que carece de memoria. Por eso continúa allí, en pie. Tozuda, reacia
a alimentar el hambre insaciable del olvido: museo vivo, martillo contra el
yugo que oprime.
Hace décadas
que la quimera del mar le lame los pies. A veces se engalana, cubre sus muros
de
conchas… Pero aún se resiste pudorosa a un idilio que intuye insidioso. Ella
no olvida: ansía lo que ya no puede tener, la tersa llanura que yace medio
ahogada a sus plantas, sobre un fondo en calma donde no habita el sonido. Ansía
una piel erizada de tercas encinas y alcornoques, como una barba incipiente:
áspera pero familiar. Ya no volverá. No importa cuánto pueda esperar, no secará
el pertinaz sol los fluidos derramados. Sólo permanecen los lánguidos
eucaliptos, extranjeros nostálgicos de desconocidos continentes a la deriva. En
junio, los pétalos ajados de las jaras nievan el duro suelo. Vuela por el aire
el canto de un cisne, el último.
Visto por ojos
profanos, diríase un paisaje lunar, yermo. Pero los mulos rumian al amor de sus
muros, y los lechones juguetean ociosos en el barro. El gamo de mirada tierna
observa asombrado la vida que se acelera más allá de las murallas: parecieran
cárcel y quizá simplemente sean refugio. Imprevisibles, brotan pequeños
vergeles del suelo calcinado: los huertos donan frescor y los frutales, sombra bajo
la cual posar unas palabras. En sus recovecos se detiene el tiempo. Los
asientos son de piedra: no hay urgencia para el caminante.
Granadilla,
fundada en 1170 por Fernando II, desde 1980 declarada Conjunto
Histórico-Artístico, fue desalojada en los años cincuenta tras ser declarada
zona inundable por la construcción del embalse Gabriel y Galán. Las familias
campesinas, despojadas de sus tierras, hubieron de abandonar el pueblo, que se
convirtió en un fantasma. Sus olivos soñaban bajo el agua el pronto regreso.
Pero las vidas de los últimos resistentes naufragaban en una isla cada día más
pequeña: el mundo exterior parecía ajeno a la tragedia.
Desde 1984 Granadilla
forma parte del programa “Recuperación y utilización educativa de pueblos
abandonados”. Jóvenes estudiantes lo rehabilitan: lo animan otra vez voces
nuevas. No obstante en el Día de Difuntos los antiguos habitantes, los vivos y
quizá los muertos, regresan a su tierra.
Salomé Guadalupe Ingelmo, “Granadilla. Vestigios de un
naufragio”, en José Manuel López Caballero y Atanasio Fernández
y (Coord.), Turismo cultural y patrimonio natural en Extremadura.
Extremadura en la red: blogs y fotografía de naturaleza, Dirección General
de Turismo Junta de Extremadura – Fundación Xavier de Salas, 2014, pp. 114-118.