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DOS PINCELADAS SOBRE HERVÁS


(S. G. I., Madrid, 13 de octubre de 2011)

EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.


Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.

Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.

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LAS DICTABLANDAS DE LOS CARADURAS


Alcázar de Segovia



[…] Al cabo de tantos y tantos años de ilusiones estériles había empezado a vislumbrar que no se vive, qué carajo, se sobrevive, se aprende demasiado tarde que hasta las vidas más dilatadas y útiles no alcanzan para nada más que para aprender a vivir, había conocido su incapacidad de amor en el enigma de la palma de sus manos mudas y en las cifras invisibles de las barajas y había tratado de compensar aquel destino infame con el culto abrasador del vicio solitario del poder […], se había cebado en la falacia y el crimen, había medrado en la impiedad y el oprobio y se había sobrepuesto a su avaricia febril y al miedo congénito sólo por conservar hasta el fin de los tiempos su bolita de vidrio en el puño sin saber que era un vicio sin término cuya saciedad generaba su propio apetito hasta el fin de todos los tiempos mi general, había sabido desde sus orígenes que lo engañaban para complacerlo, que le cobraban por adularlo, que reclutaban por la fuerza de las armas a las muchedumbres concentradas a su paso con gritos de júbilo y letreros venales de vida eterna al magnífico que es más antiguo que su edad, pero aprendió a vivir con esas y con todas las miserias de la gloria a medida que descubría en el transcurso de sus años incontables que la mentira es más cómoda que la duda, más útil que el amor, más perdurable que la verdad, había llegado sin asombro a la ficción de ignominia de mandar sin poder, de ser exaltado sin gloria y de ser obedecido sin autoridad cuando se convenció en el reguero de hojas amarillas de su otoño que nunca había de ser el dueño de todo su poder, que estaba condenado a no conocer la vida sino por el revés […], porque nosotros sabíamos quiénes éramos mientras él se quedó sin saberlo para siempre con el dulce silbido de su potra de muerto viejo tronchado de raíz por el trancazo de la muerte, volando entre el rumor oscuro de las últimas hojas heladas de su otoño hacia la patria de tinieblas de la verdad del olvido, agarrado de miedo a los trapos de hilachas podridas del balandrán de la muerte y ajeno a los clamores de las muchedumbres frenéticas que se echaban a las calles cantando los himnos de júbilo de la noticia jubilosa de su muerte y ajeno para siempre jamás a las músicas de liberación y los cohetes de gozo y las campanas de gloria que anunciaron al mundo la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad había por fin terminado.
Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza. Sólo entonces nos atrevimos a entrar sin embestir los carcomidos muros de piedra fortificada, como querían los más resueltos, ni desquiciar con yuntas de bueyes la entrada principal, como otros proponían, pues bastó con que alguien los empujara para que cedieran en sus goznes los portones blindados...
          Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca


El calabozo número tres era una cuadra con altas luces enrejadas, mal oliente de alcohol, sudor y tabaco. Colgaban en calle, a uno y otro lateral, las hamacas de los presos, reos políticos en su mayor cuento, sin que faltasen en aquel rancho el ladrón encanecido, ni el idiota sanguinario, ni el rufo valiente, ni el hipócrita desalmado. Por hacerles a los políticos más atribulada la cárcel, les befaba con estas compañías. […]
Medida la mañana, habían iniciado el fuego de cañón las partidas rebeldes, y en poco tiempo abrieron brecha para el asalto. Tirano Banderas intentó cubrir el portillo, pero las tropas se le desertaban, y tuvo que volver a encerrarse en sus cuarteles. […]
Tirano Banderas salió a la ventana, blandiendo el puñal, y cayó acribillado. Su cabeza, befada por sentencia, estuvo tres días puesta sobre un cadalso con hopas amarillas, en la Plaza de Armas: El mismo auto mandaba hacer cuartos el tronco y repartirlos de frontera a frontera, de mar a mar.
Ramon del Valle-Inclan, Tirano Banderas





SU JUEGO FAVORITO
Salomé Guadalupe Ingelmo


En medio del escenario, un trilero impecablemente trajeado espera, acechante cual tarántula venenosa, tras su mesita plegable. Sobre ésta destacan, incitantes como hongos tóxicos, tres cubiletes de brillantes colores: atractivos, irresistibles para cualquier ojo. Otro individuo, un transeúnte de paso, aminora la marcha. Titubea… Parece dispuesto a pararse y probar suerte. El trilero finge no reparar en él; pero en realidad lo vigila, observando atentamente de soslayo. Quizá haya caído en la red otro mirlo al que desplumar.

TRILERO:

(Simulando indiferencia) Ah, ahí veo un caballero que quiere probar suerte. (Comienza maquinalmente, con cadencia monótona pero persuasiva, su retahíla bien aprendida.) Sólo por un papelito, toda una ronda. Un papelito: tres intentos. Un voto: tres intentos. Vamos, que lo estamos dando. Lo estamos regalando. Nos lo quitan de las manos. (Dirigiéndose directamente a él. Dando el golpe de gracia a su incauta presa.) Anímese, hombre, que hoy lleva la suerte escrita en su cara.

El individuo común de mediana edad, un hombre cualquiera vestido con ropas bastante usadas y con el cansancio vital tatuado en el rostro, decide reconstruir esa fe que perdió a fuerza de ver cómo otros se limpiaban los zapatos sobre ella. Porque a veces incluso suceden milagros, tiende sin mucho convencimiento la papeleta electoral. Ésa que el trilero hace desaparecer inmediatamente, visto y no visto, en el bolsillo de su chaqueta de marca.

(Con sonrisa bobalicona y el mismo tono ridículo que emplean para dirigirse a los bebés quienes creen que estos son estúpidos. Incluso moviendo las manos en el aire como si se dispusiese a hacerle los “cinco lobitos”.) ¿Dónde está la ayuda a la dependencia? ¿Dónde está la bolita ganadora? (Canturrea entusiasta igual que si le hablase a un perro al que estuviese a punto de lanzar un palo; sólo por entretener su atención.) ¡Sigue la bolita, sigue la bolita!

Comienza a mover los cubiletes cada vez más rápido. Hasta alcanzar una velocidad vertiginosa que nada tiene que ver con los movimientos casi torpes de que hacía gala al comienzo de su exhibición. Una velocidad imposible de seguir para ojo humano alguno. El hombre, impertérrito, aparentemente seguro de sí aunque aún sin traza alguna de entusiasmo, indica con su índice un cubilete. Entonces para en seco la frenética danza.

(Fingiendo un pesar que no siente sólo con las palabras; pero demostrando al tiempo, mediante su tono de voz, una alegría despiadada e impúdica. Con evidente recochineo.) ¡Ooooh… Cuánto lo siento! Aquí sólo hay un recorte (Levanta el cubilete únicamente por unos segundos, para dejarlo caer inmediatamente sobre un contenido que en realidad nadie ha tenido tiempo de comprobar. Un ligero desconcierto se pinta en el rostro del desconocido. Hay algo que no logra entender: algún detalle ha escapado a su atención. Ese final no estaba previsto. Parece intentar reflexionar, volver mentalmente sobre sus pasos para descubrir el error cometido. Pero el trilero no le da tregua. Apenas observa un destello de lucidez en el rostro del mirlo, comienza de nuevo su hipnótico espectáculo.) ¿Dónde están las subvenciones a la educación y la cultura? Y sigue la bolita, sigue la bolita… (El hombre, esta vez, titubea. Extiende una mano ligeramente temblorosa y señala lentamente el cubilete central. Se apresura a anunciar el trilero, incluso antes de levantar muy fugazmente el cubilete.) ¡Qué peeena! … (Con desvergonzada sonrisa.) Falló de nuevo. (Sin abandonar la sonrisa, pero en tono de abierta amenaza.) Tercer y último intento. (El hombre, visiblemente nervioso, suda copiosamente y se retuerce las manos. Sabe lo que se juega. Saca un pañuelo del pantalón y se seca la frente. Mira de un cubilete a otro desesperado. Y se retuerce de nuevo las manos. Se lleva los dedos a la sien confuso, como intentando aferrar sus pensamientos. Pero el trilero no le concede tiempo para reflexionar; en eso consiste su talento. Ahí reside, precisamente, el secreto de su éxito.) Vamos, vamos. Que esta vez es la buena. ¿Dónde están las prestaciones sanitarias públicas? (El hombre, obviamente, yerra.) Perdió de nuevo. Mala suerte, amigo, habrá de esperar a la próxima.
El hombre común, con las mandíbulas desencajadas por el estupor y el desconsuelo, eleva tímidamente un dedo como pidiendo un turno de palabra que el guión no contempla. Y así se queda: con el índice ridículamente levantado, señalando a un cielo que se diría ausente.
(De repente el trilero decide ignorar al perdedor, que ya no tiene nada más que ofrecer, como si éste ya no existiese; como si hubiese desaparecido por arte de magia. “Si te he visto, no me acuerdo”. Con la voz odiosa de quien desea manifestar sin pudor su tedio. Más o menos con la misma voz con la que ciertas enfermeras llaman a los pacientes a la consulta del médico.) Siguiente. (De nuevo, súbitamente obsequioso, Mr. Hyde da paso al Dr. Jekyll ante la promesa de un nuevo cliente. Se dirige sonriendo a una futura presa sin rostro, alguien que el público aún no puede ver sobre el escenario, pero que se imagina dolorosamente familiar. Y sigue vendiendo con entusiasmo su humo.) Puede usted probar suerte por el módico precio de… un voto, caballero. (Y, así, el espectáculo comienza de nuevo.) Un papelito: tres intentos… ¿Dónde está la justicia gratuita? ¿Dónde se esconden los subsidios de desempleo? ¿Dónde, la subida de pensiones? Vamos, vamos, que el que lo encuentre, se lo queda. (Su sonrisa se desparrama como miel sobre tostada que observa golosa la mosca) Pruebe suerte, señor, que hoy puede ser su día. Nos lo quitan de las manos. Lo estamos dando. Lo estamos regalando.

De fondo, a lo lejos y con un volumen muy discreto, casi tímido, con aire cansado pero no vencido, comienzan a sonar las estrofas finales de Hey you, de Pink Floyd. Interpretado preferentemente por David Gilmour, más que por Roger Waters (a pesar de su autoría). Hasta llegar al desenlace: “Together we stand. Divided we fall. We fall… we fall… we fall”.



José Casado del Alisal, La campana de Huesca
José Casado del Alisal, La campana de Huesca



Black Sabbath,  Eternal idol




Σας ευχαριστώ από τα βάθη της καρδιάς μου



Afirmaba William Drummond: “Aquel que no quiere razonar es un fanático, el que no sabe razonar es un tonto y quien no se atreve a razonar es un esclavo”. Buero Vallejo persiguió siempre la luz de la razón, indisolublemente unida al bálsamo de la mesura y la tolerancia. Fue esencial para una sociedad herida y maltrecha. Desde la disciplina teatral, trabajó para liberar al hombre de las tinieblas que lo atan y ofuscan, tan a menudo alimentadas por un poder corruptor, ni legítimo ni noble. Si hacemos un recorrido por su fecunda obra, si observamos a sus personajes, ya sean héroes o antihéroes, el eco de una reconfortante reflexión de Henry George resuena en nuestros oídos: “Quien quiera que sea y dónde sea que esté, el hombre que piensa se convierte en luz y potencia”. Pues Bien, Buero iluminó y sigue iluminando hoy en día: él aportó luz y potencia a un mundo que sin su figura y su obra hubiese seguido siendo infinitamente más oscuro.
                                                                                    Salomé Guadalupe Ingelmo, Sobre Antonio Buero Vallejo




ESCAPAR DE LA CAVERNA
Salomé Guadalupe Ingelmo



A Antonio Buero Vallejo, paladín de la luz



                                                  En el cuarto oscuro de las fotos
                                                 dejo una postal
                                                 con un ciruelo en flor.
                                                          
Niji Fuyuno



                                                  Mantén tu rostro hacia la luz del sol y no verás la sombra.
                                                          
Helen Adams Keller


Se va haciendo una luz tenue. En primer plano, las paredes de un túnel excavado en una roca de cartón piedra inconfundiblemente negra: estamos en una mina de carbón. Al fondo del escenario, un cuerpo aovillado da la espalda al espectador. Se alza y avanza encorvado, torpemente, como si casi hubiese perdido el hábito de vivir de pie, hacia el patio de butacas. Se para más o menos en el centro del escenario. Sus ropas están hechas jirones y, como todo él, tiznadas de negro. La barba entrecana, larga y descuidada. Los ojos, hundidos y ojerosos. Está demacrado; pero su cuerpo fibroso, lejos de parecer quebradizo, se diría correoso e indestructible. Arrastra pesadamente algo, unos grilletes con una bola que entorpece su avance. Al aproximarse al público, éste puede ver que dicha bola es un globo terráqueo.
Sobre la noble cabeza lleva un casco de minero encendido. En una de sus manos sujeta un pico muy desgastado. Ha de ser un esclavo de Roma, condenado por el Imperio a vivir en la oscuridad. Probablemente habrá sido enviado a trabajos forzados por discrepar, por rebelarse y no aceptar sumisamente el destino impuesto por otros. O simplemente, por no haber nacido en el seno de la casta privilegiada.

ESCLAVO:

¿Qué veo al final del túnel? (Ilusionado por unos segundos.) A lo lejos, una luz se enciende. (Súbitamente suspicaz.) Pero podría tratarse de una trampa: son astutas sus artimañas… (Acariciando agradecido la linterna de su casco.) No, debo confiar sólo en la luz de mi cabeza.
¡Yo soy Espartaco! Esclavo me llaman porque de esclavo nací... Eso dicen ellos. Se empeñan en creer que encerrando a un hombre, encerrarán también su pensamiento. Que tratándolo como una bestia, se convertirá finalmente en eso. No entienden que con estas manos, con estas mismas dos manos, sólo con estas manos, un hombre puede cavar su fosa o construirse sus alas. Y salir volando del laberinto. (Mira hacia arriba, hacia un cielo que ni siquiera se adivina, melancólico pero aún esperanzado.) Con las mismas manos. (Con aire soñador, mientras agita la mano en la que no sujeta el pico.) Sus insensibles corazones no quieren aceptar que mi pensamiento es como un pájaro: siempre libre. Sus grilletes no pueden encadenarlo. (Repentinamente combativo.) Se obstinan en tenerlo prisionero de esta caverna oscura: quieren que sus alas se atrofien y su voz clara se quiebre; que deje de volar y cantar para que nadie pueda verlo ni oírlo. (Ahora, melancólico.) Y entonces, piensan, tendrán definitivamente la razón de su parte. (Persuasivamente, como intentando convencerse de sus razones: como si hubiese pasado tanto tiempo allí preso, que empezase a dudar incluso de ellas.) Pero no es razón la razón de la fuerza, sino argumento perverso. Y porque yo aún lo sé y lo digo, me tienen aquí encerrado, cautivo. (Gritando.) ¡No soy un animal! (En sobrecogedores susurros, con la mirada perdida y aterrada: quizá, sopesando la posibilidad contraria.) No lograrán convertirme en una bestia. Son rencorosos; no perdonan. No perdonan porque yo poseo lo único que ellos no pueden comprar con dinero. No me lo arrebatarán: soy dueño de un alma y un intelecto. (Irguiéndose, reconquistando un orgullo casi olvidado.) Y la oscuridad no puede confundirlos; ven con total claridad incluso en estas galerías, enterrados en vida. Ellos dos, sirviéndose de la persuasiva voz de la conciencia, me dictan lo que está bien y lo que está mal, lo que es justo y lo que resulta abominable. (Encendiendo el casco.) No, no he de fiarme de las apariencias: lo único cierto es la luz de mi propia cabeza.
(Soltando el pico y mirando las palmas encallecidas por el duro trabajo y, ahora, crispadas.) Si pudiese excavar en la conciencia ajena, lo haría con mis manos desnudas. (Apretando los puños, con decisión y entusiasmo.) Dejaría las uñas y la vida en ese intento. (Definitivamente desalentado.) Pero temo descubrir lo qué hay debajo: en algunas conciencias cuanto más excavas, más suciedad encuentras. Las hay negras como la pez. Hondas como un pozo sin fondo, por cuyas altas paredes ni la lucidez ni la piedad trepan.
(Apoyando la mano sobre una de las paredes de la gruta.) Hasta esta roca firme, que parece eterna, ha de quebrantarse un día bajo el peso de mi acometida. Si no es hoy, será mañana. Si no es mañana, será otro día. (El volumen de su voz ha ido aumentando, recobrando convicción.) Si he excavado hasta aquí, puedo excavar también hasta alcanzar la huida. La manumisión es sólo cuestión de tiempo, obra de perseverancia.
Del techo se descuelga una reja lentamente, mientras el personaje avanza. Para cuando llega al borde del escenario, ésta se encuentra ya a la altura de su cara. Se aferra fuertemente a los barrotes y mira a lo lejos, hacia lo alto.
(Serenamente.) Pido la voz por derecho. Porque aún me queda, quieran ellos reconocerlo o no, la palabra.
Entonces abre la boca y de ella sale una mariposa blanca de gasa que, enganchada a hilos trasparentes lo suficientemente gruesos como para que resulten bien visibles, revolotea artificialmente en la misma dirección de la mirada. Un foco la sigue en su vuelo mientras se aleja, al tiempo que la luz en el escenario disminuye. Hasta que la mariposa está tan lejos que la oscuridad se vuelve total.

TELÓN



El Pueblo Unido, Quilapayun y Mikis Theodorakis


 
Καημός,  Mikis Theodorakis


TRESCIENTOS

Piedra de molino



Paso de las Termópilas, 480 a.C, un puñado de griegos, a pesar de la traición y aun sabiéndose sin esperanzas, resistían heroicamente impidiendo el ingreso en Grecia. Dos días enteros de batalla, librada tras cinco de dura resistencia contra la poderosa maquinaria del imperio persa. Doscientos setenta mil hombres contra apenas mil quinientos. Cualquier cosa con tal de salvaguardar la dignidad y la libertad de las polis, la cuna de la democracia extendida después por todo el mundo que había de tenerse por civilizado. Leónidas y sus trescientos, así como la mayor parte del resto de soldados griegos, murieron; pero su sacrificio ofreció tiempo y sirvió de ejemplo, infundió valor en su pueblo, que reorganizó sus fuerzas y logró vencer al soberbio Jerjes en Salaminas. Dicen que la historia es un círculo que se repite tercamente. Hoy, más que nunca, me gustaría creerlo.

Nota: El bushidō o "camino del guerrero" es un código ético que exige honor y lealtad hasta la muerte y rige la conducta del guerrero japonés para hacer de él un hombre o una mujer noble, alguien capacitado para comandar y guerrear sin perder la humanidad ni sus valores. Las siete virtudes del bushidō son la justicia, el coraje, la benevolencia, la cortesía, la sinceridad, el honor y la lealtad.


Leónidasen Las Termópilas, Jacques Louis David
Leónidas en las Termópilas, Jacques Louis David


A Way of life (El último samurai), Hans Zimmer



TIERRA QUEMADA





Tal vez si corres lo suficiente

Siempre con prisa por llegar.
O por escapar de repente.
No conseguiste entender:
nunca correrás lo suficiente.
No te diste tiempo a pesar.
Tanto deseabas aligerar…
Ahora tus huellas se desvanecen.

Fría en la mañana,
reposando la última noche:
una botella en la mano,
el cigarrillo entre los dientes.
No renunciaste a volar.
Aún sonríes al pensar
en los que te advertían del accidente.
Desde lo alto de la cornisa,
diminutos,
ves pasar a la gente.
Que el que ríe al final
conserva esa sonrisa para siempre.

Corre, muchacha, corre.
Tal vez si corres lo suficiente,
Logres dar esquinazo
a esa cuenta pendiente.
                 (S. G. I., Madrid, 29 de mayor de 2015)


La Muerte y la Doncella, PJ Lynch
La Muerte y la Doncella, PJ Lynch


107 degrees por Alice Smith


107 degrees por Citizen Cope y Alice Smith 








A LA MAÑANA SIGUIENTE



SOBREVIVIR A LA NARCOLEPSIA

Durmió. Más por hastío que por verdadero sueño. Más por evadirse que por perseguir el inalcanzable descanso. Estaba rendido; se dijo que esconder la cabeza bajo la cobija, abandonarse en brazos de la indolencia, de la absorbente blandura del olvido, sería delicioso y reparador. Reconfortante pausa de la diaria contienda. Parecía tan buena idea… Un día cerró los ojos sin más y cortó los puentes con la realidad. La lucidez apagó la luz y se deslizó plácidamente hacia el lugar más oscuro de la conciencia. Se replegó al bastión inexpugnable de la indiferencia, donde ‒pensaba‒ ya nada podría alcanzarle. Durmió con una contumacia cercana a la muerte. Durmió de un tirón un sueño opresor y adulterado. Un sueño inducido y artificial: un sueño inoculado y dirigido. Un sueño incalculable y de incalculables consecuencias. Durmió, lo suficiente para perder la noción del tiempo, un sueño sin sueños. Durmió, hasta olvidarse de sí mismo, un sueño pegajoso y asfixiante. Un sueño parasitario que le desgastó en lugar de repararle. Y un día, sin más, despertó. Volvió exactamente como se había ido. Abrió los ojos sin saber muy bien por qué, sin causa aparente. Despertó y se descubrió en un paisaje desconocido. De familiar, sólo la profunda huella que su cabeza había dejado en el suelo: un enorme hueco vacío, sima insoslayable, insalvable abismo, único testigo de los años perdidos en un letargo estéril. Alrededor, oscuridad y silencio. Y pudo ver fosa pero vio seno: matriz expectante y prometedora. Se dijo que la nada es también oportunidad para otro comienzo. Y proyectó llenar ese pozo con un mundo distinto al que había conocido, uno mejor concebido y más proporcionado, donde cada elemento tuviese su lugar y éste fuese respetado; donde todo cupiese en armonía. Se desperezó y miró hacia lo alto, pero ya no había sol ni cielo. “He dormido demasiado”, dijo. “Ahora es necesario construir de nuevo”.
                                                                                                                                                                                                                      (S. G. I., Madrid, 26 de mayor de 2015)


Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar, Salvador Dalí
Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar, Salvador Dalí


Freedom, interpretado por Anthony Hamilton & Elayna Boynton



LA VIDA ES SUEÑO



MANUAL DEL BUEN PADRE
La decisión está tomada
¿De dónde parte?
De dónde la perseverancia de la saliva
De dónde el afán por reubicarse de las horas
Más allá del horizonte más cercano
sólo los abrojos de lo incierto
ocultos a los ojos que no miran
Reacio a romper el encanto
te animo o al menos
evito revelación que no alimenta
Qué puede importar al fin y al cabo
si todos pereceremos cualquier día
Te sigo
tendidos los brazos y a la espera
de mitigar el tropiezo inevitable
Silencioso y expectante
aguardo
paciencia enristre
Vestido de prudencia y sigilo
respiro apenas
No despiertes nunca al sonámbulo
que duerme
o cavarás la fosa con tus manos
y velarás despojos
que un día fueron

                                                                                                                                                                                      (S. G. I., Madrid, 5 de diciembre de 2014)


Pompeo Batoni, El regreso del hijo pródigo
Pompeo Batoni, El regreso del hijo pródigo


Pretenders, I'll stand by you



MIGRAR EN SENTIDO INVERSO

Alejandro Cabeza, Pedro Ávila Montero, Helsinki, Concurso Literario Ángel Ganivet, Salomé Guadalupe Ingelmo, Concurso Literario Internacional Ángel Ganivet, Concurso Literario Ángel Ganivet, Concurso Ángel Ganivet, Premio Ángel Ganivet, Certamen Ángel Ganivet
Pedro Ávila por Alejandro Cabeza



HOMBRES DEL NORTE
Salomé Guadalupe Ingelmo


Para Pedro Ávila

El horizonte está en los ojos y no en la realidad


Se despertó sobresaltado: en el sueño se ahogaba en un río de palabras contenidas que no alcanzaba a seguir tragando. Abrió los ojos y no vio. Ninguna luz se filtraba por las estrechas rendijas; los días habían ido volviéndose paulatinamente grises. El otoño avanzaba sin remisión sobre los cuerpos, despojándolos como a los árboles. Al otro lado del cristal –tan cerca pero tan lejos– bandadas de plumas blancas emprendían el vuelo. El sudor se le antojó mortaja y añoró el frío de los neveros. Dudó. Sólo por un instante. Miró hacia atrás y no reconoció la tierra. Vio que ya no merecía el esfuerzo. Definitivamente comprendió: estaba a tiempo de migrar en sentido inverso. 



Joan Manuel Serrat, Vagabundear



DIME, ESPEJITO

Salomé Guadalupe Ingelmo, escritora española, ensayista española, crítica literaria




ÉXODO 20:4
Una máscara ensayada,
lo que contemplas en el espejo.
Eres lo que quieres ser;
sólo cae el telón
cuando no te veo.
Fascinado por el brillo embaucador,
hasta tú olvidas que es un simulacro.
Qué importa postrarse con devoción
ante un ídolo fatuo.
Te dejas cautivar con deleite
por tu hinchado reflejo.
Nadie puede negar
que es un bonito espectro.
Humo, aire, apariencia:
ilusión sin ilusión,
prestigio sin prestigio.
La antítesis de la magia
te repta por las venas.
No eres el rey del truco,
sino de la estafa obscena.
                                                      (S. G. I., Madrid, 4 de diciembre de 2014)



¡Pero sí! ¡El “idolum” es la imagen del espejo! Venancio pensaba en griego, y en esa lengua, todavía más que en la nuestra, “eidolon” es tanto imagen como espectro, y el espejo nos devuelve nuestra imagen deformada, que nosotros mismos, la otra noche, confundimos con un espectro.
                                                                                                                                       (Umberto Eco, El nombre de la rosa)



Virgil Elliott
Autorretrato, Virgil Elliott 




Queen, Somebody to love






POR EL MEJOR AÑO DE VUESTRAS VIDAS



Sólo está perdida la batalla que no se libra. Luchad por ser felices.


Salomé Guadalupe Ingelmo, escritora española, ensayista, crítica literaria, escritora para la infancia, autora de literatura infantil, Alejandro Cabeza




Joe Cocker, With A Little Help Of My Friends



PUNTOS DE ENCUENTRO




Aquí va, con un poco de retraso pero también con mucho amor, mi participación en la publicación Turismo cultural y patrimonio natural en Extremadura. Extremadura en la red: blogs y fotografía de naturaleza, coordinada por nuestros compañeros José Manuel López Caballero y Atanasio Fernández y editada gracias a la Dirección General de Turismo de la Junta de Extremadura y a la Fundación Xavier de Salas.

Ha sido un privilegio verse rodeada de autores tan especiales. Gracias a todos vosotros por vuestro esfuerzo y entusiasmo. La nuestra es una tierra hospitalaria, siempre dispuesta a acoger al peregrino, y creo que así la hemos pintado.





GRANADILLA
VESTIGIOS DE UN NAUFRAGIO

Salomé Guadalupe Ingelmo


                                        Granadilla: A un mar interior
                                        En las casas abandonadas,
                                        o restauradas,
                                        se adivinan murmullos sin cuerpo,
                                        sonidos amortiguados,
                                        como ahogados por el líquido elemento.
                                        Dicen, de quienes reconstruyen el pueblo.
                                        Pero yo intuyo, sé,
                                        que llegan de otro tiempo.
                                                           (S. G. I., Hervás, 11 de agosto de 2011)


La muralla que separa ambos mundos, pasado y presente, domina sus ruinas: laberinto de callejuelas donde perderse. Pareciera víctima de una sigilosa guerra que todo lo hubiera arrasado sin consideración. Y sin embargo no está vencida; un pueblo se levanta de sus cenizas por voluntad, con trabajo y esfuerzo. Por orgullo y dignidad, se levanta. Quizá agonice, pero nunca muere a manos de otros. O se suicida o anda. Y ella no se ha rendido del todo. Ni a pesar de todo. El hombre es animal que carece de memoria. Por eso continúa allí, en pie. Tozuda, reacia a alimentar el hambre insaciable del olvido: museo vivo, martillo contra el yugo que oprime.
Hace décadas que la quimera del mar le lame los pies. A veces se engalana, cubre sus muros de
conchas… Pero aún se resiste pudorosa a un idilio que intuye insidioso. Ella no olvida: ansía lo que ya no puede tener, la tersa llanura que yace medio ahogada a sus plantas, sobre un fondo en calma donde no habita el sonido. Ansía una piel erizada de tercas encinas y alcornoques, como una barba incipiente: áspera pero familiar. Ya no volverá. No importa cuánto pueda esperar, no secará el pertinaz sol los fluidos derramados. Sólo permanecen los lánguidos eucaliptos, extranjeros nostálgicos de desconocidos continentes a la deriva. En junio, los pétalos ajados de las jaras nievan el duro suelo. Vuela por el aire el canto de un cisne, el último.
Visto por ojos profanos, diríase un paisaje lunar, yermo. Pero los mulos rumian al amor de sus muros, y los lechones juguetean ociosos en el barro. El gamo de mirada tierna observa asombrado la vida que se acelera más allá de las murallas: parecieran cárcel y quizá simplemente sean refugio. Imprevisibles, brotan pequeños vergeles del suelo calcinado: los huertos donan frescor y los frutales, sombra bajo la cual posar unas palabras. En sus recovecos se detiene el tiempo. Los asientos son de piedra: no hay urgencia para el caminante.
Granadilla, fundada en 1170 por Fernando II, desde 1980 declarada Conjunto Histórico-Artístico, fue desalojada en los años cincuenta tras ser declarada zona inundable por la construcción del embalse Gabriel y Galán. Las familias campesinas, despojadas de sus tierras, hubieron de abandonar el pueblo, que se convirtió en un fantasma. Sus olivos soñaban bajo el agua el pronto regreso. Pero las vidas de los últimos resistentes naufragaban en una isla cada día más pequeña: el mundo exterior parecía ajeno a la tragedia.
Desde 1984 Granadilla forma parte del programa “Recuperación y utilización educativa de pueblos abandonados”. Jóvenes estudiantes lo rehabilitan: lo animan otra vez voces nuevas. No obstante en el Día de Difuntos los antiguos habitantes, los vivos y quizá los muertos, regresan a su tierra.

Texto y fotografías: Salomé Guadalupe Ingelmo 
Paisaje: Azules de Granadilla, por Alejandro Cabeza


Salomé Guadalupe Ingelmo, “Granadilla. Vestigios de un naufragio”, en José Manuel López Caballero y Atanasio Fernández y (Coord.), Turismo cultural y patrimonio natural en Extremadura. Extremadura en la red: blogs y fotografía de naturaleza, Dirección General de Turismo Junta de Extremadura – Fundación Xavier de Salas, 2014, pp. 114-118.


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Azules de Granadilla, por Alejandro Cabeza







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