“La pintura es memoria
humana y fruto” Entrevista a Alejandro Cabeza,
Colección Contemporáneos del Mundo 29, Serie Indagación sobre la memoria y el
juicio, Madrid/México D. F., 2013.
Sobre “La pintura es memoria humana y fruto”: la escritora Salomé
Guadalupe Ingelmo profundiza en algunos aspectos de la entrevista así como en
la personalidad del artista
“La
pintura es memoria humana y fruto” se revela una
entrevista sobrecogedoramente sincera. Un testimonio que combina magistralmente aspectos conceptuales y
vivenciales: contenidos técnicos, dirigidos fundamentalmente a los especialistas
en la materia, y otros entrañablemente humanos, anecdóticos y aptos para ser
disfrutados por todo género de lectores.
El pintor Alejandro
Cabeza es un profesional poco dispuesto a renunciar a sus convicciones, un
artista que no se ha dejado seducir por las modas ni las exigencias del
momento. Que se ha negado sistemáticamente a adoptar una visión comercial del
arte. Su técnica se ha mantenido personal y ha evolucionado al margen de las
corrientes imperantes; de esas normas impuestas que, como dice él, valen hoy
pero ya no valen mañana. Cabeza huye manifiestamente de esquemas, y más si
éstos son arbitrariamente impuestos. Porque, según sus propias palabras, “cada cuadro debería tener el derecho de ser
una obra original y singular”.
Y lo
cierto es que, a pesar de poseer un carácter artístico tan marcado, Cabeza
desconfía de los estilos. Como si temiera anquilosarse con una mera repetición
de esquemas en los que refugiarse para sentirse cómodo: “Lo que actualmente a menudo se denomina el estilo de un pintor no deja
de ser, en realidad, un cúmulo de sus defectos y carencias. La evolución
constante, en la que influye la emoción y el sentimiento, lo inesperado, es lo
que en realidad caracteriza al estilo. Y no un sistema reiterado y convertido
en un estereotipo. Muchas veces confundimos voluntariamente estilo con ismo
para justificarnos. […] Malo es cuando el artista se ampara en la
originalidad para justificar lo que en realidad son carencias en la profesión
–cuántas veces he escuchado decir a un mal pintor “este es mi estilo” si un
colega, con su mejor intención, le hacía notar que quizá su trabajo podría
mejorarse–; cuando la novedad prima sobre la calidad y acaba suplantándola. […]
Aun a riesgo de discrepar de la mayoría, para mí la originalidad no
sirve de nada si no está respaldada por una sólida formación. La originalidad
es, sí, un valor añadido para una obra de arte. Un valor cuya presencia yo
mismo aprecio mucho cuando el cuadro cuenta también con todos los demás
requisitos que hacen de una obra una buena o una excelente obra. La
profesionalidad de un pintor no puede estar avalada por apreciaciones puramente
subjetivas y aisladas. Y volvemos de nuevo a esa pueril justificación que
mencionábamos antes: “es que éste es mi estilo”. Pues si tu estilo presenta
serias deficiencias de formación, es que tu estilo es un mal estilo. Eso no es
originalidad sino otra cosa. Pero actualmente a menudo se confunden los
términos. […] No existe libertad sin formación previa. […]
La formación siempre está presente o habría de estarlo; nos acompaña en todo
momento. No se deja de asimilar y de aprender. El intercambio de opiniones nos
enriquece. La observación nos enseña. La experiencia nos hace más sabios. El
oficio nos da más seguridad. Todas estas cualidades, y la capacidad de estudio
e investigación personal, nos ilustran como individuos profesionales de una
disciplina. Pero luego hemos de concedernos ese margen de libertad y
creatividad que los pintores siempre intentamos salvaguardar. Se pasa por
innumerables etapas; no acaban nunca a no ser que uno se hunda en el
conformismo más radical, cosa muy frecuente en los tiempos actuales […]”.
Para Alejandro Cabeza imponerse retos parece
una forma de evitar encasillarse, de huir del conformismo que tanto le asusta.
Quizá por eso, a pesar de ser especialmente conocido por sus elegantes
retratos, ha tocado todos los géneros y argumentos, siendo muy apreciados
también sus paisajes y sus marinas. Por eso y porque, según él, “el conocimiento de los géneros es importante; la práctica y estudio de
cada uno de ellos, de todos. Unos géneros enseñan lo que otros no pueden. Cada
uno tiene sus propias virtudes, y de esta forma se complementan. Así, mediante
el aprendizaje en todos ellos, un creador se perfecciona y ahonda en el estudio
pictórico. Un pintor es más valioso, más completo, cuanto más consigue abarcar.
La excesiva especialización, la anulación sistemática de determinados géneros,
nos carga de carencias; nos hace menos ricos en recursos. Y entonces nos
convertimos en autores pobres […]”.
El secreto de
su éxito entre público y crítica, que lo llevó a destacar desde muy joven y a
ser incluido con sólo veintiocho años –si
bien Lorenzo Berenguer ya lo había incluido precedentemente, con tan sólo
veintiséis, en Artistas Valencianos Contemporáneos (Archival, 1997)– en
el Diccionario de Artistas Valencianos del siglo XX (Albatros, 1999) realizado
por el crítico de arte Francisco Agramunt, que también decidió incorporarlo
en su obra Artistas
Valencianos del Siglo XX (Diputación de Valencia, 2000), reside en:
una sólida formación, una dedicación plena, una capacidad de trabajo casi
sobrehumana y una insaciable sed de aprender, de mejorar cada día. “Dedicación, oficio y pasión han de ir de la
mano. La cantidad no hace la calidad, pero la escasez tampoco hace el oficio.
En la pintura la dedicación ha de estar por encima de muchas cosas, no ha de
someterse a caprichos o imposiciones exteriores. La dedicación es un precio
caro que muy pocos están dispuestos a pagar. […] Vivo
de la pintura, para la pintura, con la pintura y por la pintura. Y a veces he
soñado con el cuadro de mi vida. Cosa que me motiva día tras día porque creo
que aún no lo he conseguido. Los cuadros se tienen que mimar, como el padre que
cuida a su hijo […]”.
Y es que, tras sus casi treinta años de profesión, no
ha perdido la pasión ni la curiosidad.
Sigue siendo un investigador infatigable dentro de su disciplina; un
gran conocedor de escuelas que, por tradición, en España han pasado
desapercibidas. Cabeza se muestra siempre dispuesto a analizar en profundidad
las obras de los grandes maestros. Así afirma: “La formación de un pintor es
producto de la experiencia y la trayectoria personal; pero también, y mucho, de
las lecturas sobre arte que se hayan realizado y de cuánta pintura se haya
visto. Muchas de las cosas que he aprendido en mi carrera como pintor, las he
aprendido en los libros. Sobre todo porque quienes escribieron esos libros
pasaron antes que nosotros por nuestras mismas vicisitudes u otras muy
similares. […] Los grandes maestros siempre me han impresionado. Y de ellos,
sus obras más significativas o singulares se me antojan inalcanzables. Colocan
el listón muy alto; se convierten en una utopía pictórica que muy lejos queda
de la mayoría de trabajos ejecutados en la actualidad. Sus obras son
atemporales; no pierden valor ni vigencia. Éste es uno de los mejores estímulos
a los que podemos enfrentarnos los artistas: sentirnos minúsculo ante el
talento de nuestros predecesores. Es de ahí de donde yo obtengo el mayor
impulso para querer mejorar. Cada vez –muy a menudo– que reviso determinados
libros monográficos dedicados a grandes pintores, al cerrar sus tapas, un deseo
irreprimible de correr hacia el lienzo me atrapa. Es una sensación muy extraña,
un doble sentimiento de signo contrario: por un lado un tremendo baño de
humildad, un amargo desconsuelo por no sentirme aún a su altura; pero en un
segundo momento, y mucho más importante, una voluntad férrea de seguir
adelante, un invulnerable afán de superación […]”.
El propio pintor defiende en su entrevista la
necesidad de hacer convivir en armonía la ambición con la humildad: “El artista ha de saber ser también
ambicioso; ha de estar hambriento de conocimiento y sabiduría. Entonces, esa
humildad resulta relativa. La humildad ha de ser la justa. Un exceso de
humildad es tan perjudicial como su carencia. Nos convertiría en seres sin
entusiasmo, faltos de brillantez e instalados en la penuria. Demasiada humildad
podría incluso acercarnos a la miseria. A veces tengo la sensación de que los
que se pronuncian a favor de una humildad incondicional y absoluta son, en
realidad, autocomplacientes conformistas y pecan, quizá, de falsa modestia.
Probablemente el artista debería hacer más uso de su humildad a la hora de
ostentar su creatividad y originalidad. El pintor debería ser lo
suficientemente humilde como para aprender a encontrar y apreciar esa
originalidad en las pequeñas cosas que la realidad le ofrece. Porque es
precisamente ahí donde puede radicar la creación buscada. Para entender lo que
quiero decir basta observar las actitudes ante la pintura. Hoy nos empeñamos,
ante todo, en sorprender y llamar la atención a toda costa. Incluso si esto
implica encerrarse obstinadamente en estilos individualistas sustentados por
razonamientos muy subjetivos. O si nos exige dejarnos arrastrar sin rumbo fijo
según las circunstancias. A veces la pintura se convierte en un juguete para
una feria, al servicio de una visión mercantilista del arte o más bien de la
decoración. Entrar en esta dinámica puede hacernos perder mucho tiempo y
talento. […] Una buena obra de arte mejora con el paso
del tiempo: se hace atemporal, se revela eterna. No sufre ni siquiera las
consecuencias del gusto. Es vista y disfrutada generación tras generación. Y
siempre que se vuelve a ella ofrece nuevas perspectivas. Ésa es su virtud y su
esencia. La obra de arte que no tiene esa cualidad se desmorona. Arrastrando
consigo a su autor. Si el creador de la mala obra no posee conciencia ni
aspiraciones, el revés no tiene consecuencias. El pintor sigue siendo lo que
siempre ha sido sin remordimiento ni pesar alguno. Nada distinto ambiciona,
puesto que su propia mediocridad le impide ver más allá de su estrecho
horizonte. […]”.
Descubrimos
entre las páginas de esta entrevista a un pintor realizado en el que sin embargo algún pesar, compartido
por otros muchos artistas de diversas disciplinas, queda: “Muchos países, como el nuestro, nada han hecho por reconocer a sus
propios artistas. Mientras otros, como Francia, sí han sabido comprender que el
arte, igual que otras disciplinas, ofrece un elemento de prestigio para un
Estado. Y que, por tanto, protegerlo y promoverlo, aunque a veces pueda suponer
un gasto inicial –y en ocasiones ni eso–, repercute positivamente en la
reputación que ese país tiene en el exterior de sus fronteras […]”.
“Creo que cada uno, su forma de actuar y de
expresarse, de dirigirse a los demás o hablar de ellos, acaba retratándose a sí
mismo”, afirma Alejandro
Cabeza.
De ser eso cierto,
el retrato que nos deja esta entrevista es el de un profesional maduro, con
unas ideas muy claras sobre la ejecución y capaz de ofrecer las claves sobre
una técnica personal depurada a lo largo de los años; pero que, contemporáneamente,
no ha renunciado a derrochar pasión en sus obras, sugiriendo con ello todo
género de emociones en el público. Sin embargo también describen sus palabras a
un individuo sereno y tolerante, que ha crecido como ser humano al tiempo que
crecía su pintura. En buena medida, gracias precisamente a la introspección a
la que le ha empujado la práctica artística, sobre la que se ha volcado con total
honestidad en cuerpo y alma. Retratan sus declaraciones a alguien que ama
profundamente su profesión. Que alberga la certeza de que ésta ha de ponerse al
servicio del ser humano; de que el arte ayuda a forjar mejores personas. Muestra
de ello son las palabras con las que cierra su entrevista y que, en humilde
reconocimiento a la lucidez alcanzada, me limitaré a reproducir fielmente para poner
punto y final a este breve comentario.
La pintura es
memoria humana y fruto, al tiempo, de nuestra natural inclinación a expresar
aquello que nos inquieta o nos conforta,
lo que nos conmueve o alegra. […] El arte es una de las fórmulas
indispensables por medio de las cuales los seres humanos se orientan en el
mundo y llegan a comprender su propia naturaleza. Ese esfuerzo que el arte
exige por entender lo humano, sensibiliza y hace a las personas más flexibles.
Nos vuelve más receptivos a los sentimientos e ideas de los otros. El arte, que
requiere reflexión y sensibilidad, es enemigo de los estereotipos y de las
soluciones fáciles. El arte es contrario al salvajismo, la indiferencia y el
conformismo. Saca a la luz las inquietudes universales y abate las fronteras
nacionales y las diferencias raciales. El verdadero arte es incompatible con el
chauvinismo, con el odio racista y con los prejuicios de cualquier tipo.
Las imágenes
mediante las cuales lucha por comprender e interpretar el mundo que le rodea
son tan legítimas como las leyes y las hipótesis de la ciencia, y su impacto en
la evolución del ser humano no se revela menor. Esas imágenes se convierten en
propiedad de toda la humanidad, e influyen sobre sus miembros y sobre las
relaciones que se establecen entre ellos. Por lo general, de manera furtiva.
Pero a veces, también, abiertamente. Tras su aparición, el mundo nunca vuelve a
ser el mismo.
El arte enseña a vivir: a ser tolerantes y a
valorar y admirar el trabajo de nuestros semejantes. Enseña, como Ortega
manifiesta en El Espectador, en
“Verdad y perspectiva”, que “cada hombre tiene una misión de verdad. Donde está mí pupila no está otra: lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra. Somos insustituibles, somos necesarios.”
Algunos
de los numerosos retratos realizados por Alejandro Cabeza pueden apreciarse en:
http://www.alejandrocabeza.net
Alejandro Cabeza (Barcelona, Cataluña, España, 1971)
comenzó a recibir lecciones de dibujo y pintura a los doce años. Se licenció en
1993 en la Facultad
de Bellas Artes de San Carlos de la Universidad
Politécnica de Valencia. Obtuvo sus primeros premios de
pintura con apenas diecisiete años. Ha participado en diversos certámenes
locales, nacionales e internacionales de pintura, y ha sido ganador y accésit,
así como finalista, en varios de ellos. Entre sus más importantes galardones:
los conseguidos en el Premio “Alex
Alemany” del Ayuntamiento de Valencia (1994 y 1995), el del
Centro Cultural de los Ejércitos
de Valencia (1995) y el
obtenido en el Primer Certamen Bienal de Pintura y Escultura “DIMENS ARTS” de Valencia
(2003). Su primera exposición individual tuvo lugar en el Círculo de
Bellas Artes de Valencia (1993), del que fue socio durante más de diez años. Ha realizado una veintena de exposiciones colectivas e
individuales desde 1988. Entre ellas cabe destacar las varias individuales
realizadas en el Círculo de Bellas artes de Valencia, su exposición individual
en el Centro Cultural de los Ejércitos (Antiguo Gobierno Militar) de Valencia (1997)
y en el Museo Vicente Blasco Ibáñez de
Valencia (2004). O sus exposiciones colectivas en el Ateneo Marítimo de
Valencia (1990), en el Museo de la
Ciudad de Valencia (1994) y en el Palau de la música de
Valencia (2005). Algunos de sus cuadros están
expuestos permanentemente en edificios oficiales o forman parte de los fondos
de diversas instituciones, organismo y centros públicos, como el Círculo de
Bellas Artes de Valencia, el Gobierno Militar de Valencia, la Excelentísima Diputación Provincial de Valencia (retrato de D. Fernando Giner, Presidente de la Diputación de Valencia),
el Excelentísimo Ayuntamiento de Barcelona, el Excelentísimo Ayuntamiento de Valencia o el Ilustre
Colegio de Notarios de Valencia (retrato de D. Joaquín Borrell), entre otros.
Uno de sus cuadros forma parte de la Colección Museo de la Ciudad de Valencia, y otros
dos están en el Museo Vicente Blasco Ibáñez (uno, su famoso retrato del
reputado escritor). Otras obras suyas han sido
adquiridas en el extranjero y han pasado a formar parte de colecciones privadas
de España, distintos países de Europa, Suramérica y Norteamérica. Algunos de
sus cuadros han sido escogidos como portada para diversas publicaciones. Cabe
destacar al respecto la antología de cuentos de Vicente Blasco Ibáñez publicada
por la editorial Akal en 2009 y La
pugna ortográfica: ¿Lengua valenciana, lengua catalana o lengua occitana?
(Carles Recio, Confluencia Valencia, 1999). Diversos
artículos sobre su obra pictórica han sido publicados en periódicos regionales
y diarios locales. El crítico de arte Francisco Agramunt lo incluyó en su Diccionario de Artistas Valencianos del siglo XX
(Albatros, 1999) y en su obra Artistas Valencianos del Siglo XX
(Diputación de Valencia, 2000). Lorenzo Berenguer lo
incluyó también en Artistas
Valencianos Contemporáneos, tomo II (Archival, 1997) y en Artistas que
dejan huella
(Archival, 2000). En 2001 la Diputación de Valencia
publicó su libro Luz Valenciana, en
el que se recogían cien paisajes de los pintados hasta aquel momento.
Recientemente ha realizado una serie de retratos centrados en algunos
personajes de la familia real española. Entre sus proyectos aún en desarrollo,
una amplia colección de retratos de personajes del mundo de la cultura, muy
especialmente iconos de la literatura, que ya cuenta con más de treinta obras.
Al margen de su amplia producción retratística, ha recorrido desde la
adolescencia una buena parte de España pintando paisajes y marinas.
Estupenda entrevista. Un gusto leerla.
ResponderEliminarSaludos
Le trasmitiré tus felicitaciones al entrevistado. Seguro que se sentirá muy satisfecho. Besos.
ResponderEliminarqué maravilla, has entrado en los fueros del artista
ResponderEliminargeniales ambos
saludos
Es que el pintor, como su obra, está lleno de reflexiones, recursos y experiencia por compartir. Un enorme acierto el del siempre sagaz Garzón Céspedes al decidir incluirlo es su colección: el arte necesita exponentes con principios firmes e ideas claras. Besos.
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