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DOS PINCELADAS SOBRE HERVÁS


(S. G. I., Madrid, 13 de octubre de 2011)

EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.


Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.

Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.

NO EN MI NOMBRE

Casa Mudéjar, Cáceres (Monumento Histórico-Artístico)
Casa Mudéjar, Cáceres (Monumento Histórico-Artístico)

     Ahora, tras un tiempo prudencial para la reflexión, porque nunca conviene manifestarse con las vísceras aún humeantes y revueltas sino atemperadas por el uso de la razón, puedo decir.
     Puedo decir que estos días he escuchado palabras alarmantes. Verbos como exterminar, erradicar y otros semejantes en labios de comunes ciudadanos.
     Puedo decir que se me han ofrecido, repetidos hasta la saciedad por quienes dirigen nuestros destinos ‒es para tener mucho miedo‒, conceptos a duras penas inteligibles cuando no manifiestamente improbables. Tales como el repetidamente enarbolado de “cultura occidental”, por ejemplo. Cultura occidental… Sin duda existen las culturas occidentales, pero la cultura occidental… No, decididamente no me suena.
     Y escuchar, además, esa entelequia de labios de quienes mantienen un IVA cultural desmedido, reducen las exiguas becas de los estudiantes, desmantelan la enseñanza de las Humanidades ‒y ya de paso, el resto‒, asfixian a nuestros jóvenes científicos… Digamos que me resulta, cuanto menos, difícil de digerir. Que se erijan en paladines de esa presunta cultura occidental quienes, por poner sólo un ejemplo, confunden a Saramago con una famosa pintora, se me antoja, por ser generosa, esperpéntico. Cuando no bochornoso.
     Y qué es esa presunta cultura occidental si no una afortunada heredera del patrimonio clásico que los musulmanes conservaron e incrementaron para Europa cuando ésta pasaba por sus años más oscuros. Y también de tanta razón y humanidad que los propios musulmanes, civilización floreciente y tolerante por aquel entonces, tuvieron a bien legarnos. Figuras tan brillantes como Averroes, Ibn Hazm, Maimónides y tantos otros eran, aunque algunos parezcan no recordarlo ni estén mínimamente a la altura de su legado, tan musulmanes como españoles.
     He asistido repetidamente estos días al uso de un lenguaje polarizado y agresivo, incluso desafiante y provocador. Cuántas veces en las últimas horas no habré escuchado oponer el “nosotros” al “ellos”. Quiénes son ellos, me pregunto. Mientras tengo claro que, visto quien hace uso del término y cómo, ese “nosotros” que se esgrime ‒por otro lado, como tantas otras veces, sin mi consentimiento‒ no existe en absoluto. Ante determinadas manifestaciones sólo puedo repetir lo que decía Groucho Marx: “que paren el mundo, que yo me bajo”.
     Ahora, personas sin ninguna autoridad moral e incluso de dudosa integridad deciden que “estamos en guerra”. Ahora descubren que estamos en guerra… Ahora, justamente ahora: cuando la violencia que nosotros mismos alimentamos con nuestras intervenciones en suelo ajeno finalmente llama a la puerta. Hombre, ya es casualidad. Igual que descubrimos a los refugiados y concluimos que requieren una respuesta justo en el exacto momento en que se presentan en casa como visitas molestas. Entre tanto, lejos, bien lejos, podían agonizar y morir en el anonimato. En silencio y sin molestar, sin turbar las conciencias. Que es la hora de la cena y las escenas desagradables en el telediario molestan. Pues bien, la violencia genera sólo violencia. Es justamente haciendo uso de ella, por acción u omisión, como hemos llegado hasta aquí.
      No dudo que el pueblo francés, que tantas veces antes ha sabido mantener la dignidad y convertirse en defensor resistente de los derechos y las libertades en situaciones extremas, sabrá estar a la altura de las circunstancias. La pregunta es si sabrán estarlo también sus representantes políticos ‒y ya de paso, los nuestros‒. Y por el momento la situación no parece precisamente alentadora. Porque está claro que el poder crea dependencia. Y con tal de asegurarse su permanencia en él, uno hace y dice cualquier cosa.
     Lo que nos jugamos, en contra de lo que algunos personajillos ‒Curioso el uso de las alzas por parte de tantos “grandes” hombres de la Historia de toda nacionalidad. Se ve que los complejos no conocen fronteras‒ sostienen, no es nuestra propia seguridad, sino pilares fundamentales de la naturaleza humana. Porque reproducir patrones violentos únicamente deshumaniza y degrada. Y no caben alegaciones ni excepciones a esa regla básica.
                                                                                                                                                                                         S. G. I. Madrid, 19 de noviembre de 2015


David Alfaro Siqueiros, Eco de un grito
David Alfaro Siqueiros, Eco de un grito


Civil War - Slash y Myles Kennedy



COMO UNA BRÚJULA


 
Los poetas, los escritores generosos, nunca están solos. Generaciones pasadas, presentes y futuras les sostienen en pie cuando las fuerzas propias flaquean.
Porque el poeta es un loco traspasado por el fuego divino, un niño cuya lengua la hipocresía no ata. El poeta cumple, aún, con la sagrada obligación de desentrañar las vísceras y exponerlas al sol, a la vista de todos. El poeta es de todas las patrias y de ninguna. Condenado a esa bendición de no tener una almena que pueda decir que es suya. Sólo a la verdad y al hombre, al hombre sin nacionalidad, al hombre sin rostro, se debe. El poeta ofrece generoso hasta el último húmero a la voracidad de su insensato tiempo. “Yo doy todos mis versos por un hombre / en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso, / mi última voluntad”, decía Blas de Otero.
                                                                                                                (S. G. I., Madrid, 5 de noviembre de 2015 )


Jacques-Louis David, La muerte de Sócrates


The Handsome Family, Far From Any Road












https://www.youtube.com/watch?v=rrBA5j6jYa4

https://www.youtube.com/watch?v=Fwd8tliPklM

DIOS LE DA PAN A QUIEN NO TIENE DIENTES

Retiro_Salomé Guadalupe Ingelmo
El Retiro, Madrid




Imposible saber la realidad que se abre cuando se cierra la puerta.





CORAZÓN DE CRISTAL

A la memoria de Asunta


Había una vez una pareja que deseaba mucho una hija. Tenían de todo; sólo eso les faltaba. Entonces decidieron comprarse una. La escogieron de metal, para que resistiese las palabras duras sin abollarse y apenas tuviese exigencias. La autómata era la hija perfecta, la que cualquiera habría deseado. A diferencia del resto de niños, hablaba cuando debía y callaba cuando sus padres no tenían ganas de escucharla. Jamás protestaba ni correteaba por la casa, ni gritaba ni jugaba ni dejaba el brécol en el plato. De las malas costumbres habituales entre los niños de carne sólo tenía la de no bañarse ni lavarse los dientes, porque no lo necesitaba. Era la hija perfecta, la que todos los padres habrían deseado.
Hasta que, mirando alrededor, sintió nostalgia. Procuraba introducir alguna palabra en las conversaciones. “Qué raro, se habrá estropeado”, decían sus padres. Y la apagaban por la fuerza con el mando a distancia.
“Será un cortocircuito”, supusieron un día al ver una lágrima en su mejilla de metal. Decidieron llevarla a la chatarrería y comprarse una hija nueva, último modelo.
Nunca más volvió a sentirse sola: la fundieron y con ella fabricaron un columpio. Aún enseña a volar a otros niños.

                                              Salomé Guadalupe Ingelmo, Corazón de cristal, Papeles de la Mancuspia 68, diciembre 2013, p. 3


Mientras, hoy cientos de padres se manifiestan para reivindicar su derecho y el derecho de sus hijos a la custodia compartida... 


Antonio Fillol Granell, La Bestia Humana
Antonio Fillol Granell, La Bestia Humana

Javier Álvarez, La madre de Fabián

CAMINO DE HIERRO


Judíos húngaros bajando del tren en Auschwitz (1944)



Carne de trascendencia negada; carne a la que oídos sordos obligan a ser sólo carne. Cuerpos hacinados en trenes con destinos inciertos, mercancías sobre las que otros deciden sin pudor ni remordimiento. Olvidado el pasado reciente, ejecuta a la víctima la víctima del exterminio más abyecto. Tan similares las imágenes a las de otro tiempo… Tanto que me pregunto si estamos todos ciegos para no verlo. Tan similares las imágenes a las de otro tiempo… Sospecho que son más frágiles las memorias que los cuerpos.
                                                                                                                                                                                       (S. G. I., Madrid, 4 de septiembre de 2015)

Nota: En marzo de 1944, bajo la dirección de Adolf Eichmann, comienzan las deportaciones de judíos desde Hungría. Hacia mediados de junio partían cuatro trenes de la muerte diarios hacia los campos de exterminio. Se calcula que en la Segunda Guerra Mundial, por efecto directo de la Shoah, fueron asesinados más de seiscientos mil judíos de origen húngaro.



Selección en la rampa de  Birkenau, David Olère

Francesco Guccini, La locomotiva

LAS DICTABLANDAS DE LOS CARADURAS


Alcázar de Segovia



[…] Al cabo de tantos y tantos años de ilusiones estériles había empezado a vislumbrar que no se vive, qué carajo, se sobrevive, se aprende demasiado tarde que hasta las vidas más dilatadas y útiles no alcanzan para nada más que para aprender a vivir, había conocido su incapacidad de amor en el enigma de la palma de sus manos mudas y en las cifras invisibles de las barajas y había tratado de compensar aquel destino infame con el culto abrasador del vicio solitario del poder […], se había cebado en la falacia y el crimen, había medrado en la impiedad y el oprobio y se había sobrepuesto a su avaricia febril y al miedo congénito sólo por conservar hasta el fin de los tiempos su bolita de vidrio en el puño sin saber que era un vicio sin término cuya saciedad generaba su propio apetito hasta el fin de todos los tiempos mi general, había sabido desde sus orígenes que lo engañaban para complacerlo, que le cobraban por adularlo, que reclutaban por la fuerza de las armas a las muchedumbres concentradas a su paso con gritos de júbilo y letreros venales de vida eterna al magnífico que es más antiguo que su edad, pero aprendió a vivir con esas y con todas las miserias de la gloria a medida que descubría en el transcurso de sus años incontables que la mentira es más cómoda que la duda, más útil que el amor, más perdurable que la verdad, había llegado sin asombro a la ficción de ignominia de mandar sin poder, de ser exaltado sin gloria y de ser obedecido sin autoridad cuando se convenció en el reguero de hojas amarillas de su otoño que nunca había de ser el dueño de todo su poder, que estaba condenado a no conocer la vida sino por el revés […], porque nosotros sabíamos quiénes éramos mientras él se quedó sin saberlo para siempre con el dulce silbido de su potra de muerto viejo tronchado de raíz por el trancazo de la muerte, volando entre el rumor oscuro de las últimas hojas heladas de su otoño hacia la patria de tinieblas de la verdad del olvido, agarrado de miedo a los trapos de hilachas podridas del balandrán de la muerte y ajeno a los clamores de las muchedumbres frenéticas que se echaban a las calles cantando los himnos de júbilo de la noticia jubilosa de su muerte y ajeno para siempre jamás a las músicas de liberación y los cohetes de gozo y las campanas de gloria que anunciaron al mundo la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad había por fin terminado.
Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza. Sólo entonces nos atrevimos a entrar sin embestir los carcomidos muros de piedra fortificada, como querían los más resueltos, ni desquiciar con yuntas de bueyes la entrada principal, como otros proponían, pues bastó con que alguien los empujara para que cedieran en sus goznes los portones blindados...
          Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca


El calabozo número tres era una cuadra con altas luces enrejadas, mal oliente de alcohol, sudor y tabaco. Colgaban en calle, a uno y otro lateral, las hamacas de los presos, reos políticos en su mayor cuento, sin que faltasen en aquel rancho el ladrón encanecido, ni el idiota sanguinario, ni el rufo valiente, ni el hipócrita desalmado. Por hacerles a los políticos más atribulada la cárcel, les befaba con estas compañías. […]
Medida la mañana, habían iniciado el fuego de cañón las partidas rebeldes, y en poco tiempo abrieron brecha para el asalto. Tirano Banderas intentó cubrir el portillo, pero las tropas se le desertaban, y tuvo que volver a encerrarse en sus cuarteles. […]
Tirano Banderas salió a la ventana, blandiendo el puñal, y cayó acribillado. Su cabeza, befada por sentencia, estuvo tres días puesta sobre un cadalso con hopas amarillas, en la Plaza de Armas: El mismo auto mandaba hacer cuartos el tronco y repartirlos de frontera a frontera, de mar a mar.
Ramon del Valle-Inclan, Tirano Banderas





SU JUEGO FAVORITO
Salomé Guadalupe Ingelmo


En medio del escenario, un trilero impecablemente trajeado espera, acechante cual tarántula venenosa, tras su mesita plegable. Sobre ésta destacan, incitantes como hongos tóxicos, tres cubiletes de brillantes colores: atractivos, irresistibles para cualquier ojo. Otro individuo, un transeúnte de paso, aminora la marcha. Titubea… Parece dispuesto a pararse y probar suerte. El trilero finge no reparar en él; pero en realidad lo vigila, observando atentamente de soslayo. Quizá haya caído en la red otro mirlo al que desplumar.

TRILERO:

(Simulando indiferencia) Ah, ahí veo un caballero que quiere probar suerte. (Comienza maquinalmente, con cadencia monótona pero persuasiva, su retahíla bien aprendida.) Sólo por un papelito, toda una ronda. Un papelito: tres intentos. Un voto: tres intentos. Vamos, que lo estamos dando. Lo estamos regalando. Nos lo quitan de las manos. (Dirigiéndose directamente a él. Dando el golpe de gracia a su incauta presa.) Anímese, hombre, que hoy lleva la suerte escrita en su cara.

El individuo común de mediana edad, un hombre cualquiera vestido con ropas bastante usadas y con el cansancio vital tatuado en el rostro, decide reconstruir esa fe que perdió a fuerza de ver cómo otros se limpiaban los zapatos sobre ella. Porque a veces incluso suceden milagros, tiende sin mucho convencimiento la papeleta electoral. Ésa que el trilero hace desaparecer inmediatamente, visto y no visto, en el bolsillo de su chaqueta de marca.

(Con sonrisa bobalicona y el mismo tono ridículo que emplean para dirigirse a los bebés quienes creen que estos son estúpidos. Incluso moviendo las manos en el aire como si se dispusiese a hacerle los “cinco lobitos”.) ¿Dónde está la ayuda a la dependencia? ¿Dónde está la bolita ganadora? (Canturrea entusiasta igual que si le hablase a un perro al que estuviese a punto de lanzar un palo; sólo por entretener su atención.) ¡Sigue la bolita, sigue la bolita!

Comienza a mover los cubiletes cada vez más rápido. Hasta alcanzar una velocidad vertiginosa que nada tiene que ver con los movimientos casi torpes de que hacía gala al comienzo de su exhibición. Una velocidad imposible de seguir para ojo humano alguno. El hombre, impertérrito, aparentemente seguro de sí aunque aún sin traza alguna de entusiasmo, indica con su índice un cubilete. Entonces para en seco la frenética danza.

(Fingiendo un pesar que no siente sólo con las palabras; pero demostrando al tiempo, mediante su tono de voz, una alegría despiadada e impúdica. Con evidente recochineo.) ¡Ooooh… Cuánto lo siento! Aquí sólo hay un recorte (Levanta el cubilete únicamente por unos segundos, para dejarlo caer inmediatamente sobre un contenido que en realidad nadie ha tenido tiempo de comprobar. Un ligero desconcierto se pinta en el rostro del desconocido. Hay algo que no logra entender: algún detalle ha escapado a su atención. Ese final no estaba previsto. Parece intentar reflexionar, volver mentalmente sobre sus pasos para descubrir el error cometido. Pero el trilero no le da tregua. Apenas observa un destello de lucidez en el rostro del mirlo, comienza de nuevo su hipnótico espectáculo.) ¿Dónde están las subvenciones a la educación y la cultura? Y sigue la bolita, sigue la bolita… (El hombre, esta vez, titubea. Extiende una mano ligeramente temblorosa y señala lentamente el cubilete central. Se apresura a anunciar el trilero, incluso antes de levantar muy fugazmente el cubilete.) ¡Qué peeena! … (Con desvergonzada sonrisa.) Falló de nuevo. (Sin abandonar la sonrisa, pero en tono de abierta amenaza.) Tercer y último intento. (El hombre, visiblemente nervioso, suda copiosamente y se retuerce las manos. Sabe lo que se juega. Saca un pañuelo del pantalón y se seca la frente. Mira de un cubilete a otro desesperado. Y se retuerce de nuevo las manos. Se lleva los dedos a la sien confuso, como intentando aferrar sus pensamientos. Pero el trilero no le concede tiempo para reflexionar; en eso consiste su talento. Ahí reside, precisamente, el secreto de su éxito.) Vamos, vamos. Que esta vez es la buena. ¿Dónde están las prestaciones sanitarias públicas? (El hombre, obviamente, yerra.) Perdió de nuevo. Mala suerte, amigo, habrá de esperar a la próxima.
El hombre común, con las mandíbulas desencajadas por el estupor y el desconsuelo, eleva tímidamente un dedo como pidiendo un turno de palabra que el guión no contempla. Y así se queda: con el índice ridículamente levantado, señalando a un cielo que se diría ausente.
(De repente el trilero decide ignorar al perdedor, que ya no tiene nada más que ofrecer, como si éste ya no existiese; como si hubiese desaparecido por arte de magia. “Si te he visto, no me acuerdo”. Con la voz odiosa de quien desea manifestar sin pudor su tedio. Más o menos con la misma voz con la que ciertas enfermeras llaman a los pacientes a la consulta del médico.) Siguiente. (De nuevo, súbitamente obsequioso, Mr. Hyde da paso al Dr. Jekyll ante la promesa de un nuevo cliente. Se dirige sonriendo a una futura presa sin rostro, alguien que el público aún no puede ver sobre el escenario, pero que se imagina dolorosamente familiar. Y sigue vendiendo con entusiasmo su humo.) Puede usted probar suerte por el módico precio de… un voto, caballero. (Y, así, el espectáculo comienza de nuevo.) Un papelito: tres intentos… ¿Dónde está la justicia gratuita? ¿Dónde se esconden los subsidios de desempleo? ¿Dónde, la subida de pensiones? Vamos, vamos, que el que lo encuentre, se lo queda. (Su sonrisa se desparrama como miel sobre tostada que observa golosa la mosca) Pruebe suerte, señor, que hoy puede ser su día. Nos lo quitan de las manos. Lo estamos dando. Lo estamos regalando.

De fondo, a lo lejos y con un volumen muy discreto, casi tímido, con aire cansado pero no vencido, comienzan a sonar las estrofas finales de Hey you, de Pink Floyd. Interpretado preferentemente por David Gilmour, más que por Roger Waters (a pesar de su autoría). Hasta llegar al desenlace: “Together we stand. Divided we fall. We fall… we fall… we fall”.



José Casado del Alisal, La campana de Huesca
José Casado del Alisal, La campana de Huesca



Black Sabbath,  Eternal idol




Σας ευχαριστώ από τα βάθη της καρδιάς μου



Afirmaba William Drummond: “Aquel que no quiere razonar es un fanático, el que no sabe razonar es un tonto y quien no se atreve a razonar es un esclavo”. Buero Vallejo persiguió siempre la luz de la razón, indisolublemente unida al bálsamo de la mesura y la tolerancia. Fue esencial para una sociedad herida y maltrecha. Desde la disciplina teatral, trabajó para liberar al hombre de las tinieblas que lo atan y ofuscan, tan a menudo alimentadas por un poder corruptor, ni legítimo ni noble. Si hacemos un recorrido por su fecunda obra, si observamos a sus personajes, ya sean héroes o antihéroes, el eco de una reconfortante reflexión de Henry George resuena en nuestros oídos: “Quien quiera que sea y dónde sea que esté, el hombre que piensa se convierte en luz y potencia”. Pues Bien, Buero iluminó y sigue iluminando hoy en día: él aportó luz y potencia a un mundo que sin su figura y su obra hubiese seguido siendo infinitamente más oscuro.
                                                                                    Salomé Guadalupe Ingelmo, Sobre Antonio Buero Vallejo




ESCAPAR DE LA CAVERNA
Salomé Guadalupe Ingelmo



A Antonio Buero Vallejo, paladín de la luz



                                                  En el cuarto oscuro de las fotos
                                                 dejo una postal
                                                 con un ciruelo en flor.
                                                          
Niji Fuyuno



                                                  Mantén tu rostro hacia la luz del sol y no verás la sombra.
                                                          
Helen Adams Keller


Se va haciendo una luz tenue. En primer plano, las paredes de un túnel excavado en una roca de cartón piedra inconfundiblemente negra: estamos en una mina de carbón. Al fondo del escenario, un cuerpo aovillado da la espalda al espectador. Se alza y avanza encorvado, torpemente, como si casi hubiese perdido el hábito de vivir de pie, hacia el patio de butacas. Se para más o menos en el centro del escenario. Sus ropas están hechas jirones y, como todo él, tiznadas de negro. La barba entrecana, larga y descuidada. Los ojos, hundidos y ojerosos. Está demacrado; pero su cuerpo fibroso, lejos de parecer quebradizo, se diría correoso e indestructible. Arrastra pesadamente algo, unos grilletes con una bola que entorpece su avance. Al aproximarse al público, éste puede ver que dicha bola es un globo terráqueo.
Sobre la noble cabeza lleva un casco de minero encendido. En una de sus manos sujeta un pico muy desgastado. Ha de ser un esclavo de Roma, condenado por el Imperio a vivir en la oscuridad. Probablemente habrá sido enviado a trabajos forzados por discrepar, por rebelarse y no aceptar sumisamente el destino impuesto por otros. O simplemente, por no haber nacido en el seno de la casta privilegiada.

ESCLAVO:

¿Qué veo al final del túnel? (Ilusionado por unos segundos.) A lo lejos, una luz se enciende. (Súbitamente suspicaz.) Pero podría tratarse de una trampa: son astutas sus artimañas… (Acariciando agradecido la linterna de su casco.) No, debo confiar sólo en la luz de mi cabeza.
¡Yo soy Espartaco! Esclavo me llaman porque de esclavo nací... Eso dicen ellos. Se empeñan en creer que encerrando a un hombre, encerrarán también su pensamiento. Que tratándolo como una bestia, se convertirá finalmente en eso. No entienden que con estas manos, con estas mismas dos manos, sólo con estas manos, un hombre puede cavar su fosa o construirse sus alas. Y salir volando del laberinto. (Mira hacia arriba, hacia un cielo que ni siquiera se adivina, melancólico pero aún esperanzado.) Con las mismas manos. (Con aire soñador, mientras agita la mano en la que no sujeta el pico.) Sus insensibles corazones no quieren aceptar que mi pensamiento es como un pájaro: siempre libre. Sus grilletes no pueden encadenarlo. (Repentinamente combativo.) Se obstinan en tenerlo prisionero de esta caverna oscura: quieren que sus alas se atrofien y su voz clara se quiebre; que deje de volar y cantar para que nadie pueda verlo ni oírlo. (Ahora, melancólico.) Y entonces, piensan, tendrán definitivamente la razón de su parte. (Persuasivamente, como intentando convencerse de sus razones: como si hubiese pasado tanto tiempo allí preso, que empezase a dudar incluso de ellas.) Pero no es razón la razón de la fuerza, sino argumento perverso. Y porque yo aún lo sé y lo digo, me tienen aquí encerrado, cautivo. (Gritando.) ¡No soy un animal! (En sobrecogedores susurros, con la mirada perdida y aterrada: quizá, sopesando la posibilidad contraria.) No lograrán convertirme en una bestia. Son rencorosos; no perdonan. No perdonan porque yo poseo lo único que ellos no pueden comprar con dinero. No me lo arrebatarán: soy dueño de un alma y un intelecto. (Irguiéndose, reconquistando un orgullo casi olvidado.) Y la oscuridad no puede confundirlos; ven con total claridad incluso en estas galerías, enterrados en vida. Ellos dos, sirviéndose de la persuasiva voz de la conciencia, me dictan lo que está bien y lo que está mal, lo que es justo y lo que resulta abominable. (Encendiendo el casco.) No, no he de fiarme de las apariencias: lo único cierto es la luz de mi propia cabeza.
(Soltando el pico y mirando las palmas encallecidas por el duro trabajo y, ahora, crispadas.) Si pudiese excavar en la conciencia ajena, lo haría con mis manos desnudas. (Apretando los puños, con decisión y entusiasmo.) Dejaría las uñas y la vida en ese intento. (Definitivamente desalentado.) Pero temo descubrir lo qué hay debajo: en algunas conciencias cuanto más excavas, más suciedad encuentras. Las hay negras como la pez. Hondas como un pozo sin fondo, por cuyas altas paredes ni la lucidez ni la piedad trepan.
(Apoyando la mano sobre una de las paredes de la gruta.) Hasta esta roca firme, que parece eterna, ha de quebrantarse un día bajo el peso de mi acometida. Si no es hoy, será mañana. Si no es mañana, será otro día. (El volumen de su voz ha ido aumentando, recobrando convicción.) Si he excavado hasta aquí, puedo excavar también hasta alcanzar la huida. La manumisión es sólo cuestión de tiempo, obra de perseverancia.
Del techo se descuelga una reja lentamente, mientras el personaje avanza. Para cuando llega al borde del escenario, ésta se encuentra ya a la altura de su cara. Se aferra fuertemente a los barrotes y mira a lo lejos, hacia lo alto.
(Serenamente.) Pido la voz por derecho. Porque aún me queda, quieran ellos reconocerlo o no, la palabra.
Entonces abre la boca y de ella sale una mariposa blanca de gasa que, enganchada a hilos trasparentes lo suficientemente gruesos como para que resulten bien visibles, revolotea artificialmente en la misma dirección de la mirada. Un foco la sigue en su vuelo mientras se aleja, al tiempo que la luz en el escenario disminuye. Hasta que la mariposa está tan lejos que la oscuridad se vuelve total.

TELÓN



El Pueblo Unido, Quilapayun y Mikis Theodorakis


 
Καημός,  Mikis Theodorakis


TRESCIENTOS

Piedra de molino



Paso de las Termópilas, 480 a.C, un puñado de griegos, a pesar de la traición y aun sabiéndose sin esperanzas, resistían heroicamente impidiendo el ingreso en Grecia. Dos días enteros de batalla, librada tras cinco de dura resistencia contra la poderosa maquinaria del imperio persa. Doscientos setenta mil hombres contra apenas mil quinientos. Cualquier cosa con tal de salvaguardar la dignidad y la libertad de las polis, la cuna de la democracia extendida después por todo el mundo que había de tenerse por civilizado. Leónidas y sus trescientos, así como la mayor parte del resto de soldados griegos, murieron; pero su sacrificio ofreció tiempo y sirvió de ejemplo, infundió valor en su pueblo, que reorganizó sus fuerzas y logró vencer al soberbio Jerjes en Salaminas. Dicen que la historia es un círculo que se repite tercamente. Hoy, más que nunca, me gustaría creerlo.

Nota: El bushidō o "camino del guerrero" es un código ético que exige honor y lealtad hasta la muerte y rige la conducta del guerrero japonés para hacer de él un hombre o una mujer noble, alguien capacitado para comandar y guerrear sin perder la humanidad ni sus valores. Las siete virtudes del bushidō son la justicia, el coraje, la benevolencia, la cortesía, la sinceridad, el honor y la lealtad.


Leónidasen Las Termópilas, Jacques Louis David
Leónidas en las Termópilas, Jacques Louis David


A Way of life (El último samurai), Hans Zimmer



TIERRA QUEMADA





Tal vez si corres lo suficiente

Siempre con prisa por llegar.
O por escapar de repente.
No conseguiste entender:
nunca correrás lo suficiente.
No te diste tiempo a pesar.
Tanto deseabas aligerar…
Ahora tus huellas se desvanecen.

Fría en la mañana,
reposando la última noche:
una botella en la mano,
el cigarrillo entre los dientes.
No renunciaste a volar.
Aún sonríes al pensar
en los que te advertían del accidente.
Desde lo alto de la cornisa,
diminutos,
ves pasar a la gente.
Que el que ríe al final
conserva esa sonrisa para siempre.

Corre, muchacha, corre.
Tal vez si corres lo suficiente,
Logres dar esquinazo
a esa cuenta pendiente.
                 (S. G. I., Madrid, 29 de mayor de 2015)


La Muerte y la Doncella, PJ Lynch
La Muerte y la Doncella, PJ Lynch


107 degrees por Alice Smith


107 degrees por Citizen Cope y Alice Smith 








A LA MAÑANA SIGUIENTE



SOBREVIVIR A LA NARCOLEPSIA

Durmió. Más por hastío que por verdadero sueño. Más por evadirse que por perseguir el inalcanzable descanso. Estaba rendido; se dijo que esconder la cabeza bajo la cobija, abandonarse en brazos de la indolencia, de la absorbente blandura del olvido, sería delicioso y reparador. Reconfortante pausa de la diaria contienda. Parecía tan buena idea… Un día cerró los ojos sin más y cortó los puentes con la realidad. La lucidez apagó la luz y se deslizó plácidamente hacia el lugar más oscuro de la conciencia. Se replegó al bastión inexpugnable de la indiferencia, donde ‒pensaba‒ ya nada podría alcanzarle. Durmió con una contumacia cercana a la muerte. Durmió de un tirón un sueño opresor y adulterado. Un sueño inducido y artificial: un sueño inoculado y dirigido. Un sueño incalculable y de incalculables consecuencias. Durmió, lo suficiente para perder la noción del tiempo, un sueño sin sueños. Durmió, hasta olvidarse de sí mismo, un sueño pegajoso y asfixiante. Un sueño parasitario que le desgastó en lugar de repararle. Y un día, sin más, despertó. Volvió exactamente como se había ido. Abrió los ojos sin saber muy bien por qué, sin causa aparente. Despertó y se descubrió en un paisaje desconocido. De familiar, sólo la profunda huella que su cabeza había dejado en el suelo: un enorme hueco vacío, sima insoslayable, insalvable abismo, único testigo de los años perdidos en un letargo estéril. Alrededor, oscuridad y silencio. Y pudo ver fosa pero vio seno: matriz expectante y prometedora. Se dijo que la nada es también oportunidad para otro comienzo. Y proyectó llenar ese pozo con un mundo distinto al que había conocido, uno mejor concebido y más proporcionado, donde cada elemento tuviese su lugar y éste fuese respetado; donde todo cupiese en armonía. Se desperezó y miró hacia lo alto, pero ya no había sol ni cielo. “He dormido demasiado”, dijo. “Ahora es necesario construir de nuevo”.
                                                                                                                                                                                                                      (S. G. I., Madrid, 26 de mayor de 2015)


Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar, Salvador Dalí
Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar, Salvador Dalí


Freedom, interpretado por Anthony Hamilton & Elayna Boynton



Festival de las Aves Ciudad de Cáceres‏

http://festivaldelasavescaceres.gobex.es/…/Festiv…/programa/














La asistencia a las Jornadas requiere inscripción previa: 

Para consultar el programa de las Jornadas Técnicas: 

También podrás participar en el Maratón Fotográfico que se desarrollará de viernes a sábado. La inscripción se puede realizar en el siguiente enlace: 
http://festivaldelasavescaceres.gobex.es/…/Maraton-fotogra…/




LA VIDA ES SUEÑO



MANUAL DEL BUEN PADRE
La decisión está tomada
¿De dónde parte?
De dónde la perseverancia de la saliva
De dónde el afán por reubicarse de las horas
Más allá del horizonte más cercano
sólo los abrojos de lo incierto
ocultos a los ojos que no miran
Reacio a romper el encanto
te animo o al menos
evito revelación que no alimenta
Qué puede importar al fin y al cabo
si todos pereceremos cualquier día
Te sigo
tendidos los brazos y a la espera
de mitigar el tropiezo inevitable
Silencioso y expectante
aguardo
paciencia enristre
Vestido de prudencia y sigilo
respiro apenas
No despiertes nunca al sonámbulo
que duerme
o cavarás la fosa con tus manos
y velarás despojos
que un día fueron

                                                                                                                                                                                      (S. G. I., Madrid, 5 de diciembre de 2014)


Pompeo Batoni, El regreso del hijo pródigo
Pompeo Batoni, El regreso del hijo pródigo


Pretenders, I'll stand by you



Los verdaderos protagonistas estan aquí