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DOS PINCELADAS SOBRE HERVÁS


(S. G. I., Madrid, 13 de octubre de 2011)

EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.


Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.

Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.

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Hervás, Ruta Combinada Heidi-Pinajarro-Chorrera: Un Viaje Interior






                            Un camino lo hacen los pies (Mago de Oz)


            El camino no pesa en las piernas ni la noche en los párpados. Parte mientras todos duermen; sabe que la ruta ofrecerá mucho más que el sueño. Entusiasta, abandona el cálido lecho y sale al frío de la madrugada. Sólo una mirada hacia arriba antes de iniciar la marcha. Desde el cielo se despiden las estrellas, tantas como cuando el mundo aún era a medida de hombre. Su MP3, perspicaz compañero, tararea la banda sonora de El último mohicano.
            La ruta, plagada de gélidos arroyos estacionales por atravesar, es exigente en invierno. Camina, inmersa en la niebla o bautizada por la lluvia, sobre tomos de nieve que entorpecen el avance. Sortea las insidiosas placas de hielo y soporta en los párpados tiernos las punzantes agujas arrancadas de las cumbres por el viento. Pero el esfuerzo es escuela; la estación ofrece catarsis y gnosis. Entonces se comprenden muchas cosas. Lo que no nos mata, nos hace más fuertes. Descubre que puede llegar siempre más lejos. Aprende a caminar otra vez, de cero. Con cada paso, aprende a respirar de nuevo.
El verde ceniciento como lápida de cementerio de los enormes canchales, ríos estáticos de negro
carbón en verano, no la desalientan. Líquenes y musgo no la engañan. Con los pies sumergidos en el arrollo
helado, tiemblan los abedules. Pero esa languidez es aparente. La impaciencia palpita tras su desnudez indefensa, sólo ficción de muerte, necesario reposo, pausa para la reflexión y el sueño: para proyectar el día del largo bostezo, cuando las ramas se estiren al sol y la savia postergada corra de nuevo.
El invierno es, para quien sabe mirar, promesa de nueva vida.
La lluvia lava decepción, traición y pérdida. El dolor, hasta hace poco en carne viva, se arrastra por el suelo alejándose en sordina. Ha comprendido que si corre lo suficiente, lo dejará atrás: con la lengua fuera, ya no podrán alcanzarla. Así, a cada paso, reconstruye sus tejidos hechos jirones. Ya no mana sangre de la herida.
La bestia, negra como la pena negra, con el pelo erizado, va perdiendo el rastro. Súbitamente sólo logra oler su derrota. No puede seguir adelante: incapaz de traspasar esa frontera invisible que ella ha marcado con su avance, impotente, se resigna a verla alejarse mientras gruñe frustrada. “I'm safe up high nothing can touch me… No pain inside. You're my protection”, susurra Pink en su oído. El MP3 no parece dispuesto a rendirse. Es cuestión de disciplina. Entonces comprende definitivamente: si tú no lo permites, nada podrá contigo. Pasará antes el cataclismo que tu tozuda resolución. Seguirás de pie, con las raíces firmemente ancladas al suelo y el tronco orgulloso ante las embestidas del viento, esperando, si hace falta, que pase el invierno.


Descripción de la ruta

Longitud: una media de 30km, variables según por donde tomemos y abandonemos la Pista.
Propongo comenzar por la Solanilla, camino que tradicionalmente conducía al Pinajarro. Al desembocar en la Pista, continuamos hacia la derecha hasta llegar a un pilón. Allí abandonamos la Heidi y tomamos la pista que se adentra en un pinar a nuestra izquierda. Pasaremos a los pies del Pinajarro y sortearemos una bella cascada. Continuamos circunvalando la sierra hasta que el camino comienza a descender y enlazamos con la Heidi, que tomaremos hacia nuestra izquierda. En las Tabladillas podemos seguir por la Pista o bajar hasta el canal, y allí decidir si aprovechar para visitar la Chorrera o bajar directamente por las Vueltas y regresar ‒quizá echando un vistazo antes a las Charcas Verdes, tras la Fábrica de la Luz‒ por Marinejo.
Las fuentes a lo largo de la Heidi son abundantes. Además en invierno los arroyos se multiplican. En esta estación conviene no transitar al borde de la pista en los tramos encementados, sobre los que aparecen resbaladizas placas de hielo.



Epílogo

Cada año, por irresponsabilidad o viles intereses, los incendios asolan nuestros bosques. Muchos no entienden aún que la muerte fuera es también la muerte dentro. Recorrer un paraje calcinado es tiznarse de luto los pies, llenarse los oídos de silencio y los pulmones de muerte. Recorrer un paraje calcinado es, en plena canícula, sentir como avanza el verdadero frío; tomar conciencia de lo irreversible.
En el verano de 2015 han ardido alrededor de ocho mil hectáreas en la Sierra de Gata. El paisaje jamás volverá a ser el mismo: nadie puede bañarse dos veces en un mismo río. Pero el ser humano necesita puntos firmes a los que poder aferrarse, seguridades a las que anclarse para no quedar a la deriva tras cada naufragio: rutas con las que crecer y construirse sólidamente por dentro… para afrontar después con nuevas armas todo lo que el proceloso destino le pueda deparar.
Salvar los bosques, que nos conceden todo eso, significa salvarnos a nosotros mismos.


Salomé Guadalupe Ingelmo, “Hervás, Ruta Combinada Heidi-Pinajarro-Chorrera: Un Viaje Interior”, en Rutas paradescubrir Extremadura: Extremadura en la red. Blogs y fotografía de naturaleza, José Manuel López Caballero y Atanasio Fernández García (eds.), Trujillo: Dirección General de Turismo / Fundación Xavier de Salas, 2015, p. 242-247.






Pink, Sober





CAPERUCITA ROJA POLÍTICAMENTE CORRECTA

Monasterio de Las Huelgas, Burgos
Monasterio de Las Huelgas, Burgos

James Finn Garner, escritor, periodista y hombre de teatro norteamericano, publicó en 1994 un libro titulado Cuentos infantiles políticamente correctos (Politically correct bedtime stories). En él se rescataban algunos relatos de siempre: Blancanieves, La Cenicienta, Los tres cerditos y, por supuesto, Caperucita Roja, que abre la deliciosa antología. Estos textos fueron escritos originalmente para la compañía teatral Theater of the Bizarre o Teatro de lo Estrafalario, pero luego su autor los reformuló como relatos que se convirtieron en best-seller inmediatamente.

     En su introducción el autor sostenía: "Hoy en día, tenemos la oportunidad –y la obligación– de replantearnos estos cuentos” clásicos” de tal modo que reflejen la ilustración de la época en la que vivimos, y tal ha sido mi propósito al redactar esta humilde obra” […] “Deseo disculparme de antemano y animar al lector a presentar cualquier sugerencia encaminada a rectificar posibles muestras –ya debidas a error u omisión– de actitudes inadvertidamente sexistas, racistas, culturalistas, nacionalistas, regionalistas, intelectualistas, socieconomistas, etnocéntricas, falocéntricas, heteropatriarcales o discriminatorias por cuestiones de edad, aspecto, capacidad física, tamaño, especie u otras no mencionadas, ya que no me cabe duda de que mi intento por desarrollar una literatura significativa y desprovista de cualquier posible arbitrariedad y de la influencia de las imperfecciones del pasado ha de hallarse necesariamente sujeto a errores".

Tras el éxito de la obra, publicaría su secuela en 1996: Más cuentos infantiles políticamente correctos. Un año después, en 1997, se editaría Cuentos navideños políticamente correctos.

No suelo ser partidaria de las versiones: si la obra es perfecta, para qué tocarla; si la historia no merece la pena, mejor escribir ex novo que intentar versionarla. No obstante las reinterpretaciones políticamente correctas de Finn resultan lo suficientemente originales como para ofrecer una aportación de utilidad real en su/nuestro tiempo, y por tanto se pueden considerar adaptaciones ajustadas a las necesidades de un lector contemporáneo. No citar las fuentes es ya de por sí plagiar; pero Finn, consciente de ello y extremadamente escrupuloso, agradece repetidamnte a los hermanos Grimm y a Chrsitian Andersen su "inspiración".

Encontraréis esta obra, ya clásica, en muchas bibliotecas públicas de Madrid y seguramente de toda España. Puede que incluso la escuchéis narrada durante alguna sesión dedicada a la difusión del cuento entre la población madura, los denominados cuentacuentos para adultos, ahora bastante comunes en los centros de lectura y centros culturales de gestión pública. No obstante aquí os la dejo hoy, íntegra, para que reflexionéis detenidamente sobre ella.

Matteo Ponzoni, Judith Holding the Head of Holofernes
Matteo Ponzoni, Judith con la cabeza de Holofernes


Caperucita Roja por James Finn Garner

© James Finn Garner: Cuentos infantiles políticamente correctos. CIRCE Ediciones, S.A. Barcelona. 

Erase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representa un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era.
Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperucita Roja, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana.
De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta.
—Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que es —respondió.
—No sé si sabes, querida —dijo el lobo—, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques.
Respondió Caperucita:
—Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial —en tu caso propia y globalmente válida— que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.
Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.
Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:
—Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca.
—Acércate más, criatura, para que pueda verte -dijo suavemente el lobo desde el lecho.
—¡Oh! —repuso Caperucita—. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo. Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
—Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.
—Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!... relativamente hablando, claro está, y, a su modo, indudablemente atractiva.
—Han olido mucho y ha perdonado mucho, querida.
—Y… ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes!
Respondió el lobo:
—Soy feliz de ser quien soy y lo que soy —y, saltando de la cama, aferró a Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a devorarla.
Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal.
Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnicos en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente.
—¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? —inquirió Caperucita.
El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios.
—¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! —prosiguió Caperucita—. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?
Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.


John Legend, Who did that to you 


 

NO EN MI NOMBRE

Casa Mudéjar, Cáceres (Monumento Histórico-Artístico)
Casa Mudéjar, Cáceres (Monumento Histórico-Artístico)

     Ahora, tras un tiempo prudencial para la reflexión, porque nunca conviene manifestarse con las vísceras aún humeantes y revueltas sino atemperadas por el uso de la razón, puedo decir.
     Puedo decir que estos días he escuchado palabras alarmantes. Verbos como exterminar, erradicar y otros semejantes en labios de comunes ciudadanos.
     Puedo decir que se me han ofrecido, repetidos hasta la saciedad por quienes dirigen nuestros destinos ‒es para tener mucho miedo‒, conceptos a duras penas inteligibles cuando no manifiestamente improbables. Tales como el repetidamente enarbolado de “cultura occidental”, por ejemplo. Cultura occidental… Sin duda existen las culturas occidentales, pero la cultura occidental… No, decididamente no me suena.
     Y escuchar, además, esa entelequia de labios de quienes mantienen un IVA cultural desmedido, reducen las exiguas becas de los estudiantes, desmantelan la enseñanza de las Humanidades ‒y ya de paso, el resto‒, asfixian a nuestros jóvenes científicos… Digamos que me resulta, cuanto menos, difícil de digerir. Que se erijan en paladines de esa presunta cultura occidental quienes, por poner sólo un ejemplo, confunden a Saramago con una famosa pintora, se me antoja, por ser generosa, esperpéntico. Cuando no bochornoso.
     Y qué es esa presunta cultura occidental si no una afortunada heredera del patrimonio clásico que los musulmanes conservaron e incrementaron para Europa cuando ésta pasaba por sus años más oscuros. Y también de tanta razón y humanidad que los propios musulmanes, civilización floreciente y tolerante por aquel entonces, tuvieron a bien legarnos. Figuras tan brillantes como Averroes, Ibn Hazm, Maimónides y tantos otros eran, aunque algunos parezcan no recordarlo ni estén mínimamente a la altura de su legado, tan musulmanes como españoles.
     He asistido repetidamente estos días al uso de un lenguaje polarizado y agresivo, incluso desafiante y provocador. Cuántas veces en las últimas horas no habré escuchado oponer el “nosotros” al “ellos”. Quiénes son ellos, me pregunto. Mientras tengo claro que, visto quien hace uso del término y cómo, ese “nosotros” que se esgrime ‒por otro lado, como tantas otras veces, sin mi consentimiento‒ no existe en absoluto. Ante determinadas manifestaciones sólo puedo repetir lo que decía Groucho Marx: “que paren el mundo, que yo me bajo”.
     Ahora, personas sin ninguna autoridad moral e incluso de dudosa integridad deciden que “estamos en guerra”. Ahora descubren que estamos en guerra… Ahora, justamente ahora: cuando la violencia que nosotros mismos alimentamos con nuestras intervenciones en suelo ajeno finalmente llama a la puerta. Hombre, ya es casualidad. Igual que descubrimos a los refugiados y concluimos que requieren una respuesta justo en el exacto momento en que se presentan en casa como visitas molestas. Entre tanto, lejos, bien lejos, podían agonizar y morir en el anonimato. En silencio y sin molestar, sin turbar las conciencias. Que es la hora de la cena y las escenas desagradables en el telediario molestan. Pues bien, la violencia genera sólo violencia. Es justamente haciendo uso de ella, por acción u omisión, como hemos llegado hasta aquí.
      No dudo que el pueblo francés, que tantas veces antes ha sabido mantener la dignidad y convertirse en defensor resistente de los derechos y las libertades en situaciones extremas, sabrá estar a la altura de las circunstancias. La pregunta es si sabrán estarlo también sus representantes políticos ‒y ya de paso, los nuestros‒. Y por el momento la situación no parece precisamente alentadora. Porque está claro que el poder crea dependencia. Y con tal de asegurarse su permanencia en él, uno hace y dice cualquier cosa.
     Lo que nos jugamos, en contra de lo que algunos personajillos ‒Curioso el uso de las alzas por parte de tantos “grandes” hombres de la Historia de toda nacionalidad. Se ve que los complejos no conocen fronteras‒ sostienen, no es nuestra propia seguridad, sino pilares fundamentales de la naturaleza humana. Porque reproducir patrones violentos únicamente deshumaniza y degrada. Y no caben alegaciones ni excepciones a esa regla básica.
                                                                                                                                                                                         S. G. I. Madrid, 19 de noviembre de 2015


David Alfaro Siqueiros, Eco de un grito
David Alfaro Siqueiros, Eco de un grito


Civil War - Slash y Myles Kennedy



COMO UNA BRÚJULA


 
Los poetas, los escritores generosos, nunca están solos. Generaciones pasadas, presentes y futuras les sostienen en pie cuando las fuerzas propias flaquean.
Porque el poeta es un loco traspasado por el fuego divino, un niño cuya lengua la hipocresía no ata. El poeta cumple, aún, con la sagrada obligación de desentrañar las vísceras y exponerlas al sol, a la vista de todos. El poeta es de todas las patrias y de ninguna. Condenado a esa bendición de no tener una almena que pueda decir que es suya. Sólo a la verdad y al hombre, al hombre sin nacionalidad, al hombre sin rostro, se debe. El poeta ofrece generoso hasta el último húmero a la voracidad de su insensato tiempo. “Yo doy todos mis versos por un hombre / en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso, / mi última voluntad”, decía Blas de Otero.
                                                                                                                (S. G. I., Madrid, 5 de noviembre de 2015 )


Jacques-Louis David, La muerte de Sócrates


The Handsome Family, Far From Any Road












https://www.youtube.com/watch?v=rrBA5j6jYa4

https://www.youtube.com/watch?v=Fwd8tliPklM

DIOS LE DA PAN A QUIEN NO TIENE DIENTES

Retiro_Salomé Guadalupe Ingelmo
El Retiro, Madrid




Imposible saber la realidad que se abre cuando se cierra la puerta.





CORAZÓN DE CRISTAL

A la memoria de Asunta


Había una vez una pareja que deseaba mucho una hija. Tenían de todo; sólo eso les faltaba. Entonces decidieron comprarse una. La escogieron de metal, para que resistiese las palabras duras sin abollarse y apenas tuviese exigencias. La autómata era la hija perfecta, la que cualquiera habría deseado. A diferencia del resto de niños, hablaba cuando debía y callaba cuando sus padres no tenían ganas de escucharla. Jamás protestaba ni correteaba por la casa, ni gritaba ni jugaba ni dejaba el brécol en el plato. De las malas costumbres habituales entre los niños de carne sólo tenía la de no bañarse ni lavarse los dientes, porque no lo necesitaba. Era la hija perfecta, la que todos los padres habrían deseado.
Hasta que, mirando alrededor, sintió nostalgia. Procuraba introducir alguna palabra en las conversaciones. “Qué raro, se habrá estropeado”, decían sus padres. Y la apagaban por la fuerza con el mando a distancia.
“Será un cortocircuito”, supusieron un día al ver una lágrima en su mejilla de metal. Decidieron llevarla a la chatarrería y comprarse una hija nueva, último modelo.
Nunca más volvió a sentirse sola: la fundieron y con ella fabricaron un columpio. Aún enseña a volar a otros niños.

                                              Salomé Guadalupe Ingelmo, Corazón de cristal, Papeles de la Mancuspia 68, diciembre 2013, p. 3


Mientras, hoy cientos de padres se manifiestan para reivindicar su derecho y el derecho de sus hijos a la custodia compartida... 


Antonio Fillol Granell, La Bestia Humana
Antonio Fillol Granell, La Bestia Humana

Javier Álvarez, La madre de Fabián

CAMINO DE HIERRO


Judíos húngaros bajando del tren en Auschwitz (1944)



Carne de trascendencia negada; carne a la que oídos sordos obligan a ser sólo carne. Cuerpos hacinados en trenes con destinos inciertos, mercancías sobre las que otros deciden sin pudor ni remordimiento. Olvidado el pasado reciente, ejecuta a la víctima la víctima del exterminio más abyecto. Tan similares las imágenes a las de otro tiempo… Tanto que me pregunto si estamos todos ciegos para no verlo. Tan similares las imágenes a las de otro tiempo… Sospecho que son más frágiles las memorias que los cuerpos.
                                                                                                                                                                                       (S. G. I., Madrid, 4 de septiembre de 2015)

Nota: En marzo de 1944, bajo la dirección de Adolf Eichmann, comienzan las deportaciones de judíos desde Hungría. Hacia mediados de junio partían cuatro trenes de la muerte diarios hacia los campos de exterminio. Se calcula que en la Segunda Guerra Mundial, por efecto directo de la Shoah, fueron asesinados más de seiscientos mil judíos de origen húngaro.



Selección en la rampa de  Birkenau, David Olère

Francesco Guccini, La locomotiva

LAS DICTABLANDAS DE LOS CARADURAS


Alcázar de Segovia



[…] Al cabo de tantos y tantos años de ilusiones estériles había empezado a vislumbrar que no se vive, qué carajo, se sobrevive, se aprende demasiado tarde que hasta las vidas más dilatadas y útiles no alcanzan para nada más que para aprender a vivir, había conocido su incapacidad de amor en el enigma de la palma de sus manos mudas y en las cifras invisibles de las barajas y había tratado de compensar aquel destino infame con el culto abrasador del vicio solitario del poder […], se había cebado en la falacia y el crimen, había medrado en la impiedad y el oprobio y se había sobrepuesto a su avaricia febril y al miedo congénito sólo por conservar hasta el fin de los tiempos su bolita de vidrio en el puño sin saber que era un vicio sin término cuya saciedad generaba su propio apetito hasta el fin de todos los tiempos mi general, había sabido desde sus orígenes que lo engañaban para complacerlo, que le cobraban por adularlo, que reclutaban por la fuerza de las armas a las muchedumbres concentradas a su paso con gritos de júbilo y letreros venales de vida eterna al magnífico que es más antiguo que su edad, pero aprendió a vivir con esas y con todas las miserias de la gloria a medida que descubría en el transcurso de sus años incontables que la mentira es más cómoda que la duda, más útil que el amor, más perdurable que la verdad, había llegado sin asombro a la ficción de ignominia de mandar sin poder, de ser exaltado sin gloria y de ser obedecido sin autoridad cuando se convenció en el reguero de hojas amarillas de su otoño que nunca había de ser el dueño de todo su poder, que estaba condenado a no conocer la vida sino por el revés […], porque nosotros sabíamos quiénes éramos mientras él se quedó sin saberlo para siempre con el dulce silbido de su potra de muerto viejo tronchado de raíz por el trancazo de la muerte, volando entre el rumor oscuro de las últimas hojas heladas de su otoño hacia la patria de tinieblas de la verdad del olvido, agarrado de miedo a los trapos de hilachas podridas del balandrán de la muerte y ajeno a los clamores de las muchedumbres frenéticas que se echaban a las calles cantando los himnos de júbilo de la noticia jubilosa de su muerte y ajeno para siempre jamás a las músicas de liberación y los cohetes de gozo y las campanas de gloria que anunciaron al mundo la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad había por fin terminado.
Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza. Sólo entonces nos atrevimos a entrar sin embestir los carcomidos muros de piedra fortificada, como querían los más resueltos, ni desquiciar con yuntas de bueyes la entrada principal, como otros proponían, pues bastó con que alguien los empujara para que cedieran en sus goznes los portones blindados...
          Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca


El calabozo número tres era una cuadra con altas luces enrejadas, mal oliente de alcohol, sudor y tabaco. Colgaban en calle, a uno y otro lateral, las hamacas de los presos, reos políticos en su mayor cuento, sin que faltasen en aquel rancho el ladrón encanecido, ni el idiota sanguinario, ni el rufo valiente, ni el hipócrita desalmado. Por hacerles a los políticos más atribulada la cárcel, les befaba con estas compañías. […]
Medida la mañana, habían iniciado el fuego de cañón las partidas rebeldes, y en poco tiempo abrieron brecha para el asalto. Tirano Banderas intentó cubrir el portillo, pero las tropas se le desertaban, y tuvo que volver a encerrarse en sus cuarteles. […]
Tirano Banderas salió a la ventana, blandiendo el puñal, y cayó acribillado. Su cabeza, befada por sentencia, estuvo tres días puesta sobre un cadalso con hopas amarillas, en la Plaza de Armas: El mismo auto mandaba hacer cuartos el tronco y repartirlos de frontera a frontera, de mar a mar.
Ramon del Valle-Inclan, Tirano Banderas





SU JUEGO FAVORITO
Salomé Guadalupe Ingelmo


En medio del escenario, un trilero impecablemente trajeado espera, acechante cual tarántula venenosa, tras su mesita plegable. Sobre ésta destacan, incitantes como hongos tóxicos, tres cubiletes de brillantes colores: atractivos, irresistibles para cualquier ojo. Otro individuo, un transeúnte de paso, aminora la marcha. Titubea… Parece dispuesto a pararse y probar suerte. El trilero finge no reparar en él; pero en realidad lo vigila, observando atentamente de soslayo. Quizá haya caído en la red otro mirlo al que desplumar.

TRILERO:

(Simulando indiferencia) Ah, ahí veo un caballero que quiere probar suerte. (Comienza maquinalmente, con cadencia monótona pero persuasiva, su retahíla bien aprendida.) Sólo por un papelito, toda una ronda. Un papelito: tres intentos. Un voto: tres intentos. Vamos, que lo estamos dando. Lo estamos regalando. Nos lo quitan de las manos. (Dirigiéndose directamente a él. Dando el golpe de gracia a su incauta presa.) Anímese, hombre, que hoy lleva la suerte escrita en su cara.

El individuo común de mediana edad, un hombre cualquiera vestido con ropas bastante usadas y con el cansancio vital tatuado en el rostro, decide reconstruir esa fe que perdió a fuerza de ver cómo otros se limpiaban los zapatos sobre ella. Porque a veces incluso suceden milagros, tiende sin mucho convencimiento la papeleta electoral. Ésa que el trilero hace desaparecer inmediatamente, visto y no visto, en el bolsillo de su chaqueta de marca.

(Con sonrisa bobalicona y el mismo tono ridículo que emplean para dirigirse a los bebés quienes creen que estos son estúpidos. Incluso moviendo las manos en el aire como si se dispusiese a hacerle los “cinco lobitos”.) ¿Dónde está la ayuda a la dependencia? ¿Dónde está la bolita ganadora? (Canturrea entusiasta igual que si le hablase a un perro al que estuviese a punto de lanzar un palo; sólo por entretener su atención.) ¡Sigue la bolita, sigue la bolita!

Comienza a mover los cubiletes cada vez más rápido. Hasta alcanzar una velocidad vertiginosa que nada tiene que ver con los movimientos casi torpes de que hacía gala al comienzo de su exhibición. Una velocidad imposible de seguir para ojo humano alguno. El hombre, impertérrito, aparentemente seguro de sí aunque aún sin traza alguna de entusiasmo, indica con su índice un cubilete. Entonces para en seco la frenética danza.

(Fingiendo un pesar que no siente sólo con las palabras; pero demostrando al tiempo, mediante su tono de voz, una alegría despiadada e impúdica. Con evidente recochineo.) ¡Ooooh… Cuánto lo siento! Aquí sólo hay un recorte (Levanta el cubilete únicamente por unos segundos, para dejarlo caer inmediatamente sobre un contenido que en realidad nadie ha tenido tiempo de comprobar. Un ligero desconcierto se pinta en el rostro del desconocido. Hay algo que no logra entender: algún detalle ha escapado a su atención. Ese final no estaba previsto. Parece intentar reflexionar, volver mentalmente sobre sus pasos para descubrir el error cometido. Pero el trilero no le da tregua. Apenas observa un destello de lucidez en el rostro del mirlo, comienza de nuevo su hipnótico espectáculo.) ¿Dónde están las subvenciones a la educación y la cultura? Y sigue la bolita, sigue la bolita… (El hombre, esta vez, titubea. Extiende una mano ligeramente temblorosa y señala lentamente el cubilete central. Se apresura a anunciar el trilero, incluso antes de levantar muy fugazmente el cubilete.) ¡Qué peeena! … (Con desvergonzada sonrisa.) Falló de nuevo. (Sin abandonar la sonrisa, pero en tono de abierta amenaza.) Tercer y último intento. (El hombre, visiblemente nervioso, suda copiosamente y se retuerce las manos. Sabe lo que se juega. Saca un pañuelo del pantalón y se seca la frente. Mira de un cubilete a otro desesperado. Y se retuerce de nuevo las manos. Se lleva los dedos a la sien confuso, como intentando aferrar sus pensamientos. Pero el trilero no le concede tiempo para reflexionar; en eso consiste su talento. Ahí reside, precisamente, el secreto de su éxito.) Vamos, vamos. Que esta vez es la buena. ¿Dónde están las prestaciones sanitarias públicas? (El hombre, obviamente, yerra.) Perdió de nuevo. Mala suerte, amigo, habrá de esperar a la próxima.
El hombre común, con las mandíbulas desencajadas por el estupor y el desconsuelo, eleva tímidamente un dedo como pidiendo un turno de palabra que el guión no contempla. Y así se queda: con el índice ridículamente levantado, señalando a un cielo que se diría ausente.
(De repente el trilero decide ignorar al perdedor, que ya no tiene nada más que ofrecer, como si éste ya no existiese; como si hubiese desaparecido por arte de magia. “Si te he visto, no me acuerdo”. Con la voz odiosa de quien desea manifestar sin pudor su tedio. Más o menos con la misma voz con la que ciertas enfermeras llaman a los pacientes a la consulta del médico.) Siguiente. (De nuevo, súbitamente obsequioso, Mr. Hyde da paso al Dr. Jekyll ante la promesa de un nuevo cliente. Se dirige sonriendo a una futura presa sin rostro, alguien que el público aún no puede ver sobre el escenario, pero que se imagina dolorosamente familiar. Y sigue vendiendo con entusiasmo su humo.) Puede usted probar suerte por el módico precio de… un voto, caballero. (Y, así, el espectáculo comienza de nuevo.) Un papelito: tres intentos… ¿Dónde está la justicia gratuita? ¿Dónde se esconden los subsidios de desempleo? ¿Dónde, la subida de pensiones? Vamos, vamos, que el que lo encuentre, se lo queda. (Su sonrisa se desparrama como miel sobre tostada que observa golosa la mosca) Pruebe suerte, señor, que hoy puede ser su día. Nos lo quitan de las manos. Lo estamos dando. Lo estamos regalando.

De fondo, a lo lejos y con un volumen muy discreto, casi tímido, con aire cansado pero no vencido, comienzan a sonar las estrofas finales de Hey you, de Pink Floyd. Interpretado preferentemente por David Gilmour, más que por Roger Waters (a pesar de su autoría). Hasta llegar al desenlace: “Together we stand. Divided we fall. We fall… we fall… we fall”.



José Casado del Alisal, La campana de Huesca
José Casado del Alisal, La campana de Huesca



Black Sabbath,  Eternal idol




Σας ευχαριστώ από τα βάθη της καρδιάς μου



Afirmaba William Drummond: “Aquel que no quiere razonar es un fanático, el que no sabe razonar es un tonto y quien no se atreve a razonar es un esclavo”. Buero Vallejo persiguió siempre la luz de la razón, indisolublemente unida al bálsamo de la mesura y la tolerancia. Fue esencial para una sociedad herida y maltrecha. Desde la disciplina teatral, trabajó para liberar al hombre de las tinieblas que lo atan y ofuscan, tan a menudo alimentadas por un poder corruptor, ni legítimo ni noble. Si hacemos un recorrido por su fecunda obra, si observamos a sus personajes, ya sean héroes o antihéroes, el eco de una reconfortante reflexión de Henry George resuena en nuestros oídos: “Quien quiera que sea y dónde sea que esté, el hombre que piensa se convierte en luz y potencia”. Pues Bien, Buero iluminó y sigue iluminando hoy en día: él aportó luz y potencia a un mundo que sin su figura y su obra hubiese seguido siendo infinitamente más oscuro.
                                                                                    Salomé Guadalupe Ingelmo, Sobre Antonio Buero Vallejo




ESCAPAR DE LA CAVERNA
Salomé Guadalupe Ingelmo



A Antonio Buero Vallejo, paladín de la luz



                                                  En el cuarto oscuro de las fotos
                                                 dejo una postal
                                                 con un ciruelo en flor.
                                                          
Niji Fuyuno



                                                  Mantén tu rostro hacia la luz del sol y no verás la sombra.
                                                          
Helen Adams Keller


Se va haciendo una luz tenue. En primer plano, las paredes de un túnel excavado en una roca de cartón piedra inconfundiblemente negra: estamos en una mina de carbón. Al fondo del escenario, un cuerpo aovillado da la espalda al espectador. Se alza y avanza encorvado, torpemente, como si casi hubiese perdido el hábito de vivir de pie, hacia el patio de butacas. Se para más o menos en el centro del escenario. Sus ropas están hechas jirones y, como todo él, tiznadas de negro. La barba entrecana, larga y descuidada. Los ojos, hundidos y ojerosos. Está demacrado; pero su cuerpo fibroso, lejos de parecer quebradizo, se diría correoso e indestructible. Arrastra pesadamente algo, unos grilletes con una bola que entorpece su avance. Al aproximarse al público, éste puede ver que dicha bola es un globo terráqueo.
Sobre la noble cabeza lleva un casco de minero encendido. En una de sus manos sujeta un pico muy desgastado. Ha de ser un esclavo de Roma, condenado por el Imperio a vivir en la oscuridad. Probablemente habrá sido enviado a trabajos forzados por discrepar, por rebelarse y no aceptar sumisamente el destino impuesto por otros. O simplemente, por no haber nacido en el seno de la casta privilegiada.

ESCLAVO:

¿Qué veo al final del túnel? (Ilusionado por unos segundos.) A lo lejos, una luz se enciende. (Súbitamente suspicaz.) Pero podría tratarse de una trampa: son astutas sus artimañas… (Acariciando agradecido la linterna de su casco.) No, debo confiar sólo en la luz de mi cabeza.
¡Yo soy Espartaco! Esclavo me llaman porque de esclavo nací... Eso dicen ellos. Se empeñan en creer que encerrando a un hombre, encerrarán también su pensamiento. Que tratándolo como una bestia, se convertirá finalmente en eso. No entienden que con estas manos, con estas mismas dos manos, sólo con estas manos, un hombre puede cavar su fosa o construirse sus alas. Y salir volando del laberinto. (Mira hacia arriba, hacia un cielo que ni siquiera se adivina, melancólico pero aún esperanzado.) Con las mismas manos. (Con aire soñador, mientras agita la mano en la que no sujeta el pico.) Sus insensibles corazones no quieren aceptar que mi pensamiento es como un pájaro: siempre libre. Sus grilletes no pueden encadenarlo. (Repentinamente combativo.) Se obstinan en tenerlo prisionero de esta caverna oscura: quieren que sus alas se atrofien y su voz clara se quiebre; que deje de volar y cantar para que nadie pueda verlo ni oírlo. (Ahora, melancólico.) Y entonces, piensan, tendrán definitivamente la razón de su parte. (Persuasivamente, como intentando convencerse de sus razones: como si hubiese pasado tanto tiempo allí preso, que empezase a dudar incluso de ellas.) Pero no es razón la razón de la fuerza, sino argumento perverso. Y porque yo aún lo sé y lo digo, me tienen aquí encerrado, cautivo. (Gritando.) ¡No soy un animal! (En sobrecogedores susurros, con la mirada perdida y aterrada: quizá, sopesando la posibilidad contraria.) No lograrán convertirme en una bestia. Son rencorosos; no perdonan. No perdonan porque yo poseo lo único que ellos no pueden comprar con dinero. No me lo arrebatarán: soy dueño de un alma y un intelecto. (Irguiéndose, reconquistando un orgullo casi olvidado.) Y la oscuridad no puede confundirlos; ven con total claridad incluso en estas galerías, enterrados en vida. Ellos dos, sirviéndose de la persuasiva voz de la conciencia, me dictan lo que está bien y lo que está mal, lo que es justo y lo que resulta abominable. (Encendiendo el casco.) No, no he de fiarme de las apariencias: lo único cierto es la luz de mi propia cabeza.
(Soltando el pico y mirando las palmas encallecidas por el duro trabajo y, ahora, crispadas.) Si pudiese excavar en la conciencia ajena, lo haría con mis manos desnudas. (Apretando los puños, con decisión y entusiasmo.) Dejaría las uñas y la vida en ese intento. (Definitivamente desalentado.) Pero temo descubrir lo qué hay debajo: en algunas conciencias cuanto más excavas, más suciedad encuentras. Las hay negras como la pez. Hondas como un pozo sin fondo, por cuyas altas paredes ni la lucidez ni la piedad trepan.
(Apoyando la mano sobre una de las paredes de la gruta.) Hasta esta roca firme, que parece eterna, ha de quebrantarse un día bajo el peso de mi acometida. Si no es hoy, será mañana. Si no es mañana, será otro día. (El volumen de su voz ha ido aumentando, recobrando convicción.) Si he excavado hasta aquí, puedo excavar también hasta alcanzar la huida. La manumisión es sólo cuestión de tiempo, obra de perseverancia.
Del techo se descuelga una reja lentamente, mientras el personaje avanza. Para cuando llega al borde del escenario, ésta se encuentra ya a la altura de su cara. Se aferra fuertemente a los barrotes y mira a lo lejos, hacia lo alto.
(Serenamente.) Pido la voz por derecho. Porque aún me queda, quieran ellos reconocerlo o no, la palabra.
Entonces abre la boca y de ella sale una mariposa blanca de gasa que, enganchada a hilos trasparentes lo suficientemente gruesos como para que resulten bien visibles, revolotea artificialmente en la misma dirección de la mirada. Un foco la sigue en su vuelo mientras se aleja, al tiempo que la luz en el escenario disminuye. Hasta que la mariposa está tan lejos que la oscuridad se vuelve total.

TELÓN



El Pueblo Unido, Quilapayun y Mikis Theodorakis


 
Καημός,  Mikis Theodorakis


Los verdaderos protagonistas estan aquí