Museo Sorolla, Madrid, 19 de abril
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Mira Medusa su cabeza cercenada sobre el bruñido escudo del guerrero. Esos ojos empañados ya no se dirían los suyos: apenas reconoce a la joven doncella que nada sabía del mundo. El metal refleja la cruda realidad indiferente, ni cruel ni misericordioso: sencillamente, desapasionado. Inexplicablemente, la mujer desfigurada está por encima de su propia tragedia, por encima incluso de la infamia. Inexplicablemente, la mujer mutilada es inmune al odio. Lejos de destilar veneno, las serpientes de su cabellera ofrecen miel al recién llegado. Su regazo concede reposo al amable extranjero. El hombre, entonces, observando las facciones relajadas que contradicen el cuello seccionado, se pregunta quién es realmente el monstruo.
No te mires en la dura superficie, niña; es peligroso –muy peligroso– reflejarse en los espejos. No te fíes, niña, de las corneas ajenas. Mírate –porque has de hacerlo– únicamente dentro.
Para escuchar a Dead can dance interpretando Chant of the paladin
Para escuchar a Dead can dance interpretando Echolalia
Para escuchar a Dead can dance interpretando Ulysses
Hola Salomé. me alegra verte de nuevo por la red, llevaba tiempo sin saludarte. Completa entrada. Felicidades y un abrazo
ResponderEliminarUna maldición que viene desde la antigua Grecia las Gorgonas, esas tres hermanas horrendas y crueles. Eran tres de las hijas de Forcis y Ceto. Esteno, Euríale y Medusa tenían serpientes venenosas vivas en lugar de cabellos, colmillos de jabalí en vez de dientes, el cuerpo lleno de escamas, manos de bronce y alas de oro.
ResponderEliminarAhora bien quien es realmente el monstruo, la indiferencia hace sabios y la insensibilidad monstruos.
Saludos.-
El placer del reencuentro es mutuo, querido José Manuel. Eres, siempre, una presencia reconfortante. Besos.
ResponderEliminarA veces las corazas y garras, querido Enrique, surgen tras un largo proceso evolutivo, como "sencilla" adaptación al medio. En ocasiones, con mucha suerte y una gran dosis de trabajo, al desvestirnos de las escamas frente al espejo, descubrimos que aún queda algo de carne tierna debajo. No deja de ser, batallado o no, un milagro. Abrazos.
ResponderEliminarMirarse dentro, a veces, es tremendamente difícil. La imagne exterior lo acapara todo y las capas internas se cierran una tras otra formando una cebolla acorazada.
ResponderEliminarOjalá tuvieramos siempre una guardiana, una protectora, una medusa... siempre a nuestro lado.
Un abrazo!!
Sin destilar veneno y con una generosa ofrenda de miel, me atrevo bajo los efectos mágicos de este texto, a dejarme conducir con admiración hasta el final, disfrutando de la magia de tus metáforas.
ResponderEliminarEs un placer leerte.
Saludos.
¡Hola Salomé!
ResponderEliminarMe emociona aprender cosas nuevas como las que nos cuentas, a través de esta imagen tomada en el Museo Sorolla, se percibe en ese lugar muchas cosas aparte de la faceta del pintor que expresa en sus cuadros. (Objetos personales, cerámica, muebles, jardín...) Me pregunto qué parte de monstruosidad y que parte de belleza somos capaces de reflejar los seres humanos.
Besos.
Me alegra infinito tu vuelta, un abrazo.
ResponderEliminarMirarnos solamente dentro, ignorando los espejos que irremediablemente nos reflejan, observan y analizan, es, sin duda, la única manera de sobrevivir.
Bienvenida de nuevo. Un besazo.
Interesante post, un grato placer pasar a leerte.
ResponderEliminarque tengas un feliz fin de semana.
un abrazo.
Encantada de volverte a ver por estos lares, la entrada como siempre muy buena y muy ilustrativa.
ResponderEliminarUn abrazo
Mejor aún, querida Laura: ojalá la medusa pusiese cerrar los ojos definitivamente y las justicieras serpientes, gozar de merecido descanso. Yo también soñé una vez un paraíso en el que el ofidio firmaba la paz con el hombre. Aún lo sigo soñando. Besos.
ResponderEliminarNo probarás los afilados dientes, querido Javier: sólo hiere la vigilante guardiana a quien lo merece. Ven, tenderé la mano cada vez que lo desees. Os conduciré sin vacilación ni pudor en la oscuridad, en las simas donde los caminos no llegan. Leche y miel eran, en efecto, ofrendas habituales para las almas de los muertos, que a menudo se creían reencarnados en serpientes. Compartamos, mejor, el sustento: sean nuestras viandas alimentos para los vivos, promesa de regocijo futuro para el cuerpo y el alma. Compartamos pan y vino, y conviértase nuestro modesto banquete en antesala de lucidez. Abrazos.
ResponderEliminarYo no opondría, querido Fernando, la monstruosidad a la belleza. En ocasiones la hermosura es tóxica; disfraza torpemente vileza. Aunque resulte inquietante reconocerlo, no todo lo bello es bueno.
ResponderEliminarEn efecto creo que contemplar la madriguera de un artista de cualquier campo se convierte en uno de los varios modos de vislumbrar si éste es sincero (quizá más bien… ¿consecuente?). Besos.
Y aún lo queremos. ¿No es cierto, querida Anna? Aún creemos merecerlo. A ratos incluso no nos basta: deseamos fervientemente, adolescentemente, vivir. Aprieta los ojos y escucha el susurro de un cuento. Apriétalos fuertemente e imagina que no es sólo el sonido del viento. Besos agradecidos.
ResponderEliminarUn placer ofrecerte reposo en el camino, sea para mucho o para poco, Ricardo. Considérala también tu casa. Abrazos.
ResponderEliminarSi se habla de ver, querida Ana, soy yo la que está encantada. Con tus fotos, obviamente. Besos.
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