.

.

DOS PINCELADAS SOBRE HERVÁS


(S. G. I., Madrid, 13 de octubre de 2011)

EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.


Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.

Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.

SÓLO FLOTO


Acostumbro a recorrer las pistas en todas direcciones, incluso las de pueblos cercanos. Voy lejos, siempre muy lejos. Y también es mi costumbre subir alto. A menudo repito que debemos mirar hacia arriba, no caminar por la vida con la vista perdida en el suelo. Hay que mirar a lo alto, para a lo alto tender. Lo sigo pensando. Y sin embargo he comprendido recientemente que no por ello debemos descuidar los paisajes más cercanos, porque también los cubre el cielo y nos pueden elevar más incluso que otros.


Hace un par de días decidí regresar a algunos lugares de mi infancia. Yo, que tengo fama de audaz, siento siempre, lo reconozco, miedo al emprender este tipo de empresa. Soy consciente de que todo cambia, y el mundo que habita en mis recuerdos  ya sólo existe en esa morada. A veces contrastar ese paisaje interior con el del presente, con el que los ojos ofrecen, resulta devastador. Y sin embargo otras veces no. Hay que arriesgarse, aunque atemorice, a descubrirlo. Hay que arriesgarse a buscar certezas.

Hace un par de días regresé a El Cabezo, al que, llegado el tiempo de que las hojas rebroten, os explicaré cómo acceder. Recorrerlo puede ser una hermosa experiencia.

Mi familia tuvo una finca allí hace mucho tiempo. Una finca en la que yo, alguna vez, me subí a los árboles. Estuve en El Cabezo cuando tenía unos ocho años. Después no volví nunca más, hasta hace dos días. Me daba miedo regresar. Y sin embargo ahora me alegro mucho de haberlo hecho: la vida está plagada de empresas que atemoriza enfrentar, pero que pueden enriquecer con su huella el paisaje o incluso cambiarlo radicalmente. Reencontré cosas fuera y también dentro. No tengo ya ocho años. Es evidente que nunca más volveré a tenerlos. Y sin embargo esa niña no murió; yo no recuerdo haber asistido a su entierro. Así que ha de seguir estando dentro. A ratos se asoma a la ventana. Y a ratos, quizá demasiado a menudo, se deja seducir por las sombras que pueblan los rincones de su cuarto. Esa niña, definitivamente, no ha muerto.

Sufren a veces transformaciones los cuerpos. Pero no mudan, creo, las naturalezas. Mientras la mariposa duerme en su capullo, aunque tu no lo veas, es lo que siempre ha sido. Aún lo sigue siendo.
                                                                         (S. G. I Madrid, 26 de fenrero de 2011)


Para escuchar a Pink interpretando I’m not dead

6 comentarios:

  1. Estás en Madrid pero sigues en Extremadura ¿verdad?
    La foto me encanta. la mariposa contrasta tan bien con la corteza del árbol...
    Parece que esa excursión cercana ha sido enriquecedora, te ha hecho pensar en tu infancia y en lo que hacías... ¿y sentías?
    Las que como yo hemos nacido en ciudad tenemos más difícil esos viajes. Existen igualmente pero tienen otros senderos.

    Un besito con mariposa.

    ResponderEliminar
  2. Aquí, allí… Yo estoy en todos los sitios, Laura. Ése es el peligro: puedo aparecer en cualquier lugar, en cualquier momento.... Ahora me ves en el Pinajarro, cinco minutos después en la Plaza de la Corredera (vale, he exagerado un poquito) y dos horas después en Gran Vía. Mis piernas son prodigiosas y gozan de una merecida, muy merecida, reputación. Y mi vista es penetrante. Y qué orejas tan largas que tengo, nietecita… Cómo iba yo a abandonar Hervás, por favor. Cómo alejarme de mi amor, de mi señora, de Ella. Y cómo dejar de dar vidilla al pueblo de vez en cuando…
    En efecto la naturaleza facilita mucho determinado tipo de viaje. Sabes, más que pensar en lo que sentía entonces, sentí (no pensé, no, sentí. Aunque luego reflexionase sobre ello), en aquel lugar, que de verdad quiero, ahora más que nunca, volver a sentir de un determinado modo, volver a mirar de un determinado modo. Esa forma de acercarse al mundo nunca ha desaparecido del todo, pero en los últimos años se ha visto dañada, muy seriamente dañada. Aunque no me he rendido nunca, el otro día percibí una suerte de empujón interior que obviamente no surgió de la nada, sino en buena medida de posos que se han ido sedimentando últimamente.
    Los besitos mariposa son los que más me gustan. Me gustan porque son voladores, cosquilleantes y de colores. Me gustan porque son espontáneos e impulsivos y suelen llegar cuando menos te lo esperas. Pero son al tiempo sutiles y aterrizan con cautela para no asustarte. Me gustan porque han de ser manejados con delicadeza para no aplastarlos ni despojarlos del brillo de sus alas, para no acortar su vida. Para que vuelvan a posarse siempre sobre ti. Enorme beso. Y que te den todos los besitos mariposa que tú te mereces: creo que es lo mejor que se le puede desear a una persona.

    ResponderEliminar
  3. Te ha salido una flotografía muy guapa.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  4. Gracias, Javier. Es que ella era muy fotogénica. Y se estaba increíblemente quietecita bajo el sol. Abrazos.

    ResponderEliminar
  5. Very nice pictures on your blog Salomé.

    Greetings, Joop

    ResponderEliminar
  6. Thank you, Joop, that’s very kind of you. You are always wellcome. I hope to see you soon again.

    ResponderEliminar

Los verdaderos protagonistas estan aquí