A veces el
otro es tan sumamente ególatra que, creyéndose el centro del universo, aun careciendo
de autoridad moral, decide, unilateralmente, usurpar un proyecto compartido que
ni siquiera le pertenece por derecho. A veces el otro es tan despótico y
totalitario, tan inmoral y falto de escrúpulos, que, obscenamente, se arroga el
derecho de establecer unas normas a las que tú, presuntamente, habrías de
someterte como dócil vasallo.
Abandonar lo
que otros rompieron previamente no equivale a saltar del barco como las ratas;
revela únicamente un mero instinto de conservación, una sana capacidad de
establecer límites más allá de los cuales no se está dispuesto a viajar.
Por mucho que
pretendan pintártelo de verde, cuando se ha acabado no hay nada que hacer; no
queda nada que salvar. Intentan sólo persuadirte de que aguantes para que mantengas
precariamente a flote una nave que ya no es la tuya. De la que, como mucho, te dejarán fregar la cubierta de vez en cuando. Porque ‒no te permitirán
olvidarlo‒ donde hay patrón…
Genesis, That's all