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DOS PINCELADAS SOBRE HERVÁS


(S. G. I., Madrid, 13 de octubre de 2011)

EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.


Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.

Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.

HOMENAJE


 
Nos despertamos, en vísperas del aniversario del fallecimiento de Fernando Fernán Gómez, con la noticia de que el Teatro Fernán Gómez de la plaza de Colón, en Madrid, ha pasado a llamarse Centro Cultural de la Villa. Casi tan miserable como negarle a una víctima inocente de la avaricia empresarial y la dejadez o connivencia política el nombre de una calle, por poner un ejemplo.
Superado el primer impacto propinado por la elegancia y sensibilidad de la medida, uno se dice que en realidad no ha de asombrarse: quizá nada distinto se deba esperar de quienes pretenden mantener al ciudadano secuestrado en su casa, víctima de un silencio artificial e impuesto a golpe de multa, tribunal y porra. Demasiado libre e íntegro, Fernán Gómez, demasiado sincero, para convertirse en santo de según qué devociones. No importa que fuese un creador polifacético, un verdadero hombre de cultura; uno de esos que jamás confundirían al escritor Saramago con la pintora Sara Mago, por ejemplo. No importa porque cada uno busca a sus afines, y en ese espejo se mira y reconoce. Y entonces uno se dice que, seguramente, el teatro de Colón pasará a llevar un nombre más acorde con las circunstancias; que estará dedicado a otro intelectual más merecedor del honor, más a la medida de quienes mandan. Quizá... Alfred Rosenberg, se me ocurre.
Ah, no, perdón, craso error: éste no habría impuesto multas de seiscientos mil euros por entorpecer la misa. Tanto trabajo, Jesús, tanta fatiga para distinguir las dos caras de la moneda; tanto manifestarse, públicamente expuesto a las iras del tirano ‒propio y extranjero‒; tanto sacrificio... para acabar así, para llegar a "esto".
La decisión se puso en práctica este miércoles. Sin embargo el todo poderoso político de turno, con su imagen herida de muerte y recién salida de su enésima ‒es un decir: en Madrid ya hemos perdido la cuenta‒ torpeza, visto lo impopular de la medida, intenta sacar partido de la desafortunada coyuntura ordenando la restitución del nombre de Fernán Gómez a su lugar el jueves, de emergencia. Ahora el edificio, en un nuevo refrito, pasará a llamarse Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa.
La Damnatio memoriae era una práctica muy difundida en la Antigüedad: Egipto, Mesopotamia, Grecia, Roma... El hombre ha manifestado su salvajismo más o menos por igual en todas las partes del mundo. Entonces ‒y no sólo: ejemplos contemporáneos los encontramos bajo el estalinismo y otros regímenes de diverso signo‒ era costumbre suprimir de todos los monumentos e inscripciones el nombre del enemigo caído ‒la abolitio nominis romana‒, o incluso del gobernador precedente. Borrando su nombre, se pretendía borrar también su memoria. Aniquilar definitivamente al oponente: condenarlo al ostracismo eterno.
Pues bien, los mezquinos y mediocres no pueden deshacerse tan fácilmente de la imagen que tanto les incomoda: la profesionalidad, la integridad, la dedicación, la vocación de servicio, el saber hacer y el amor al trabajo y al prójimo; el respeto por el hombre y sus cosas, en definitiva, no se olvida fácilmente. Porque hay comportamientos que se convierten, por derecho propio, en ejemplo de vida. Y otros que, por execrables, sólo sirven para demostrarnos que, por oposición, vamos por el buen camino.
Una pena que haya carnes con tan poca alma.

Lo que hay
Hay el alma
y hay la carne
(¿hay el alma y hay la carne?)
¡Qué pena, amor, esto sólo!
(¡Qué pena, amor, esto solo!)
¡Tanta carne
ensuciando mi alma!
(O tanta alma
ensuciando nuestra carne.)
Dudoso porvenir,
segura belleza,
tengo, amor mío,
para subir al cielo al contemplarte,
dos ojos en la cabeza.
                                                                                                            Fernando Fernán Gómez, antología El canto es vuelo

El ángel del hogar, Max Ernst

Para escuchar a Sting interpretando The shape of my heart

Los verdaderos protagonistas estan aquí