Hervás, verano de 1991 |
En El Refugio –curiosamente en frente del Museo
Pérez Comendador-Leroux– acostumbraba mi bisabuelo a tomarse unos cafetitos.
Allí él, que en familia no se mostraba como un hombre particularmente
dialogante –a veces, ya se sabe, somos mucho más agradables fuera de casa que
dentro de ella–, departía con amigos de todos los colores. Ignoro si le
interesaba la política, pero imagino que no. Imagino que, sencillamente, un
instinto primario e ineludible, ése que todos tenemos aunque no todos
escuchamos, le sugería lo que estaba bien y lo que no.
Y es que hablando –y escuchando, obviamente– se
entiende la gente. Se amplían las miras y, a pesar de la bruma que imponen los
años, se acaba viendo más claro.
La dialéctica siempre hace crecer, pero la
dialéctica requiere dos. De allí a poco, el régimen se empeñaba en acallar,
definitivamente, cualquier voz –según él– disonante. Ha pasado el tiempo, pero
no ha pasado el hombre. Yo, mientras tanto, sigo buscando refugios en los que
resguardarme de la que está cayendo. Ya sabéis donde encontrarme: aún queda
espacio en mi refugio antiaéreo…
Por cierto, como probablemente recordaréis, hoy es el día mundial de la asistencia humanitaria. Apliquémonos el cuento.
Por cierto, como probablemente recordaréis, hoy es el día mundial de la asistencia humanitaria. Apliquémonos el cuento.
Museo de Hervás, Alejandro Cabeza |
Para escuchar a Phil Collins interpretando Another day in paradise