Viejo roble aún erguido |
Camina lentamente con la vieja fotografía en blanco y negro en la mano. Escruta cada rincón intentando reconocer alguno de los detalles que la cámara inmortalizó tantas décadas atrás. Pero sus esfuerzos resultan vanos; ya nada es como era. Todo parece más nuevo y lleno de colores. Quizá también más legre, a pesar de todo. Tras mucho buscar el soberbio palomar en piedra que su imaginación infantil convirtió antaño en un castillo, se da por vencido y se sienta en un banco frente a un grupo de palomas que picotean por el suelo. Sólo ellas parecen no haber cambiado. En la vida real siguen teniendo el mismo color ceniciento de la foto.
Las grandes aves plúmbeas vuelan sorprendentemente ligeras sobre nuestras cabezas.
―¡Mira, mamá, mira! ―exclamo al tiempo que señalo hacia el cielo.
Pero mi madre no parece compartir mi entusiasmo. Tira de mí aún con más impaciencia. Ése es uno de los pocos recuerdos que conservo de ella. El paso de los años ha terminado por borrar su rostro. Y sin embargo recuerdo su mano firme apretando la mía hasta hacerme daño, llevándome casi a rastras por una carretera plagada de mujeres y niños de todas las edades.
Vuelan como bandadas de palomas ruidosas pero disciplinadas. Cuando abren sus panzas, dejan caer sobre nosotros relucientes huevos preñados de muerte. Siembran el desconcierto y el terror.
Volvíamos a Bilbao tras haber ido en busca de mi padre, siguiendo las pocas pistas que quedaban de él. Pero no regresamos a nuestra casa, sino que proseguimos hacia Santurce. Recuerdo los aviones pasando sobre nuestras cabezas, las explosiones, la gente corriendo campo a través, huyendo despavorida de la carretera... (S. G. I., Frafmento de El nido vacío, Accésit en el certamen de relato corto "Las redes de la memoria, 2008" de la Asociación Globalkultura Elkartea)
Guernica, Pablo Picasso |
Para escuchar a Cranberries interpretando Zombie