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DOS PINCELADAS SOBRE HERVÁS


(S. G. I., Madrid, 13 de octubre de 2011)

EL CAMINO, EL DE DENTRO Y EL DE FUERA, NO TIENE FIN: LO CONSTRUYEN LOS PROPIOS PIES.


Es éste un viaje a paisajes naturales, pero también a mis paisajes interiores: imposible delimitar lo que queda a cada lado de la ventana que es mi cámara. Es éste un viaje iniciático al interior de vosotros mismos que pasa por mirar, también, al exterior.

Abrimos una puerta a los caminos que recorren las montañas de Hervás. También, y muy especialmente, a los caminos que os recorren y que quizá nunca hayáis osado hollar. Nos esperan muchos lugares nuevos. Y cada unos de vosotros descubrirá, por su cuenta, otros paisajes interiores no menos hermosos, una tierra virgen: vuestro pequeño reino privado.

LAS INVASIONES BÁRBARAS NO RESPETAN LA POESÍA DE LO ETERNO

Un día, hace más o menos un mes, a los pies del Pinajarro surgieron, como las setas con los primeros rayos de sol tras una jornada lluviosa, unas barandillas y unos bancos de madera ―un mobiliario rústico, pero un mobiliario al fin y al cabo― en medio de los orgullosos pinos y los piornos ariscos. Las inmortales piedras comenzaron a mirar aquellos objetos desconocidos que pretendían suplantarlas con resquemor, y los pájaros evitaban posarse sobre ellos.
Si te abstraes del paisaje, si no piensas lo cerca que te encuentras de las nubes, si te olvidas de asomarte al precipicio y mirar hacia abajo, de contemplar el pueblo diminuto en la difuminada frontera donde se funden cielo y tierra, te parece estar en el merendero de San Andrés. Brilla el sol, pero el viento silva entre los troncos melancólicos de los pinos, cubiertos ya por las barbas invernales de los líquenes, con voz quejumbrosa. Sobre los róseos pétalos de los crocus el rocío salado y tibio resbala resignado.
Amar consiste también en aceptar a quienes o a lo que amamos tal y como es. Sobre todo en respetarlo y no obstinarnos en quebrantar su naturaleza.
Yo me limito a describir lo que veo y a compartir con vosotros lo que siento. Que cada uno escuche a su corazón y su cabeza y,
defendiendo su derecho ―me atrevería a decir su obligación― a tener un juicio independiente, extraiga sus propias conclusiones.








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