Casa Museo Gabriel y Galán de Guijo de Granadilla |
A LA SOMBRA DEL
ABUELO
Salomé Guadalupe Ingelmo
Dedicado a todos los protagonistas, a los que
aún nos acompañan y a los que no. Muy especialmente, a la memoria de la
incansable tía Chon.
−Bebe
algo entre tanto.
Su
padre parece radiante; raras veces que se reúnen para comer en familia. La vida
se ha vuelto tan frenética… Aunque esa casa aún parce un remanso de paz, un refugio.
Mientras
se sirve un licor de hierbas, contempla las manos huesudas de su bisabuelo, en
apariencia hábiles a pesar de la edad.
***
Los
dedos ásperos ejecutan el familiar rito con insospechada delicadeza. Ni un poco
de pólvora se pierde.
−La
munición es muy cara; no puede desperdiciarse. −explica a su nieto−. Esos
bichos tienen la frente dura; a veces los proyectiles rebotan. Pero si aguantas
la embestida, si resistes inmóvil hasta que el animal haya llegado a tu altura,
tienes unos segundos para dispararle tras la oreja. Es infalible.
El
pequeño asiente con la boca abierta.
Por
eso Juan “Chaparro”, con su pequeña estatura y su aire sosegado, es el cazador
más respetado de Guadalupe. A él acuden los ricachones en busca de monterías
como la del día siguiente. Aunque ésa será distinta: por primera vez le
acompañará su nieto favorito.
−Ya
sabes, Juanito. Si el guarro saliese vivo, no intentes usar la escopeta; no
tendrías tiempo. Tírala al suelo y súbete a un árbol recio. Enfurecidos, se
llevan cualquier cosa por delante. Ante todo, prudencia. Recuerda la pierna de
tu primo, abierta de arriba abajo. Jamás persigas a uno herido, ni intentes rematarlo
con el cuchillo. Cuando te tiente hacer una tontería, piensa en esa cicatriz;
la llevará toda la vida. La caza no es un juego. En ella hombre y animal miden
sus fuerzas, y han de hacerlo con honor, limpiamente –instruye al muchacho.
Las
caballerías resoplan asustadas. Como tantas veces, ha instalado a los forasteros
dentro del castaño Abuelo; pero ha decidido pasar la noche al descubierto junto
a su nieto. Quiere que el chiquillo pueda ver las estrellas. Además algo le
empuja a alejarlo de esos hombres.
−Juanito,
no te asustes −susurra−. Los lobos van a pasar. No te harán nada, hijo. Cúbrete
con las mantas: la manada saltará sobre el bulto y seguirá su camino. No traen
hambre.
Y
en efecto todo sucede exactamente como pronostica el abuelo. Igual que en un
sueño, los animales saltan ágilmente, sin hacer ruido. Con el corazón acelerado,
el muchacho comprende que jamás volverá a vivir una experiencia igual.
A
la mañana siguiente sólo unas huellas entre las hojas caídas delatan la
inesperada visita. Los forasteros ni siquiera se percatan. Abuelo y nieto
sonríen cómplices y guardan su secreto: ellos no pueden entender.
Emprenden
el regreso. La caza ha sido buena, pero ellos no se muestran satisfechos; nunca
parecen tener suficiente. Si salen liebres, querían conejos; si perdices, palomas…
Incluso los dos jabalíes que al principio alabaron, ahora suscitan indiferencia.
Juan “Chaparro” dirige una melancólica mirada a los trofeos. No se merecen nada, se dice. Cuando un
disparo interrumpe su pensamiento. Uno de ellos ha abatido un águila real; el
animal yace muerto en el suelo.
−¿Qué
les dije antes de salir? No se tira a nada que no se coma. No conmigo. La
próxima vez, búsquense a otro –zanja decidido; él tiene sus normas.
El
resto del camino se recorre en silencio.
***
−¡Máxima!
–llama en el humilde zaguán.
−Es
inútil que grite, padre –responde su hija desde la cocina, donde se hace vida
familiar−. Una vecina vino de buena mañana: tenía una culebra en casa y pensaba
deshacerse de ella. Ya sabe usted cómo es madre: “no la mates, pobrecita. Ya la
convenzo yo de que se vaya”, dijo. Y para allá que marchó con un cuenco lleno
de leche. Luego mandaron a buscarla para que recompusiese los huesos a un
chiquillo; una caída. Y aún no ha vuelto. Por el camino habrá encontrado a
alguien más… Acércate al fuego, Juanito, que traerás frío. ¿Te has divertido?
El
pequeño asiente con vehemencia.
−Pero,
padre, un águila… Madre se enfadará; le costó tanto preparar aquella que
encontró usted malherida y hubo de rematar por piedad...
−Qué
quieres que haga. Así son los señoritos. Ya no tenía remedio; no quise desperdiciarla.
En esta casa todo lo que se mata, se come –afirma inquebrantable.
***
El
noticiario salta de los incendios provocados por la estupidez humana a los
provocados por la maldad humana. Rapaces envenenadas, caza furtiva… Les quitamos lo que era suyo y ni siquiera
nos basta, se dice.
La
voz del presentador se convierte en un ruido confuso: súbitamente el retrato de
su bisabuelo se le antoja el único mensaje razonable. “Ya no hay reglas del
juego”, murmura mientras lo acaricia ensimismada. El hombre, un anciano
sencillo de pueblo, mira al frente: ni orgulloso ni avergonzado; simplemente,
sereno. Nunca debió nada a nadie, jamás hizo daño a sabiendas. No tomó más de
lo que necesitaba ni dio menos de cuanto pudo; en su casa, aunque sólo hubiese
sopa, la puerta siempre estuvo abierta. Se fue como vino al mundo: pobre pero
honesto.
–Ya
acabo –anuncia su padre desde la cocina–. Mucho trabajo, verdad, hija.
Seguramente tienes prisa.
–No
mucha –miente. Quizá haya descubierto de golpe sus prioridades–. Papá, cuéntame
otra vez…
Ha
oído esa historia cientos de veces. Tantas que ahora teme no haber escuchado
con suficiente atención desde hace algún tiempo. Y ella no quiere olvidar. Es Día
de Todos los Santos, día para el recuerdo.
Su
padre, portando una bandeja de embutidos y queso, precede al seductor aroma de
la caldereta de cordero que aún canturrea bajito al fuego.
–Pues
verás, cuando yo era pequeño…
***
José María Gabriel y Galán por Alejandro Cabeza / Colección Casa Museo Gabriel y Galán de Guijo de Granadilla |
El presente retrato forma parte
de la colección de la Casa Museo
Gabriel y Galán de Guijo de Granadilla. Otro retrato del poeta obra de
Alejandro Cabeza, una interpretación radicalmente distinta del personaje,
pertenece a los fondos permanentes del Museo
Provincial de Cáceres. Además del busto presente en la plaza donde se
encuentra la Casa Museo, sendas esculturas del escritor fueron realizadas por Juan
Cristóbal (ubica en la Plaza Gabriel y Galán de Salamanca) y Enrique Pérez
Comendador (la emplazada en el Paseo de Cánovas en Cáceres). Alejandro Cabeza
es autor también de un retrato del escultor de Hervás Enrique Pérez Comendador,
obra integrada en la colección del Museo
Provincial de Bellas Artes de Badajoz.
Pepe Extremadura, El embargo