El Retiro, Madrid |
Imposible saber la realidad que se abre cuando se cierra la puerta.
CORAZÓN DE CRISTAL
A la
memoria de Asunta
Había una vez una pareja que deseaba mucho una hija. Tenían de todo; sólo
eso les faltaba. Entonces decidieron comprarse una. La escogieron de metal,
para que resistiese las palabras duras sin abollarse y apenas tuviese
exigencias. La autómata era la hija perfecta, la que cualquiera habría deseado.
A diferencia del resto de niños, hablaba cuando debía y callaba cuando sus
padres no tenían ganas de escucharla. Jamás protestaba ni correteaba por la
casa, ni gritaba ni jugaba ni dejaba el brécol en el plato. De las malas
costumbres habituales entre los niños de carne sólo tenía la de no bañarse ni
lavarse los dientes, porque no lo necesitaba. Era la hija perfecta, la que
todos los padres habrían deseado.
Hasta que, mirando alrededor, sintió nostalgia. Procuraba introducir
alguna palabra en las conversaciones. “Qué raro, se habrá estropeado”, decían sus
padres. Y la apagaban por la fuerza con el mando a distancia.
“Será un cortocircuito”, supusieron un día al ver una lágrima en su
mejilla de metal. Decidieron llevarla a la chatarrería y comprarse una hija
nueva, último modelo.
Nunca más volvió a sentirse sola: la fundieron y con ella fabricaron un columpio.
Aún enseña a volar a otros niños.
Salomé Guadalupe
Ingelmo, Corazón de cristal, Papeles de la
Mancuspia 68, diciembre 2013, p. 3