Tentación (retrato de Salomé Guadalupe) por Alejandro Cabeza |
CONSEJOS A UNA BELLA DURMIENTE
Te ofrezco el fruto
madurado con dolor,
a base de golpes
engordado.
A pesar de todo,
es dulce y no amargo.
Come de él sin temor;
no es elixir de
muerte sino de vida.
No te marchites esperando un beso liberador.
Que te encuentre consciente,
despierta,
si ha de llegar el príncipe
algún día.
algún día.
(S. G. I, Madrid, 1 de agosto, 2013)
ALICIA SE MIRA EN EL ESPEJO
Sobre
el escenario, un ambiente angosto, un pequeño cuarto abierto hacia el público
en cuyas paredes, forradas desde hace demasiado tiempo con un sombrío
papel gris, se advierten desgarrones y ampollas provocadas por las
humedades. También, cercos de salitre con forma vagamente humana:
fantasmagóricas apariciones de aciagos rostros. En el fondo del escenario,
en sentido transversal, unas barras atraviesan, a la altura de la cabeza, el
reducido espacio. De ellas cuelgan algunos trajes de chaqueta austeros, de
corte siempre estricto, en tejidos tupidos y pesados. Invariablemente,
oscuros. Con falda recta y larga por debajo de la rodilla, como parecería
corresponder a una mujer de mucha más edad. Trajes, en definitiva, sin ningún
atractivo. Escondido entre ellos y olvidado por todos,
desambientado y excluido, marginado y melancólico en un ángulo apartado, se marchita
por momentos un único vestido juvenil con flores otrora multicolores que
parecen agonizar en ese hábitat cerrado y hostil. Un vestido primaveral de
gasa, escotado y cortísimo, como los vaporosos vestidos estampados que solía
llevar antes de conocerle.
Detalle a
detalle el público va comprendiendo que la protagonista se encuentra recluida
dentro de un armario ropero, una suerte de zulo sórdido y triste del que ella
no tiene la llave...
PARA LEER LA TOTALIDAD DEL MONÓLOGO, DESPLEGAR LA ENTRADA
PARA LEER LA TOTALIDAD DEL MONÓLOGO, DESPLEGAR LA ENTRADA
Alicia se mira en el espejo, Ediciones COMOARTES, Colección Los Libros de las Gaviotas 25, Madrid / México D. F., 2013-08-02
© Salomé Guadalupe Ingelmo / De esta edición: Comunicación, Oralidad y Artes (COMOARTES) Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica (CIINOE) Director General: F.G.C
Asesora General: María Amada Heras Herrera
Director Ejecutivo: José Víctor Martínez Gil
Directora de Relaciones Internacionales: Mayda Bustamante Fontes
Director Ejecutivo: José Víctor Martínez Gil
Directora de Relaciones Internacionales: Mayda Bustamante Fontes
Directora de Extensión Cultural: Concha de la Casa.
Madrid / México D.
F., 2013 / ciinoe@hotmail.com
Derechos reservados. Se autoriza el reenvío sólo por correo electrónico como archivo adjunto PDF.
Se autoriza a las bibliotecas a catalogarlo para el público.
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Monólogo inédito de Salomé Guadalupe Ingelmo (España) escrito a petición de F.G.C y para Ediciones COMOARTES. La historia de solicitar monólogos a dramaturgos y dramaturgas, y a otros escritores, de prestigio comenzó hace mucho… A fines de los años setenta y desde la profunda admiración de muchos años de F.G.C por la obra dramatúrgica de Nicolás Dorr y por este creador, así como desde la amistad que los ha unido –y une–, y luego del impacto y extraordinario éxito de La chacota en el Teatro Martí, F.G.C propuso a Nicolás si desearía escribir el monólogo del personaje de Lolita para dirigírselo y estrenarlo en La Peña de Los Juglares en La Habana (con la misma intérprete original: la actriz Margot de Armas) e incluirlo en una antología que preparaba (y para la que fue una de las piedras de toque: Monólogos teatrales cubanos, Editorial Letras Cubanas,
1989, una de las más importantes del mundo en su género). Así nació, y desde La chacota, el renombrado (y primer) monólogo de Nicolás Dorr, Yo tengo un brillante, dedicado por el autor a F.G.C y a Margot de Armas al ser posteriormente editado. A continuación F.G.C solicitó lo mismo a otro creador que admiraba y admira: Eugenio Hernández Espinosa y respecto a un personaje secundario de su premiada obra La Simona, y así nació La Machuca (dirigida por F.G.C igualmente a Margot de Armas para La Peña de Los Juglares y teatros). A partir de ese momento y para que la Antología en preparación pudiera ser realidad, F.G.C solicitó monólogos expresamente a decenas de dramaturgos y escritores de narrativa con cuentos en primera persona. Más de treinta años después, el hoy Director General de la CIINOE y de Ediciones COMOARTES, Distinción por la Cultura Nacional y Premio Iberoamericano de Teatro “Ollantay”, y el ahora condecorado con la Distinción por la Cultura Nacional y la Medalla “Alejo Carpentier”, Nicolás Dorr, volvieron a unir sus nombres en una edición que respondió a la petición de F.G.C de un monólogo inédito para publicarlo junto a la entrevista realizada al dramaturgo en el 2010 y entonces difundida. La petición de F.G.C expresaba la posibilidad de que se tratara no sólo de un inédito sino de un texto no creado aún o de uno sustancialmente nuevo, uno vuelto a ser creado en relación a alguno ya existente, y Dorr decidió, para F.G.C y Ediciones COMOARTES, volver a dar vida al texto que se publicó, modificando el original y destruyéndolo –según sus propias palabras–. Ésa ha sido la historia de la reciente edición de: Desde el sótano en Los Libros de las Gaviotas 16, 2012. Por ese camino, a petición, fueron creados y editados en esta Colección y otra: Conversación con Pablo, de Sara Joffré (Perú), Bel La Bella, de Antonia Bueno (España), y La luna y el pozo de Mar Pfeiffer (Argentina), reconocidas mujeres de la escena, y ahora, de la igualmente talentosísima Salomé Guadalupe Ingelmo (España, escritora de una generación más joven): Alicia se mira en el espejo, cincelado y clamoroso alegato contra la violencia de género, de la denuncia y del compromiso, de la belleza y de las múltiples significaciones, que se inserta en esta historia para añadir una columna dramatúrgica poderosa y convocante.
ALICIA SE MIRA EN EL ESPEJO
Sobre
el escenario, un ambiente angosto, un pequeño cuarto abierto hacia el público
en cuyas paredes, forradas desde hace demasiado tiempo con un sombrío
papel gris, se advierten desgarrones y ampollas provocadas por las
humedades. También, cercos de salitre con forma vagamente humana:
fantasmagóricas apariciones de aciagos rostros. En el fondo del escenario,
en sentido transversal, unas barras atraviesan, a la altura de la cabeza, el
reducido espacio. De ellas cuelgan algunos trajes de chaqueta austeros, de
corte siempre estricto, en tejidos tupidos y pesados. Invariablemente,
oscuros. Con falda recta y larga por debajo de la rodilla, como parecería
corresponder a una mujer de mucha más edad. Trajes, en definitiva, sin ningún
atractivo. Escondido entre ellos y olvidado por todos,
desambientado y excluido, marginado y melancólico en un ángulo apartado, se marchita
por momentos un único vestido juvenil con flores otrora multicolores que
parecen agonizar en ese hábitat cerrado y hostil. Un vestido primaveral de
gasa, escotado y cortísimo, como los vaporosos vestidos estampados que solía
llevar antes de conocerle.
Detalle a
detalle el público va comprendiendo que la protagonista se encuentra recluida
dentro de un armario ropero, una suerte de zulo sórdido y triste del que ella
no tiene la llave.
Un foco se
centra en este reducido espacio, en la mujer que lo ocupa: delgada, de unos
treinta y cinco años pero prematuramente avejentada por la palidez y las
ojeras, que resaltan unos enormes ojos preferentemente negros. Permanece
tendida en el suelo, apoyada sobre su cadera y sostenida únicamente por uno de
sus fibrosos brazos, frágiles sólo en apariencia. Más allá de las paredes, la
oscuridad. Súbitamente, de la misma, se escucha provenir un débil rumor de
pasos.
La mujer,
que hasta el momento, ausente, sojuzgada por la fuerza de la gravedad, por esa
ineludible atracción que el suelo ejerce ahora sobre ella, mantenía la cabeza
gacha, alza la mirada hacia el público. Aguza el oído. Muestra un cierto
nerviosismo, incapaz de disimular una incipiente impaciencia.
PRISIONERA:
Hola, ¿hay alguien ahí? (Pausa. Conteniendo la respiración, a la espera de una respuesta.) Si estás ahí… (Duda, como si le costase terriblemente acabar la frase; como si acabarla supusiese una enorme lucha interior. Probablemente, una derrota: otra derrota), habla conmigo. (Por fin, suplicante.) No me importa lo que digas, pero habla. (Pausa. Ya no titubea. A partir de ahora, con dignidad y aplomo, sin que la voz le tiemble o denote debilidad un sólo momento.) Únicamente necesito escuchar a otro ser humano. Para saber que aún estoy cuerda. Y que sigo siendo una persona. Habla, por favor. (Con una cadencia imperturbable y mecánica. Sin mostrar emoción alguna: en realidad no se trata de un ruego improvisado, sino de un guión impuesto y, finalmente, aprendido.) Me comportaré bien. Seré dócil como tú quieres; seré buena. Pero no me dejes sola en esta oscuridad. Seré exactamente como tú quieres que sea…, si me sacas de esta celda. No intentaré escapar, lo prometo. Pero déjame oír tu voz. Necesito saber que no sólo existen las de mi cabeza.
Hola, ¿hay alguien ahí? (Pausa. Conteniendo la respiración, a la espera de una respuesta.) Si estás ahí… (Duda, como si le costase terriblemente acabar la frase; como si acabarla supusiese una enorme lucha interior. Probablemente, una derrota: otra derrota), habla conmigo. (Por fin, suplicante.) No me importa lo que digas, pero habla. (Pausa. Ya no titubea. A partir de ahora, con dignidad y aplomo, sin que la voz le tiemble o denote debilidad un sólo momento.) Únicamente necesito escuchar a otro ser humano. Para saber que aún estoy cuerda. Y que sigo siendo una persona. Habla, por favor. (Con una cadencia imperturbable y mecánica. Sin mostrar emoción alguna: en realidad no se trata de un ruego improvisado, sino de un guión impuesto y, finalmente, aprendido.) Me comportaré bien. Seré dócil como tú quieres; seré buena. Pero no me dejes sola en esta oscuridad. Seré exactamente como tú quieres que sea…, si me sacas de esta celda. No intentaré escapar, lo prometo. Pero déjame oír tu voz. Necesito saber que no sólo existen las de mi cabeza.
Por única respuesta, un sonido seco: una pequeña
trampilla se abre bruscamente en el lateral del armario que conduce a esa otra
dimensión de su matrimonio, ésa que nadie más que ella conoce. Un plato de
metal abollado y deslucido por el mucho uso es empujado desde la oscuridad por una
mano invisible. Se desliza con violencia por el suelo hasta chocar contra
la rodilla de la mujer, que en ningún momento ha cambiado de posición. Su
contenido, una suerte de gachas o papilla espesa de un poco atractivo color
pardo, salpica ligeramente el atuendo de la cautiva, una túnica basta de tela
de saco, como un cilicio, que ya luce aquí y allá manchas similares resecas,
recuerdos de otros festines precedentes.
Otra vez el mismo plato de siempre. (Con evidente hastío.) Una y otra vez… el
mismo plato. Sueño con este plato cada noche. Y cuando despierto, es este
plato, este plato que con certeza sé que ha de llegar un día más, lo primero
que veo al abrir los ojos. Lo veo con los ojos cerrados y con los ojos
abiertos; dentro y fuera de mi mente. Siempre el mismo plato. El mismo plato
frío, ofrecido un día tras otro. La náusea me invade cuando pienso en su
contenido, regurgitado por ti una y otra vez como si fuese la primera. (Pausa. Admite su desgracia sin gesticular,
sin descomponerse: con una serenidad sobrecogedora que sólo puede ser fruto de
la más absoluta ausencia de esperanza.) Pero aun así…, al final, trago.
Trago cerrando los ojos y fingiendo que el sabor no me resulta familiar. Trago
sorbiendo las lágrimas junto con el orgullo. Trago para hacer pasar el amargo
sabor de la pastilla; para que ésta se confunda con la amargura de tu bilis.
Para camuflar la verdadera desgracia con otra un poco más cotidiana e
irrelevante. Trago por costumbre y tedio. Por no escuchar. A veces, por
escucharte. Porque aquí dentro no hay nada más que hacer. Trago como
penitencia: para castigarme por mis pecados. Por mis pasados errores, por mi
falta de cautela y previsión. Trago para descontar la pena. O para contarla.
Trago diciéndome que lo hago para retrasar el desenlace. Aunque sé que,
en realidad, seguramente lo esté acelerando. Por ver si tocando fondo
llega finalmente la manumisión o, en su defecto, más probablemente, la
liberadora muerte. (Pausa. Sombría.)
Ya no hay vuelta atrás. Las cartas están dadas. Y yo no tengo nada que hacer en
esta mano.
Con una
mueca de aversión en los labios, venciendo la inicial cautela y su posterior
repugnancia, la protagonista finalmente introduce una mano a modo de
improvisada cuchara en el plato. Se agacha dispuesta a llevarse el poco
atractivo contenido a la boca. Pero a mitad de camino se detiene. Algunos
grumos caen de nuevo a la modesta vajilla. Parece haber cambiado de opinión.
Súbitamente, mientras contempla la ración del día, sus ojos comienzan a
humedecerse. La barbilla le tiembla, pero ella contiene el llanto. Que no se
sabe bien si de tristeza o de impotencia.
¡Hambre! Tengo hambre. (Estalla en un inusual acceso de ira. Su voz va abandonando la
habitual resignación y adquiriendo seguridad. Se advierte incluso rabia.) Hambre
de todas esas cosas que nunca podré volver a saborear. Tengo siempre hambre.
Pero cómo no he de tenerla si vivo desde hace siglos en la miseria, en la
indigencia. Despojada por tu codicia, que sólo sabe compartir las sobras, lo ya
caducado y podrido. Tengo hambre de todos los manjares que tú, mezquino
carcelero, eres incapaz de ofrecer. (Pausa.
Ahora, más calmada. Resuelta. Irguiendo con olvidada dignidad la cabeza.)
Tengo hambre, pero aun así no comeré ni un día más esta bazofia, este simulacro
de alimento. Tengo hambre y, precisamente por eso, no comeré de nuevo las
sobras que me ofreces. No bastan ya para saciarme.
Lanzando
con furia contra el plato los restos de papilla que todavía le quedan entre los
dedos. Limpiándose sobre su uniforme carcelario.
¿Por qué he tragado? (Confusa, llevándose la mano al rostro. Quizá, avergonzada. Por primera
vez se le quiebra la voz; pareciera al borde del llanto.) ¿Por qué he
tragado durante tanto tiempo?
Se
descubre la cara bruscamente, con determinación; ella no tiene nada que
esconder. De nuevo, firme y serena.
No. No seguiré callando. Ni un bocado más. No
comeré otra vez el plato que me sirves frío. Sólo por vengarte de ese mundo que
presuntamente tan mal te trata, y al que tú nunca has tenido el valor de enfrentarte.
Únicamente sabes hablar. Fanfarronear a escondidas. Eres un pusilánime, un
vulgar cobarde.
Se pone en
pie y se acerca al borde del escenario, al público. Cuenta su historia con aire
distraído, como si fuese incapaz de doler: como si narrase la vida de un
extraño.
Yo era joven e inexperta, apenas una niña. Corrí
tras el deslumbrante conejo blanco. Pero la bestia resultó tierna y pura sólo
en apariencia, sólo por fuera
(Evoca mientras una única lágrima, solitaria y furtiva, escapa inadvertidamente.) Tenía tanta prisa por crecer…, por alejarme de mi casa…, que no miré por dónde andaba. Me metí tras él en el agujero pensando que sería una acogedora madriguera. Y se reveló, sencillamente, un agujero. Un agujero oscuro y gélido. Él me llamó con su patita de conejo y yo le seguí. Creyendo que, como la de todos los conejos, era una pata de la suerte. Y la suerte fue para él. Pero no para mí. (Pausa.) Una vez comenzado el descenso por el pozo, ya no hubo freno. Aún sigo cayendo. Todavía hoy en día me pregunto si tocaré fondo. Estamparse definitivamente sería un alivio. Pero siempre parece haber otro nivel, uno inferior y más frío, en este infierno. (Pausa.) Atravesé el espejo y encontré un mundo invertido y perverso: nada era lo que parecía. Yo jamás tenía la respuesta acertada para la oruga prepotente. Nunca salía con bien de tus acertijos e intrigas. Tanto me interrogaste que ya no sabía ni quién era. Justo como tú querías. (Pausa.) Una cruenta partida de ajedrez en la que puede quedar sólo uno. El otro ha de perder la cabeza. “Sí, ¡que le corten la cabeza!”, gritabas. “No habrá nadie más alto que yo en este reino”, exigías. Rey sin corazón, al principio aún disimulabas haciéndote pasar por ti y tu gemelo: el poli malo y el poli bueno. Jugabas, gato esquivo del que a menudo sólo podía ver la afilada sonrisa llena de dientes, conmigo. “Mi ratoncito”, me llamabas… Y yo entonces aún no entendía. Y cuando finalmente comprendí, decidí sumirme en un letargo artificial: dormir. Sólo dormir. Convencida de que si un día despertaba, inmediatamente moriría. Dentro del capullo, inmóvil, fingiendo ser una larva ciega y muda, perdí las alas; pero al menos conservé la vida. (Pausa.) Por llamarle algo. (Pausa.) Adiós para siempre a la Reina Blanca: a su lozanía, a su ingenuidad primera. Ya sólo cabe el rojo. Y yo me veo empujada, arrastrada, arrojada a la casilla equivocada. A la que no quiero ir. Me veo absorbida por el agujero negro... (Pausa.) No hay príncipes o caballeros, ni blancos ni azules, a la vista en el horizonte. Sólo el horrible pozo sin fondo. Que nunca acalla su hambre. Desaparecí entre tus fauces. De mí, sólo un eructo. Ni las gracias me diste. (Se golpea la sien repetidamente con la palma de la mano) ¡Cabecita loca! ¡Muchachita inquieta! ¡Necia! (Pausa.) Engullí de golpe la amarga pastilla. Roja. Roja como una obscena Amanita muscaria, como un hongo alucinógeno, como una manzana envenenada... Como un semáforo cuya advertencia nunca debí desoír. “Quien avisa no es traidor”, dicen. Pero eso es sólo un dicho. Me enturbiaste el alma; me intoxicaste la mente. ¡Estúpida muchacha inconsciente! ¡Cabeza de chorlito! ¡Mocosa sin experiencia! (Pausa.) Me asesinaste. Me asesinaste sin remordimiento ni conciencia mientras corrías despreocupada hacia la boca entreabierta. (Pausa.) Engullí de golpe la amarga pastilla y, de repente, la casa se me quedó estrecha. Las paredes, apretándome por todas partes. Y busque y busque por todos lados, registrando los escondrijos en los que podrías haberla escondido. Pero no logré encontrar el antídoto, esa otra píldora que me devolviese a la infancia y la inocencia. Ni rastro de la ilusión perdida. Y desde entonces aquí sigo: atascada, atorada en un mundo y un cuerpo que ya no son los míos. (Larga pausa.) Despierto y el dulce ha sido sólo un sueño. De la tarta nupcial, ni siquiera las migas. Me reprochas cada día la ausencia, pero ¡¿cómo habría podido mecer un bebé en mis brazos?! Si yo sabía que, inevitablemente, se habría convertido en un cerdo.
(Evoca mientras una única lágrima, solitaria y furtiva, escapa inadvertidamente.) Tenía tanta prisa por crecer…, por alejarme de mi casa…, que no miré por dónde andaba. Me metí tras él en el agujero pensando que sería una acogedora madriguera. Y se reveló, sencillamente, un agujero. Un agujero oscuro y gélido. Él me llamó con su patita de conejo y yo le seguí. Creyendo que, como la de todos los conejos, era una pata de la suerte. Y la suerte fue para él. Pero no para mí. (Pausa.) Una vez comenzado el descenso por el pozo, ya no hubo freno. Aún sigo cayendo. Todavía hoy en día me pregunto si tocaré fondo. Estamparse definitivamente sería un alivio. Pero siempre parece haber otro nivel, uno inferior y más frío, en este infierno. (Pausa.) Atravesé el espejo y encontré un mundo invertido y perverso: nada era lo que parecía. Yo jamás tenía la respuesta acertada para la oruga prepotente. Nunca salía con bien de tus acertijos e intrigas. Tanto me interrogaste que ya no sabía ni quién era. Justo como tú querías. (Pausa.) Una cruenta partida de ajedrez en la que puede quedar sólo uno. El otro ha de perder la cabeza. “Sí, ¡que le corten la cabeza!”, gritabas. “No habrá nadie más alto que yo en este reino”, exigías. Rey sin corazón, al principio aún disimulabas haciéndote pasar por ti y tu gemelo: el poli malo y el poli bueno. Jugabas, gato esquivo del que a menudo sólo podía ver la afilada sonrisa llena de dientes, conmigo. “Mi ratoncito”, me llamabas… Y yo entonces aún no entendía. Y cuando finalmente comprendí, decidí sumirme en un letargo artificial: dormir. Sólo dormir. Convencida de que si un día despertaba, inmediatamente moriría. Dentro del capullo, inmóvil, fingiendo ser una larva ciega y muda, perdí las alas; pero al menos conservé la vida. (Pausa.) Por llamarle algo. (Pausa.) Adiós para siempre a la Reina Blanca: a su lozanía, a su ingenuidad primera. Ya sólo cabe el rojo. Y yo me veo empujada, arrastrada, arrojada a la casilla equivocada. A la que no quiero ir. Me veo absorbida por el agujero negro... (Pausa.) No hay príncipes o caballeros, ni blancos ni azules, a la vista en el horizonte. Sólo el horrible pozo sin fondo. Que nunca acalla su hambre. Desaparecí entre tus fauces. De mí, sólo un eructo. Ni las gracias me diste. (Se golpea la sien repetidamente con la palma de la mano) ¡Cabecita loca! ¡Muchachita inquieta! ¡Necia! (Pausa.) Engullí de golpe la amarga pastilla. Roja. Roja como una obscena Amanita muscaria, como un hongo alucinógeno, como una manzana envenenada... Como un semáforo cuya advertencia nunca debí desoír. “Quien avisa no es traidor”, dicen. Pero eso es sólo un dicho. Me enturbiaste el alma; me intoxicaste la mente. ¡Estúpida muchacha inconsciente! ¡Cabeza de chorlito! ¡Mocosa sin experiencia! (Pausa.) Me asesinaste. Me asesinaste sin remordimiento ni conciencia mientras corrías despreocupada hacia la boca entreabierta. (Pausa.) Engullí de golpe la amarga pastilla y, de repente, la casa se me quedó estrecha. Las paredes, apretándome por todas partes. Y busque y busque por todos lados, registrando los escondrijos en los que podrías haberla escondido. Pero no logré encontrar el antídoto, esa otra píldora que me devolviese a la infancia y la inocencia. Ni rastro de la ilusión perdida. Y desde entonces aquí sigo: atascada, atorada en un mundo y un cuerpo que ya no son los míos. (Larga pausa.) Despierto y el dulce ha sido sólo un sueño. De la tarta nupcial, ni siquiera las migas. Me reprochas cada día la ausencia, pero ¡¿cómo habría podido mecer un bebé en mis brazos?! Si yo sabía que, inevitablemente, se habría convertido en un cerdo.
Con
dificultad, arrastrando los pies pesadamente, como si la mujer tuviese muchos
más años de los que le corresponden o como si acarrease unos grilletes
invisibles, avanza por el escenario y se coloca frente a un espejo de cuerpo
entero que ocupa uno de los lados del armario. La actriz muestra su perfil al
público. Los hombros, caídos. Los brazos, inertes a lo largo del cuerpo.
No parece quedar una pizca de energía en ella. La mujer se resiste
a mirarse. Aparta los ojos del espejo con una mezcla de compasión y
vergüenza. Vergüenza y compasión por esa extraña en la que se ha convertido.
Tímidamente, venciendo el pudor, comienza a espiarse de reojo, lanzando ojeadas
furtivas a la superficie fría e inmisericorde. Hasta que, finalmente, encuentra
el coraje de aceptar la realidad y enfrentarse a su imagen.
(Musita.)
“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”[1].
(Con resignación.) Ajada. Ajada
antes de tiempo. (Pausa.) Pero un día no será suficiente. Yo sé que un día no te conformarás con esto. Irás cada día un poco más lejos, ganando terreno discretamente, furtivamente. Tomando posiciones en este campo de batalla en el que yo nunca he tenido trincheras donde esconderme. Porque, estúpida de mí, aún no había entendido que estaba en guerra. Avanzarás siempre un poco más, ya has comenzado a hacerlo. Hasta que un día ni siquiera consideres mi mente conquista suficiente. Sólo saber que aún respiro, te enojará. No podrás perdonarme por ello. No te bastará con saborear mi desdicha; querrás también mi sangre.
antes de tiempo. (Pausa.) Pero un día no será suficiente. Yo sé que un día no te conformarás con esto. Irás cada día un poco más lejos, ganando terreno discretamente, furtivamente. Tomando posiciones en este campo de batalla en el que yo nunca he tenido trincheras donde esconderme. Porque, estúpida de mí, aún no había entendido que estaba en guerra. Avanzarás siempre un poco más, ya has comenzado a hacerlo. Hasta que un día ni siquiera consideres mi mente conquista suficiente. Sólo saber que aún respiro, te enojará. No podrás perdonarme por ello. No te bastará con saborear mi desdicha; querrás también mi sangre.
Se agacha.
De una pila de libros, recoge uno. Sin dejar de mirarse al espejo,
solemnemente, comienza su ritual. Despacio, arranca una página del libro de
poesía, la arruga y la mete en su boca. Rumia los versos que en otro tiempo la
hacían sentir libre y ligera. Mastica no con apetito y fruición, sino con delicadeza
y disciplina. Regueros negros surcan su rostro sin que las facciones de la
mujer se alteren. Llora sin aspavientos, como quien ha asumido ya su destino.
Llora y sus lágrimas arrastran el rimel de sus ojos. Quizá, la tinta de esos
versos que la han salvado de la inanición.
Queman. Antes parecían el sol y ahora… sólo parecen
fuego. Queman porque tienen un sabor familiar y, al tiempo, lejano; los
reconozco a duras penas. Queman porque ellos no han cambiado y, por eso, me
recuerdan lo mucho que he cambiado yo.
Devuelve
el libro al montón y dirige su mirada hacia el vestido floreado que vive en el
ostracismo. Alarga tímidamente la mano hacia él. Asustada, como si temiese no
merecer ya su tacto, la retira antes de llegar a rozarlo. Pero es innegable que
la primavera aún la atrae: no deja de mirarlo con adoración. Finalmente
descuelga la percha y se la coloca delante, probándose el vestido por encima.
Desplegando la falda para poder admirarlo mejor. Por un momento sus ojos
brillan de nuevo.
(Al principio,
con un vestigio de orgullo que pronto se apaga.) Yo era… (Sonríe melancólicamente y acaricia el
vestido, alisándolo sobre su cuerpo. La tristeza y la resignación empañan sus
ojos otra vez.) Yo fui. (Pausa.)
Se produce
un cambio en la actriz, que al retomar su discurso recita con una creciente
pasión. Con la barbilla de nuevo alta.
Pero aprenderé a conjugar los verbos nuevamente: yo
seré. (Pausa.) Seré de nuevo. Volveré
a ser. Con más energía aún que antes. Con la fuerza que otorga la
desesperación, con la que otorga la sorpresa de otra oportunidad. Una nueva e
inesperada, que también podría revelarse la última. Rebrotaré. Rebrotaré con la
impaciencia y el vigor que concede el largo invierno.
La actriz,
ante el espejo, sin dudarlo, convencida ya de estar recuperando algo que
sencillamente le pertenece, se despoja de su incómodo cilicio y se pone de
nuevo el vestido de flores. A pesar de que el tiempo ha pasado, aún parece
hecho a medida para ella. Por turnos, se gira hacia uno y otro lado para
ofrecer confiada los flancos a esa nueva-antigua mujer que
la observa, intrigada por el cuerpo que ha intentado obviar durante los últimos
años. Y mira con insospechada satisfacción, hasta donde la vista le alcanza,
las acogedoras formas que el áspero tejido no ha logrado limar.
Yo era. Yo fui… Pero el pasado no cuenta; el pasado
está muerto. Y yo… yo… estoy, aún, a pesar de todo, viva. Sólo el
presente existe. Yo era. Yo fui... (Pausa
en la que respira hondo, llenando ostensiblemente los pulmones; preparándose para
la titánica tarea de recuperar una vida.) YO SERÉ.
Toma otra
página del libro y, antes de llevársela a la boca, la observa detenidamente,
como si acabase de descubrir un tesoro. La saborea lentamente. Un nuevo
cambio se produce en la actriz: en su actitud ante el espejo y en su actitud
hacia el manjar que paladea. La expresión de la mujer va mutando; se relaja y,
al tiempo, refleja por primera vez verdadera satisfacción. Incluso, placer.
Como
si advirtiese por momentos, en la poesía que consume, matices diversos y
cautivadores, matices antes no experimentados o apenas recordados, regresados
de un pasado muy lejano. Su lánguido cuerpo comienza a erguirse. Sus desganadas
mandíbulas mastican con más fuerza, casi con vehemencia. Ahora, con los ojos
muy abiertos y sin rastro de rubor, no aparta la vista de su propia imagen
sobre el espejo. Pareciera fascinada y fortalecida por la escena que contempla.
Incluso, orgullosa. Traga sonoramente, con brío. Y ataca otra hoja con
creciente apetito.
Queman, pero también alumbran por dentro. Como un
sol que resucita tras haber pasado, toda la noche, escondido bajo tierra.
Se gira y
habla dirigiéndose a la trampilla. Aunque ésta sigue cerrada y tras ella no
parece haber nadie, pues no se escucha ruido alguno. A pesar de su convicción,
recitando extremadamente serena. Su discurso no se diría en absoluto una
revancha. No hay ánimo de venganza en sus palabras, sino más bien
lástima por el enemigo.
Definitivamente, no seguiré callando. Y tampoco
consumiré de nuevo los restos de ese banquete sangriento con el que tú te
sacias todos los días. Gritaré. Gritaré tan fuerte que, finalmente, acabarán
oyéndome los vecinos. Se terminará el disimulo. (Pausa.) Gritaré tan alto que mi voz, ésa que tú has ido adelgazando
a fuerza de esculpirla a golpes, se hará de nuevo poderosa y traspasará las
paredes de este armario, de esta celda que tú has construido para mí, de éste
mundo con apariencia de infierno que se esconde tras los impenetrables muros de
nuestro (Sonríe con sorna mientras mima
las comillas en el aire.) “hogar”, oculto a la vista de todos. Porque
uno ha de ser, en primer lugar, discreto. (Pausa.)
Gritaré y mi voz se ensartará en cada una de esas otras mujeres que, tras muros
tan opacos como los de este estrecho armario, pasan los días en silencio.
Preguntándose por qué tuvieron que seguir al conejo blanco. Preguntándose
a dónde se han ido la juventud y las ilusiones. Mi voz las traspasará. Las
unirá, cuentas manoseadas pero más resistentes de lo que ellas mismas imaginan,
cuentas sin saldar a la espera de justicia, en un poderoso rosario. Y ese hilo
invisible que nos une, ése que mi voz llamará a la vida, más fuerte incluso que
la muerte en las que ellas y yo hemos habitado… (Pausa.) Ése, ni tú ni
ellos podréis romperlo. Por las noches, mientras el monstruo duerme, en lugar
de llorar cada una quedamente en su bañera, con la toalla entre los dientes
para no despertar el deseo ni la furia, iniciaremos un ritual compartido, todas
a una. Cantaremos con la voz de nuestra mente. Y el canto será mudo sólo para
quienes no sepan escuchar; para quienes no quieran escuchar. Pero resonará
diáfano en cada una de las otras piezas de ese collar. Ése que cada una de
nosotras ha llevado al cuello todos estos años. Ése que nos colocaron fingiendo
obsequiarnos con perlas, y que descubrimos después de púas: un cruel collar de
castigo para perros. Nos levantaremos y andaremos. Andaremos de nuevo y
descenderemos del calvario cogidas de la mano. Y atrás quedarán las cruces y
los sepulcros blanqueados con cal. No más tortura ni mentiras. No más silencio.
De ahora en adelante, sólo vida y verdad. Sólo voz. (Pausa.) Cogidas de la mano, en un círculo perfecto, invocaremos un
nuevo mundo: uno más recto y solidario, uno más comprometido y responsable. Y
en ése no cabréis vosotros, ni tú ni tus compañeros. Perderéis pie y
privilegios. Y os precipitaréis
desterrados al abismo, agitando vuestras alas de murciélago. La pena será
irrevocable. La cadena, perpetua. (Larga
pausa.) Siempre dices que no soy nada, que no soy nadie. Durante años he
fingido creerlo. Hasta he llegado a creerlo, a fuerza de escuchártelo a ti. He
fingido que me parecía bien, que no tenía nada que objetar al respecto. Que
carecía de criterio propio, porque yo no existía fuera de esa mente superior
que me había creado. No a su imagen y semejanza, sino muy inferior. Para poder
aplastarme como al barro una y otra vez. Para moldearme con los golpes
propinados por su frustración, antes de descansar el séptimo día. (Sonríe con ligero desdén.) Te crees un
resplandeciente dios, y no eres más que un patético idolillo que, ebrio de
poder, duerme la mona refugiado en su mundo de fantasía, ése en el que te
sientes único e indiscutible señor. (Pausa.)
Siempre dijiste que no soy nada, que no soy nadie. Y por una vez me parecerá
bien. Resultará cómodo cuando denuncies mi desaparición y la policía pregunte.
(Con voz varonil, cavernosa. Fingiendo tomar
notas en un cuadernillo invisible mientras se atusa un inexistente bigote.)
“¿Y quién dice usted que le ha robado lo que era suyo?”. (Ahora con voz apocada. Afectando confusión y atolondramiento.
Encogiéndose para aparentar menos tamaño que el imaginario policía.)
“Nadie”, (Con su propia voz, con evidente
satisfacción.) contestarás. Ahora ya no pareces tan valiente y seguro de ti
mismo, ¿verdad? (De nuevo con la voz
cavernosa del presunto policía.) “¿Y qué dice usted que le han robado?”. (Con la voz que ha elegido para parodiarle a
él.) “Nada”, (Volviendo a su propia
voz.) añadirás más confuso todavía, consciente de haber caído en tu
propia trampa. (Otra vez con la voz del
orden.) “Pues entonces, señor, no veo dónde hay delito. Tenga usted buenos
días”. De tu único ojo, ése que siempre mira hacia ti mismo, hacia esa perfecta
belleza que tanta podredumbre esconde,
caerán lágrimas de impotencia y rabia. Porque tú, habituado a hacer tu santa
voluntad, no estás preparado para perder. Como las mentes pueriles y débiles,
no sabes afrontar la frustración. No podrás recuperarte de este golpe, ni
asimilar el desenlace imprevisto. Porque tú ya me creías para siempre en este
pozo del que hoy elijo salir volando.
Recoge de
nuevo el libro del cual se ha alimentado. Pasa las palmas s obre las
tapas desgastadas con veneración y agradecimiento. Después lo sujeta
entre ambas manos, una por encima y otra por debajo, y con solemnidad,
como si afrontase un juramento, con los ojos cerrados, de frente al
público, comienza a recitar. Lo hace como en trance, parafraseando a su modo el
poema de Cesare Pavese, ajustándolo como mejor conviene a su caso. La luz
cenital que la enfoca se va haciendo progresivamente más intensa, iluminándola.
Quizá, fortaleciéndola.
Mañana saldré a la calle y volverá a ser primavera.
“Colores, deseo sólo colores. Los colores no lloran. Mañana regresarán los colores.
Este cuerpo vestido de colores, después de tanta palidez, recobrará su vida.
Mañana saldré a las calles y vagaré por ellas hasta quedar exhausta. Y de ahora
en adelante, cada nueva mañana, saldré a las calles buscando los colores.
Desde mañana volveré a ser visible; la gente volverá a verme y me mantendré
erguida. Volveré a tener un reflejo en los escaparates; en las otras miradas.
Las sentiré deslizarse sobre mí y sabré que existo. Desde mañana seré otra vez
una mujer señora de sí misma. Una mujer que sabe vivir sola y puede mirar
fijamente a los ojos de cualquier rostro que pase y seguir siendo la misma.
Este temblor más frío que acompaña el alba, este frescor que asciende
buscándome las venas, es un despertar tan intenso que me abrasa por dentro”[2].
Abre de
nuevo los ojos. Consciente de sus fuerzas, mira hacia el frente, a lo lejos,
por encima de las cabezas del público.
Ya no soy un cervatillo indefenso; listo para ser
asaeteado, sin riesgo ni gloria, dentro de su establo. Para mí ya no existen puertas
ni tabiques, nada que ahora pueda detenerme. Me marcho. Me marcho por el poder
de mi voluntad, de esta mente que aún no has logrado aniquilar del todo. Me
marcho por el poder de la palabra, con la que sello definitivamente esta
determinación de no vivir nunca más en una jaula. Ni construida por mí ni por
ningún otro. Digo que me marcho y abandono esta celda… AHORA. (Pronuncia “ahora” teatralmente:
gritando y alzando los brazos al cielo, como un mago durante su espectáculo.)
La luz
cenital, casi cegadora, se apaga de repente. Ilusión o no, la mujer desaparece.
Como si el haz luminoso la hubiese absorbido, rescatándola de su cruel destino,
cual Ifigenia, justo antes de ser definitivamente sacrificada.
[1] Título de uno de los
más conocidos poemas del escritor piamontés Cesare Pavese.
[2] Inspirado en los versos de “Agonía”, de Cesare Pavese:
saprò vivere sola e fissare negli occhi
ogni volto che passa e restare la stessa.
Questo fresco che sale a cercarmi le vene
è un risveglio che mai nel mattino ho provato
così vero: soltanto, mi sento più forte
che il mio corpo, e un tremore più freddo accompagna il mattino.
Son lontani i mattini che avevo vent'anni.
E domani, ventuno: domani uscirò per le strade,
ne ricordo ogni sasso e le striscie di cielo.
Da domani la gente riprende a vedermi
e sarò ritta in piedi e potrò soffermarmi
e specchiarmi in vetrine. I mattini di un tempo,
ero giovane e non lo sapevo, e nemmeno sapevo
di esser io che passavo-una donna, padrona
di se stessa. La magra bambina che fui
si è svegliata da un pianto durato per anni
ora è come quel pianto non fosse mai stato.
E desidero solo colori. I colori non piangono,
sono come un risveglio: domani i colori
torneranno. Ciascuna uscirà per la strada,
ogni corpo un colore-perfino i bambini.
Questo corpo vestito di rosso leggero
dopo tanto pallore riavrà la sua vita.
Sentirò intorno a me scivolare gli sguardi
e saprò d'esser io: gettando un'occhiata,
mi vedrò tra la gente. Ogni nuovo mattino,
uscirò per le strade cercando i colori.
Serie de
retratos de Salomé Guadalupe Ingelmo realizada por el pintor español Alejandro
Cabeza en http://www.alejandrocabeza.net/
Guadalupe Ingelmo, Salomé (Madrid, España, 1973). Tras formarse en la Universidad Complutense de Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, Università degli Studi di Pisa, Universita della Sapienza di Roma y Pontificio Istituto Biblico de Roma, en 2005 se doctora en Filosofía y Letras (especializándose en Historia Antigua del Próximo Oriente Antiguo) por la UAM con su tesis La Divina Serpiente: Estudio sobre las Divinidades Ofídicas Mesopotámicas (en cotutela con la Università degli Studi di Pisa). Es miembro del Instituto para el Estudio del Oriente Próximo, con sede en la UAM, y desarrolla desde 2006 actividades docentes como profesor honorífico en dicha Universidad impartiendo cursos relacionados con las lenguas y culturas del Oriente Próximo. Durante los diez años vividos en Italia, desarrolló además actividades como traductora de italiano y como docente. En 2012 Ediciones COMOARTES publicó digitalmente su libro de cuentos La imperfección del círculo, una antología personal de cuentos premiados, reconocidos, más dos inéditos, y otro libro titulado “La narrativa es introspección y revelación” con sus respuestas a las preguntas de F.G.C que la ha incluido en su “Indagación sobre la narrativa” junto a prestigiosas personalidades ya consagradas y premiadas por la crítica como María Teresa Andruetto y Fernando Sorrentino (Argentina), Froilán Escobar (Cuba/Costa Rica) y Armando José Sequera (Venezuela). Entre sus investigaciones y ensayos más recientes, sus extensos: “Libros como libros vivos”, “Dos libros de narrativa de un gran escritor” y “Borges, un tahúr en la corte del rey Assurbanipal” (en proceso de edición). Ha recibido diversos premios literarios nacionales e internacionales en los últimos años y ha sido seleccionada en otros certámenes: Es ganadora absoluta del Concurso Internacional de Microtextos y del Premio Internacional de Microficción Dramatúrgica “F.G.C ” organizados en 2010 por la Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica (CIINOE); y ha obtenido otros premios, internacionales y extraordinarios, de microficción, así como numerosos reconocimientos, especialmente en narrativa, entre los que destacan sus galardones en el certamen “Paso del Estrecho” de la Fundación Cultura y Sociedad de Granada. Varios de sus relatos han sido incluidos en diversas antologías, en especial de narrativa y de dramaturgia. Cabe destacar la publicación digital de su cuento “Sueñan los niños aldeanos con libélulas metálicas” (con traducción al italiano de la autora, en Los Cuadernos de las Gaviotas n. 6, CIINOE, Ediciones COMOARTES, Madrid/México D. F., 2010). El mismo relato ha sido recogido por José Víctor Martínez Gil en la Antología de cuentos iberoamericanos en vuelo [Recurso electrónico. Libro-e], que puede leerse en la Biblioteca Digital del Instituto Cervantes de España. También, su texto “El niño y la tortuga”, está en Los Libros de las Gaviotas VII, Literatura iberoamericana para niñas y niños. Brevísimos pasos de gigantes, COMOARTES, Madrid/México D. F., ediciones 2010 y 2012. Su texto “Es el invierno migración del alma: variaciones sobre una estampa eterna” apareció en Las grullas como recurso turístico en Extremadura, publicado por la Dirección General de Turismo de la Junta de Extremadura en 2011. Suyo es el prólogo a la edición de El Retrato de Dorian Gray de la Editorial Nemira, (colección Literatum, España, 2008) y el de la antología del VIII Concurso Literario Bonaventuriano de Poesía y Cuento 2012 (Universidad de San Buenaventura / Cali, Colombia, 2012). Desde 2009 colabora ininterrumpidamente con la revista digital bimestral miNatura: Revista de lo breve y lo fantástico, en la que han visto la luz sus microtextos de género fantástico, ciencia ficción y terror. Es autora de dos antologías inéditas de poesía en italiano, todavía en revisión, y de poemas en castellano aún inéditos. Ha escrito dos novelas inéditas y otros cuentos y microcuentos aún no publicados. Desde esta década es jurado permanente del Concurso Literario Internacional “Ángel Ganivet”, de la Asociación de Países Amigos de Helsinki (Finlandia), respaldada por el Ministerio de Asuntos Exteriores de España, y lo ha sido del VIII Concurso Literario Bonaventuriano de Poesía y Cuento 2012 de la prestigiosa Universidad San Buenaventura de Cali. Una idea más precisa sobre su trayectoria dentro del mundo de la Literatura se puede obtener consultando http://sites.google.com/site/salomeguadalupeingelmo/
TÍTULOS EDITADOS EN LA COLECCIÓN
LOS LIBROS DE LAS GAVIOTAS
1. F.G.C / De la soledad al amor vuelan gaviotas
LOS LIBROS DE LAS GAVIOTAS
1. F.G.C / De la soledad al amor vuelan gaviotas
Poemas / Poemas
visuales
2. Martínez Gil, José Víctor / La línea entre el agua
y el aire
Cuentos
hiperbreves y breves
3.
F.G.C / Normales
los sobrevivientes /
Cuentos para dos
mordiscos / Cuentos breves e hiperbreves
4. Martínez Gil, José Víctor / La solidez de lo invisible
Cuentos
hiperbreves y breves
5. Vieira, Maruja / Todo el amor buscando mi corazón / Poemas
6. Martí, José / La
edad de oro / Libro/revista para niñas y niños
7. Quiroga, Horacio
/ Cuentos de la Selva / Cuentos
8. Leis R., Raúl / Cinco cuentos de la calle / Cuentos
9. F.G.C / Historias de nunca acabar
hiperbreves contemporáneas / Cuentos de nunca acabar
10. Marín, Thelvia / En la luna del espejo / Poemas
11. F.G.C / Monólogos de amor por donde cruzan gaviotas / Teatro poético
12. Aristóteles /
Poética / Teoría
13. Martínez Gil, José Víctor / Mírame con los ojos cerrados
Cuentos
hiperbreves y breves
14. F.G.C / Los 100 cuentos del loco
/ Hiperbrevedades, fugacidades
15. Varios, anónimos / Tradiciones
de la palabra: Mitos, cuentos y poemas
del mundo
/ Selección
F. G. C.
16. Dorr, Nicolás / Desde el sótano / Monólogo teatral
17. F.G.C / Si es amor que sea de cine
/ Testimonio / Crónica cinematográfica
18. Escobar, Froilán / Tocar en el hombro de lo real con la palabra / Narrativa
19. Guadalupe Ingelmo, Salomé / La imperfección del círculo /
Cuentos
20. Vieira, Maruja / La sencilla verdad de que te amo
/ Poemas
21. Bueno, Antonia / Bel
La Bella / Monólogo
22.
Sequera, Armando José / La comedia urbana / Novela
23. Pfeiffer, Mar / La luna y el pozo / Monólogo
24. Martínez Cortijo, Fátima /
Cuentos que envuelven días / Cuentos
25. Guadalupe Ingelmo, Salomé / Alicia se mira
en
el espejo / Monólogo
Números extraordinarios
I. Concurso Internacional de Microficción “F.G.C ” 2007
Polen para fecundar manantiales / Cuentos, poemas, monólogos hiperbreves
II. Concurso Internacional de Microtextos “F.G.C ” 2008
La tinta veloz del ciempiés. Cuentos de nunca acabar, dichos y pensamientos.
III. Dossier:
La fórmula infinita del cuento de
nunca acabar
F.G.C / Textos teóricos, técnicos, literarios y visuales del autor, recopilación de nunca acabar de
las
tradiciones más ficción actual:
· Manifiesto y Decálogo del cuento de nunca acabar (F. G. C.)
· Antología esencial del cuento de
nunca acabar de las tradiciones (F. G. C.)
· Cuentos y cuentos visuales de nunca acabar / Cuentos hasta el infinito (F. G. C.)
· Fuerzas / Hiperbrevedades de nunca acabar (J. V. M. G.)
· Premios y Menciones:
Concurso Internacional de Microtextos / Del Cuento
de nunca acabar “F.G.C ” 2008 / 69 autores
de diez países
IV. Colección
Gaviotas de Azogue / Primera Temporada
Números 1 – 25 / Julio – Diciembre 2007 / Edición 2009
Textos de ficción
de F.G.C,
de escritores de otras épocas y de contemporáneos, junto a algunos textos testimoniales,
tradiciones... El humor
o el drama
de los textos…
V. Colección
Gaviotas de Azogue / Segunda Temporada
Números 26 – 50 / Enero – Junio 2008 / Edición 2009
Textos de ficción
de F.G.C,
de escritores de otras épocas y contemporáneos, tradiciones…
VI. F.G.C / Entrevistado
La oralidad es la suma de la vida / Testimonio / Periodismo
/ Documentos
VII. Concurso Internacional de Microficción para Niñas y Niños
“F.G.C ”
2009 / Brevísimos pasos de gigantes
Cuentos, poemas, monólogos teatrales hiperbreves para niñas y niños
VIII. F.G.C / Oralidad es comunicación
Teoría y técnica de la oralidad escénica
IX. Ardila, Jhon
/ Oralidad, oralidad narradora artística y
transformación social / Investigación sobre oralidad
X. Martínez Gil, José
Víctor / Antología de cuentos iberoamericanos en vuelo
/ 30 autores de 13 países
XI. Cuatro cuentistas latinoamericanos del Siglo
XIX
/ Selección realizada por F. G. C.
/ Cuentos.
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