CREDO PARA UNA ALBORADA
Me gustan los amaneceres porque refundan una y otra vez el día. Porque reinauguran la creación, porque restauran los caminos. Me gustan los amaneceres porque conquistan espacios ganados a la oscuridad, una vez tras otra. Me gustan los amaneceres porque son tercos: no se rinden. Porque se reinventan y redescubren. Me gustan los amaneceres porque revelan lo celado sin rasgar el misterio, porque escrutan iluminadores donde los otros duermen. Porque custodian el estupor de los penitentes, me gustan los amaneceres. Porque son previsibles e impenetrables: cada uno igual; cada uno diferente. Amaneceres conciliadores y tolerantes busco, en los que el error aún tenga cabida. Me gustan los amaneceres porque hay que ganárselos, uno tras otro: uno tras otro, conquistar el día.
(S. G. I. Madrid, 3 de marzo de 2011)
Te dedico especialmente las defectuosas. Porque en realidad no me cuesta tanto reconocer mis errores. Y porque lo mismo un día mis defectos acaban siendo las virtudes de algún otro.
Vaya..., no me lo esperaba, que grata sorpresa, los amaneceres son efímeros como ya he comentando en alguna ocasión, pero es ahí donde esta su encanto, en el que hay que estar por ellos. esperarlos, los amaneceres siempre perfilan la alborada de las montañas que tanto buscas, o dicho de otra manera, en cada amanecer hay un vivo poema de esperanza, y al acostarnos, pensemos que amanecerá,
ResponderEliminarComo siempre, tu perfilas la verdad y la esencia de las cosas con las palabras, pero en el fondo las perfilas aun mas con el corazón. el corazón siempre repartirá los acentos, y aquí queda uno de ellos.
Un abrazo
Otro gusto compartido, y van....
ResponderEliminarQué texto tan precioso, me encanta leerte.
Un abrazo apretujado en el frio y limpio amanecer.
Es una parte de mi anatomía que, en efecto, se implica en todo cuanto hago. ¿Podría acaso ser de otro modo? Ya sabes lo que pienso sobre la importancia de corresponder. Que, por cierto, también me parece un verbo únicamente recíproco. “Precisina e pignola”. Besos.
ResponderEliminarQué presencia tan completadora eres siempre, Laura. Que intuición firme, que ausencia cálida. Incomprensiblemente carnal, real, a pesar de la distancia y a pesar de la ignorancia. ¿Ignorancia? Que improbable seguridad eres, Laura. Qué seguridad encontrada en un lugar tan improbable. Muchos abrazos, y besos, sí, en los parajes más gélidos que imaginar se pueda. Que es en ellos donde los cuerpos más comparten el calor dormido.
ResponderEliminarHola Salomé, muy buen trabajo y buena dedicatoria a Alejandro Cabera, el texto como dice Laura, genial, me gustaría que vieras mi nuevo blog de macros y paisajes, a ver que te parece? Un saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Salvador. Y a mí me encantará verlo: pasarme, entrar, ponerme cómoda y quedarme, con calma, todo el tiempo que la circunstancia requiera y mi generoso anfitrión me permita. Besos.
ResponderEliminarNo dejo de maravillarme, cada vez que te leo, por tu generosidad, por la magia de tus palabras y por tu afecto.
ResponderEliminarMe encanta el frio gélido y arrebujarme y compartir la calidez del afecto, así que... besitos, Salomé.
Bajo la manta del amor, Laura, cabemos todos. Cuanto más das, más crece. Y se estira tejida incansablemente por manos invisibles pero diestras. Ven, que te hacemos un sitito aquí debajo. Alejandro es, quizá, individuo de pocas palabras buena parte del tiempo, pero harto generoso con lo que más cuenta: no me cabe duda que estará encantado de compartir su luz contigo. Muchos, muchos besitos voladores y luminosos que nos marquen el sendero, compañera.
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