Un principio básico que os puede ahorrar muchos (y a veces serios) disgustos consiste en no tomar jamás una bifurcación a la ligera. Si no conocemos perfectamente el camino (y con conocerlo perfectamente quiero decir recordar de memoria cada tramo del mismo) y no estamos totalmente seguros de estar tomando la dirección correcta, el procedimiento antes de continuar consiste en pararse, mirar a nuestro alrededor y memorizar el paraje en el que tomamos la bifurcación. El objetivo es poder reconocerlo a la vuelta, pues deberemos desandar exactamente el camino andado para evitar perdernos.
Para lograrlo tomaremos algún punto de referencia fácilmente identificable, como una piedra de grandes dimensiona o de alguna forma especial, un árbol que destaque por alguna característica en particular (como ser el único de sus especie en el paraje), etc. En algunas ocasiones tendremos la suerte de poder contar con elementos aún más fácilmente reconocibles, como una vieja casilla, una portilla, un puente, etc. Nos aseguraremos de no adentrarnos en el camino elegido hasta estar totalmente seguros de poder reconocer el punto en el que lo tomamos.
Tenemos que apelar a la memoria fotográfica. Es mejor no habituarse a memorizar indicaciones de naturaleza verbal como, por ejemplo, “tomé el camino de la derecha”. Es evidente que los caminos que fueron “de la derecha” a la ida se convertirán en caminos “de la izquierda” a la vuelta. Y aunque parezca de Perogrullo, ello podría ocasionar confusiones entre los menos avezados, especialmente si a la vuelta el cansancio ya se hace notar.
Este sencillo procedimiento es importantísimo, ya que tomar un camino equivocado nos puede alejar muchísimo de nuestro objetivo. Recientemente me narraban las peripecias de un matrimonio que se habían echado a andar por el monte en otoño sin tomar este tipo de precauciones. El resultado es que, tras pasar la noche en una cuneta con la única protección de las hojas secas de los árboles, consiguieron llegar ateridos de frío y hambrientos hasta el pueblo en el que creían haber dejado el coche con su documentación y dinero. Pero entonces descubrieron que se encontraban en otro pueblo totalmente distinto, a veinte kilómetros de distancia. Estoy convencida de que ellos no volverán a tomar las bifurcaciones a la ligera.
Para finalizar, recordaremos que si nuestro grupo es nutrido o está compuesto por algunos miembros proclives a quedarse rezagados, debemos tener siempre la precaución de asegurarnos de que todos nuestros compañeros tomen la misma dirección en las bifurcaciones. En ellas esperaremos a los más rezagados y nos aseguraremos de que al menos vean con claridad qué camino toman el resto de miembros.
Para lograrlo tomaremos algún punto de referencia fácilmente identificable, como una piedra de grandes dimensiona o de alguna forma especial, un árbol que destaque por alguna característica en particular (como ser el único de sus especie en el paraje), etc. En algunas ocasiones tendremos la suerte de poder contar con elementos aún más fácilmente reconocibles, como una vieja casilla, una portilla, un puente, etc. Nos aseguraremos de no adentrarnos en el camino elegido hasta estar totalmente seguros de poder reconocer el punto en el que lo tomamos.
Tenemos que apelar a la memoria fotográfica. Es mejor no habituarse a memorizar indicaciones de naturaleza verbal como, por ejemplo, “tomé el camino de la derecha”. Es evidente que los caminos que fueron “de la derecha” a la ida se convertirán en caminos “de la izquierda” a la vuelta. Y aunque parezca de Perogrullo, ello podría ocasionar confusiones entre los menos avezados, especialmente si a la vuelta el cansancio ya se hace notar.
Este sencillo procedimiento es importantísimo, ya que tomar un camino equivocado nos puede alejar muchísimo de nuestro objetivo. Recientemente me narraban las peripecias de un matrimonio que se habían echado a andar por el monte en otoño sin tomar este tipo de precauciones. El resultado es que, tras pasar la noche en una cuneta con la única protección de las hojas secas de los árboles, consiguieron llegar ateridos de frío y hambrientos hasta el pueblo en el que creían haber dejado el coche con su documentación y dinero. Pero entonces descubrieron que se encontraban en otro pueblo totalmente distinto, a veinte kilómetros de distancia. Estoy convencida de que ellos no volverán a tomar las bifurcaciones a la ligera.
Para finalizar, recordaremos que si nuestro grupo es nutrido o está compuesto por algunos miembros proclives a quedarse rezagados, debemos tener siempre la precaución de asegurarnos de que todos nuestros compañeros tomen la misma dirección en las bifurcaciones. En ellas esperaremos a los más rezagados y nos aseguraremos de que al menos vean con claridad qué camino toman el resto de miembros.
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