Puente del Retamar, Las Rozas (Madrid) |
La discreción es un don precioso que no abunda. Hay personas que nacen con esa cualidad, pero la discreción también se aprende. La dan, además, los años y la experiencia. O al menos así sucede normalmente. La discreción es, en palabras pobres, esa lucecita de alarma que se te enciende en el cerebro cuando estás a punto de traspasar las fronteras del compromiso, explícito o tácito. La discreción es la oportunidad preciosa, incalculable, de cerrar la boca a tiempo. De cerrarla para evitar, por ejemplo, que en un arranque de insensatez ofendas a terceros. O para evitar que hayas de tragarte tus indiscretos comentarios más adelante. Entre otras cosas porque, como decíamos ayer, pedir perdón, pedirlo sinceramente, no resulta sencillo a la mayor parte de los mortales. Y si bien es signo de humildad, verse obligado a realizar ese sano ejercicio demasiado a menudo también puede resultar indicativo de otras cosas. Porque lo cierto es que, a mis años, ya no creo en el perdón sino en el sincero arrepentimiento. Y éste, como caminar, sólo se demuestra con el andar… del tiempo. A mi edad, la verdad, ya no creo en las palabras que no se ven justamente avaladas por consecuentes actos. Para resumir, no creo demasiado en las peticiones de perdón, sino en el propósito de enmienda. O más bien, en los actos para resarcir y enmendar.
La
comunicación, como la confianza, se puede comparar con un tejido delicado. Para
que no se rompa, una regla básica consiste en pensar antes de hablar:
reflexionar sobre si lo que digo en efecto expresa correctamente lo que quiero
decir, y sobre cómo afectará esto a mi interlocutor. No pensar en cómo recibirá
el otro mi mensaje es signo, cuanto menos, de egoísmo. Puede que también, de
prepotencia.
Únicamente los
puentes nos salvan de la incomprensión, de ser islas, de caer en el tumultuoso
río de la demencia… Hay que tender puentes hacia el entendimiento, la empatía y
la solidaridad. Hay que tender puentes hacia el otro… Si no queremos acabar quedándonos
definitivamente solos.
El grito, Edvard Munch |
Para escuchar a Elton John interpretando Madman across de whater