No existe vida
sin dignidad, sino sencillamente infierno. Hay quienes consiguen mantener su
dignidad intacta incluso en condiciones infrahumanas. Y quienes no logran
alcanzarla en circunstancias que a otros se antojan envidiables. A menudo no puedo evitar sentir admiración
por los primeros, pero eso no obsta para que nutra profundo respeto por los
segundos; por sus circunstancias y decisiones. Porque no todos, aun
perteneciendo a la misma especie, reaccionamos del mismo modo, y porque la vida
es también libertad y pluralidad, convendría no juzgar a la ligera a nuestro
prójimo: evitar demonizar a quienes no piensan como nosotros. Lo contrario no es
una actitud cristiana. Y yo, que en el fondo sigo teniendo en alta estima a mis
semejantes, sospecho que tampoco es una actitud humana.
Visión en el Coliseo, José Benlliure |
Para escuchar a Zucchero interpretando Pene