Una noche un musgaño entró en la choza y se puso
a lamer y a morder los pies sangrantes de Francisco. Sobresaltado, éste le
habló dulcemente, como a un niño: «¡Hermano musgaño, me duele! ¡Hermano
musgaño, te lo suplico, vete, me duele!»
Una mañana lo encontré completamente desnudo, tiritando, en su jergón.
—¡Padre Francisco! ¡Hace un frío terrible, por qué te has desnudado!
—He pensado —me respondió castañeteando los dientes—en todos los hermanos que tienen frío en el mundo. Como no puedo calentarlos, me castigo teniendo frío como ellos.
—Me pregunto qué será de los hermanos que se han marchado a predicar —me dijo la mañana siguiente—. Noche o día no dejo de pensar en ellos. Un musgaño ha venido a visitarme y me ha distraído un momento, pero era un buen musgaño, le pedí que se marchara y me obedeció en seguida. Y ahora, espera. Aguardo a un mensajero que me traerá noticias.
Apenas acabó de hablar cuando Gennadio, uno de los más candorosos y de los más amados entre nuestros hermanos, se mostró en el umbral, descalzo, cubierto de heridas pero feliz. En los años heroicos, al comienzo de nuestra hermandad, solíamos reír con sus bromas.
Un día un hermano cayó enfermo. «¡Ah, si tuviera una pata de cerdo para comer!», gemía en su fiebre. Sin esperar, Gennadio se precipitó al bosque vecino, buscó y encontró a un cerdo que se alimentaba con bellotas, le cortó una pata, volvió corriendo a la Porciúncula. la cocinó y se la dio al enfermo. Al saber el hurto, Francisco regañó a Gennadio: «¿No sabes que no debes tocar lo ajeno? ¿Por qué hiciste eso?». «Esta pata de cerdo ha alegrado tanto a nuestro hermano que no tendría remordimientos aunque hubiera cortado las patas de cien cerdos», respondió Gennadio. «Pero el desgraciado guardián de cerdos llora y se lamenta buscando al culpable por toda la selva». «Y bien, hermano. Francisco. iré en su busca y me haré amigo de él, no temas».
Corrió al bosque, encontró al campesino, se arrojó en sus brazos y le dijo: «Hermano, soy yo quien cortó la pata de tu cerdo, no te enfades, escúchame. Dios hizo a los cerdos para que los hombres los coman. Un enfermo gritaba "No me curaré mientras no coma una pata de cerdo". Entonces tuve piedad de él, corrí a la selva encontré el cerdo, le llevé la pata, la cociné bien y se la di. Ahora, mi hermano está bien, ruega por el dueño del cerdo e intercede ante Dios para que le perdone sus pecados. No te enfades, y ven a mis brazos. ¿No somos todos hermanos, hijos de Dios? Has hecho una acción piadosa y te he ayudado a cumplirla. Ven, abrázame». Y el campesino, furioso al principio, se calmó poco a poco y acabó por arrojarse en los brazos de Gennadio. «Te perdono, pero por el amor de Dios, no lo hagas otra vez». Cuando Gennadio le contó su conversación con el campesino Francisco rió de buena gana. «¡Lástima que no tengamos todo un pueblo de Gennadios como éste!»
Nikos Kazantzakis, El pobre de AsísUna mañana lo encontré completamente desnudo, tiritando, en su jergón.
—¡Padre Francisco! ¡Hace un frío terrible, por qué te has desnudado!
—He pensado —me respondió castañeteando los dientes—en todos los hermanos que tienen frío en el mundo. Como no puedo calentarlos, me castigo teniendo frío como ellos.
—Me pregunto qué será de los hermanos que se han marchado a predicar —me dijo la mañana siguiente—. Noche o día no dejo de pensar en ellos. Un musgaño ha venido a visitarme y me ha distraído un momento, pero era un buen musgaño, le pedí que se marchara y me obedeció en seguida. Y ahora, espera. Aguardo a un mensajero que me traerá noticias.
Apenas acabó de hablar cuando Gennadio, uno de los más candorosos y de los más amados entre nuestros hermanos, se mostró en el umbral, descalzo, cubierto de heridas pero feliz. En los años heroicos, al comienzo de nuestra hermandad, solíamos reír con sus bromas.
Un día un hermano cayó enfermo. «¡Ah, si tuviera una pata de cerdo para comer!», gemía en su fiebre. Sin esperar, Gennadio se precipitó al bosque vecino, buscó y encontró a un cerdo que se alimentaba con bellotas, le cortó una pata, volvió corriendo a la Porciúncula. la cocinó y se la dio al enfermo. Al saber el hurto, Francisco regañó a Gennadio: «¿No sabes que no debes tocar lo ajeno? ¿Por qué hiciste eso?». «Esta pata de cerdo ha alegrado tanto a nuestro hermano que no tendría remordimientos aunque hubiera cortado las patas de cien cerdos», respondió Gennadio. «Pero el desgraciado guardián de cerdos llora y se lamenta buscando al culpable por toda la selva». «Y bien, hermano. Francisco. iré en su busca y me haré amigo de él, no temas».
Corrió al bosque, encontró al campesino, se arrojó en sus brazos y le dijo: «Hermano, soy yo quien cortó la pata de tu cerdo, no te enfades, escúchame. Dios hizo a los cerdos para que los hombres los coman. Un enfermo gritaba "No me curaré mientras no coma una pata de cerdo". Entonces tuve piedad de él, corrí a la selva encontré el cerdo, le llevé la pata, la cociné bien y se la di. Ahora, mi hermano está bien, ruega por el dueño del cerdo e intercede ante Dios para que le perdone sus pecados. No te enfades, y ven a mis brazos. ¿No somos todos hermanos, hijos de Dios? Has hecho una acción piadosa y te he ayudado a cumplirla. Ven, abrázame». Y el campesino, furioso al principio, se calmó poco a poco y acabó por arrojarse en los brazos de Gennadio. «Te perdono, pero por el amor de Dios, no lo hagas otra vez». Cuando Gennadio le contó su conversación con el campesino Francisco rió de buena gana. «¡Lástima que no tengamos todo un pueblo de Gennadios como éste!»
Baco Ceres y Cupido, Hans von Aachen |
Loreena McKennit, God
rest ye merry gentlemen