Afirmaba William Drummond: “Aquel que no quiere razonar es un
fanático, el que no sabe razonar es un tonto y quien no se atreve a razonar es
un esclavo”. Buero Vallejo persiguió siempre la luz de la razón,
indisolublemente unida al bálsamo de la mesura y la tolerancia. Fue esencial
para una sociedad herida y maltrecha. Desde la disciplina teatral, trabajó para
liberar al hombre de las tinieblas que lo atan y ofuscan, tan a menudo
alimentadas por un poder corruptor, ni legítimo ni noble. Si hacemos un recorrido
por su fecunda obra, si observamos a sus personajes, ya sean héroes o
antihéroes, el eco de una reconfortante reflexión de Henry George resuena en
nuestros oídos: “Quien quiera que sea y dónde sea que esté, el hombre que
piensa se convierte en luz y potencia”. Pues Bien, Buero iluminó y sigue
iluminando hoy en día: él aportó luz y potencia a un mundo que sin su figura y
su obra hubiese seguido siendo infinitamente más oscuro.
Salomé Guadalupe Ingelmo, Sobre Antonio Buero Vallejo
ESCAPAR DE LA CAVERNA
Salomé Guadalupe
Ingelmo
A Antonio Buero Vallejo, paladín de
la luz
En el cuarto oscuro de las fotos
dejo una postal
con un ciruelo en flor.
Niji Fuyuno
Mantén tu rostro hacia la luz del sol y no verás la sombra.
Helen Adams Keller
dejo una postal
con un ciruelo en flor.
Niji Fuyuno
Mantén tu rostro hacia la luz del sol y no verás la sombra.
Helen Adams Keller
Se va haciendo una luz
tenue. En primer plano, las paredes de un túnel excavado en una roca de cartón
piedra inconfundiblemente negra: estamos en una mina de carbón. Al fondo del
escenario, un cuerpo aovillado da la espalda al espectador. Se alza y avanza
encorvado, torpemente, como si casi hubiese perdido el hábito de vivir de pie,
hacia el patio de butacas. Se para más o menos en el centro del escenario. Sus
ropas están hechas jirones y, como todo él, tiznadas de negro. La barba
entrecana, larga y descuidada. Los ojos, hundidos y ojerosos. Está demacrado;
pero su cuerpo fibroso, lejos de parecer quebradizo, se diría correoso e
indestructible. Arrastra pesadamente algo, unos grilletes con una bola que
entorpece su avance. Al aproximarse al público, éste puede ver que dicha bola
es un globo terráqueo.
Sobre la noble cabeza
lleva un casco de minero encendido. En una de sus manos sujeta un pico muy
desgastado. Ha de ser un esclavo de Roma, condenado por el Imperio a vivir en
la oscuridad. Probablemente habrá sido enviado a trabajos forzados por
discrepar, por rebelarse y no aceptar sumisamente el destino impuesto por
otros. O simplemente, por no haber nacido en el seno de la casta privilegiada.
ESCLAVO:
¿Qué veo al final del túnel? (Ilusionado por unos segundos.) A lo lejos, una luz se enciende. (Súbitamente suspicaz.) Pero podría
tratarse de una trampa: son astutas sus artimañas… (Acariciando agradecido la linterna de su casco.) No, debo confiar sólo
en la luz de mi cabeza.
¡Yo soy Espartaco! Esclavo me llaman porque de esclavo nací...
Eso dicen ellos. Se empeñan en creer que encerrando a un hombre, encerrarán
también su pensamiento. Que tratándolo como una bestia, se convertirá
finalmente en eso. No entienden que con estas manos, con estas mismas dos manos,
sólo con estas manos, un hombre puede cavar su fosa o construirse sus alas. Y
salir volando del laberinto. (Mira hacia
arriba, hacia un cielo que ni siquiera se adivina, melancólico pero aún
esperanzado.) Con las mismas manos. (Con
aire soñador, mientras agita la mano en la que no sujeta el pico.) Sus
insensibles corazones no quieren aceptar que mi pensamiento es como un pájaro:
siempre libre. Sus grilletes no pueden encadenarlo. (Repentinamente combativo.) Se obstinan en tenerlo prisionero de
esta caverna oscura: quieren que sus alas se atrofien y su voz clara se
quiebre; que deje de volar y cantar para que nadie pueda verlo ni oírlo. (Ahora, melancólico.) Y entonces,
piensan, tendrán definitivamente la razón de su parte. (Persuasivamente, como intentando convencerse de sus razones: como si
hubiese pasado tanto tiempo allí preso, que empezase a dudar incluso de ellas.)
Pero no es razón la razón de la fuerza, sino argumento perverso. Y porque yo
aún lo sé y lo digo, me tienen aquí encerrado, cautivo. (Gritando.) ¡No soy un animal! (En
sobrecogedores susurros, con la mirada perdida y aterrada: quizá, sopesando la
posibilidad contraria.) No lograrán convertirme en una bestia. Son rencorosos;
no perdonan. No perdonan porque yo poseo lo único que ellos no pueden comprar
con dinero. No me lo arrebatarán: soy dueño de un alma y un intelecto. (Irguiéndose, reconquistando un orgullo casi olvidado.) Y la oscuridad no puede
confundirlos; ven con total claridad incluso en estas galerías, enterrados en
vida. Ellos dos, sirviéndose de la persuasiva voz de la conciencia, me dictan
lo que está bien y lo que está mal, lo que es justo y lo que resulta
abominable. (Encendiendo el casco.) No,
no he de fiarme de las apariencias: lo único cierto es la luz de mi propia
cabeza.
(Soltando el pico y
mirando las palmas encallecidas por el duro trabajo y, ahora, crispadas.) Si
pudiese excavar en la conciencia ajena, lo haría con mis manos desnudas. (Apretando los puños, con decisión y
entusiasmo.) Dejaría las uñas y la vida en ese intento. (Definitivamente desalentado.) Pero temo
descubrir lo qué hay debajo: en algunas conciencias cuanto más excavas, más
suciedad encuentras. Las hay negras como la pez. Hondas como un pozo sin fondo,
por cuyas altas paredes ni la lucidez ni la piedad trepan.
(Apoyando la mano sobre
una de las paredes de la gruta.) Hasta esta roca firme, que parece eterna,
ha de quebrantarse un día bajo el peso de mi acometida. Si no es hoy, será
mañana. Si no es mañana, será otro día. (El
volumen de su voz ha ido aumentando, recobrando convicción.) Si he excavado
hasta aquí, puedo excavar también hasta alcanzar la huida. La manumisión es
sólo cuestión de tiempo, obra de perseverancia.
Del techo se descuelga
una reja lentamente, mientras el personaje avanza. Para cuando llega al borde
del escenario, ésta se encuentra ya a la altura de su cara. Se aferra
fuertemente a los barrotes y mira a lo lejos, hacia lo alto.
(Serenamente.) Pido
la voz por derecho. Porque aún me queda, quieran ellos reconocerlo o no, la
palabra.
Entonces abre la boca y
de ella sale una mariposa blanca de gasa que, enganchada a hilos trasparentes
lo suficientemente gruesos como para que resulten bien visibles, revolotea
artificialmente en la misma dirección de la mirada. Un foco la sigue en su
vuelo mientras se aleja, al tiempo que la luz en el escenario disminuye. Hasta
que la mariposa está tan lejos que la oscuridad se vuelve total.
TELÓN
El Pueblo Unido, Quilapayun y Mikis Theodorakis
Καημός, Mikis Theodorakis