Parece ser que
Borges abandonó a su primera esposa despidiéndose a la francesa. Es decir, sin
despedirse siquiera. Cuentan sus biógrafos que, saliendo ya por la puerta de
casa como un día cualquiera, su mujer le preguntó, a sabiendas de que el plato
le gustaba especialmente, si le apetecía cocido para la comida. Y él,
sencillamente, con un cuajo espectacular, respondió que sí. No volvió para el
almuerzo. Sencillamente no regresó nunca más. Había dado por concluido el
matrimonio.
Supongo que su
esposa habría considerado un detalle por su parte que la hiciese partícipe de
sus planes. Imagino que esa pobre mujer hubiese agradecido saber que podía
ahorrarse la molestia de poner su puchero al fuego. Especialmente porque
algunos platos exigen una preparación lenta y laboriosa. En ellos invirtió una
tanto mimo y esperanzas, tantas energías y afecto. Para verlos, después,
desaprovechados y gélidos, correr descuidadamente por el sumidero.
La cocinera, discípulo de Murillo |
Kings of Leon, Closer
¿Y si tenía miedo que le envenenaran con tan sabroso caldo?
ResponderEliminarYo también creo que la clave es el miedo. No precisamente del caldo, claro.
ResponderEliminar