Se solía decir que era muy difícil
ser mujer en el sigo XX. Está claro que no resulta más fácil en el XXI. Seguramente
nunca lo fue. Demasiados papeles para una única intérprete.
Emma Zunz revisitada en tres tiempos: Las caras
de “lo femenino” que no vislumbró Borges
Salomé
Guadalupe Ingelmo
Variaciones sobre un Espacio-Tiempo
I: El Hilo de Ariadna
El hombre,
sueco o finlandés, no hablaba español. La condujo, a través de una interminable
serie de pasillos y puertas, hasta una habitación, la habitación. Allí, una vez consumado su destino, inútil ya el
hombre que se acababa de marchar, ella se vistió. Lo hizo lentamente. La premeditada
meticulosidad con la que abrochaba cada pequeño botón le permitía no pensar en
el recién revelado misterio. Ni ser consciente de su gesto asqueado y triste. Le
permitía ausentarse transitoriamente de esa habitación y de ese cuerpo. O al
menos, fingirlo. Pero también el tiempo, condenado a la prisión del espacio y
la materia, es finito.
Consciente de
su recién adquirido poder, proyecta salir en busca de venganza. De una única y
universal aplicada sobre un solo hombre, uno en concreto, que habrá de expiar
las culpas –quizá más bien la culpa–
de todos los hombres: de los que ya han llegado y de los que, inevitablemente,
habrán de venir. Pero una y otra vez su intención se ve frustrada. Una y otra
vez se pierde en ese intrincado laberinto de pasillos y puertas que aún no
domina. Una y otra vez acaba en la misma habitación, en la habitación.
Ella quiere
salir, pero el hombre ha cerrado la puerta. La ha cerrado cada vez, una vez
tras otra. Y esa acción repetida ha ido cobrando una fuerza incontrastable; imposible
volver a abrirla. Ya no hay tiempo fuera de ese tiempo. Un tiempo en el que una
vez tras otra se reproduce el origen, que es principio y fin simultáneamente Por
eso la mujer regresa siempre a la habitación en la que hay un hombre, un hombre
sueco o finlandés que no habla español, un hombre que es el primero y el último
hombre: un único hombre, el hombre.
Variaciones sobre un Espacio-Tiempo
II: Pandora Desencadenada
El hombre,
sueco o finlandés, no hablaba español. El hombre era, en realidad, un proyecto
en la mente de la mujer. De una mujer que aún no era. Pues el hombre, por el
momento, sólo se insinuaba como una idea vaga en otra mente. Una para la que,
en aquel tiempo, sólo podía ser un sueño.
Y sin embargo
ese nuevo diseño le turbaba: como un cuento trabado en la punta de la lengua.
Como siempre que creaba una nueva historia, se le había revelado misteriosamente:
súbito fogonazo inflamando una idea todavía tibia, que aún habría de modelar
como un alfarero al barro. Un proyecto que por el momento no era siquiera carne
de su carne o sangre de su sangre, que no era más que un duro hueso: no poético
húmero sino prosaica costilla. Pero que un día, estaba seguro, se convertiría
en su mejor creación.
Un día esa
mujer que aún no era, sería. Y sería precisamente gracias a ese hombre. La
mujer cifraría el sentido de su existencia en él. Por eso, para descifrarse a
sí misma, incapaz de perdonarlo, le perseguiría para aniquilarlo. Y por eso,
incapaz de perdonarse, lo aniquilaría para aniquilarse. Para poder partir de
cero. Para retroceder no al principio de los tiempos, sino antes aún. Para
retroceder antes del tiempo.
Una vez
exterminado el hombre y su recuerdo, ella no habría de temer ya a la fracturada
costilla. Y entonces la mujer estaría lista para renacer: para ser creada de
nuevo. Esta vez, directamente del polvo. Sería el comienzo de otro tiempo.
Variaciones sobre un Espacio-Tiempo
III: El Error de Atalanta
El hombre,
sueco o finlandés, no hablaba español. Mientras cumplía su destino inconsciente
de ser instrumento de venganza, ella, ausente, planeaba. Concluido el repulsivo
trámite sin el cual no podía existir paso sucesivo, el cerebro de la mujer
volvería a otro espacio-tiempo, uno previo al turbador incidente. Éste perdería
consistencia de golpe. Ya ni siquiera alcanzaría la categoría de anécdota irrelevante;
sencillamente se esfumaría. No es que la experiencia hubiera de caer en el
olvido, sino que jamás habría tenido lugar en la realidad de esa mujer. Ella
volvería a ser la joven que fue antes de esa habitación. Pero al, tiempo, no.
Porque para entonces el dolor y la rabia, más densos que el espacio y el
tiempo, la habrían bautizado definitivamente con marca invisible pero indeleble;
convirtiéndola en instrumento ejecutor.
Planeaba la
venganza posterior, que la libraría de las cadenas que él andaba tejiendo torpemente
con sus dedos sobre un cuerpo súbitamente extraño, uno que ni siquiera quería
ya.
Sólo que algo habría
de acabar saliendo mal. Porque su voluntad, la voluntad de venganza, se
enfrentaba a otra imprevista pero no por ello menos sólida: la ajena voluntad
de goce. Y esa voluntad no calculada acabaría imponiéndose; ella no lograría salir
de esa escena sórdida que en su mente fue mero tránsito, medio para otro fin
que ahora no alcanza. Así que la mujer, como en un sueño o una pesadilla, entrará
una y otra vez en esa habitación en la que, una y otra vez, quedará reducida a
instrumento para el placer ajeno, mientras inútilmente planea una venganza que
jamás llega. Entonces ella descubrirá que su voluntad no es libre, que su ánimo
nace sometido a un cuerpo. Uno propio o ajeno según el momento. Sólo una
cuestión de espacio-tiempo: de banales detalles y circunstancias fortuitas.
La trilogía Emma Zunz revisitada en tres tiempos:
Las caras de “lo femenino” que no vislumbró Borges fue originalmente
publicada en Revista Monolito XXII (febrero-marzo), México: 2016, http://issuu.com/juanmireles/docs/monolito_xxii
, p. 82-84.
Achille Parachini, Salomè |
Alanis Morissette, I'm A Bitch
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